sábado, 27 de abril de 2013

El anclaje presupuestario

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El cíclico retorno de las promesas electorales enfundadas en nuevos rostros, con discursos sobre temas comunes y demasiado conocidos por quienes sienten en la piel las carencias de un país, ya no representa novedad. Aunque en el fondo, ilusos de la coherencia o soñadores de realidades factibles pero no fácticas, todavía quedan los que buscan ver planes económicos, estrategias para el desarrollo, iniciativas efectivas para la construcción de una mejor sociedad o para al menos levantar a la alicaída calidad de vida. Pero resulta difícil imaginarlo en un país con un presupuesto que es propiedad de los gastos rígidos, de la prebenda y la corrupción, sin dejar más que la esperanza para las palabras románticas que se dedican a la educación, la salud, la reducción de la pobreza o la inversión en infraestructura.

Mientras Paraguay marcha hacia atrás en el ranking del desarrollo humano (del puesto 109 pasó al 111) y se posiciona como el más rezagado en la región, al tiempo que la competitividad sigue en los niveles más bajos (puesto 116 de 144 naciones, según el Índice Global de Competitividad 2012-2013) y, por si fuera poco, apenas tiene el 6% de la red vial pavimentada, la ironía del presupuesto nos dice que no queda para invertir en lo que más se necesita. Es decir, lo que el Estado tiene para invertir se destina en su casi totalidad a los gastos rígidos, según los datos del Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep) y el Centro Superior de Estudios de Administración y Finanzas Públicas (Cemap). Esta situación de ingresos comprometidos deja poco margen de maniobra para cualquier inversión de las que más urgen: educación, infraestructura, salud, y ciencia y tecnología.

La coyuntura favorable para la economía prevista para este año, en el cual se estima un crecimiento superior al 10%, podría llevarnos a pensar en un incremento de las recaudaciones que ayuden a oxigenar las finanzas y a conceder un poco de margen para el uso de los recursos. Pero sin planificación, sin una estrategia definida y, sobre todo, sin un destino como nación, el resultado también parece digno del prodigio de un mago viejo que ya no sorprende: aparecen más recursos, se suman los gastos rígidos, los improductivos y el porcentaje siempre inflado de la corrupción que le quita el aire a un país que busca oxígeno.

En este contexto, en donde tenemos recursos comprometidos con salarios, jubilaciones, deudas y otros, y en donde sabemos a ciencia cierta que como resultado de un proceso electoral brotan de la nada compromisos partidarios, deudas políticas y favores que pagar, resulta difícil pensar que aquellas promesas, tan alegremente enunciadas en plena campaña, ahora encuentren un sustento real y una fuente de financiamiento para volverse realidades.

Sin una clara propuesta de inversión en cuestiones estratégicas, que venga acompañada de un desanclaje del presupuesto, es decir que ya no sean recursos presos de la rigidez, difícilmente podamos esperar que Paraguay mejore sus niveles de calidad de vida, que reduzca la pobreza o que eleve la competitividad de la economía. El país necesita duplicar o incluso triplicar su inversión en materia educativa, así como multiplicar con velocidad los kilómetros de pavimentación de la red vial. Y nos urge dejar la nula inversión en ciencia y tecnología, para formar a generaciones que nos ayuden a innovar y dejar el atraso. Pero para todo esto se requiere de una planificación minuciosa que nos lleve a reorientar los recursos hacia los sectores que realmente impulsen la economía y mejoren las condiciones de vida de la gente.

