lunes, 25 de julio de 2011

La cultura paraguaya y la economía

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Max Weber (1864-1920), economista y sociólogo alemán, decía que había una estrecha relación entre la forma de comportamiento de los protestantes y los resultados que se veían en materia económica. En su famoso libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, establecía ciertos hábitos y comportamientos de los protestantes que favorecían el éxito en cuanto a emprendimientos económicos. La austeridad, la convicción de que el trabajo es necesario, la racionalidad, entre otros, son rasgos que propician un buen desempeño en el mundo laboral y en la generación de riqueza.

Si intentáramos establecer una relación entre los hábitos y costumbres inherentes a la cultura paraguaya y la proyección hacia la economía, la gran pregunta que deberíamos hacernos es cómo nuestra forma de comportamiento incide en la generación de riqueza y en la proyección económica. Y al pensar en esto, debemos hacer un balance de nuestras actitudes hacia temas fundamentales como la educación, la innovación y la capacidad de emprender proyectos.

En este sentido, uno de los aspectos nefastos para el desarrollo de la economía es el conformismo. En una sociedad de individuos conformistas, en donde el deseo de superación e innovación no detonen el desarrollo, la capacidad de crecimiento que se tiene es siempre muy limitada. Los paraguayos tenemos mucho de conformistas cuando como respuesta a un conflicto nos resignamos a decir que “así nomás luego tiene que ser”, o al hacer siempre las cosas a medias (vai vai) bajo la consigna de los que demás también hacen lo mismo. El mal hábito de no querer progresar se percibe cuando se busca la manera de echarle la culpa a otro de lo que uno mismo no es capaz de hacer, como si con eso se lograra erradicar los problemas.

Si analizamos el comportamiento que se tiene en cuanto a la valoración de la educación en el país quizá comprendamos muchos de los males que se reflejan hoy en el entorno económico. La desidia y el desinterés de los gobiernos hacia el sistema educativo conllevan una mala o escasa formación de profesionales, malos niveles de competitividad y, por ende, bajas probabilidades de lograr un desarrollo económico que combata efectivamente la pobreza, la desigualdad y la marginación. Lo mismo ocurre con la actitud de la gente: cuando un joven no se toma en serio su formación, cuando el proceso educativo se vuelve un ritual y cuando sólo se busca dar un cumplimiento formal al paso por un aula, sin desarrollar competencias ni habilidades, el resultado se traduce en la formación de futuros desempleados, de trabajadores poco competitivos y de ciudadanos con malas aptitudes para emprender proyectos.

Al hurgar en nuestros hábitos no podemos dejar de ver que el andar cansino, la despreocupación y la tendencia a conformarnos con lo que tenemos tienen efectos nocivos para la proyección económica.

Sin embargo, cuando pensamos en algunos rasgos que a menudo resaltamos en las batallas deportivas, como el sacrificio, la entrega, la resistencia y el coraje de enfrentar a rivales poderosos con la confianza puesta en la propia capacidad, deberíamos buscar la relación con el accionar cotidiano y con la forma en que pueden convertirse en fuentes dinamizadoras de la economía y de nuestra capacidad de hacer. Esa actitud voluntariosa, desafiante, pretenciosa y hasta soberbia, deberíamos enfocarla hacia cuestiones fundamentales para el país: desde mejorar todos los procesos educativos hasta la capacidad de emprender, innovar y ser competitivos en cada uno de los trabajos que nos toque desempeñar. Hay que ser más intolerantes con vicios como la pereza, la desidia y la corrupción. Y en contrapartida hay que apelar a la cultura de la crítica, de la exigencia y del sacrificio por encima del facilismo, el compadrazgo y el amiguismo.

Nuestros hábitos y nuestros comportamientos no sólo dicen quiénes somos, sino que definen muy claramente hacia dónde queremos ir. Si prevalecen los rasgos malos, no podemos esperar más que malos resultados en la economía. En cambio, si incubamos las buenas actitudes y las convertimos en el motor de la economía, los resultados seguramente nos recordarán las reflexiones de Weber.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.


Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay

sábado, 23 de julio de 2011

Mejorar el tráfico aéreo, una necesidad estratégica


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La mediterraneidad del Paraguay constituye una limitación importante para muchos ámbitos de la vida nacional: el comercio, el transporte y la economía en general sienten los efectos nocivos de no tener una salida propia y depender del paso por territorio ajeno para llegar a otros mercados. Ante esta situación desfavorable, la reacción más imperiosa es la de buscar la manera de facilitar las comunicaciones y el transporte, con miras a superar las barreras de la mediterraneidad. Y una empresa casi obligada en este sentido es el desarrollo del tráfico aéreo como alternativa eficaz para incrementar la competitividad y facilitar ingresos en rubros como el comercio y el turismo.

Sin embargo, una mirada a las condiciones del sistema del transporte en el país nos habla de que tenemos una urgencia no resuelta: hay una pérdida de independencia aérea, los aeropuertos están en mal estado, no hay mucho tráfico, los costos de los vuelos a Paraguay son elevados y resulta muy complicado llegar desde cualquier parte del mundo.

En este sentido, uno de los motivos de asombro de los extranjeros cuando me preguntan sobre cómo llegar hasta Paraguay es lo complicado que resulta llegar. Además del elevado costo de los pasajes, el que decida emprender un viaje debe enfrentar una serie interminable de escalas, demoras y trámites de todo tipo. Basta un solo ejemplo para graficar la situación: viajar desde México hasta Asunción es toda una odisea. El costo de un pasaje aéreo hasta Paraguay es más elevado que uno a Europa. Y no solo cuesta más caro, sino que es más complicado llegar, pues mientras al viejo continente salen vuelos directos a cada rato, hacia nuestro país salen vuelos esporádicos y con escalas obligadas en uno o varios puntos de Sudamérica, lo que puede implicar como mínimo un día de viaje.

La necesidad imperiosa de facilitar el tráfico aéreo y abrir el camino hacia el país contrasta con la falta de una visión estratégica para hacer que el país recupere soberanía aérea y deje de estar inmerso en las limitaciones del aislamiento. Y la falta de una política estratégica se nota en muchas de las iniciativas buenas que terminaron siendo inaplicables. Teniendo condiciones ideales como la ubicación privilegiada en el corazón de Sudamérica, con la cercanía de las principales capitales de la región, con las bondades del incremento del tráfico aéreo a nivel mundial, y con un clima favorable que hace operativos los aeropuertos durante todos los días del año, no se logró concretar el proyecto de Cielos Abiertos, que podría ser una salida a muchos inconvenientes.

Convertir al Paraguay en un centro de tránsito de cargas y pasajeros no es una idea mala, pero se requiere de una política de Estado que involucre a los diferentes sectores y que nos lleve a pensar más allá de los beneficios sectoriales. Con un sobrecosto de 43% en las exportaciones –debido a la mediterraneidad-, con serias limitaciones para el comercio y con una urgencia de posicionar al país como destino para el turismo o para el paso de mercaderías, no podemos seguir perdiendo el tiempo en discusiones de tinte político antes que estratégico.

Hay que facilitar de todas las formas posibles el incremento del tráfico aéreo, para enlazar el Paraguay con el resto del mundo. No es posible seguir a merced de la oferta extranjera de vuelos, con un tráfico esporádico, caro y complicado. No debemos seguir despreciando nuestras condiciones favorables y perdiendo millones de dólares por la incapacidad de saber planificar, organizar y ejecutar una política que sería beneficiosa para todos.

