domingo, 27 de abril de 2008

La ruptura de la desesperanza

Por Héctor Farina (*)

El histórico paso dado el pasado domingo, cuando por medio de la elección de la gente se decidió cambiar el rumbo del país y dejar atrás 61 años de gobierno colorado, tuvo en la actitud de los paraguayos a su mejor exponente: se demostró que se puede cambiar, que se tiene el poder de elegir y que la convicción individual y de todo un país vale más que seis décadas de frustración y desesperanza. Ni las amenazas, ni el temor, ni los sobornos, ni los intentos de fraude, ni ninguna de las trampas acostumbradas pudieron frenar el deseo de cambio de una sociedad harta de tanta injusticia.

El Partido Colorado llegó al poder en 1947 y en poco tiempo empezó a construir una estructura que le permitiría enquistarse en el Gobierno. Y ese empotramiento del quiste purulento parecía definitivo e interminable durante los 35 años de dictadura de Stroessner, cuando la mano implacable del tiranosaurio dejó oprimida la esperanza de generaciones de paraguayos, sin más ilusión que la del exilio. Fue una dictadura feroz que le hizo creer a mucha gente que era imposible pensar en un gobierno sin el Partido Colorado, sin las Fuerzas Armadas apuntando sus cañones hacia la gente a la que debería defender, sin policías represores de pensamientos y acciones. Muchos paraguayos nacieron y murieron sin ver más que el país del tiranosaurio, y muchos otros se mantuvieron agonizantes creyendo que la opresión no terminaría de irse, sino que volvería una y otra vez disfrazada pero con el mismo rostro.

Cuando cayó el dictador en aquel recordado despertar de febrero de 1989, se sintió un renacer de la esperanza en la gente, pero la euforia empezó a desvanecerse cuando nos dimos cuenta de que en realidad el sistema se mantenía, que estaban todos los súbditos e hijastros políticos del tirano, con sus mismas mañas, su corrupción, su falsedad y sus mecanismos de opresión y de afrenta a un pueblo demasiado sufrido. Los remanentes de la dictadura seguían golpeando a los paraguayos, herederos de un pasado sin educación, con pobreza y con una enorme desesperanza. Se hicieron varias elecciones, pero se seguía votando por los colores, por el clientelismo, porque regalaban unas monedas o porque había que apoyar a los oficialistas para acceder a un cargo en la función pública.

Pero llegó el 20 de abril de 2008. Entonces, una sociedad cansada, harta de tanta corrupción, de la pobreza, la miseria, la falta de educación, las mentiras, la falta de oportunidades y el atraso, decidió poner un punto final en esta historia y empezar a construir otra nueva. Fue la gente, por medio de su voto, de su convicción, la que logró romper con la desesperanza a la que nos acostumbraron los colorados durante incontables años de angustia. Fue ese poder del ciudadano que decide cambiar, que confía en su convicción y que rompe la apatía, el que logró traer aires esperanzadores a un país. Fueron esos gestos, esa confianza, esa intención de no rendirse ante lo mismo y de no sucumbir ante el pesimismo, los que marcaron el punto de inflexión en la historia política paraguaya y hoy trazan el horizonte de un país que quiere renacer y sobresalir.

Aunque por muchos años el pesimismo asfixió las esperanzas de cambio, la actitud honesta de un pueblo hoy confirma aquella sentencia de Roa Bastos que dice que “únicamente se liberan los libres”. Empecemos a ejercer con más fuerza nuestra libertad, promoviendo cambios positivos, valorando la honestidad, exigiendo respeto de parte de nuestros gobernantes y apostando fuertemente por la educación y el trabajo. Para consolidar un cambio verdadero en el país, se requiere que establezcamos mecanismos de promoción de la educación, del empleo y la salud, así como sistemas de castigo implacable para los corruptos, los que roban y se enriquecen a costa de empobrecer a los demás.

