viernes, 30 de diciembre de 2011

La economía mexicana en 2011: crecimiento insuficiente para revertir viejos males

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía mexicana cerrará este año con un crecimiento aproximado de 3.9%, lo que representa que por segundo año consecutivo tendrá un incremento, pues en 2010 el repunte fue de 5.5%, mientras que en 2009 se había tenido la peor caída en 70 años: 6.5% de contracción.

El crecimiento económico de México es relativamente bueno: por un lado, mantiene una tendencia de recuperación –que se prolongará hasta 2012- pero por el otro lado, esto es totalmente insuficiente para revertir viejos males, como la pobreza, el desempleo y la desigualdad.

En cuanto al empleo, los datos oficiales dicen que se crearon 811 mil empleos (sin contar los que ya se perdieron, porque eran temporales), los cuales fueron insuficientes para cubrir la necesidad laboral de los mexicanos, pues se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año para hacerle frente a la demanda generada por los jóvenes que se incorporan al mercado laboral. Esto hizo que la tasa de desempleo no haya variado mucho: se mantuvo siempre por encima del 5%, aunque hubo una leve reducción en los últimos dos meses, pero esto se debe más bien a empleos temporales creados en el sector comercial por las fiestas de fin de año.

El problema de fondo es que los empleos creados son de bajos salarios y en condiciones precarias. Esto se nota en un incremento de la informalidad, pues como no hay empleos formales, la gente busca ocupaciones informales: 13.5 millones de personas (28.7% de los ocupados a septiembre de este año), se emplearon en la informalidad, en tanto el año pasado la cifra fue de 12.9 millones de personas. Esto representó un incremento de 534 mil trabajadores en el mercado informal.

Cuando la economía no genera empleos formales, y cuando la gente debe buscar ocupaciones precarias para sobrevivir, el resultado es la reproducción de la pobreza.

Y precisamente –hablando de pobres- los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) revelan que la pobreza en México aumentó de 48.8 millones de personas a 52 millones, es decir, 3.2 millones de “nuevos pobres”.

Otro dato muy importante que debemos tener en cuenta es el de la inflación, o sea, del aumento del nivel general de los precios de los productos de la canasta básica. Si bien la inflación terminará alrededor de 3.4% -cercana al objetivo de 3%- y que es una cifra baja frente a países como Venezuela, que ronda el 25%, sin embargo sigue representando un duro golpe para los mexicanos porque los salarios no han mejorado y el poder adquisitivo de la gente se mantiene bajo.

Y como si fuera poco, en el último año hubo aumentos importantes en productos que son básicos, como el frijol (30%), la tortilla de maíz (14%), el huevo, el arroz, la carne, entre otros.

En resumen: el crecimiento económico no sólo es insuficiente, sino que no ha permeado hacia los sectores más necesitados. La pobreza sigue creciendo, no hay suficientes empleos y esto hace que la gente trabaje en la informalidad, con lo cual es casi seguro que no habrá disminución de la cantidad de pobres.

Se requiere de un crecimiento económico superior al que se tiene y de una mejor distribución de los ingresos. Para ello se necesita reactivar el mercado interno y generar empleos con mejores salarios, para lo cual es imperioso capacitar a la gente y darle la oportunidad de conseguir trabajos con mayor remuneración.

(*)Periodista y profesor universitario.
Comentario económico para el noticiero de Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán, Jalisco, México.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

India, la potencia emergente


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las imágenes con las que evocamos a la India pueden ser muy contradictorias a la luz de las proyecciones económicas de este país. Es fácil imaginar a los famélicos, los sistemas de castas, las ostentaciones principescas rodeadas de miseria, la pobreza y el atraso de un país que en la primera mitad del siglo pasado seguía siendo una colonia. Pero los datos que hoy presenta India nos hablan de una realidad cambiante: con un crecimiento económico promedio superior al 8% en los últimos años, con una población de 1300 millones de habitantes, con un fuerte desarrollo en materia tecnológica, apunta a convertirse -posiblemente en la próxima década- en la tercera potencia económica mundial, solo detrás de Estados Unidos y China.

India forma parte de los países denominados “BRIC”, junto con Brasil, Rusia y China, que apuntan a transformarse en los principales motores de la economía mundial en 2050, por su población, su territorio, sus riquezas naturales y su PIB en conjunto. Y presenta algunos resultados que son más que interesantes: su crecimiento económico promedio es muy cercano al de China, y duplica el promedio de América Latina; ha logrado sacar de la pobreza a 100 millones de personas en los últimos quince años, ha cuadruplicado su clase media y ha convertido ciudades pobres en emporios de desarrollo tecnológico.

Aunque tengamos la visión de la India como la de un país en donde el contraste entre la opulencia y los “intocables” es uno de los más radicales, lo cierto es que hay un trabajo constante que ha venido disminuyendo las diferencias. Y la apuesta que hace India para lograrlo es el potencial humano, enfocado desde la necesidad del conocimiento tecnológico. Desde hace más de medio siglo, los indios se dedicaron a formar recursos humanos competentes en cuanto a tecnología, conscientes de que para progresar requieren estar a la vanguardia en materia de innovaciones. Hoy tenemos como resultado que hay una producción masiva de cerebros que pueden liderar los proyectos de desarrollo que ayuden a revertir la pobreza: ingenieros, programadores y profesionales vinculados a la informática ingresan todos los años al mercado laboral, con nuevas ideas y con un alto nivel de competitividad.

Algunos de los datos que avalan esta avalancha de conocimiento al mercado laboral son impresionantes: hay 300 mil ingenieros graduados por año, y el 25% de la población india con el más alto coeficiente intelectual es superior a toda la población de Estados Unidos. Esto nos habla de un verdadero ejército de cerebros dispuestos a barrer con la competencia de otros países en cuanto a tecnología informática. El objetivo es claro: liderar todos los procesos de desarrollo tecnológico y convertir a la India en el cerebro mundial.

Detrás de estos avances, en medio de enormes contradicciones que llevan a formar ciudades tecnológicas rodeadas de miseria, hay cuestiones culturales que sirven para explicar cómo han logrado este cambio: lo primero es la conciencia de las necesidades. Los indios se adelantaron al prever que habría una enorme necesidad de profesionales competitivos en tecnología, por lo que apostaron a la formación de élites mucho antes que naciones más avanzadas. Igualmente, a diferencia de nuestros países latinoamericanos, no esperaron que los gobiernos solucionen el problema educativo. Mientras la inversión en educación de India es inferior a países como Chile, México, Brasil o Argentina, hay una cultura de fondo que corrige esta aparente carencia: los indios ahorran toda su vida para financiar la educación de sus hijos, en las mejores universidades del mundo, por lo que no dependen de una política de Estado sino de sus propios esfuerzos.

Con gobiernos constantes en el seguimiento de un plan país, con gente consciente de la necesidad de la formación y, sobre todo, con una planificación orientada a adelantarse a los tiempos, no resulta raro pensar en la India como la gran potencia económica global dentro de unas cuantas décadas.

El ejemplo y el desafío que se presentan a partir de la experiencia india son grandes para economías acostumbradas a vivir de la explotación de sus recursos naturales. América Latina no ha sabido hacer la transición desde economías primarias, dependientes de los precios de las materias primas, hacia economías del conocimiento, en donde el capital más cotizado es lo que la gente sabe.

Países pequeños como el Paraguay deberían aprender a planificar y adelantarse a los tiempos –como hacen en India- para formar élites de profesionales competitivos, repatriar a los cerebros y priorizar la educación de la gente por encima de la cría de ganado o la sobreexplotación de la tierra para producir soja. El potencial de crecimiento y equidad no se encuentra en los recursos naturales, sino en el conocimiento que la gente tiene para producir, fabricar oportunidades y disminuir las injusticias.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Corea del Sur, innovación, tecnología y progreso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Hace 60 años era un país en guerra, escindido, con mucha pobreza e ingentes necesidades. Sin embargo, Corea del Sur logró emerger de una situación histórica complicada para posicionarse hoy como una de las economías más sólidas, innovadoras y con perspectivas de futuro. Lejos de ser un milagro, el desarrollo surcoreano se basa en fórmulas conocidas: educación, desarrollo tecnológico y competitividad. El proceso de industrialización se basó en la mano de obra altamente capacitada, que tuvo la competitividad necesaria para ganar mercados internacionales y hacer crecer la economía hacia afuera.

Con una política pública bien orientada hacia la capacitación de su gente, los resultados se empezaron a cosechar en la década del 60, cuando el país logró un crecimiento económico agresivo que se sostendría en el tiempo, para que hoy Corea del Sur sea una potencia exportadora, con un nivel de ingresos de los más altos del mundo y con índices de desarrollo humano muy elevados. Gran parte de los logros que hoy presume este país asiático se basa en el desarrollo tecnológico y en la enorme capacidad de innovación que se incuba en una sólida formación educativa.

Con un territorio pequeño –es cuatro veces menor que Paraguay-, y con una inversión en educación relativamente baja (4.6% del PIB), ha logrado beneficios muy superiores a países que destinan más recursos a lo educativo: Corea del Sur ocupa el tercer lugar en cantidad de patentes registradas a nivel mundial, es líder en innovación y es el gran proveedor mundial de televisores, pantallas de plasma, equipos de audio y electrodomésticos en general. Todo esto nos habla de una planificación minuciosa del destino de las inversiones, de la austeridad, la eficiencia y el sacrificio que se aplica a cada emprendimiento.

Cuando miramos los resultados de los estudios internacionales, no deja de sorprender el hecho de que los surcoreanos sobresalgan nítidamente en educación tecnológica, por encima de grandes potencias como Estados Unidos, Japón o China. Fueron los primeros a nivel mundial en dotar de conexiones rápidas de Internet por banda ancha a todas las escuelas primarias y secundarias, en tanto desarrollaron aulas para clases interactivas, en donde se aprovecha toda la tecnología para producir conocimiento.