El país tiene mucho potencial para explotar, pero ello no será posible en la medida en que siga siendo una tierra de difícil acceso para todo aquel que quiera hacer negocios o turismo. Hay que incentivar a las aerolíneas a que operen en Paraguay para incrementar el tráfico y con ello bajar los costos de los vuelos, así como debemos mejorar la operatividad los aeropuertos, minimizar la burocracia y hacer que la conexión con el país no sea una odisea sino una oportunidad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 10 de julio de 2011

Construcción de imagen y marca país

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La construcción de una imagen referencial del Paraguay en el exterior es una de las muchas tareas pendientes que tenemos como país. Erróneamente, se cree que tenemos una mala imagen en el exterior y que todos nuestros defectos y los aspectos negativos son los que predominan. Sin embargo, la realidad es que prácticamente no hay mucho que cuestionar de la imagen del país porque somos poco conocidos y porque en el exterior no cuentan con información suficiente para poder formarse una idea certera de quiénes somos, qué hacemos y qué pretendemos ser.

La imagen del país ante el mundo es una construcción no hecha. Nos conocen por algunas referencias, por nuestros futbolistas y nuestra participación en campeonatos mundiales, por algunos representantes de las letras, la cultura y el arte o por la imagen de alguna representante de la belleza nacional que sea capaz de llamar la atención de las cámaras en algún evento. Pero no tenemos una marca país, una imagen construida para que nos vean como referentes en cuanto a productos, a turismo, inversiones o progreso. Falta esa vinculación directa del nombre “Paraguay” con alguna capacidad, talento, producción competitiva o atractivo turístico que haga que seamos una referencia en algo, que nos valoren y nos aprecien.

Construir una marca país es una necesidad para ubicarnos en el contexto de un mundo globalizado, en donde no es suficiente tener riquezas naturales o saber producir, sino figurar, competir, ganar mercados y preferencias. Trabajar en esto implica explotar mejor muchos de los rubros en los que somos competitivos pero poco conocidos y, por consecuencia, no valorados en la justa dimensión. Una marca país implica un fuerte trabajo en cuanto a marcas de exportación, promoción turística, política exterior, atracción de inversiones, promoción de actividades culturales en el exterior y una constante campaña de difusión sobre la naturaleza y las bondades que ofrece el país.

Los países desarrollados son muy cuidadosos con el posicionamiento de su marca país y por eso construyen una imagen que los represente ante el mundo. Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Australia, Nueva Zelanda y otros han sabido relacionar el nombre de una nación con los potenciales que tienen para ofrecer. Basta con mencionar el chocolate para establecer una relación con Suiza, o hablar de tecnología para saber que el referente en este rubro es Japón. París es sinónimo de turismo, de luz, la Torre Eiffel y de muchas construcciones antiguas magistralmente descritas por Víctor Hugo. Y todo esto es una invitación al turismo, al comercio y la curiosidad.

En América Latina también tenemos casos importantes de posicionamiento, como los productos costarricenses que tienen el sello de “orgullosamente tico” o el café que con el apellido “colombiano” es sinónimo de exquisitez. O cuando se menciona al Brasil y las referencias que siguen son el futbol, el carnaval, las playas y las mujeres hermosas, aunque también podría ser una referencia de pobreza, de las favelas, la desigualdad y la violencia extrema que deriva en unos 50 mil homicidios por año. Pero de estos aspectos negativos no nos enteramos, pues la promoción se encarga de posicionar lo atractivo y de crear una imagen positiva.

El Paraguay tiene hoy el gran desafío de construir una imagen país y una marca país, sobre la base de la explotación de todo el potencial y la riqueza que tenemos. El país es el octavo exportador de carne del mundo y la calidad de la carne paraguaya está entre las más reconocidas; tenemos la mayor hidroeléctrica del mundo y deberíamos promocionarnos para convertir al país en el referente de todo tipo de producción e innovación sobre la base del consumo de electricidad, desde los autos eléctricos hasta los sistemas de trenes y mecanismos de producción alternativos.

Tenemos una de las tierras más fértiles del mundo, lo que debería llevarnos a ser conceptuados como el granero más sano del planeta. Tenemos el ka’a he’ê (stevia) que debemos aprovechar para referenciar al Paraguay como el lugar originario del único edulcorante natural y hacer que la calidad del producto se vincule directamente con nuestra tierra.