Ya hemos roto las cadenas de la opresión y hemos superado a la desesperanza. Ahora tenemos que construir todos, con gente honesta y preparada, para no volver a caer en el gatopardismo, en un estado tal en el que solo se cambia para que todo permanezca igual que antes.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

domingo, 20 de abril de 2008

Más allá de las elecciones

Por Héctor Farina (*)

Las elecciones presidenciales de este domingo son una convocatoria general en la que los ciudadanos tenemos la obligación de decidir, por nosotros mismos, cuál es el país que queremos. No se trata de un mero ritual ni de la simple elección de opciones en una papeleta, sino de encaminar responsablemente los pasos que queremos que tome el Paraguay en los próximos años. Podría ser un punto de inflexión en la historia, una muestra de la vigencia del eterno retorno, un signo de madurez, de cansancio, irresponsabilidad o apatía, pero lo cierto es que la decisión depende de cada uno y de todos.

Nuestra responsabilidad como ciudadanos y como paraguayos empieza con la decisión en las urnas, pero no se agota en el hecho de haber votado, sino que debe extenderse a todos los ámbitos de la vida pública y las acciones cotidianas. Esa responsabilidad debe apuntar a marcar un giro radical en nuestra actitud que nos permita recuperar nuestro poder como ciudadanos y nuestra autoestima como nación. Se trata de hacer respetar nuestros derechos, de ponerle un alto de una vez por todas a la desfachatez, la corrupción y la manera grosera en la que se manejan los bienes públicos y en la que se juega con la vida de las personas y con el destino de un país.

Gane quien gane, los ciudadanos deben hacer valer su poder como soberanos, como contrapeso de las autoridades, como contralores y participantes activos en la construcción del país. No se puede esperar sentado mientras desde el Gobierno se toman las decisiones importantes, pues no se mejora con dejar la conducción en tales o cuales manos sino con las acciones concretas que se realizan para superar los problemas que aquejan a la ciudadanía y vencer a las carencias. Y es el ciudadano el que debe exigir, presionar y cuestionar para que se atiendan los temas importantes, como la educación, el empleo y la salud.

Propongo que, gane quien gane, los ciudadanos asumamos la responsabilidad de no tolerar a ningún corrupto o persona de dudosa honestidad en los puestos públicos importantes, que no se permita el nombramiento de politiqueros, oportunistas y avivados que sólo se presentan a cobrar su “cuota política” sin más preparación que la del ladrón que espera la oportunidad para meter la mano en la bolsa ajena. Pido que no aceptemos más que a gente con preparación y honestidad al frente de ministerios, entes públicos, binacionales y otros estamentos. Y que nuestro rechazo, nuestro repudio y nuestra protesta se hagan sentir con fuerza ante el menor intento de nombrar a sinvergüenzas, charlatanes y estafadores en cualquier institución pública.

La propuesta apunta a establecer un sistema para sancionar con más fuerza a los que roban, malversan o se aprovechan del poder para beneficiar a unos pocos. Pero la sanción ética o moral debe ser inmediata desde la ciudadanía, de manera tal a no permitir que se siga robando mientras los ladrones se escudan en la burocracia para seguir llenando sus alforjas y alejarse después como si nada hubiera pasado. La presión de la ciudadanía debe apuntar también a que haya mecanismos legales de sanción efectiva a los corruptos, para que no haya legisladores que puedan violar lo que se les antoja amparados en fueros, o funcionarios que usan los bienes públicos para beneficio personal. Pero el primer paso es la exigencia individual y social, la intolerancia con la corrupción, desde los pequeños actos.

Y propongo que asumamos la educación como responsabilidad nacional, desde nuestro papel de individuos y como sociedad, desde tomar la iniciativa de leer y promover la lectura hasta debatir y exigir el cumplimiento de medidas estructurales que nos saquen del atraso. Como, por ejemplo, demandarle con fuerza al Gobierno que por lo menos duplique la inversión actual en educación y que se controle la aplicación efectiva de los recursos. En la medida en que nosotros mismos, como responsables de nuestros actos, empecemos a construir con honestidad, a exigir seriedad, a condenar la corrupción y a comportarnos como una sociedad seria y exigente, podremos aspirar a marcar el punto de inflexión que nos aleje de un país atrasado y nos acerque a uno mejor.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

domingo, 13 de abril de 2008

Entre el descontento y la responsabilidad

Por Héctor Farina (*)