Y con esa visión innovadora que los caracteriza, han implementado los “libros de textos digitales”, mediante los cuales los estudiantes pueden leer, escribir y trabajar sobre una tableta (computadora portátil con pantalla táctil). El plan de los surcoreanos en este sentido es muy ambicioso: invertirán 2 mil millones de dólares para el desarrollo de libros digitales, así como para la compra de los equipos informáticos necesarios para que todo estudiante pueda leer e interactuar desde una tableta. Con esto no sólo pretenden dejar atrás el uso del papel, sino que buscan comprometer a sus estudiantes con la educación tecnológica, con el desarrollo del potencial innovador y, sobre todo, buscan que todos tengan acceso a una base de datos universal, en donde se encuentren los conocimientos que se requieren para lograr competitividad, progreso y crecimiento.

Las lecciones surcoreanas son contundentes en varios aspectos: nos dicen claramente que no necesitamos destinar presupuestos millonarios a los sistemas educativos sino saber ser eficientes y claros con el destino de cada moneda invertida. Con este esquema, en América Latina podríamos hacer una revolución invirtiendo prácticamente lo mismo que ahora, pero con una visión más estratégica. Si del presupuesto que tenemos para la educación gastáramos menos en mantener sindicatos o cotos de poder de unos pocos, al tiempo que empezamos a invertir en desarrollo tecnológico, mejoramiento de la capacidad docente y en escuelas mejor equipadas, posiblemente con los mismos recursos que hoy tenemos podríamos lograr otro tipo de resultado.

Nos falta aprender a innovar y a utilizar mejor lo que tenemos, con miras a sentar las bases para un crecimiento económico sostenido y sostenible. Debemos dejar de lado las políticas erráticas, sin planificación, que no buscan más que explotar una coyuntura para lograr objetivos electorales que se difuminan en el tiempo.

Si un país que era pobre, que sufría los azotes de la guerra entre compatriotas y que encima tenía que convivir con la invasión de fuerzas extranjeras, pudo sobreponerse para convertirse hoy en una de las grandes potencias económicas y en un referente en materia tecnológica, es claro que los países latinoamericanos, con abundantes recursos naturales, con mucha gente joven y con un enorme potencial, pueden no sólo imitar el ejemplo sino lograr mejores resultados. Inversiones inteligentes, políticas públicas bien planificadas y ciudadanos conscientes de la urgencia educativa: con estos elementos podemos construir economías mejores que las que tenemos ahora.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Suecia, un modelo de transparencia y desarrollo


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de esos países que despiertan la curiosidad por su excelente posición en los informes internacionales sobre calidad de vida y desarrollo humano es Suecia. En medio de la Península Escandinava, junto a Noruega y Finlandia, Suecia se erige como un modelo de desarrollo basado en una economía que ha sabido conciliar el capitalismo y los beneficios sociales. Esto se refleja en un crecimiento económico que permea hacia los diferentes estratos de la sociedad y que tiene efectos directos en cuanto a equidad, oportunidades y proyección.

Una sociedad desarrollada, próspera y equilibrada como la sueca, comprende numerosos factores que la hacen digna de imitación. Con un sistema modelo de transparencia, que garantiza el acceso a la información por parte de los ciudadanos, así como la constante rendición de cuentas por parte de las autoridades, Suecia ha logrado superar muchos de los flagelos que siguen rezagando a los países pobres. Posee un gobierno abierto, acostumbrado a ejercer la libertar de informar, y sobre todo cuenta con un elemento determinante para garantizar la transparencia: una ciudadanía culta y crítica, que ejerce un control constante sobre todas las actividades que se realizan desde las esferas de poder.

La corrupción en Suecia es casi una entelequia. Debido a los controles, la transparencia, la educación y la conciencia social, los actos de corrupción son prácticamente inexistentes. Esto garantiza condiciones ideales para el trabajo, la seguridad y el buen funcionamiento de la economía. Y todo esto no es resultado de la casualidad, sino que proviene de una larga tradición: el acceso a la información es un derecho constitucional que poseen los suecos desde 1766.

Con la transparencia en el uso de recursos, los ciudadanos tienen la seguridad de que vale la pena pagar impuestos: aunque los gravámenes son muy elevados, los resultados se pueden ver en sistemas de salud eficientes, en una educación gratuita y de alta calidad, en seguridad en las calles y en beneficios sociales de diversa índole que apuntan a asegurar la calidad de vida de la gente. El buen uso de la riqueza se nota en los niveles de desigualdad social más bajos del mundo.

Algo siempre notable en los nórdicos es la enorme importancia que le destinan a la formación de su gente. En Suecia, las escuelas son de acceso público y gratuito para todos. Hace más de un siglo ya tenían una base envidiable: todos los niños sabían leer y escribir. Actualmente la educación es obligatoria para todos los niños y adolescentes: de todos los estudiantes que terminan la secundaria, prácticamente todos continuarán con los estudios superiores. De esta manera, no sólo aseguran la formación de una ciudadanía culta y consciente de las necesidades del país, sino que logran generaciones competitivas, capaces de producir, innovar y generar riqueza. Son muy competitivos en cuanto a manufacturas, productos químicos, tecnología y maquinaria.

Cuando miramos los resultados en las sociedades escandinavas y los comparamos con lo que vemos cotidianamente en América Latina, no podemos dejar de escandalizarnos y cuestionarnos profundamente sobre lo que estamos haciendo mal para obtener resultados tan opuestos: tenemos niveles de pobreza vergonzosos, una desigualdad más elevada que África, millones de analfabetos funcionales y muchos marginados que no accederán ni a la riqueza ni al bienestar si no cambiamos radicalmente el contexto en el que vivimos.

Un ejemplo que deberíamos tomar de los suecos es el de la cultura de la transparencia, que seguramente haría que disminuyan en forma rápida los malos manejos de los recursos, la corrupción desde el poder y la irresponsabilidad en la administración de lo ajeno. Como un paso inicial para cambiar nuestras sociedades, tenemos que adquirir un mayor compromiso con nuestro entorno, de forma tal que nos convirtamos en verdaderos contralores y garantes del funcionamiento de nuestros gobiernos.

Las comunidades comunicadas, educadas, con acceso a la información y que pueden regularse gracias a sistemas de transparencia, hoy son una urgencia para asegurar el progreso y la equidad. Los suecos lo saben y por eso hoy gozan de beneficios que nosotros no hemos podido consolidar.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 5 de diciembre de 2011

China, el gigante del crecimiento económico sostenido



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Inventaron la pólvora, el papel y la brújula. Provienen de una civilización milenaria que ha sabido defender su territorio y su cultura. Sobre la base de inventos, batallas y conquistas, China es uno de los países más complejos de explicar y más enigmáticos para nuestra visión. Es una sociedad antigua en sus tradiciones pero pragmática y moderna en sus decisiones, sobre todo en cuanto a la economía: en las últimas tres décadas este país ha tenido un crecimiento económico promedio del 10%, ha renovado su modelo de desarrollo y ha invadido con sus productos de bajo precio a todo el mundo. El fenómeno chino es para muchos un prodigio y para otros una amenaza para las frágiles economías que no tienen posibilidad de resistir un nivel de competencia demasiado elevado.

Resulta muy difícil lograr una explicación completa de este complejo país que tiene más de 1.300 millones de habitantes. Pero más allá de sus peculiaridades ancestrales, el gigante asiático ha logrado un crecimiento económico sin precedentes que lo ha llevado a superar a Japón y a ubicarse como la segunda potencia en generación de riqueza, sólo por debajo de Estados Unidos. Los mercados entran en crisis, las economías emergentes tienen altibajos, las potencias se debilitan, pero China mantiene un paso tan firme que, como una ironía para los países pobres, un incremento del PIB del 8.5% al año… ¡se considera una desaceleración!

Con casi 800 millones de personas en condiciones de trabajar, la mano de obra abundante y barata es un recurso contra el que ningún país puede competir. A esto debemos sumarle la verdadera devoción que tienen los chinos por el trabajo, que hace que puedan dedicarle a cualquier oficio un promedio de tiempo superior a los demás. Esto se refleja en el nivel de productividad más alto del mundo: el volumen de producción en cualquier rubro industrial es sencillamente incomparable.

Ropa, productos electrónicos, juguetes y manufacturas diversas empezaron a invadir, a inicios de los 90´, los mercados latinoamericanos, en los que aprovecharon una convergencia de factores: los bajos costos de los productos chinos eran demasiado atractivos para nuestras poblaciones empobrecidas y con grandes carencias. Es así que se quedaron con más de la mitad del mercado de la ropa, impusieron a la electrónica la etiqueta de “hecho en China” y desplazaron a nuestros productos poco competitivos.

Un hecho llamativo es el viraje que hicieron en su concepción de su modelo en los últimos años: de una dependencia de las inversiones y las exportaciones, han empezado a volcarse hacia el mercado interno, incentivando el consumo. Y aunque todavía tienen al 60% de su población viviendo en zonas rurales, con 150 millones de personas que viven con un dólar al día, el tamaño del mercado interno hace que sea mucho más atractivo que las exportaciones a países relativamente pequeños.

Y detrás de estos indicadores, hay una verdadera fábrica de generadores de riqueza. China tiene niveles de exigencia muy altos en materia educativa, a tal punto que los niños pueden pasar horas y horas estudiando, haciendo de la instrucción su verdadero oficio. Hoy este país tiene 6 millones de graduados por año y empieza a tener problemas para emplear a su gente, lo que genera una competencia feroz y deriva en que cada profesional debe ser muy bueno para poder ocupar un puesto de relevancia.

Aunque no podemos ni siquiera aspirar a imitar el modelo chino (entre otras cosas porque también implicaría adquirir muchos de sus males), hay elementos que podríamos tomar para mejorar nuestras economías. Mientras en América Latina nos cuesta hacer que un estudiante le dedique tiempo a la lectura de una novela o un libro de ciencia, un chino estudia doce horas por día y sabe que su futuro depende de la capacidad que tenga de sobresalir en la universidad.

