sábado, 19 de enero de 2013

La infraestructura y las postergaciones negligentes

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Basta con llegar al aeropuerto, salir a recorrer la ciudad o emprender la aventura de encaminarse hacia el interior del país siguiendo alguna carretera. Eso es suficiente prueba para ver el enorme atraso que tiene el Paraguay en materia de infraestructura. Como en un castigo premeditado, un país mediterráneo, encerrado en un acuerdo que no impide que sus vecinos le cierren el paso a sus productos; con enormes necesidades económicas que atender y, para colmo, con una ubicación estratégica que no sabe cómo explotar, Paraguay vive postergando la impostergable urgencia de invertir en una infraestructura que mejore sustancialmente las oportunidades de todo un país.

Muy lejos de los alemanes, que han hecho de su infraestructura la mejor del mundo -según los mismos empresarios alemanes-, o de los holandeses que hicieron de su infraestructura el centro de la estrategia para que toda la economía europea fluya por su territorio; o Bélgica, ese pequeño país que es punto neurálgico de las finanzas, los paraguayos vivimos en una especie de burbuja que encierra los grandes proyectos. Mientras en Estados Unidos el presidente Obama apuesta por millonarias inversiones en infraestructura -en pleno drama por los problemas del abismo fiscal-, en Europa -también en crisis- invierten el doble que los norteamericanos, pero son doblados a su vez por China, el gigante asiático que lleva la batuta a nivel mundial en cuanto a inversiones en infraestructura.

Mejorar los sistemas de transporte, la comunicación, la competitividad, la logística y encima generar una gran cantidad de empleos en tiempos donde el trabajo es altamente necesitado, no parece una mala idea. Pero los gobernantes paraguayos parecen no estar apurados, pues el país sigue siendo de los más atrasados en América Latina en carreteras y rutas pavimentadas. Mientras en Qatar desarrollan sus trenes de levitación magnética y en Japón buscan mejorar el tren bala, en Paraguay no se logra el consenso para...un metrobus.

Aunque esto último ya no sorprende, pues en la memoria quedan el proyecto del corredor bioceánico, la reactivación del ferrocarril o la idea de convertir al aeropuerto en el centro de tráfico de pasajeros y mercaderías en la región. Nos cuesta mucho pensar estratégicamente en proyectos a mediano y largo plazo que beneficien al país, pero todavía nos cuesta más hacer que las iniciativas se materialicen. Eso nos lleva al absurdo de tener la mayor cantidad de energía eléctrica por habitante a nivel mundial, pero no tener ni un sólo tren eléctrico. Al contrario, presos de nuestras situaciones "folclóricas", seguimos dependiendo de camiones movidos por un combustible que no producimos y que debemos importar al precio que sea. Mal servicio, caro y sin provecho para lo que producimos.

La inversión en infraestructura ya no puede ser postergada si queremos mejorar las condiciones de vida de los paraguayos. No sólo nos urge hacer un país transitable para minimizar los costos de la mediterraneidad y mejorar la competitividad, sino que nos urge aprender a usar lo que producimos para generar riqueza. Con una inversión planificada y estratégica, en pocos años podemos cambiar la matriz energética para depender menos del petróleo y aprovechar más la electricidad, así como podemos incentivar el desarrollo del país usando el cemento nacional para pavimentar calles.

Lo que nos falta es aprender a planificar mejor y exigir más, para que cada proyecto no sea una oportunidad de especulación, de saqueo o negociado. La vieja expresión de que vivimos "en el país del palo en la rueda" debería pasar al olvido, para que entorpecer, trabar, boicotear o frenar ya no sea un deporte.