Si se aprovecha el auge económico previsto para los siguientes años para reorientar los gastos rígidos e improductivos hacia las inversiones estratégicas, seguramente en poco tiempo comenzaremos a ver resultados. La pregunta es si realmente existe la intención de liberar el presupuesto para destinarlo a lo que productivo o si, simplemente, seguirá el viejo juego de recaudar para que nunca alcance para lo importante.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializa en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

Lo estructural y lo electoral


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las discusiones y propuestas recurrentes en tiempos electorales siempre apuntan a los temas importantes para el mejoramiento de la sociedad, pero generalmente sólo los abordan desde el punto de vista discursivo mediante el cual se exacerba la ya devaluada palabra, con miras a cautivar sin comprometerse. De esta manera, abundan temas como la educación, el empleo, el combate a la pobreza, los sistemas de salud pública, la infraestructura, entre otros, en un contexto en donde las declaraciones tienen un fuerte tinte electoral y poco de estructural. La recurrencia en la vaciedad de las propuestas no es una novedad en sociedades que se han acostumbrado a lo efímero y no a lo generacional, lo que realmente constituye el fondo para la solución de los problemas.

Al pensar en el futuro económico de una nación no podemos dejar que los espejismos e ideas sin sustento se posicionen como elementos decisivos para el establecimiento de un gobierno. Son los proyectos estructurales y no los superficiales, de parche o fachada, los que deben concentrar la atención de un electorado urgido por una mejoría constante de sus condiciones de vida. Paraguay es un ejemplo claro de la preocupación de los gobernantes por la siguiente elección y no por la siguiente generación: los discursos sobre el trabajo, sobre alguna obra de infraestructura, alguna nueva escuela o la eterna reforma agraria siempre cubren los espacios mediáticos, pero la falta de planificación a mediano y largo plazo hace que todo quede en utopía.

Una de las grandes diferencias entre los estadistas y los improvisados en el poder es el pensamiento estratégico en cuanto al mediano y largo plazo: mientras los primeros invierten en cuestiones estructurales aunque saben que los resultados se verán dentro de varios años y no en sus administraciones, los segundos prefieren el efecto conmovedor rápido, mediante una obra o un parche económico, sin que importe que lo efímero es apenas un placebo que se pierde en el tiempo y no soluciona los verdaderos problemas.

La cuestión urgente en Paraguay pasa por cuestiones estructurales, como el incremento en la inversión en materia educativa, así como la construcción de un modelo económico que nos lleve a mejorar la competitividad y a aprovechar los recursos que tenemos en abundancia. Los discursos a favor de la educación no sirven si no vienen acompañados de una planificación detallada sobre la base de invertir por lo menos el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) en este rubro. Sin un plan y sin destinar los recursos suficientes, todo es mera ilusión que nos llevará a tener alguna escuela más o algún proyecto rimbombante, para que al final todo quede igual.

Los discursos sobre empleo, disminución de pobreza y generación de riqueza no pueden ser creíbles si no se atacan los problemas de fondo de la economía paraguaya, como la falta de competitividad y la falta de educación que hace que existan grandes injusticias en cuanto a la distribución de los ingresos. Con una economía precaria, agropastoril, dependiente de factores externos y con una mano de obra poco calificada, es imposible que exista una mejoría en la calidad de vida. Por eso las dádivas o los beneficios circunstanciales nunca serán suficientes para atender las carencias de la gente. Mejorar la competitividad es urgente y ello implica invertir mucho en infraestructura, en telecomunicaciones, capacitación de los recursos humanos, y sobre todo en ciencia y tecnología.

Pero el problema de las medidas estructurales desde la óptica del poder es que los logros son a largo plazo y no generan los réditos políticos que tanto necesitan para posicionarse en la siguiente elección. Por eso Paraguay es un país atrasado en cuestiones tan sensibles como las carreteras o la conexión a Internet. Por eso se hacen reformas educativas para que nada cambie y por eso seguimos sosteniendo la producción del país en condiciones precarias, con mano de obra barata y poco calificada.