Tenemos que buscar elementos diferenciales en nuestra manera de encarar la economía. Hay que mejorar la productividad y la calidad de mano obra para diferenciar nuestra producción y poder basarnos en elementos competitivos distintos al volumen y el precio. Apostar por la innovación y la calidad de lo que hacemos sería una buena fórmula ante el avance de lo masivo y barato. Más que nunca, necesitamos talento, visión, inteligencia y educación.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Singapur: el salto de la pobreza a la riqueza

Por Héctor Farina Ojeda (*)

No es un país gigante y puede que algunos no lo ubiquen en el mapa. Tampoco posee riquezas naturales: ni petróleo, ni bosques ni minerales que explotar. No depende de la economía primaria basada en la agricultura o la ganadería. Y todavía más grave: es una pequeña isla de 692 Km2 de superficie, que no posee más que el terreno en el que viven cerca de 5 millones de habitantes. Pero la historia contrasta con la primera impresión que podrían generar estos datos: Singapur es un país que ha erradicado la pobreza, que no tiene marginalidad y que ha logrado dar uno de los saltos más notables de la historia moderna. En pocas décadas, ha dejado atrás la pobreza y hoy es una de las grandes potencias económicas a nivel mundial.

Resulta curioso que hace 50 años ni siquiera era país. Y a mediados de la década del 60’, al consolidar su independencia, Singapur tenía los mismos problemas de pobreza que Haití o Jamaica. Sin mucho que explotar en el territorio, con gente sin preparación y con enormes conflictos sociales por resolver, el camino que eligieron fue el de la formación de la gente. Una fuerte inversión educativa destinada a lograr una elevada competitividad en los recursos humanos fue el inicio del cambio: con el desarrollo del conocimiento y el profesionalismo, empezaron a llegar las industrias de vanguardia y de mayor valor agregado. Desde las petroquímicas hasta las industrias de microelectrónica, la producción especializada ganó terreno y se fue desarrollando al tiempo que generaba empleos, riqueza y sobre todo una enorme necesidad: la educación.

La inversión en educación fue de tal magnitud, que en menos de una década se empezaron a notar los cambios: destinando el 20% del PIB al sistema educativo, bajaron los niveles de pobreza, se redujo la marginalidad, se generaron oportunidades y se les dio a los habitantes la posibilidad de construir su propia riqueza. Hoy en día Singapur no tiene pobres, tiene un ingreso per cápita superior a los 50 mil dólares (por encima de Estados Unidos) y es la novena potencia comercial a nivel mundial. Es líder en varias industrias vinculadas a la economía del conocimiento, como en ciencias biomédicas, y todo se lo debe a un capital: la educación de su gente.

La ausencia de corrupción es uno de los grandes atractivos: por eso su puerto, pese a lo diminuta que es la isla, es uno de los de mayor actividad del mundo: todos quieren trabajar con Singapur porque tienen la certeza de que sus cargamentos serán respetados, de que se cumplirá en tiempo y forma, que no habrá robos ni sobornos de ningún tipo. Lo mismo pasa en el campo financiero: la seguridad hace que los capitales fluyan hacia este país asiático, a tal punto que es el cuarto mercado de divisas más grande del mundo. Con una economía competitiva, con gente seria, eficiente y honesta, las inversiones resultan muy atractivas.

Pasar de una economía primaria, precaria y con poco futuro a una economía del conocimiento, mediante la que no sólo se ha acabado con la pobreza sino que se ha posicionado al país en los primeros lugares en cuanto a desarrollo humano y calidad de vida, parece algo casi imposible pero en Singapur es una realidad. Los singapurenses saben que la clave está en el desarrollo del conocimiento, que sólo se logrará en la medida en que ubiquen a los ciudadanos como el núcleo de todo el progreso. Por eso invierten mucho en educación, por eso han desarrollado un sistema meritocrático y por eso han duplicado en la última década la cantidad de científicos. Hoy cuentan con más de 26 mil científicos, en un país pequeño en territorio y población, pero gigante en conocimiento.

Aunque el contexto de este país asiático haga que su modelo no pueda ser directamente aplicable a nuestra América Latina, podemos seguir el ejemplo en el caso fundamental de la educación: tenemos que duplicar o triplicar la inversión que le destinamos a los sistemas educativos, para tener gente competitiva que nos guíe y nos indique hacia dónde debemos ir para salir de la pobreza y los males del atraso. En la medida en que destinemos más recursos a mejorar la calidad de nuestro capital humano, tendremos la posibilidad de tener mejores industrias, más empleo, menos pobres, menos marginales y menos corruptos en el poder. No hay saltos imposibles cuando la gente sabe hacia dónde ir y cómo hacerlo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

sábado, 26 de noviembre de 2011

Finlandia: del maestro y el alumno al éxito económico

El color de los lagos y la nieve en la bandera finlandesa.

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Aunque el frío corone de nieve una gran parte de su territorio durante largos meses, la calidez humana de Finlandia sobresale por sus logros en materia educativa, económica y social. En un clima adverso que hace muy dificultosa la producción agrícola, los finlandeses se han acostumbrado a explotar en forma sustentable la riqueza que poseen. Desde sus recursos forestales hasta la materia prima más valiosa que poseen -su gente-, han logrado un desarrollo extraordinario en materia de telecomunicaciones, electrónica e ingeniería de vanguardia. Y los fundamentos del desarrollo de este país nórdico que forma parte de la Unión Europea apuntan a dos figuras centrales: el maestro y el estudiante.

Podría parecer utópico, pero los resultados nos hablan de una realidad clara. Lejos de preocuparse por los cotos de poder o los escándalos políticos, los finlandeses han orientado sus esfuerzos hacia los cimientos de la sociedad: la gente. Y lo han hecho a partir de priorizar la educación, la ciencia y la tecnología como los elementos que marcarán una diferencia fundamental en la capacidad de las personas. De ahí que las dos figuras centrales sean el maestro y el estudiante, es decir el que guía y el que aprende a construir en la medida en que va avanzando.

Por el lado del maestro, este ocupa un lugar de privilegio. Los docentes son personajes respetados en la sociedad finlandesa, pues más allá de las remuneraciones que reciben por su trabajo –que no son extraordinarias- tienen un estatus alto frente a las demás profesiones, pues se los considera expertos en su tema, apasionados por su trabajo y guías solidarios para la construcción de todo proyecto que encamine hacia el progreso. No cualquiera puede ser maestro en Finlandia: las exigencias académicas y humanas son muy altas, al punto de que sólo uno de cada cuatro postulantes logra ingresar a la Facultad de Educación de Joensuu, en donde se forma a los docentes. Antes de enseñar, necesariamente deben contar con el grado de maestría y, sobre todo, haber demostrado idoneidad y compromiso para encargarse de la tarea de instruir a quienes se encargarán de construir sociedades.

En cuanto a los estudiantes, un hecho llamativo es la confianza que han logrado desarrollar en cuanto a sus capacidades y sus posibilidades de aprendizaje. Para los niños finlandeses, las matemáticas no aparecen como una amenaza como en la mayoría de los países latinoamericanos. Al contrario, seguros de sus competencias, desarrollan habilidades como algo natural, conscientes de que aprender números es parte esencial de la formación. Por eso siempre aparecen en los primeros lugares en las evaluaciones internacionales. Toda la atención educativa se centra en el alumno, por lo que se busca que tenga condiciones óptimas para el aprendizaje: infraestructura adecuada, libertad de pensamiento, fácil acceso a material educativo y hasta un sistema de transporte –a cargo de los municipios- para que no haya inconvenientes a la hora de llegar a las aulas en tiempos de frío. El objetivo de todo esto: facilitar la adquisición de conocimientos.

Y una actitud que debería ser una lección para los países latinoamericanos fue la que adoptó Finlandia en medio de una crisis económica y ante el inminente colapso de su sistema productivo y el sector financiero: ante la caída de la Unión Soviética –su principal socio comercial-, en 1993 la situación finlandesa se volvió crítica: el sector privado estaba casi en bancarrota, el sector financiero quebrado, el desempleo se disparó y el país parecía hundirse. La reacción fue contundente: duplicaron su inversión en ciencia y tecnología –que hoy llega al 4% del PIB- y en menos de 15 años lograron ubicarse a la vanguardia de las telecomunicaciones, erradicar la pobreza y mantenerse en los primeros lugares en materia de desarrollo humano y calidad de vida. Una inversión estratégica en tiempos de crisis hizo que los científicos y los mejores profesionales logren construir proyectos que generen riqueza, empleo y aminoren la pobreza.

La experiencia de este país es fundamental para comprender por qué las economías latinoamericanas no terminan de despegar y siguen siendo incapaces de erradicar la pobreza, la miseria o la marginación. Los finlandeses lograron corregir la desigualdad gracias a la educación, en tanto los latinoamericanos mantenemos una desigualdad más grave que la de África. Y con una inversión pobre, deficiente y corrupta en materia educativa, estamos lejos del 6% del PIB que destina Finlandia y que no sólo es importante en cuanto a la cantidad, sino sobre todo por la eficiencia de dicha inversión.

En Latinoamérica tenemos más riqueza que en Finlandia, más recursos naturales, menos adversidades climáticas y un enorme potencial de crecimiento, pero nos falta trabajar en el capital fundamental: los recursos humanos. La pregunta es: ¿cuándo empezaremos a priorizar la formación de nuestra gente? De la respuesta a esta interrogante saldrán las explicaciones de la situación de nuestra economía.

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

Foto:blogsdelagente.com. Ver aquí

domingo, 20 de noviembre de 2011

El "Buen Fin": oportunidades y fallas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El “Buen Fin” es un periodo de ofertas de un fin de semana (que se realizó en México), que imita una tradición estadounidense en la cual se hacen descuentos importantes a una serie de productos de diversa índole.

La iniciativa es buena, porque se busca incentivar el consumo. Cuando el consumo crece, la economía mejora porque las industrias, los sectores productivos y los comerciales generan ganancias.

No hay datos determinantes hasta ahora, pero los comerciantes estiman que hubo un incremento de 30% en las ventas durante el “Buen fin”. Igualmente, afirman que esto les ayuda a mantener unos 200 mil empleos, lo cual es una muy buena noticia para un país que tiene al desempleo como uno de los principales problemas económicos.