En tiempos electorales, deberíamos pensar en los planes que nos ofrecen, en los proyectos a mediano y largo plazo, y en la certeza en cuanto a la ejecución y los beneficios para la gente. A los que no quieren construir, hay que vomitarlos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 13 de enero de 2013

La economía paraguaya y el año electoral


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los vaivenes de la economía paraguaya, carente de planificación a largo plazo, ya no representan sorpresa alguna. Podemos crecer 15% en un año y lograr llamar la atención a nivel mundial, para luego olvidar ese logro y convertirnos en una de las pocas economías latinoamericanas que no crecerán este año. Y todavía pretender que la contracción de 1,2% prevista para 2012 quede opacada por la expectativa de repunte del 10,5% prevista para 2013 por el Banco Central del Paraguay (BCP). La expectativa momentánea parece regirlo todo, a expensas de que alguna sequía o brote de aftosa acabe con ella y nos deje a merced de malos indicadores.

Cada vez que el clima no favorece, aparece alguna traba para la exportación o los vecinos tienen problemas económicos, Paraguay recibe un duro golpe. No es raro que esto ocurra cuando se depende de pocos rubros y se cuenta con una economía precaria, con escasa capacidad de innovación y reinvención. Pero, más allá de los bamboleos de la economía, las incertidumbres que conllevan los procesos electorales siempre traen efectos especulativos, en espera de que se defina la nueva administración del poder. El país se encuentra en este contexto: saltando de crecimientos a contracciones, en medio de la falta de rumbo económico definido, ante un entorno regional poco amistoso y ante las expectativas e incertidumbres del cambio de gobierno en 2013.

Luego de un año difícil, debido a la baja producción en el campo y los problemas para la exportación de carne, tenemos que enfrentar -además- el aumento del desempleo, que pasó de 7,5% a 8,1%, de acuerdo a los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y mientras el Ministerio de Industria y Comercio (MIC) anuncia que las inversiones realizadas este año cerrarán en torno a los 800 millones de dólares, tenemos que el 60% de dichas inversiones corresponden a empresas paraguayas. Es decir, la inversión total todavía es poca frente a las necesidades de empleo y generación de riqueza, pero es todavía menor la inversión extranjera, lo que representa poca capacidad atractiva del país.

La población necesita mejorar sus oportunidades de empleo, incrementar sus ingresos y lograr minimizar la pobreza que hoy es una de las más acentuadas en América Latina. Sin embargo, el funcionamiento de la economía paraguaya es relativizado fácilmente por factores como los cambios meteorológicos, un proceso electoral o un arreglo político. Economía endeble, poco competitiva y sin proyección de futuro. Eso tenemos ahora, cuando dependemos de lo coyuntural y no sabemos con qué saldrán los que resulten ganadores en la siguiente elección.

Ante esta situación, no se pueden esperar más que beneficios ocasionales que, como es sabido, no servirán más que de placebo para una economía doliente. Y en un año electoral, también esto podría relativizarse, pues se especulará con las inversiones, con los emprendimientos y hasta con el comercio. El comportamiento cíclico de la economía paraguaya siempre nos lleva a destinos conocidos en donde no encontramos soluciones a los problemas de fondo.

El Paraguay debe salir de este encierro cíclico que nos lleva a vivir dependiendo de los precios de la materia prima, de las bondades de la economía regional, las lluvias o un viento favorable. Hay que entender que el manejo "prudente" elogiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no es suficiente para un país con más de la mitad de su gente en situación de pobreza, pues la urgencia de una población empobrecida no se soluciona manteniendo grandes indicadores que benefician a unos pocos.

La cuestión electoral no debe llevarnos a estériles discusiones ideológicas o partidarias, sino a la exigencia de un proyecto económico a largo plazo que atienda las principales necesidades de la gente y que apueste por lo visionario y no por lo efímero. Hay que exigir que se trabaje con la gente, que se fomenten las condiciones para que los paraguayos puedan acceder a empleos dignos y para que no queden siempre a merced de "lo que haya". Es la economía de la gente, no los indicadores coyunturales. Basta de ciclos económicos nocivos, mejor apostemos por una ruta de crecimiento sostenido, de innovación y competitividad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 6 de enero de 2013

