sábado, 31 de marzo de 2007

Los guardianes de la democracia

Por Héctor Farina (*)

La democracia es un sistema de organización en el que los ciudadanos tienen la posibilidad de participar abiertamente en el proceso de toma de decisiones, por medio de diversos mecanismos. De esta manera, las personas tienen un papel fundamental en la legitimidad de las medidas o las políticas que adopte el Gobierno que los representa.

En ese sentido, los ciudadanos se apoyan necesariamente en la información que posean para poder influir en las decisiones y manifestar sus opiniones con relación a los temas de relevancia en la sociedad. Por ello suele decirse que los medios de comunicación son los “guardianes de la democracia”, ya que desempeñan un papel fundamental en el control y difusión de la información que consume la ciudadanía.

Ahora bien, ¿se puede tener una democracia efectiva cuando los medios de comunicación no cumplen con su función social de informar, y operan como meros voceros de intereses particulares?

Si centramos nuestro enfoque en el caso de la prensa, podemos concluir que el ciudadano experimenta de manera notoria una pérdida de su poder de decisión o de participación activa dentro del sistema democrático, debido a que los medios de prensa ofrecen información de pésima calidad, con un marcado parcialismo y con un sabor a desinterés hacia el ciudadano consumidor de informaciones.

Pareciera que la gente y los periodistas ya no se sorprenden de fraudes como publicar gacetillas oficiales del Gobierno como si fueran noticias (y como si fueran hechos ciertos), vender publicidad bajo el engaño de un formato de noticias, tomar declaraciones de mentirosos y convertirlas en “trascendentes” todos los días, publicar informes oficiales sin cuestionarlos o tan siquiera analizarlos para ver qué tan ciertos pueden ser.... En fin, la lista de barbaridades podría extenderse mucho más allá pero la podríamos sintetizar como un engaño compartido, en el que pierde la ciudadanía y ganan unos pocos que logran mantener sus privilegios a costa de los demás.

¿Cómo pueden los ciudadanos hacer valer su opinión, si las informaciones que reciben los llevan a tener una visión distorsionada de la realidad? Cada medio vende su propia realidad y cada periodista tiene en sus manos el poder de manipular la verdad, pero la gente tiene derecho a exigir información de calidad y cuestionar a aquellos que prefieren vender su dignidad y repartir desinformación.

Es evidente que si la gente sigue tolerando una prensa apática, carente de crítica, y unos medios cómplices, seguirá el mismo juego de mentiras, en el que al final la mayoría pierde. Los medios de comunicación, y sobre todo la prensa, deben tomar mayor protagonismo en el sistema democrático, proporcionando información limpia que permita construir una opinión pública más fuerte y coherente. Y los ciudadanos deben exigir información creíble, de periodistas y fuentes creíbles, porque de lo contrario seguirán supeditados a las mentiras que el poder quiera vender usando a los que deberían ser los “guardianes de la democracia”.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

sábado, 24 de marzo de 2007

Aprender a construir y exigir

Por Héctor Farina (*)

La construcción de una sociedad mejor es quizá el mayor de los desafíos que debe enfrentar el Paraguay, en una batalla permanente que involucra tratar de superar los problemas de la pobreza, de la falta de educación, del desempleo, y en general de las limitadas oportunidades. Se trata de una cuestión de esfuerzos individuales y colectivos que no podrá ser desarrollada jamás si los paraguayos no tomamos una decisión radical y revolucionaria: aprender a construir y exigir.

Es evidente que la sociedad paraguaya no mejorará si se sigue esperando que lluevan soluciones desde las esferas del Gobierno, mientras desde las trincheras de la ciudadanía no se asume la voluntad de poder y se apunta a la crítica estéril o al discurso vacío como mecanismos de protesta. Queda claro que las actitudes tibias no sirven de mucho, pues con ellas no construimos nada ni cambiamos nada. Es más, son las posturas pusilánimes y conformistas las que permiten que se siga robando, que los gobiernos se sucedan sin que se noten las mejoras y que la corrupción siga desangrando al país.

¿Cómo podemos empezar a construir y mejorar la sociedad nosotros mismos? ¿Cómo romper con el letargo y aprender a exigir lo que nos corresponde?

La voluntad de cambiar y de construir empieza necesariamente por una decisión individual, por una actitud firme que nos impulse a descartar todo aquello que forma parte de la decadencia, del conformismo y la simpleza. Cada uno de los paraguayos puede mejorar su entorno, y por ende la sociedad, por medio de actitudes como apostar a la educación, fomentar la lectura, ser eficiente en el trabajo, no ceder a la corrupción y tratar de generar oportunidades de superación.

Existen millones de cosas que podemos hacer, sin la necesidad de esperar limosnas del cielo. No se podrá cambiar nada mientras se siga viviendo de la coima, del padrinazgo, del clientelismo, de votar por los colores o de “acomodarse” siempre con los ladrones de turno.

Es hora de señalar con el dedo a los corruptos y sacarlos de la vida pública. Es momento de no volver a votar por sinvergüenzas y desfachatados. Tenemos que construir una ciudadanía firme por un lado, con personas más honestas y preparadas, mientras por el otro lado tenemos que exigir con firmeza que las autoridades cumplan con las obligaciones que le son encomendadas por el pueblo que paga sus salarios.

Sin actitud de cambio, sin voluntad de poder, sin esfuerzo por mejorar nuestra educación, sin exigencias firmes y sin una clara postura a favor del país y en contra de la corrupción, sencillamente seguiremos viviendo en la misma decadencia a la que nos condenaron o nos condenamos.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

sábado, 17 de marzo de 2007

El desarrollo de las industrias culturales

Por Héctor Farina(*)

Las industrias culturales se han convertido desde el siglo pasado en una gigantesca usina generadora de ingresos económicos y hoy en día representan un enorme poder no sólo para la comunicación cultural-ideológica, sino en el aspecto económico a nivel mundial. Como ejemplo tenemos la industria cinematográfica, que tiene presencia en todo el planeta y que mueve cifras millonarias por medio de la producción, distribución y venta de películas.

Ahora bien, el problema radica en que existe una posición totalmente dominante en el mercado por parte de las grandes corporaciones norteamericanas, las “majors”, que son las que controlan toda la distribución de películas a nivel mundial, y que poseen además toda la infraestructura de producción y de incentivos para mantener el dominio. Pero no se trata de una posición dominante en base a las reglas de libre mercado, es decir no se impusieron porque sus producciones fueron las de mejor calidad y las preferidas por el consumidor, sino por cuestiones más complejas.

En el libro Situación actual y perspectivas de la industria cinematográfica en México y en el Extranjero (2006), Enrique Sánchez Ruiz, uno de los autores, explica que queda demostrado que el predominio que la industria audiovisual estadounidense ejerce sobre prácticamente todo el mundo no obedeció históricamente al simple y libre rejuego de las fuerzas del mercado, sino a una serie de razones histórico-estructurales, entre las cuales sobresalen diferentes formas de apoyo gubernamental y factores políticos, tales como las dos guerras mundiales que, en su momento, destruyeron las principales cinematografías competidoras y reforzaron el soporte estatal a las máquinas de propaganda.

Queda claro que no se puede hablar de libre mercado, cuando en la práctica el consumidor no tiene la libertad de elección sino dentro de las ofertas que le presenta una industria monopólica. La pregunta que salta es cómo podemos hacer para tener la oportunidad de producir y consumir productos nacionales y no seguir dependiendo de lo que los norteamericanos quieren vendernos.

Es evidente que para desarrollar las industrias culturales, y más aun en el caso del cine, se requiere del apoyo del Gobierno, por medio de incentivos, de apoyo a la infraestructura, a la capacitación de profesionales y a la promoción en general de la producción cultural. Hay que adoptar políticas que fomenten el desarrollo y consumo de la cultura propia, porque no hay otra manera de romper las trabas que imponen las grandes corporaciones a sus competidores.

En el caso de Paraguay el apoyo del Gobierno debe ser muy fuerte, porque el cine paraguayo vive una triste realidad: está lleno de talento para la producción, pero no tiene apoyo para producir. Si pese a todos los obstáculos se logró que “Hamaca paraguaya” ocupe un pedestal encumbrado en el cine internacional, es lógico pensar que con un poco de apoyo se podría llegar mucho más lejos.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

sábado, 10 de marzo de 2007

La creación del conocimiento

Por Héctor Farina (*)

La construcción de una sociedad instruida es una de las necesidades imperiosas del Paraguay, pero aparece como una de esas ideas propias de la dislexia de los discursos populistas, como una de esas prioridades que sabemos que deben ser atendidas, que siempre están en la agenda, pero que siempre pueden ser postergadas en tanto se hace lo contrario a lo que se dice requerir. Parece como si se confundiera la necesidad de concretar un proyecto, con la necesidad de convertirlo en mero tema de agenda, de promesa o “desafío futuro”.

En el Paraguay sigue prevaleciendo la falta de educación académica, no sólo en el aspecto cuantitativo sino el en cualitativo, no sólo falta enseñar más sino mejor. Además de los elevados niveles de analfabetismo funcional en todo el país, en las universidades se mantienen programas desfasados, bibliotecas obsoletas y muchos docentes que no pasan de ser rumiantes académicos.

Mientras que otros países hacen enormes esfuerzos por incentivar la investigación y avanzar en la creación del conocimiento, el Paraguay todavía sigue proyectando su futuro en base a promesas. No sólo nos vemos superados por problemas como la pobreza y la corrupción, sino que el letargo hace que cada día el país quede más rezagado en el camino hacia una sociedad mejor.

El conocimiento no es sólo aquello que se relaciona con el “saber” como recurso erudito o discurso teórico, sino que es el más valioso capital del ser humano, con el que puede modificar su presente y superar las dificultades propias de las sociedades. El conocimiento es un capital cultural y económico, un poderoso recurso que hoy marca la diferencia entre los países desarrollados y los subdesarrollados, entre los que progresan y los que viven en el retraso.

Hoy en día el conocimiento está en el centro de la producción de riqueza, pero no por su cantidad, sino por su productividad, tal como lo explicara Peter Drucker, en su libro La sociedad post-capitalista (1974). Pero no basta con comprender estos conceptos, es necesario un desarrollo agresivo de políticas públicas y fundamentalmente de esfuerzos individuales y colectivos de la gente.

Desde nuestras casas, desde las escuelas, nuestro trabajo, desde donde estemos, debemos tomar la iniciativa de procurarnos recursos y construir conocimientos válidos. Tenemos que aprender a premiar el esfuerzo intelectual, reconociendo y promoviendo investigaciones, creando oportunidades de acceso a los libros, a Internet y al mundo académico. Hay que exigir a las universidades, tanto públicas como privadas, que impulsen investigaciones científicas y que dejen de ser escuelas nocturnas donde se hace dinero para unos pocos a costa del sacrificio de la gente que lucha por aprender.

Es hora de construir el presente para tener un desafío futuro. Exijamos más y mejor educación, más bibliotecas, y sobre todo asumamos el reto de construir nosotros mismos una sociedad más instruida. Desarrollemos la voluntad de poder y empecemos el cambio.

(*) Periodista

sábado, 3 de marzo de 2007

Falsa imagen

Por Héctor Farina (*)

El juego de la buena imagen, de la figura pública o del “rostro oficial”, constituye uno de los mecanismos perversos de manipulación de las masas y de la opinión pública, con el que se busca obtener beneficios personales, sobre todo desde el punto de vista del poder que proporcionan los cargos públicos.

Se presentan rostros sonrientes, manos amigas, candidatos abrazando ancianas y besando criaturas, presidentes visitando la miseria de los barrios pobres... Todo vale con tal de aparecer ante la opinión pública con una “buena imagen” y ganar el aprecio y la confianza para posicionarse dentro de las esferas del poder.

Entendemos que la imagen (del latin imago) es una representación visual del objeto. Es decir, pese a que parece entenderse con facilidad, la imagen no es el objeto, no es la cosa en sí, sino una representación suya, una especie de teatro de la cosa o de la persona.

Ahora viene la pregunta: ¿Podemos realmente diferenciar una representación política de una realidad política? ¿Podemos diferenciar la realidad social que vive el Paraguay y la realidad representada por el Gobierno? Y si sabemos hacerlo, ¿cómo sancionamos el engaño y la mentira?

Lastimosamente parece algo habitual para los paraguayos vivir en la dislexia, como si fuera normal que los gobernantes hablen de sus logros como gobierno, mientras el país se cae a pedazos y la gente se fuga en busca de cualquier alternativa válida. Sabemos que mienten, que juegan con la gente, que se llenan los bolsillos con el dinero del pueblo, el mismo dinero que falta para que haya medicamentos en un hospital público y para que los niños por lo menos puedan comer e ir a la escuela. Pero si sabemos que mienten y que la realidad es otra, ¿qué hacemos?, ¿por qué se toleran estas situaciones aberrantes?

Dejemos en claro algo: la imagen no sólo es una representación, sino que es más que eso. La imagen es un conjunto global de percepciones significativas y su proceso de construcción no es individual, sino que consta de varios elementos que la componen.

Por un lado tenemos las señales que envían los medios de comunicación, que proporcionan una percepción importante. Pero también está el interrelacionamiento de los grupos sociales, donde también se perciben señales y hechos que permiten medir la veracidad de las percepciones recibidas desde los medios, así como también está la experiencia personal de los sujetos, lo que las personas viven y sienten con relación a la percepción proyectada.

Pero además, tenemos otros vectores que nos permiten construir la imagen, como la identidad (lo que el objeto o persona es en sí), la cultura (su forma de comportarse), el producto (qué es lo que aporta) y recién en último lugar está la comunicación (cómo transmite lo que es, hace y cómo se comporta).

Lo claro aquí es que no se debe soportar que nos vendan una percepción como si fuera la realidad, porque todos los otros elementos desmienten la supuesta realidad. Si ante los micrófonos y las cámaras los gobernantes nos dicen que hay logros, esas palabras debemos medirlas con el termómetro de nuestra experiencia y determinar si los productos se corresponden con los discursos. Ya basta de falsas imágenes, hay que exigir productos concretos.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/