¿Quiénes hacen las ofertas en el buen fin? Grandes tiendas y, sobre todo, cadenas comerciales. Los productos con descuentos: mayormente electrodomésticos, ropa, artículos informáticos, entre otros.

Algo curioso en este caso es que la gente se excede en los gastos al tiempo que considera que está ahorrando, lo cual parece una contradicción.

Hay un endeudamiento que tiende a confundirse con una ganancia: por una cuestión cultural, la gente considera erróneamente a la tarjeta de crédito como un sobresueldo, es decir como una ganancia adicional, cuando en realidad sus ingresos no han aumentado, de manera que tendrá que pagar todo más adelante sin haber logrado una mejoría.

Quien compró ahora, puede que compre menos en Navidad, lo cual implicaría que no hubo aumento en las ventas sino un simple adelanto de las compras navideñas.

Lo malo: la oferta sólo llega desde las grandes cadenas y beneficia a los que tienen cierto poder adquisitivo: los que cuentan con una salario fijo y recibieron adelanto de aguinaldo, los que poseen una tarjeta de crédito y los que pueden darse el gusto de comprar electrodomésticos o hacer compras por cantidades importantes.

Los que no tienen salario fijo y dependen de la economía informal, no tienen las mismas posibilidades de comprar. Y en un país en donde la mitad de la población está bajo la línea de pobreza, en donde la informalidad supera el 60% y en donde los salarios son muy bajos, las ofertas del “Buen Fin” no ayudan mucho, porque las necesidades reales son otras: mejorar los ingresos, comprar alimentos y poder solucionar problemas de subsistencia.

México figura entre los países de salarios más bajos a nivel internacional: un obrero apenas termina la primaria y por eso no puede tener buenos ingresos.

Los descuentos que se necesitan son en otros rubros: en alimentos, en productos escolares, en bienes y servicios básicos y en todo aquello que aliviane la carga de los que menos tienen y más necesitan. Ciertamente hace falta una campaña que incentive el consumo, pero que apunte a los que más necesitan y que no sea sólo en forma esporádica sino con una duración más larga.

El incentivo del consumo no debe pensarse sólo para mejorar las ventas en los grandes comercios, sino para contribuir a atender las necesidades básicas de la gente que más lo requiere.

Si sólo se facilita el consumo de la gente que posee un nivel de ingresos medio y alto, esto no permeará a los estratos donde hay más carencias. Pero, en cambio, si se facilita la adquisición de productos básicos para los estratos en donde está la pobreza, seguramente podremos mejorar la condición de los pobres y subirlos al siguiente nivel.

(*) Periodista y profesor universitario

Comentario económico emitido en el Noticiero de Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán, Jalisco, México.

Noruega: el sueño de un país sin pobres



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Parece difícil visualizarlo. Y hasta suena como una utopía moderna, vista desde las carencias de América Latina. Pero en Noruega lo sienten: es el país donde mejor se vive, con los indicadores de desarrollo humano más altos del planeta; no tiene pobreza, prácticamente ha erradicado la corrupción y goza de los mejores sistemas sanitarios y educativos del mundo. Los estudios dicen que los noruegos son los más felices a nivel mundial, pues tienen la mejor educación, buena salud, seguridad, bienestar y un Estado eficiente que se preocupa por su gente. El desempleo parece más un concepto de manual que una realidad, y el ingreso per cápita se mantiene entre los más altos.


No resulta novedoso que un estudio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ubique a Noruega como el lugar donde hay mejor calidad de vida, pues esto ha venido sucediendo en las últimas tres décadas. Por encima de potencias como Estados Unidos, Japón o Rusia, este país nórdico es una muestra de educación, trabajo y equidad en la generación de oportunidades.

Además del orden, el factor determinante del modelo noruego se encuentra en la educación de su gente. De cada 100 niños que ingresan a la primaria, prácticamente todos terminarán la secundaria. Los índices de deserción escolar son insignificantes, porque todas las condiciones favorecen a la formación. Con los impuestos que pagan -mucho más elevados que los latinoamericanos- tienen asegurado que sus hijos irán a las mejores escuelas, que tendrán asistencia de salud eficiente y segura, y que pueden caminar libremente por las calles, sin la amenaza de la inseguridad. Con un Estado que se preocupa por cada uno de sus ciudadanos, la formación no es una dificultad sino una enorme facilidad: paso a paso van construyendo un profesional a partir de cada niño que va a la escuela.

El manejo estratégico de los recursos es uno de los grandes secretos: con una presión tributaria del 60% -entre 3 y 6 veces más que en Latinoamérica, en donde la presión va del 10 al 20%-, los noruegos se sienten satisfechos por el resultado de sus contribuciones, pues ven los logros en escuelas de primer nivel, hospitales bien equipados y con profesionales idóneos, calles seguras y un sistema de bienestar que impide que su gente caiga en la pobreza. Un ejemplo de la visión estratégica noruega lo tenemos con el petróleo. A partir de su descubrimiento, en 1969, se planificó minuciosamente cómo se explotaría esta riqueza natural y cuáles serían los destinos de los ingresos que se obtuvieran. Hoy, Noruega es uno de los principales productores petroleros del mundo, lo que genera 200 mil empleos, ha desarrollado la industria, así como tecnología de vanguardia en el sector, en tanto sigue invirtiendo los petrodólares en proyectos que beneficien a toda la sociedad.

El modelo noruego no sólo es de explotación de recursos o generación de ingresos, sino que busca la sostenibilidad de la calidad de vida, cuidando el medio ambiente y haciendo que la gente esté en condiciones de producir, que tenga acceso a los conocimientos necesarios para competir y no caer en la marginalidad y la pobreza. Y todo esto es posible gracias a la conciencia de su gente, lo que deriva de una educación de calidad y que permite minimizar la corrupción, las expresiones de violencia, la inseguridad y muchos otros males propios de las sociedades modernas.

El ejemplo noruego, más allá de discutir un ajuste del modelo a nuestros casos particulares, debería permear en nuestros actos en cuanto a lo que podemos hacer a partir de lo que tenemos. Los recursos naturales y los ingresos son enormes: el petróleo en Venezuela, Ecuador y México, el gas en Bolivia, el cobre en Chile y la energía eléctrica en Paraguay, son apenas algunos ejemplos del enorme potencial económico que se tiene, pero que no ha llegado a trascender a todos los estratos de la sociedad, lo que se nota con los indicadores que nos hablan de desigualdad, pobreza, desempleo y atraso.

Nos falta aprender a planificar mejor, a interpretar la dirección de los tiempos y a utilizar nuestros recursos –que nos sobran- para emprendimientos que ataquen el fondo de los problemas: la marginación de numerosos sectores sociales, que no son capaces de conseguir un buen empleo o producir competitivamente, sencillamente porque no tuvieron la posibilidad de educarse. Planificar la sociedad que queremos, aprovechar nuestras riquezas y construir nuestros cimientos sobre la base de lo que somos: parece sencillo, pero no lo hemos hecho hasta ahora. ¿Podemos empezar?

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

Fotografía tomada de Galerías Digital. Ver aquí

domingo, 30 de octubre de 2011

Cultura emprendedora: saber y hacer

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La transformación permanente de la economía, que nos ha llevado en los últimos tiempos a una visión individualista, en donde los empleos formales y a largo plazo están perdiendo terreno frente las iniciativas particulares, nos ubica en un punto en el que todos necesitamos desarrollar una cultura emprendedora que nos permita romper la dependencia de las fuentes tradicionales de empleo, que hoy soy insuficientes para cubrir las necesidades de trabajo. Cada vez resulta más complicado conseguir empleos estables, con proyección a largo plazo y con las condiciones para que se mantenga un nivel de ingresos que asegure una buena calidad de vida.

Y un condicionante aún más poderoso se da con la transición de la riqueza desde las economías primarias y las industriales hacia la economía del conocimiento, en donde todo gira en torno a la capacidad de saber: los empleos mejor pagados no dependen de la manufactura sino de la mente-factura, pues es la generación de conocimiento la que va a la vanguardia en cuanto a generación de riquezas.

En este contexto de pocas oportunidades laborales formales y estables, y de una enorme competencia, se necesita tener mucha iniciativa propia: desarrollar proyectos, proponer ideas, abrir negocios y convertir el esfuerzo en una empresa que genere ingresos y autoempleo. Los sectores públicos están saturados de contratados, las multinacionales tienen periodos cortos de contratación y, en cambio, las microempresas siguen aumentando su presencia y cubriendo una buena parte de las necesidades desatendidas.

La pregunta que debemos hacernos es si tenemos la cultura del emprendedor, del que busca, idea, propone y realiza a partir de lo que tenga. Y tener una cultura emprendedora no implica sólo hacer una microempresa, sino buscar en forma constante la innovación, la alternativa, el progreso y la visualización de los tiempos. Cuando logramos que una sociedad se destaque por sus iniciativas, por sus emprendimientos y por la concreción de proyectos, entonces podemos hablar de que estamos ante una cultura emprendedora, con comunidades inquietas que no se conforman con empleos formales ni oportunidades dependientes del Estado. Pero cuando sólo pocos emprenden y muchos dependen, con iniciativas aisladas se logran resultados aislados y esto deja a diversos sectores a merced de ofertas laborales que sabemos insuficientes.

La economía competitiva actual nos exige ser creativos, visionarios, independientes y autosuficientes en la generación de nuestras oportunidades. Y esto debe impulsar a una cultura emprendedora, en la que no dependamos del Estado, del pariente, el amigo o el correligionario. Al contrario, nos urge una capacidad propia de interpretar los tiempos y visualizar las necesidades y potencialidades de crecimiento, para emprender proyectos y lograr ponernos a la vanguardia en sectores estratégicos.