Grandes números y carencias desatendidas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los números macroeconómicos que presentan los países latinoamericanos son casi reflejo fiel de las políticas de aquellos administradores que sólo buscan disimular un estado de cosas por medio de indicadores que aparenten una realidad exterior. Llenos de riquezas naturales, los intentos de ver a naciones ricas se agotan en indicadores que hacen aparentar que todo está bien encaminado, aunque luego los pequeños números nos enrostran una realidad de precariedad, desigualdad y pobreza. Mientras las exportaciones, las reservas, el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) y el control de la inflación o la cotización de la moneda se muestran favorables, resulta muy difícil ver todo esto traducido en números pequeños, cercanos a la gente.

Uno de los ejemplos lo podemos ver en la economía mexicana, que este año volverá a crecer -por tercer año consecutivo- y que ha generado poco más de 600 mil empleos formales. Con una recuperación en la inversión extranjera, con ingresos favorables debido al elevado precio del petróleo, pareciera que hablamos de una economía próspera y en franca expansión. Sin embargo, a los grandes indicadores se contraponen los bajos salarios, la informalidad en la que se encuentra el 60% de los empleos, los elevados niveles de pobreza que golpean a la mitad de la población y, fundamentalmente, el rezago educativo que alcanza a 33 millones de mexicanos, en un país con 114 millones de habitantes.

O cuando pensamos en Venezuela, un país que puede presumir de tener uno de los ingresos más millonarios por petróleo del continente, pero que luego debe esconder con vergüenza los números de la pobreza, la marginalidad y la violencia. E incluso la gigantesca economía brasileña, que ha logrado crecer y distribuir mejor los ingresos en los últimos años, exhibe pobreza, mucha desigualdad y enormes limitaciones. Hoy, este país que según la hipótesis de los BRIC será una de las potencias dominantes en 2050, es el más desigual de la región y uno de los más desiguales en el mundo.

En el caso del Paraguay tenemos algo parecido. Los números macroeconómicos, de los que tanto se jactó Nicanor Duarte Frutos o los que coyunturalmente posicionaron al país como el de tercer mayor crecimiento a nivel mundial durante el gobierno de Fernando Lugo, nunca terminaron por aterrizar en la economía de la gente, por lo que seguimos teniendo un país con más de la mitad de la gente en situación de pobreza, con bajos ingresos, con marcada desigualdad social y con una proyección a largo plazo que no augura un futuro mejor, debido a que sólo se cuidan indicadores y no se apuesta por un plan revolucionario que cambie la situación desde las entrañas de la nación. Aunque para 2013 se espera otro crecimiento económico récord, lejos de cambiar la realidad solo agudizará la situación: con una población con escasa educación, la riqueza que se genere quedará en pocas manos, lo que volverá al rico más rico, y al pobre más pobre.

Las verdaderas carencias que debemos atender no pasan por el mantenimiento de la macroeconomía ni por disimular realidades mediante indicadores que muestren sólo el envoltorio y no el contenido. Detrás de los indicadores económicos hay problemas estructurales que requieren tratamiento urgente para equilibrar las oportunidades y la calidad de vida de nuestra gente. Lo primero que debemos corregir es la marginalidad en el acceso a la educación, que es la que hace que millones de personas no puedan acceder a un buen empleo ni tengan la más más mínima oportunidad de posicionarse en los sectores por donde pasa la riqueza. Hay que lograr mayor inclusión en materia educativa, así como hay que apostar para que se fomenten la innovación, la invención, los emprendimientos independientes y las microempresas.

Son los cimientos de la sociedad los que hay que mejorar, no los techos económicos. Los ingresos millonarios no servirán de nada si seguimos tolerando la exclusión y si permitimos gobiernos que sólo mantengan indicadores y no ataquen problemas de fondo. Es la pequeña economía la que hay que hacer crecer, la que debemos atender y mejorar. Y para ello, debemos volcar los grandes ingresos hacia proyectos a largo plazo para la gente, con miras a fomentar su capacidad de hacer, de producir y distribuir.


(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.