Deberíamos rechazar la ilusión de lo momentáneo para centrarnos en lo estructural, lo que realmente puede cambiar a la sociedad paraguaya. Que nos digan qué van a hacer, cómo lo van a hacer, en qué tiempos y con qué recursos. Y que podamos ver los beneficios en forma permanente y no sólo en forma ocasional.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializa en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 13 de abril de 2013

De ingresos y egresados


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

El repunte del ingreso per capita en México en el año 2012 nos presenta un buen ejemplo para reflexionar sobre los problemas del crecimiento económico y la distribución de los ingresos en el contexto de sociedades con grandes necesidades sociales por atender. Los datos indican que el año pasado el ingreso por habitante se incrementó 8,8% en México, lo que equivale a decir que cada mexicano tuvo ingresos por 10.784 dólares en un año, según el informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi). Al hablar de un mayor nivel de ganancias, podríamos pensar en una mejoría importante, aunque cuando ubicamos los datos en su justo contexto la realidad nos dice que apenas se trata de una recuperación luego de la crisis de 2009 y que el crecimiento que se ha tenido en los últimos años ha sido escaso, además de que la concentración de la riqueza es un filtro que afecta a los sectores más necesitados.

Al mirar el caso mexicano, tenemos a una de las economías más curiosas de América Latina: grande, con buenos indicadores macroeconómicos, con ingresos importantes en cuanto a exportación de petróleo, turismo, maquila y remesas, pero con un crecimiento que ha sido demasiado moderado (2,1% anual en el último sexenio) y que no ha podido despuntar pese a que se han tomado medidas que funcionan en otros países. Tenemos entonces una economía caracterizada por una fuerte dependencia del mercado de Estados Unidos, a donde destinan más del 80% de las exportaciones y de donde provienen mayormente los ingresos por turismo y remesas, y que además tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza.

¿Por qué un país que tiene una economía sólida crece poco y tiene una mala distribución de la riqueza? Comencemos por buscar la respuesta en donde los administradores del poder no miran: lejos de los indicadores que tanto cuidan. Por encima del volumen de las exportaciones, de los ingresos por el petróleo, de las reservas o de los movimientos comerciales de las grandes empresas, el verdadero factor diferencial se encuentra en la capacitación de la gente. Así, un país con problemas de competitividad, con baja calidad de la educación que deriva en poca capacidad de innovación, y con 33 millones de ciudadanos con rezago educativo, tiene cimientos endebles que terminan por generar un crecimiento pobre, por un lado, y grandes injusticias en la distribución de ingresos, por otro lado.

Pensemos en dos formas de lograr mejores resultados: un enfoque dice que primero hay que hacer crecer la economía, para luego destinar las ganancias a la inversión en la educación de la gente, lo que elevará los niveles de competitividad y, por ende, hará crecer la economía. Y como la economía crece, se puede seguir invirtiendo en educación, mejorando la competitividad y seguir con el ciclo del crecimiento. El otro enfoque dice que lo primero es invertir en la capacitación de la gente, pues esto por sí sólo representará incremento de la competitividad y hará crecer la economía. Independientemente de la fuente de los ingresos, hay que empezar por la educación de la gente, de forma tal a crecer, generar más oportunidades y, fundamentalmente, lograr una distribución más equitativa de la riqueza.

Si miramos los resultados de México y de otros países como Paraguay, Venezuela o Bolivia, seguramente entenderemos que el primer enfoque es casi una utopía: se han tenido años y décadas de fuerte crecimiento económico, pero estos ingresos no se destinaron a la educación de la gente, por lo que no se ha mejorado el fondo sobre el que se distribuyen los ingresos ni se han formado generaciones competitivas que puedan combatir con éxito los problemas sociales, como la pobreza y el atraso. Los presupuestos y los proyectos económicos deberían dejar de mirar indicadores y apuntar hacia la gente, haciendo un giro en el inicio de la rueda del crecimiento y la equidad. Así, para solucionar el problema de ingresos habría que apuntalar los egresos académicos, es decir lograr que más gente estudie y se forme profesionalmente en nuestras universidades.

Ya no debemos creer en los que se disfrazan con cifras que parchan momentos y que dejan huecos profundos en generaciones que no verán más que pobreza. Cuando alguien prometa crecimiento de la economía y ofrezca bonanza para todos, hay que enrostrarle que se trata de educación, que lo demás viene sólo. No es el ingreso de dinero, es el egreso de la universidad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

El momento bondadoso y el tiempo esperado

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La coyuntura favorable para las economías latinoamericanas, que poseen un buen clima económico, es una llamada de atención hacia el aprovechamiento de oportunidades y hacia la construcción de un destino menos accidentado y más planificado. Un buen ambiente para la inversión y los negocios no es algo que siempre hayamos tenido. A nuestras habituales inestabilidades políticas, los cambios bruscos de humor económico que de la noche a la mañana se reflejan en políticas proteccionistas, nacionalizaciones o “entregas” de soberanía, reglas nuevas o desconocimiento de las vigentes, siempre debemos sumarle la enorme informalidad que define a nuestra manera de hacer economía. Por eso existen poderosos “peros” que ahuyentan a inversionistas a pesar de las ventajas manifiestas.

En este contexto, el informe de la Fundación Getulio Vargas, que ubica a Paraguay como el país con mejor clima económico en América Latina, es un mensaje que nos dice que debemos aprovechar no sólo el momento sino utilizar el impulso que podamos obtener durante este año para hacer las grandes reformas que necesitamos con miras a un crecimiento sostenido y una mayor equidad en la distribución de la riqueza. El incremento en las exportaciones de commodities, el buen precio en el mercado internacional, y la expectativa de mejora de la demanda de China conforman una convergencia de buenas noticias para los latinoamericanos, aunque sabemos que estos momentos favorables pueden ser tan efímeros como ilusorios si no hacemos lo que se debe en el instante correspondiente.

Paraguay y Perú son los de mejor clima económico en Latinoamérica, por encima de Chile, Uruguay, Brasil, Argentina y México. Esto nos habla de buenas expectativas de crecimiento de la riqueza, lo que a su vez debería traducirse en niveles más elevados de inversión y creación de empleos. Y todo suena mejor con la estimación para la economía paraguaya este año: 10,5% de repunte. La cifra, por demás significativa, sin embargo no dice todo: sólo nos habla de un buen año pero no detalla su verdadero alcance, fundamentalmente en cuanto a la concentración de los ingresos y los beneficios para sectores históricamente marginados y necesitados.

Cuando analizamos el contexto y pensamos en las grandes oportunidades que Paraguay ha tenido en cuanto a coyunturas favorables, seguramente habremos visto que somos ganadores ocasionales, de aquellos que sacan provecho de un precio internacional de materias primas, de alguna inversión importante, de la bonanza de la tierra o de la demanda y alta cotización de la carne. Pero, como lo dijera sabiamente Don Quijote, la riqueza que fácil viene, fácil se va, por lo que si no se trabaja en una economía con dinamismo propio, con identidad y objetivos, y con una visión a largo plazo, difícilmente se podrá romper el ciclo de la coyuntura que nos lleva a depender de bondades transitorias y hasta esporádicas.

Paraguay debería dar señales claras de que quiere construir una economía sólida y no sólo es hijo de un buen momento. Hay que minimizar la burocracia y establecer una cultura de transparencia para hacerle frente a la corrupción, de forma tal que sea más fácil, más atractivo y menos riesgoso invertir en el país. Solamente si aprovechamos el buen momento y nos dedicamos a usar mejor nuestros recursos, en poco tiempo podríamos pavimentar carreteras y hacer que todo el sistema de comunicación facilite el acceso al campo, a los mercados, y abarate el eterno sobrecosto de la mediterraneidad.

Las obras de infraestructura, el aprovechamiento de la energía eléctrica, la recuperación de la soberanía aérea y el incremento del tráfico, la capacitación de la gente y el mejoramiento de los niveles de competitividad: esto es lo que hay que trabajar. Alguna vez los paraguayos deberíamos dejar de conformarnos con momentos y con las bondades de la lluvia, para construir –todos los días- un país más sostenible, independiente y desarrollado.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.