El descontento generalizado de una sociedad afectada por la pobreza, la escasez de empleo, una educación deficiente y arcaica, y -sobre todo- por los sistemas de corrupción que sistemáticamente han robado oportunidades y esperanza, se encuentra ahora en un momento estratégico para su canalización en las elecciones presidenciables de la próxima semana. Más allá de las quejas estériles, de los lamentos y los gritos sin sentido, las urnas serán el receptáculo de las frustraciones y esperanzas, del poder que deben ejercer los ciudadanos para marcar el rumbo que se quiere para los próximos cinco años.

Las elecciones sorprenden al Paraguay en un momento álgido de su historia en el que se mezclan años de pobreza y frustración, el dolor de familias fragmentadas por el exilio económico, las campañas proselitistas populistas y la amenaza de que tras un ritual electoral se sigan manteniendo los mismos esquemas de corrupción y miseria. Con un partido político que gobierna al país desde hace más de 60 años –35 de ellos bajo la dictadura de Stroessner-, con 19 años de una “transición” que todavía no tiene destino conocido, con una oposición que no termina de convencer, y con promesas de cambio no sustentadas sólidamente en programas serios, el futuro cercano sigue siendo incierto aunque el síntoma más claro es el cansancio de la gente.

Ese descontento de la ciudadanía se nota en el éxodo de los paraguayos, que prefieren probar suerte en algún lugar desconocido antes que vivir soportando los males que arrastra el país desde hace décadas. Se nota en la falta de participación, en el desinterés hacia los temas importantes como la educación, en la creencia de que las cosas seguirán igual por más que uno intente mejorar, en la falta de convicción para cuestionar, proponer y empezar a construir por cuenta propia sin esperar el apoyo que nunca llegó.

El cansancio y el descontento se reflejaron en México, un país que fue gobernado durante 71 años por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que en las elecciones del año 2000 cedió el paso a la alternancia, más bien por el castigo de la gente que por los méritos de la oposición. Ese mismo descontento se siente hoy en el Paraguay, ante un Partido Colorado -el que más tiempo tiene en el poder, en todo el mundo, tras la caída del PRI- que en seis décadas no ha podido sacar al país del atraso ni generar condiciones para que la gente viva dignamente. Y ese descontento podría marcar un punto de inflexión en la política paraguaya, aunque todavía falta transformar el hartazgo en algo concreto, en una actitud sólida que nos lleve a construir un país mejor y no sólo a darle el beneficio de la duda al otro.

Pero no se trata sólo de procurar un cambio como consecuencia del descontento, sino de asumir la responsabilidad histórica que nos corresponde como ciudadanos. Se trata de elegir lo que consideramos mejor para todos y no sólo para los oportunistas, de negarse a seguir tolerando actos de corrupción, de no extenderle cheques en blanco a los sinvergüenzas, de no dejarse sobornar por regalos y promesas de los que sabemos que no buscan más que su propio beneficio.

La responsabilidad de los paraguayos hoy comienza con definir en las urnas cuál es el país que queremos y en manos de quiénes dejamos las riendas del gobierno. Y nuestra responsabilidad consiste no sólo en elegir, sino en convertirnos en contralores, cuestionadores y participantes activos en la construcción de una sociedad mejor. Se debe exigir respuestas concretas, planes serios para hacer crecer la economía, un sistema efectivo que garantice una educación competitiva y sobre todo honestidad en el manejo de los bienes públicos. Los ciudadanos deben ser el contrapeso de las autoridades y no sólo esperar que se colme el vaso del hartazgo para manifestar con actos nuestro descontento.

(*) Periodista

domingo, 6 de abril de 2008

Palabras errantes, realidades lejanas

Por Héctor Farina (*)

No dijeron nada nuevo. Las promesas de los candidatos a la Presidencia de la República del Paraguay no pasaron de la repetición de palabras errantes, de frases articuladas que se ajustaron al show mediático que se vio en América Latina por medio de la transmisión conjunta de CNN y el Sistema Nacional de Televisión (SNT). No hubo debate ni cuestionamientos. Faltaron las preguntas ácidas y las respuestas contundentes, así como las aclaraciones que hicieran aterrizar los discursos en algo más concreto que el afán proselitista, oportunista y efímero.

El foro de los presidenciables acaso sirvió para que los espectadores de países latinoamericanos recibieran una pincelada superficial de los planes de los aspirantes a gobernar el Paraguay en los próximos cinco años, así como para “informar” a algún que otro paraguayo en el exterior desconectado de los ruidos políticos del país. Pero no sirvió para dar respuestas claras ni indicar el camino que ofrecen, quizás por el formato rígido de la televisión, por el escaso tiempo que los condenó a recitar sus versos en rima alternada, por la falta de verdaderas propuestas o por la aviesa intención de no demostrar más que aquello que haga presumir a los incautos que tienen planes que podrían mejorar la realidad de todo un país, aunque se olvide la mejoría luego de las elecciones.

Las frases trilladas y las promesas esperanzadoras no lograron sin embargo ocultar el divorcio del discurso y la realidad, la lejanía de las palabras con respecto a su posible concreción en hechos. Ni siquiera se estableció una prioridad para los paraguayos y una manera efectiva de atenderla. Hasta resultó simpático cuando se tocó el tema de la educación, como si el tema fuera propio de una historia fantástica y no de una realidad doliente, como si quisieran divertir con las propuestas y no proponer medidas concretas.

Imagínense a Lino Oviedo prometiendo que la educación será “su obsesión”, en medio de sus conflictos con el idioma que impidieron la articulación de un discurso claro, ante la indocilidad de las palabras que no se dejaban domar para fluir en correcto español. O imaginen a Blanca Ovelar hablando de combatir el analfabetismo si gana las elecciones, cuando fue parte del mismo gobierno que no supo educar y que prometió “analfabetismo cero” en el 2008 (creo que se referían a este año). En tanto Pedro Fadul dijo que hay que recuperar al Ministerio de Educación para la educación y no para la politiquería, con lo que los politiqueros perderían uno de sus temas favoritos para el proselitismo, así como verían afectada la cantera de donde salieron el último presidente y la última candidata oficialista.

Pero en otros temas tampoco dejaron muy claras las cosas, como cuando Lugo -quien llamó la atención por su seriedad y por romper la monotonía de los trajeados sin la necesidad de recurrir al uniforme verde olivo, la boina o la guayabera- habló nuevamente de la renegociación de Itaipú y de la reforma agraria, pero sin establecer los pasos y mecanismos concretos para lograr los objetivos. Todos coincidieron en la necesidad de combatir la corrupción y de sanear la Justicia , pero dijeron lo mismo que se esperaba, lo que sabíamos y no vale la pena repetir, salvo si lo hacen para demostrar con autoridad moral y con credibilidad que efectivamente combatirán los flagelos y tomarán medidas que devuelvan la seriedad y la honestidad a las instituciones.

El reto que tienen los electores en el Paraguay es ver más allá de las palabras errantes de los candidatos y de las realidades lejanas que prometen, para vincular los proyectos a una probabilidad cierta de cumplimiento. No hay que dejarse engañar por los que siempre mienten, por los que prometen lo que sabemos que no cumplirán, por los que representan promesas desmentidas por sus actos, ni por los que ofrecen realidades que no existirán más que en forma de esperanza mientras dure la campaña proselitista.

Es hora de asumir una actitud cívica honesta que nos lleve a elegir al más creíble de los candidatos, a quien efectivamente trabaje en forma seria para mejorar el país. Y la sociedad debe ser no sólo la que elige, sino la que controla, exige, cuestiona, indaga y hace respetar sus derechos. Todos juntos debemos marcar el punto de inflexión que marque la divisoria clara entre un país atrasado y uno que efectivamente trabaja por superarse.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/