Sin embargo, un problema de fondo en los países latinoamericanos es que nuestros sistemas educativos son deficientes y nuestros profesionales son poco competitivos, además de que existe un elevado porcentaje de la población que no logra adquirir más que conocimientos elementales. Ante este panorama, nuestra capacidad de emprender siempre estará limitada: por eso la enorme informalidad, pues ante la falta de empleos formales la salida más fácil parece ser el comercio de cualquier tipo de producto, pues falta capacidad para una empresa más ambiciosa. Esto genera emprendimientos endebles, con microempresas sin mucha capacidad de maniobra, a merced de sistemas financieros inflexibles y ante la amenaza constante de que una mala coyuntura acabe con el negocio.

Sin profesionalizar a nuestra mano de obra, sin generar expertos disciplinares, competitivos y visionarios, difícilmente podamos lograr una cultura emprendedora que nos saque de los problemas de dependencia económica de sectores tradicionales. Y ante las necesidades actuales del mercado, esto implicará que muchos segmentos de la población se mantendrán en condición de pobreza, sin empleo o con empleos mal pagados, informales y muy inestables.

Tenemos que enseñar dos cosas fundamentales: a saber, y a saber hacer. El sólo hacer ya no es suficiente para este mundo competitivo.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay

domingo, 23 de octubre de 2011

El ambiente de negocios y la competitividad


Gráfico: Ranking de países con mejor ambiente de negocios. Tomado de Dinero.com. Ver original aquí

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El ranking sobre las facilidades que conceden los países para hacer negocios, elaborado anualmente por el Banco Mundial (BM), nos presenta un panorama digno de un análisis para comprender algunos aspectos fundamentales de la economía: mientras Singapur, Hong Kong y Nueva Zelanda ocupan los primeros lugares como países en los que se puede hacer negocios –debido a las facilidades normativas que tienen-, los latinoamericanos nos encontramos lejos. Como ya es casi una costumbre, el mejor posicionado es Chile en el lugar 39, seguido de Perú (41), Colombia (42) y México (53). En tanto, Paraguay se encuentra en el lejano puesto 102, de un total de 183 economías estudiadas.

En un mundo de una configuración cambiante, en donde los capitales son volátiles y la inestabilidad y el corto plazo forman parte de la coyuntura económica, lograr un clima apropiado para la generación de negocios y la atracción de inversiones es un desafío constante y una necesidad imperiosa. Cuando somos poco atractivos, cuando complicamos los negocios al imponer interminables trámites o cuando la informalidad y la corrupción terminan por generar la percepción de que un país es poco confiable, no sólo perdemos aquello que puede venir de fuera sino que “invitamos” a que las inversiones locales miren hacia otros rumbos en los que haya más facilidades y más certezas.

No es coincidencia que los países mejor posicionados sean los mismos que han comprendido que la competitividad es un factor clave para el progreso, y que para hacer un país competitivo se necesita invertir en la gente y lograr generaciones de profesionales que comprendan los requerimientos de mercados exigentes, de alta competencia y de una innovación permanente. En América Latina aún no hemos podido corregir nuestra informalidad, por lo que no es raro que nuestras regulaciones hayan sido rebasadas y hoy aparezcan como obsoletas frente a un mercado que requiere agilidad, facilidades, y las menores complicaciones posibles a la hora de proyectar un negocio.

Al mirar los resultados extraordinarios que ha logrado Singapur –que hace poco más de 40 años era más pobre que Haití y hoy ha derrotado a la pobreza y es un país rico- no podemos dejar de valorar el cimiento sobre el que se construyó la nueva nación: la educación de su gente. Y con la visión de personas preparadas, se logró una arquitectura de sociedad en donde se produce con más calidad, se respetan las normas y se busca facilitar cualquier actividad productiva que sea beneficiosa para todos. Basta con preguntarse cómo una isla tan pequeña (692 Km2) puede tener un puerto en el que se mueven aproximadamente 180 mil contenedores por semana. El secreto: corrupción cero, seguridad en el manejo de las mercaderías y cumplimiento efectivo en horarios y entregas. Esto es saber cómo organizar un buen ambiente de negocios.

En cambio, las antípodas de un buen ambiente de negocios se encuentran en países informales, poco serios y en donde todo se relativiza. Sin comprender la importancia de una buena regulación, las normas se convierten en instrumentos manipulables que buscan beneficiar a unos pocos a costa de todos. Esto ocurre cuando se invoca un reglamento para entorpecer, amedrentar y, finalmente, lograr una coima, un “arreglo” o algún sistema ilegal de obtención de dinero a costa del que quiere invertir.

Cuando un país tiene un sistema educativo deficiente y no puede planificar un proyecto económico conjunto, el resultado es un cambalache en el que la informalidad, la corrupción y la falta de visión terminan por generar un ambiente de negocios poco confiable. Y en este contexto, es muy difícil lograr una construcción sólida, pues los elementos del conjunto son endebles, individualistas y hasta contrarios. Por ello, no es raro que se invierta mucho en la promoción de las ventajas de un país, en campañas de incentivos fiscales, de ventajas comparativas y que se trabaje mucho en atraer inversiones, para que finalmente la radicación de una empresa se trunque cuando un funcionario pide una coima para proveer energía eléctrica o cuando alguien cambia las reglas de juego en forma inoportuna.

Algo que debemos hacernos reflexionar es cómo podemos construir un país con mejores oportunidades de negocios, con facilidades para las inversiones y, sobre todo, con una economía competitiva. Y no lo lograremos si mantenemos esquemas de regulación obsoletos administrados por funcionarios sin preparación y propensos a hacer dinero fácil a costa de torcer las reglas.

Empecemos por seleccionar mejor a nuestra gente, por formarla, para luego planificar la construcción de una economía que genere facilidades para el desarrollo de emprendimientos, para las inversiones, la generación de empleos y de riqueza. Un buen ambiente de negocios no sale de la norma, sino de la gente que saber cómo utilizar la norma.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 16 de octubre de 2011

La amenaza “nini” y la oportunidad del bono demográfico

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La aparición de la generación “nini” – de los jóvenes que ni estudian ni trabajan- representa hoy en día un desafío enorme para muchos países, que no han sabido generar oportunidades en cuanto a la educación y en cuanto al mercado laboral. En medio de una época marcada por la competitividad y las crisis cíclicas de la economía a nivel global, los países latinoamericanos se enfrentan al contexto de economías en vías de desarrollo, con elevados porcentajes de pobreza, con serias deficiencias en materia educativa y ante la encrucijada de una oportunidad vestida de amenaza: somos favorecidos por el bono demográfico, pues contamos con una población joven, pero corremos el riesgo de lograr una generación sin educación, sin capacidad de competir y sin herramientas para construir una sociedad mejor.

El malestar social se representa con millones de jóvenes que no solo están siendo excluidos de los sistemas formativos, sino que ven cómo los mejores empleos, las mejores oportunidades y la generación de riqueza se vuelven lejanos y cada vez menos alcanzables. Un ejemplo claro lo tenemos en México, en donde hay más de 7 millones de ninis que hoy ponen en entredicho al sistema educativo y que amenazan con convertirse en una generación perdida que termine cayendo en la informalidad y dañando seriamente la economía y los cimientos de la sociedad. Lo mismo podemos observar en otros países latinoamericanos, en los que vemos jóvenes limpiando parabrisas o haciendo piruetas en las calles para conseguir dinero, debido a que no tienen la posibilidad de conseguir un empleo mejor.

No solamente nos enfrentamos a jóvenes que no trabajan ni estudian, sino que hay una pérdida notable de la vinculación de los jóvenes con las esferas de decisión y de competitividad. Con un universo de escasas palabras por la carencia de lectura, hablando un lenguaje diferente al de los gobernantes, sin argumentos y con una enorme seducción por la frivolidad, la juventud nos hace un pedido de ayuda. Basta con ver los índices de lectura o los temas que preocupan a los jóvenes para comprender lo mal que estamos. Y basta con haber leído y escuchado las opiniones en torno al referéndum sobre el voto de paraguayos en el extranjero: sin argumentos, con desconocimiento de lo que representan las remesas y mencionando la corrupción de oídas, sin más conocimiento que el rumor, la poca preparación se nota –mucho- a la hora de argumentar. Y se notará con mayor fuerza a la hora de competir en un mercado laboral exigente y excluyente.

Hay dos frentes claros que debemos atender: el sistema educativo y el mercado laboral. Lo que al Paraguay le urge es atacar lo primero, porque de lo contrario de nada servirá lo segundo.

Un joven que no estudia tiene limitadas esperanzas en un mercado laboral competitivo: no puede acceder a cargos especializados, no desarrolla capacidad emprendedora ni puede ubicarse en lugares directivos o bien pagados. Más bien está a merced de lo que le ofrezcan: cualquier empleo informal, mal pagado, en condiciones de explotación y sin las mínimas condiciones de seguridad social.

Al no capacitar y no dar oportunidad en el mercado laboral, se termina empujando a los jóvenes hacia la informalidad –primero- y hacia la economía delictiva –segundo-. En México esto está carcomiendo a una sociedad que no ha podido minimizar la pobreza ni ofrecer oportunidades para salir de ella. Muchos jóvenes, sin estudios ni esperanzas, prefieren empeñar su vida para la obtención de dinero fácil proveniente de la delincuencia, pues se sienten marginados de los empleos formales y honestos.

En el caso del Paraguay, se cuenta hoy con el bono demográfico, pues el 62% de la población tiene menos de 30 años. Esta situación es una ventaja enorme y contrasta con las enormes necesidades de los países europeos, que tienen poblaciones envejecidas y requieren mano de obra joven.

Si no iniciamos ahora un proceso de inclusión en los sistemas educativos, de mejoramiento de la educación y de una capacitación competitiva con miras al mercado laboral, en una década lamentaremos encontrarnos ante una generación perdida, poco competitiva, sin visión de país y a merced de su propia incapacidad. Esto sería fatal para la proyección del país, pues quedaría con una economía más precaria que la que tenemos, con menos capacidad de maniobra y con una enorme dependencia de la mano de obra no calificada.