Paraguay no tiene mala imagen en el exterior, pues carece de ella. Hay que construirla en forma inteligente y sostenida, haciendo que la calidad de lo que producimos, que nuestro talento y las virtudes de nuestra gente sean los referentes que se proyecten en el pensamiento de las personas cada vez que escuchen o lean el nombre del país.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estatregia”, del diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 3 de julio de 2011

El desarrollo de habilidades frente al mercado laboral

Por Héctor Farina Ojeda (*)

En un libro bastante provocador, que lleva el sugestivo título de “El fin del trabajo” (1995), el economista estadounidense Jeremy Rifkin nos confronta ante un mundo en el cual hay una pérdida generalizada de empleos debido a la incorporación de la tecnología como reemplazante de la mano de obra humana. En un mundo que requiere de más productividad, la tecnología ha facilitado los procesos de producción y ello está generando desempleo y un desplazamiento de los trabajadores hacia empleos más precarios.

Nos encontramos en un proceso de revolución tecnológica que implica una modificación de las formas de empleo, en un contexto que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman define como “tiempos líquidos”, en donde todo es inestable, difuso, efímero y sin proyección a largo plazo. En otras palabras, vivimos en sociedades en donde el mercado laboral se ha vuelto inestable y muy cambiante, por lo que nuestra forma de prepararnos para el trabajo también debe modificarse.

Ante un mercado laboral tan inconsistente que nos condiciona a cambiar de empleo en numerosas ocasiones, Rifkin dice que tenemos que desarrollar más habilidades. Y en este caso, el desarrollo de las habilidades implica no sólo aprender a hacer cosas diferentes en el trabajo, sino lograr un mayor grado de competitividad en nuestras respectivas profesiones. Todo esto tiene como fundamento la capacitación de los recursos humanos, con miras a tener la suficiencia necesaria para adaptarse a los cambios y exigencias del mundo laboral.

Pensemos en lo que hoy en día le pasa al ingeniero industrial, que además de atender las necesidades de su trabajo tuvo que aprender a dirigir una empresa, a realizar funciones administrativas y a desarrollar mecanismos de comunicación más efectivos para relacionarse con los potenciales clientes. O al abogado que, además de conocer de leyes y de procedimientos, ahora debe saber gerenciar, administrar, planificar y comunicar. Debe saber cómo utilizar las tecnologías y cómo aprovecharlas para optimizar su trabajo. Lo mismo pasa con el economista que también es docente, investigador, comunicador, consultor, microempresario y eventualmente corredor de bolsa: tuvo que ampliar su margen de actividades para mantener un nivel de ingresos y una ocupación plena.

En este contexto, al observar la conformación de la riqueza que hoy se genera en el mundo, encontraremos que existe una marcada concentración en el sector de servicios, en donde se generan prácticamente las dos terceras partes de la riqueza. En cambio, los sectores de producción primaria concentran menos del 5% y el resto corresponde a la industria. La tendencia mundial indica que hay una marcada migración de los empleos hacia sectores que requieren un mayor grado de cualificación y un nivel mucho más elevado de conocimientos. Esto nos habla de la imperiosa necesidad de abandonar sistemas obsoletos de producción y apuntar hacia una capacitación de primer nivel para nuestros recursos humanos.

Para hacerle frente a las necesidades de un mercado laboral tan inestable, que nos obliga a cambiar de empleos en forma periódica, tenemos que aprender a optimizar nuestros conocimientos y a incrementar nuestra capacidad de innovación y de desarrollo de habilidades. Ya no basta con pasar por un aula universitaria durante cuatro o cinco años, pues ante los avances tecnológicos y las mutaciones en el mercado laboral los conocimientos quedan obsoletos en poco tiempo.

La capacitación profesional que hoy se requiere es continua y multifacética, desde la especialización hasta el desarrollo de habilidades diferenciadas. Pero no se logrará formar recursos humanos aptos, acordes a las exigencias de un mundo competitivo, si se mantiene una situación en la que el 60% de la Población Económicamente Activa puede considerarse dentro de la franja del analfabetismo funcional o de la mano de obra bruta no calificada.