Por el contrario, si logramos una generación competitiva, aprovechando el bono demográfico, las expectativas de crecimiento de la economía en la siguiente década aumentarían de manera notable, y con ello se podrían reducir indicadores que hoy son nefastos: pobreza, desempleo, exclusión y miseria.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cuatro consejos para escribir noticias sobre economía

Por Andrea Martínez/Centro de Formación en Periodismo Digital

Al escribir noticias sobre temas de economía en lo primero que se debe pensar es a quién se dirige la información, señaló el especialista Héctor Claudio Farina Ojeda: “Hay que pensar si el público es general o especializado, es decir, si tiene noción o no sobre economía”.



Una vez que se identifica el tipo de receptor se diseña la forma de presentar la información, que puede ser un gráfico, una nota, una imagen o una descripción, añadió quien fuera periodista de economía en el diario La Nación de Paraguay.

El actual coordinador de la Licenciatura en Periodismo de la Universidad de Guadalajara, también explicó que se puede llegar a una escritura estándar pero eso implicaría que algunos entiendan y que otros, por tener un conocimiento más profundo, opinen que hacen falta más datos.

En cuanto a la búsqueda de información, Farina Ojeda dijo que el periodista debe atender las siguientes cuestiones:

1. Entender cómo funciona la economía
2. Comprender los conceptos básicos de la teoría económica
3. Saber leer e interpretar bases de datos y sacar estadísticas
4. Comparar información y números

Esto le permite al periodista hacer preguntas pertinentes a las fuentes de información. Además, permitirá que un periodista de economía no cuestione generalidades y asuntos intrascendentes; por ejemplo que pregunte por información que puede obtener en la búsqueda de manuales o tablas de indicadores.

Una vez que se considera esto, se tiene que pensar en el mensaje. Según Farina Ojeda, lo primero que se debe atender en este punto es la sencillez del lenguaje.
Esto significa que se deben aclarar y explicar los términos que la gente no pueda entender. También hay que considerar que se debe dar a los receptores de una noticia de economía puntos de comparación, para que dimensionen la importancia de los datos.
Añadió que las comparaciones deben referirse a periodos concretos similares: “Si no hacemos eso recitamos datos, pero no hacemos periodismo de economía”.

Andrea Martínez para el CFPD

Fuente: Centro de Formación en Periodismo Digital. Ver original aquí

domingo, 9 de octubre de 2011

La reorientación de gastos hacia inversiones

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una paradoja cíclica en los países subdesarrollados es que carecen de recursos para financiar los proyectos que los saquen del subdesarrollo, al mismo tiempo que despilfarran gran cantidad de recursos debido a la mala administración, lo que los ancla en una situación de improductividad, carencia y sobrecostos. Se gasta mucho en la forma, pero no se invierte en el fondo. Se corrigen problemas superficiales, pero no se solucionan los estructurales. Y se vive arrastrando costos innecesarios y gastos no productivos, mientras se postergan las inversiones realmente urgentes para superar el atraso.

Una radiografía de nuestros gastos e inversiones en América Latina posiblemente nos escandalizaría al mostrarnos las enormes incoherencias que tenemos a la hora de administrar nuestros recursos. En un país como Bolivia, que debería apuntar al primer mundo por su enorme riqueza energética, se pierden millones de dólares al año porque venden el gas sin procesar, debido a la falta de capacidad de refinación. En lugar de la pérdida por no tener refinerías y gente capacitada para ello, debería invertirse en estos dos aspectos para ahorrar y evitar un costo mayor. Lo mismo le pasa a México, que pierde millones por no poder refinar el petróleo para convertirlo en gasolina, por lo que el 40% de su producción petrolera termina siendo industrializada en Estados Unidos, en donde se queda la ganancia por la conversión de materia prima en producto terminado.

En este contexto, el Paraguay es un ejemplo de mala administración de recursos, de gastos improductivos y de postergaciones de las inversiones urgentes. Los gastos en cuestiones proselitistas son elevados, al igual que en el mantenimiento de sistemas obsoletos que no ocasionan más que pérdidas. Se gastan millones para sostener una estructura manejada por funcionarios no aptos, pero no se invierte en la formación profesional que permita hacer eficientes los procesos y ahorrar costos.

Con una enorme riqueza cementera y con un país por construir, vivimos a merced de las pérdidas que se tienen todos los años por los costos de mantener la obsoleta fábrica de la Industria Nacional del Cemento en Vallemí, mientras bastaría con una inversión estratégica para hacer una fábrica eficiente y competitiva, que no detenga su producción cada vez que falla alguna maquinaria carcomida por los años. Y en lugar de mantener a funcionarios políticos, debería priorizarse la inversión en la formación de técnicos que puedan mejorar la competitividad y hacer que se saque provecho de la enorme riqueza que hoy se desperdicia.

En el país de la energía eléctrica, resulta un absurdo grosero que las discusiones giren en torno a la contratación de 2 mil funcionarios sin capacidad para manejar un ente, mientras que lo que debería plantearse es la formación de cuadros dirigenciales de élite que conviertan al país en un modelo de aprovechamiento de la riqueza energética. Se despilfarran millones en cargos y en cuoteos políticos, pero no se apunta a una inversión que nos ahorre pérdidas. Formar a técnicos especializados en el exterior representa un costo ínfimo frente a todo lo que perdemos por la negligencia.

Que solamente en Asunción se reparen 40 mil caños rotos por año es una barbaridad, pues sabemos que todos los años volveremos a cargar con los mismos costos y seguiremos con una infraestructura obsoleta. Mantener costos millonarios en parches nos lleva a la misma situación del negocio del bacheo: tapar agujeros todo el tiempo, para que con la primera lluvia aparezcan los cráteres que destruyen nuestras calles y que nos obligarán a seguir perdiendo recursos sin lograr ningún avance.

Se engordan los presupuestos con el pago de personal no apto, se generan sobrecostos, se vive a costa de parches y encima se carga con la pérdida de las empresas que no son rentables porque no funcionan correctamente y que deben salvarse…con el dinero de la gente.

El reto para construir un país en serio pasa por dejar de lado gastos innecesarios y reorientarlos hacia formaciones estratégicas: formar cuadros dirigenciales de élite, planificar construcciones a largo plazo, aprovechar mejor los recursos para formar especialistas y hacer un rediseño de nuestros gastos e inversiones. Reemplazar los gastos corruptos por una inversión planificada e inteligente bastaría para hacer del Paraguay un país de mayores oportunidades y menos atraso.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 2 de octubre de 2011

Un país por construir: desafíos y potencialidades

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El auge económico del año pasado, en el que se tuvo un crecimiento record de 15,3%, parece no tener coincidencia con los datos que provienen del sector de la construcción. Ante un súbito aumento en la generación de riqueza, podríamos suponer que ello detonaría la inversión en obras, con un consecuente salto favorable en la industria de la construcción. Con un país por construir, en el que hay enormes potencialidades y mucha necesidad de obras y generación de empleo, la línea lógica de crecimiento debería apuntar hacia un fuerte desarrollo de todas las construcciones que se necesitan.

Sin embargo, los problemas recurrentes y paradójicos de la falta de cemento –en el país que cuenta con la mayor cuenca cementera de la región-, la escasez de varillas, la falta de materia prima y la desaceleración de ciertos sectores de la industria, nos muestran el otro lado de la moneda, en el que se notan la falta de visión de la construcción de un país y la incapacidad de una planificación del rumbo económico que nos permita lograr desarrollo y sostenibilidad. Mientras tenemos todo por construir, nuestro proceso de construcción se da a los tumbos, con golpes de coyuntura, con inversiones aisladas y con mucho dinero perdido en parches que no solucionan problemas de fondo.

La mediterraneidad del Paraguay, que representa un sobrecosto del 43% para las exportaciones, debería obligarnos a construir en forma urgente carreteras, puentes, caminos y todo tipo de infraestructura vial para mejorar las comunicaciones y elevar la competitividad del país. No solo estamos ante la necesidad de construir para incentivar la generación de empleos, sino para la proyección de una economía competitiva, que tenga las condiciones que hoy requiere un mundo globalizado. Pero, a pesar de las necesidades y potencialidades, seguimos padeciendo la carencia de cemento y los constantes frenos a la industria de la construcción, que se grafican con la caída de casi 10% que sufrió el sector en el segundo trimestre de este año.

El Paraguay sufre por la carencia de rutas en buen estado, por la inestabilidad de su economía y por la incapacidad de generar empleos que ayuden a contrarrestar los elevados niveles de pobreza. Y, curiosamente, cuenta con los recursos para combatir estos malestares, pero faltan ideas, planificación y capacidad de gestión.

En un país en donde tenemos todo por construir deberíamos empezar por aplicar la inteligencia y la autogestión para la explotación de recursos y para cubrir las demandas. Bastaría con planificar un sistema de carreteras para comunicar a las comunidades nacionales con las principales rutas para el comercio en la región, para detonar la demanda en el sector de la construcción e incentivar su desarrollo. Se pueden encontrar muchos mecanismos de financiación, desde el sistema de concesiones hasta la decisión política de hacer de la construcción de obras una inversión estratégica para el desarrollo, la mejor comunicación, la creación de empleos y el mantenimiento de un dinamismo económico propio que nos proteja de eventuales recesiones.

Tenemos que dejar de depender de préstamos internacionales y de proyectos esporádicos, para hacerlo todo en forma planificada y con visión de largo alcance. Las ciudades y los pueblos que requieren comunicación, deberían promover sistemas de autogestión y autofinanciamiento para construir obras de infraestructura. Un buen convenio entre una ciudad y la industria cementera nacional, para pavimentar las calles con cemento, podría servir para obligar a la INC a que modernice sus obsoletas fábricas, que mejore su competitividad y que se convierta en una empresa eficiente. Si pavimentamos las calles con cemento nacional lograremos varias cosas: generar demanda para la INC, crear empleos, facilitar las comunicaciones y, sobre todo, hacer que los recursos propios se conviertan en generadores de riqueza, la misma riqueza que puede invertirse en el interior del país, para potenciar lo que tenemos.

En un país por construir no podemos estar a merced de la negligencia, la corrupción en empresas estatales o la ineficiencia para planificar. Dejemos de depender del asfalto que no tenemos, para potenciar el cemento que nos sobra. Con buenos proyectos y con una utilización estratégica de nuestros recursos, podemos lograr una década de obras, de crecimiento económico y de mejoramiento de la capacidad de competir. No necesitamos de nadie más que de nosotros mismos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La economía a merced de la carne

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El notable éxito que han tenido la producción y la exportación de carne en los últimos años nos habla claramente de la enorme potencialidad que se tiene en el país para competir, ganar mercados y generar empleos y riqueza. Cuando se trabaja en forma seria, competitiva y planificada, los resultados pueden verse en materia de calidad de lo que producimos y en cuanto a los beneficios generados en la población. Sin embargo, como una curiosidad recurrente, los paraguayos nos hemos acostumbrado a vivir de rubros exitosos específicos, aunque tengan un lapso de brillo marcado por una coyuntura que se acabará inexorablemente.

La mala noticia de la detección de casos de fiebre aftosa, además de representar un duro golpe para toda la economía nacional, nos devuelve a una realidad que no hemos terminado de enfrentar: la poca planificación económica y la falta de una proyección a largo plazo nos mantienen en una dependencia de ciertos rubros que, al sufrir algún tropiezo, ponen en jaque la estabilidad de la oferta de empleos, de la generación de ingresos y el bienestar de muchas familias. Convertimos a la carne en un rubro exitoso e hicimos de las exportaciones la segunda fuente de ingresos del país –sólo por debajo de la soja- pero ante un problema grave como el cierre de mercados debido a la aftosa, se perciben con más fuerza la falta de competitividad en muchos otros sectores que deberían aportar más a la economía.

Pasó lo mismo con el periodo de efervescencia por la construcción de Itaipú, hasta que con el fin de las obras se empezó a resentir el ambiente económico, con la disminución de los empleos y el menor dinamismo propio. El algodón es otro ejemplo, mediante el cual se acostumbró al ingreso periódico de dinero a través de un rubro, al tiempo que se sufría la carestía cuando había una mala cosecha. Como heredera de la tradición, la soja se volvió el producto estrella, con los consuetudinarios bajones a la economía con cada sequía, con cada mala cosecha o con la disminución de los precios de las materias primas en el mercado internacional.

Basta una mirada a nuestra tradición económica para comprender que tenemos graves carencias en cuanto a factores vitales para competir en un mundo globalizado: nos falta una planificación seria que nos lleve a formar generaciones de personas capacitadas y competitivas, que abonen a desarrollo de la competitividad en diferentes sectores de la sociedad. La riqueza de las naciones se sustenta sobre la capacidad de su gente y sobre la capacidad innovadora que se tiene para hacerle frente a las necesidades de adaptarse a las exigencias de los mercados.

Esa falta de planificación y competitividad ha hecho que desarrollemos una dependencia excesiva hacia ciertos rubros, por lo que basta con el cierre de algún mercado, con alguna traba comercial o con un mal año para el campo, para que terminemos sintiendo efectos nocivos en cuanto al crecimiento de la economía, los ingresos, los empleos y los salarios. Todo esto nos vuelve demasiado vulnerables a los factores externos, que no podemos controlar pero que son parte del tablero de la economía global.

Las enormes pérdidas que se avizoran debido al cierre de mercados para la carne, así como los toques de alerta que siempre se perciben ante una amenaza climática, deberían ser suficientes para que replanteemos todo el concepto que tenemos de la economía de un país.

Lo primero que debemos hacer es invertir en la competitividad del país, lo que quiere decir construir una base sólida a partir de un mejoramiento de la educación y de la formación de profesionales en distintos ámbitos. Con la capacidad de innovar, de planificar y emprender, podemos iniciar un proceso de diversificación de la producción y de los empleos, para no depender siempre de los mismos rubros.

En este mundo tan globalizado y competitivo, hay que seguir las ideas del economista Jeremy Rifkin, quien dice que ante un mercado tan inestable hay que desarrollar más habilidades y más conocimientos para poder maniobrar y hacerle frente a los cambios constantes que limitan el desarrollo de los que sólo saben hacer una cosa.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay,

martes, 20 de septiembre de 2011

Ecos: el desafío de contar historias para la gente










Por Héctor Farina Ojeda (*)

Siempre es bueno comunicarse. Escribir, hablar, comprender e interpretar. Parece algo básico y elemental, pero en un mundo tan comunicado, como una paradoja en medio de tanta tecnología, parece que hemos perdido una buena parte de nuestra capacidad expresiva y la comunicación con el otro. Nos enviamos más mensajes, vemos más televisión y nos conectamos más por medio de una computadora con Internet, pero compartimos menos. Y ante este mundo paradójico, recuperar la palabra y la capacidad de contar historias de la gente y para la gente se vuelve una necesidad y un enorme compromiso.

Es así que como un compromiso y una necesidad surgió la Revista Ecos, con el objetivo de convertirse en una voz en el interior del Paraguay. En un esfuerzo conjunto por contar historias y compartir conocimientos para mejorar nuestra sociedad, las plumas fueron trazando líneas que llegaron desde distintas figuras y diversos lugares. Desde el interior del Paraguay o de la capital, desde Argentina o Brasil, desde México o desde cualquier lugar en donde se tenga algo que decir para compartir, el conocimiento se ha plasmado en las páginas de esta iniciativa que busca acercar a la gente y mostrar un camino en el que todo se puede construir con nuestro esfuerzo.

Pasaron ya tres años desde que Ecos recorre los rincones del Paraguay. Primero fue en soporte impreso en papel, distribuyendo ejemplares por el territorio paraguayo, hasta llegar a las escuelas de Brasil y Argentina. Y ahora, con la trascendencia de lo digital, llega a todo aquel que quiera leer, sin importar en qué sitio se encuentre. Las voces se han vuelto conjuntas, atemporales y de alcance global, pero siempre están fluyendo con sus historias.

Teniendo siempre presente las vivencias de Roa Bastos y su escritura desde la lejanía, no he dejado de escribir sobre el Paraguay: ubicado en México, comparto mis pensamientos escritos en la Universidad, en mi casa, en algún café, un aeropuerto o desde un camión que me ayuda a reflexionar mirando el paisaje pasar. No importa la distancia cuando la palabra puede unirnos, puede hacer que compartamos ideas y pensemos en los que nos falta para construir una comunidad menos injusta y más equitativa.

La oportunidad de compartir desde la distancia, sintiendo la esencia paraguaya con cada comentario y cada respuesta, es un aliciente para saber que siempre es posible construir una nación mejor desde cualquier punto. Lo importante es colaborar, reflexionar, sumar ideas y buscar la manera de concretar proyectos que apunten a revertir males como la pobreza, el analfabetismo o el conformismo.

Me siento agradecido con Ecos, por permitirme ser parte de esta iniciativa. Propongo hacer de las ideas y la reflexión una fuente de incentivo para el mejoramiento de la educación: con aportes, propuestas y con mucha comunicación, se pueden construir los cimientos de una formación educativa que nos permita mayores oportunidades en un mundo que nos exige mucho conocimiento. Hay mucho por aprender, por compartir y apropiar. Y para estos fines, una buena lectura, una buena idea y un buen intercambio de conocimientos son fundamentales.
Tenemos que hablar más con la gente, contar historias de la gente y hacer que sea precisamente la gente la que pueda imaginar una sociedad mejor para todos. Ese es el reto.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en la Revista Ecos, de Paraguay, en el marco del tercer aniversario de esta publicación.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Remesas y generación de riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La crisis en la economía europea, que golpea al euro, así como la crisis de Estados Unidos, en donde hay una desaceleración y una incapacidad de generar empleos para cubrir las necesidades, constituyen toques de alerta para los países latinoamericanos, no sólo por los potenciales efectos de contagio generalizado sino por el golpe a sectores específicos de los que se depende mucho. Un caso representativo es el de las remesas, que en los últimos años se han erigido como una fuente de ingresos importante para alimentar a las economías.

Las remesas son el fruto del esfuerzo y el trabajo de las personas que tuvieron que emigrar en busca de oportunidades laborales que ayuden a mejorar o mantener su nivel de vida. Detrás de cada dólar o cada euro que llega desde el exterior, hay historias de mucho sacrificio, de nostalgia, de familias fragmentadas y de condiciones laborales difíciles en países ajenos. Y cada moneda que llega implica un reconocimiento del esfuerzo de los migrantes y un cuestionamiento fuerte hacia la responsabilidad de los gobiernos en cuanto a la generación de condiciones para que las personas puedan acceder a empleos y sobreponerse a males endémicos como la pobreza y la exclusión.

Desde hace un tiempo, la historia de América Latina es la historia de la dependencia económica a factores externos que no podemos controlar: ante la incapacidad de consolidar economías dinámicas y autónomas, ha emergido el modelo de expulsión de mano de obra hacia países en donde hay más oportunidades laborales. Pero, curiosamente, en lugar de cuestionarnos y de proponer soluciones de fondo para fortalecer nuestros países, ha crecido la dependencia de esa riqueza que llega de la mano de aquellos que tuvieron que irse. Hoy, las remesas son demasiado importantes y hasta se las considera un factor contra la pobreza, en un cínico desvío de responsabilidades de parte de los gobiernos, que deberían priorizar la formación de su gente y no la dependencia de ingresos ajenos.

Países como México o los centroamericanos se ven amenazados por la crisis que soporta Estados Unidos, pues hay un freno en la economía y se están perdiendo empleos en sectores estratégicos para los migrantes, como en la industria de la construcción. En tanto en Sudamérica hay preocupación por la crisis española y los efectos nocivos de la economía europea, pues esto implica una directa disminución de las remesas. Estamos ante una dependencia que debería escandalizarnos y hacer que nos replanteemos qué tipo de economía debemos construir para no vivir a merced de lo que escapa a nuestros manos.

En este contexto de globalización, de economías competitivas y de urgencia del conocimiento, un país pequeño como el Paraguay no puede quedarse anclado en el modelo de dependencia de remesas y de expulsión de mano de obra. Esto no implica renunciar a las remesas, sino hacer una planificación que nos lleve a lograr una economía dinámica, generadora de empleos y riqueza, y, sobre todo, en crecimiento sostenido y equitativo. Y para esto hay cosas que se pueden hacer desde el ámbito en el que nos encontremos: direccionar los ingresos de remesas hacia la educación, para pasar de una generación de mano de obra poco capacitada hacia una generación de profesionales que sepan crear riqueza a partir de su propio conocimiento.
Las remesas deben utilizarse como factor para el desarrollo y no para el mantenimiento de la pobreza y la exclusión. Seguir percibiendo ingresos como si fueran dádivas que serán despilfarradas sólo hará que la gente siga emigrando para mantener el mismo círculo de sobrevivencia. Pero, si aprendiéramos a valorar el esfuerzo de los migrantes y hacer que sus ingresos se conviertan en proyectos productivos, en una inversión estratégica en la educación o el desarrollo de microempresas que generen empleos, podríamos romper el ciclo de la dependencia y en un futuro no lejano ya no tendríamos la necesidad de salir en busca de trabajo en países lejanos y bajo condiciones hostiles.

Que la irresponsabilidad de los gobiernos al depender de remesas para disimular la ineficiencia de atender a la gente no nos contagie. Desde nuestra pequeña economía familiar podemos aprender a redirigir los recursos hacia la construcción de un futuro económico menos dependiente: invertir en nuestra gente, en nuestra educación y desarrollar emprendimientos propios son una urgencia. No sólo necesitamos más trabajo, sino más inteligencia para aprovechar los resultados del esfuerzo y el sacrificio que hacemos todos los días.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La independencia económica


Por Héctor Farina Ojeda (*)

En un mundo globalizado, de economías interrelacionadas y de mucha dependencia de factores externos, lograr la independencia económica de un país representa una ventaja enorme para las aspiraciones en cuanto al progreso, el desarrollo y el aseguramiento de las condiciones de vida de la gente. Y para una economía pequeña, como la paraguaya, tener independencia, capacidad de autogestión y dinamismo propio, se convierte en una necesidad imperiosa para hacerle frente a los riesgos en el mercado global.

Cuando un país tiene competitividad, cuando reúne condiciones favorables para producir con calidad, con buenos precios y para posicionarse en los mercados, entonces tiene más libertad que aquellos que no reúnen estos factores. Un país se vuelve independiente cuando su gente se siente independiente, cuando las personas se sienten capaces de producir competitivamente, de construir, diseñar y de trabajar profesionalmente en todo aquello que será beneficioso.

En América Latina nos acostumbramos a vivir dependiendo de factores externos, como las compras del petróleo, las limitaciones a las exportaciones de materia prima o la importación de la tecnología que no somos capaces de producir. En un país de una economía gigantesca como México, resulta crítico que la dependencia de Estados Unidos sea demasiado elevada: el 80% de las exportaciones mexicanas van al mercado norteamericano, en tanto los ingresos por petróleo, las remesas y el turismo dependen de la situación de los estadounidenses. Esto hace que, paradójicamente, teniendo tanto potencial, México viva atado a las coyunturas de su vecino del norte.

La necesidad nos exige hoy pensar en fortalecer nuestras economías y hacer que sean sólidas, autosuficientes y dinámicas, en lugar de volátiles y dependientes. En el Paraguay tuvimos una época de independencia económica y podemos recuperarla ahora, sobre la base de una planificación con miras al futuro.

Lograr romper el aislamiento de la mediterraneidad por medio del fortalecimiento del tráfico aéreo, mejorar la competitividad de los productos para ganar mercados y diversificar los destinos de exportación –para romper la dependencia del Mercosur-, así como aprender a explotar mejor la riqueza natural que tenemos, son sólo algunos pasos que debemos dar para iniciar nuestra independencia.

No podemos seguir dependiendo de las minucias que paga Brasil por consumir la energía eléctrica que nos corresponde, sino que debemos aprovechar este potencial energético para la instalación de industrias electrointensivas, para el fortalecimiento de las empresas paraguayas y para el desarrollo de sistemas de transporte menos contaminantes, más rentables y más eficientes. Nos urge potenciar la capacidad productiva de nuestros agriculturores, ganaderos y microempresarios, para que puedan sacar provecho de los recursos naturales y de las enormes oportunidades que tenemos en una economía del conocimiento, de manera que no queden a merced de oportunistas que hacen dinero a costa de nuestra ignorancia.

Para lograr una independencia económica necesitamos primero reforzar nuestra propia capacidad de hacer, de planificar, administrar y emprender. Y eso sólo se logra con una fuerte inversión en materia educativa, que nos ubique en un mejor lugar en el contexto de la economía del conocimiento, en donde la generación de riqueza ya no depende de la fuerza de la mano de obra, sino, precisamente, del conocimiento.

El dinamismo propio de la economía hoy depende del conocimiento de la gente, de la preparación y la visión de oportunidades en un mundo globalizado. Para independizar la economía y lograr ser autónomos, primero debemos lograr la independencia del pensamiento, para ser libres de prejuicios a la hora de planificar el destino del país. Si hoy iniciáramos la tarea de planificar y construir una economía independiente sobre la base de la inversión en la capacitación de la gente, posiblemente en una década ya veríamos grandes resultados y dejaríamos de lado muchos de los males que nos aquejan.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay

domingo, 4 de septiembre de 2011

El costo de la informalidad

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía es el fiel reflejo de la gente que la compone, de sus costumbres, virtudes y vicios. En sociedades informales, donde el cumplimiento de cualquier norma o pauta de conducta es relativo, los resultados que se ven en la economía no pueden ser distintos: mercados informales, poca seriedad, credibilidad baja y niveles de confianza insuficientes. Todo esto es un coctel que hace que nos vean con desconfianza para invertir, proyectar y emprender.

Relativizamos las reglas, incumplimos acuerdos, nos creemos muy vivos cuando evadimos una norma y hasta hacemos alarde de genialidad cuando burlamos algún esquema que busca ordenar el caos. Cuando quieren cobrar peaje para reparar una carretera, le encontramos la vuelta para eludir el puesto de pago, de la misma manera que los empresarios buscan la vuelta para no cumplir su parte, tal como lo hace el empleado que sabe hacer la vista gorda cuando le conviene o el funcionario fiscalizador que está presto a no hacer su trabajo si es que lo persuaden con un aporte. Cada uno se cree el listo de la historia, cada quien cree engañar al otro, todos se creen ganadores. Pero el costo es vivir en sociedades empobrecidas, poco creíbles y poco confiables.

Como en un cambalache moderno, se cambia una informalidad por otra, un truco por otro más artero, y hasta adaptamos la ley de la oferta y la demanda a la medida de la poca seriedad. A todo emprendimiento serio se le crea un camino informal, toda iniciativa tiene su interpretación relativista y toda regulación puede ser omitida conforme a las necesidades del cliente, el compadre o el amigo.

Informales hasta la médula, desde el paso por el sistema educativo, en donde todo se relativiza, en donde se puede cambiar un proceso de enseñanza-aprendizaje por un paso esporádico por un aula, en donde algún profesor finge seguir la regla para no respetarla a conveniencia. Profesionales de fachada y hasta de título, pero negligentes por oficio. Poco competitivos en resultados, pero tentadores en la oferta: pseudomédicos que ofrecen curas milagrosas a bajo costo, que terminan traspasando la culpa a los incautos que se dejan tentar bajo las reglas de la falta de reglas. Todo se vuelve informal, todos se echan la culpa, pero hasta eso puede relativizarse. Hasta en eso se encuentra el atajo, el camino chueco, el engaño y la finta.

La informalidad se ha incrustado en nuestro comportamiento, como si fuera un rasgo cultural, a tal punto que la exhibimos hasta con cinismo e impudicia. Como el letrero que vi en un restaurante de México: “En caso de que quiera factura, se le cobrará el IVA”. Es decir, la misma gente asume que la oferta informal es más barata porque evade impuestos, porque no garantiza calidad o porque sencillamente es la forma de burlar esquemas de control.

Ser informales, ser incapaces de ser serios nos implica un costo demasiado elevado. Vivimos en sociedades que han perdido la visión y la planificación a largo plazo, porque sencillamente lo planificado no será cumplido y terminaremos encontrando la manera de evadir responsabilidades por medio de un arreglo, un camino más corto, un truco o una artimaña que nos ahorre esfuerzo.

En una América Latina impregnada por lo informal, no es raro que nos quejemos de que no haya servicios eficientes, una educación de calidad y atención sanitaria para todos. Pero, curiosamente, somos poco serios a la hora de contribuir, de pagar impuestos, de exigir y dar el ejemplo… de la misma manera que los que administran los recursos son poco serios para cumplir, para transparentar, y terminan malversando nuestras oportunidades y nuestro destino.

Pagamos el costo de la informalidad cuando no llegan inversiones, cuando no confían en nuestro sistema torcido de reglas a la hora de emprender o cuando terminamos escamoteando cada proyecto que parecía beneficioso. Pero luego nos quejamos de la falta de trabajo, del poco profesionalismo con el que nos tratan los funcionarios y de la increíble falta de respeto que nos tienen como consumidores. Jugadores de un ajedrez de reglas nominales pero manipulables, sólo nos ofendemos cuando nos sentimos en jaque, pero minimizamos los males cuando atacamos y destruimos cualquier intento de seriedad.

La transformación de una sociedad empieza por los cimientos, aquellos que configuran la esencia de la gente: su educación y su actitud ante los problemas cotidianos. Esa transformación hacia un modelo menos informal y más serio es la que tiene a Chile como su principal ejemplo en América Latina. Con una economía planificada, con una visión de futuro, con una fuerte inversión en la educación y con un respeto a las normas, este país avanza firme contra la pobreza y el atraso.

Combatir nuestra propia informalidad y promover una actitud de más compromiso y responsabilidad, son fundamentales a la hora de pensar en un país planificado, serio y con un rumbo definido. La economía lo agradecería y nosotros nos agradeceríamos al ver los resultados económicos que podemos obtener dejando de lado la costumbre de torcerlo todo, relativizarlo todo y reducir lo serio a lo informal.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.