Los empleos de hoy exigen niveles elevados de formación y muchas más habilidades que hace años. Debemos enfilar hacia la economía del conocimiento, hacia la competitividad y hacia una optimización de nuestra capacidad de hacer.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del diario La Nación, Paraguay.

El ahorro y la capacidad emprendedora

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El empleo y la pobreza son dos de los males que hoy en día más aquejan a la sociedad mexicana desde el punto de vista económico. A la incapacidad de generar suficientes puestos de trabajo para atender las necesidades de los 2.5 millones de desempleados y de los jóvenes que se suman todos los años al mercado laboral, tenemos que añadirle que por lo menos la mitad de la población vive en condiciones de pobreza y que dos terceras partes de la economía se encuentra en la informalidad.

Ante este panorama, una de las recetas habituales es buscar la generación del autoempleo y de emprender proyectos propios que contribuyan a generar riqueza propia, sin depender de los puestos de trabajo formales que se ofrecen en las entidades públicas o en las grandes empresas. Pero detrás de la necesidad de emprender, hay un problema de fondo que limita notablemente la capacidad de invertir en una microempresa, de establecer un pequeño comercio o de innovar: la falta de una cultura del ahorro. Sólo en uno de cada cuatro hogares existe la costumbre de ahorrar por lo menos una parte del ingreso, y sólo uno de cada diez mexicanos tiene un registro de sus ingresos, deudas y ahorro, lo que nos habla de mucha informalidad para ahorrar.

No tener la costumbre del ahorro implica no tener capacidad de reaccionar rápido ante los imprevistos, como las enfermedades o los accidentes, así como no poder planificar proyectos a mediano y largo plazo por cuenta propia.

Ciertamente hoy en día es difícil ahorrar en México debido a varios factores, como el desempleo, los malos salarios, la pobreza que obliga a vivir atendiendo sólo necesidades básicas en forma diaria, y el contexto de recuperación de una crisis que ha dejado muchas deudas. Pero también es cierto que en la medida en que las personas incrementan sus ingresos, también incrementan sus gastos para elevar rápidamente sus condiciones de vida, sin tener la previsión de destinar una parte de sus ganancias al ahorro.

El problema de fondo es que sin ahorros se carece de la capacidad de financiamiento para impulsar proyectos que generen autoempleo: no se puede desarrollar una microempresa, no se puede abrir un negocio ni concretar ideas que pueden ser muy valiosas para generar riqueza. Y ante esta incapacidad de ahorrar, un emprendedor debe buscar fuentes de financiamiento externas y eso no es nada fácil en un país en donde la informalidad es muy elevada.

Un microempresario informal que quiera financiamiento no podrá obtener recursos del sistema financiero, pues no reunirá los requisitos que exigen las entidades financieras para conceder créditos. Entonces, al no contar con ahorros propios y al no poder acceder al sistema formal, el camino que queda es el de los préstamos informales, que generalmente implican una usura, tienen un costo demasiado elevado y por ello terminan por hacer inviables muchos de los buenos proyectos que hay en cualquier comunidad.

A pesar de la difícil situación económica que atraviesan millones de familias, se debe hacer un esfuerzo para instaurar una cultura del ahorro que nos lleve a guardar una parte de los ingresos con miras a desarrollar proyectos que generen beneficios. El ahorro moviliza a las sociedades y por ello es fundamental que aprendamos a aprovechar mejor los flujos de ingresos.

Se podría ahorrar de las remesas, de los flujos de dinero provenientes del turismo, recortar gastos innecesarios y hacer que esos ingresos vayan sumando un fondo que posteriormente sirva para financiar nuestros propios proyectos. La recomendación es ahorrar por lo menos el 10% de todos nuestros ingresos en forma constante.

Estos pequeños ahorros pueden convertirse en el sustento del funcionamiento de la economía de un país, tal como lo demostró Japón, un país que sabe ahorrar, invertir y generar riqueza a partir de sus propios ingresos.

(*) Periodista y profesor universitario
Comentario económico para Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán