domingo, 27 de noviembre de 2011

Singapur: el salto de la pobreza a la riqueza

Por Héctor Farina Ojeda (*)

No es un país gigante y puede que algunos no lo ubiquen en el mapa. Tampoco posee riquezas naturales: ni petróleo, ni bosques ni minerales que explotar. No depende de la economía primaria basada en la agricultura o la ganadería. Y todavía más grave: es una pequeña isla de 692 Km2 de superficie, que no posee más que el terreno en el que viven cerca de 5 millones de habitantes. Pero la historia contrasta con la primera impresión que podrían generar estos datos: Singapur es un país que ha erradicado la pobreza, que no tiene marginalidad y que ha logrado dar uno de los saltos más notables de la historia moderna. En pocas décadas, ha dejado atrás la pobreza y hoy es una de las grandes potencias económicas a nivel mundial.

Resulta curioso que hace 50 años ni siquiera era país. Y a mediados de la década del 60’, al consolidar su independencia, Singapur tenía los mismos problemas de pobreza que Haití o Jamaica. Sin mucho que explotar en el territorio, con gente sin preparación y con enormes conflictos sociales por resolver, el camino que eligieron fue el de la formación de la gente. Una fuerte inversión educativa destinada a lograr una elevada competitividad en los recursos humanos fue el inicio del cambio: con el desarrollo del conocimiento y el profesionalismo, empezaron a llegar las industrias de vanguardia y de mayor valor agregado. Desde las petroquímicas hasta las industrias de microelectrónica, la producción especializada ganó terreno y se fue desarrollando al tiempo que generaba empleos, riqueza y sobre todo una enorme necesidad: la educación.

La inversión en educación fue de tal magnitud, que en menos de una década se empezaron a notar los cambios: destinando el 20% del PIB al sistema educativo, bajaron los niveles de pobreza, se redujo la marginalidad, se generaron oportunidades y se les dio a los habitantes la posibilidad de construir su propia riqueza. Hoy en día Singapur no tiene pobres, tiene un ingreso per cápita superior a los 50 mil dólares (por encima de Estados Unidos) y es la novena potencia comercial a nivel mundial. Es líder en varias industrias vinculadas a la economía del conocimiento, como en ciencias biomédicas, y todo se lo debe a un capital: la educación de su gente.

La ausencia de corrupción es uno de los grandes atractivos: por eso su puerto, pese a lo diminuta que es la isla, es uno de los de mayor actividad del mundo: todos quieren trabajar con Singapur porque tienen la certeza de que sus cargamentos serán respetados, de que se cumplirá en tiempo y forma, que no habrá robos ni sobornos de ningún tipo. Lo mismo pasa en el campo financiero: la seguridad hace que los capitales fluyan hacia este país asiático, a tal punto que es el cuarto mercado de divisas más grande del mundo. Con una economía competitiva, con gente seria, eficiente y honesta, las inversiones resultan muy atractivas.

Pasar de una economía primaria, precaria y con poco futuro a una economía del conocimiento, mediante la que no sólo se ha acabado con la pobreza sino que se ha posicionado al país en los primeros lugares en cuanto a desarrollo humano y calidad de vida, parece algo casi imposible pero en Singapur es una realidad. Los singapurenses saben que la clave está en el desarrollo del conocimiento, que sólo se logrará en la medida en que ubiquen a los ciudadanos como el núcleo de todo el progreso. Por eso invierten mucho en educación, por eso han desarrollado un sistema meritocrático y por eso han duplicado en la última década la cantidad de científicos. Hoy cuentan con más de 26 mil científicos, en un país pequeño en territorio y población, pero gigante en conocimiento.

Aunque el contexto de este país asiático haga que su modelo no pueda ser directamente aplicable a nuestra América Latina, podemos seguir el ejemplo en el caso fundamental de la educación: tenemos que duplicar o triplicar la inversión que le destinamos a los sistemas educativos, para tener gente competitiva que nos guíe y nos indique hacia dónde debemos ir para salir de la pobreza y los males del atraso. En la medida en que destinemos más recursos a mejorar la calidad de nuestro capital humano, tendremos la posibilidad de tener mejores industrias, más empleo, menos pobres, menos marginales y menos corruptos en el poder. No hay saltos imposibles cuando la gente sabe hacia dónde ir y cómo hacerlo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

sábado, 26 de noviembre de 2011

Finlandia: del maestro y el alumno al éxito económico

El color de los lagos y la nieve en la bandera finlandesa.

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Aunque el frío corone de nieve una gran parte de su territorio durante largos meses, la calidez humana de Finlandia sobresale por sus logros en materia educativa, económica y social. En un clima adverso que hace muy dificultosa la producción agrícola, los finlandeses se han acostumbrado a explotar en forma sustentable la riqueza que poseen. Desde sus recursos forestales hasta la materia prima más valiosa que poseen -su gente-, han logrado un desarrollo extraordinario en materia de telecomunicaciones, electrónica e ingeniería de vanguardia. Y los fundamentos del desarrollo de este país nórdico que forma parte de la Unión Europea apuntan a dos figuras centrales: el maestro y el estudiante.

Podría parecer utópico, pero los resultados nos hablan de una realidad clara. Lejos de preocuparse por los cotos de poder o los escándalos políticos, los finlandeses han orientado sus esfuerzos hacia los cimientos de la sociedad: la gente. Y lo han hecho a partir de priorizar la educación, la ciencia y la tecnología como los elementos que marcarán una diferencia fundamental en la capacidad de las personas. De ahí que las dos figuras centrales sean el maestro y el estudiante, es decir el que guía y el que aprende a construir en la medida en que va avanzando.

Por el lado del maestro, este ocupa un lugar de privilegio. Los docentes son personajes respetados en la sociedad finlandesa, pues más allá de las remuneraciones que reciben por su trabajo –que no son extraordinarias- tienen un estatus alto frente a las demás profesiones, pues se los considera expertos en su tema, apasionados por su trabajo y guías solidarios para la construcción de todo proyecto que encamine hacia el progreso. No cualquiera puede ser maestro en Finlandia: las exigencias académicas y humanas son muy altas, al punto de que sólo uno de cada cuatro postulantes logra ingresar a la Facultad de Educación de Joensuu, en donde se forma a los docentes. Antes de enseñar, necesariamente deben contar con el grado de maestría y, sobre todo, haber demostrado idoneidad y compromiso para encargarse de la tarea de instruir a quienes se encargarán de construir sociedades.

En cuanto a los estudiantes, un hecho llamativo es la confianza que han logrado desarrollar en cuanto a sus capacidades y sus posibilidades de aprendizaje. Para los niños finlandeses, las matemáticas no aparecen como una amenaza como en la mayoría de los países latinoamericanos. Al contrario, seguros de sus competencias, desarrollan habilidades como algo natural, conscientes de que aprender números es parte esencial de la formación. Por eso siempre aparecen en los primeros lugares en las evaluaciones internacionales. Toda la atención educativa se centra en el alumno, por lo que se busca que tenga condiciones óptimas para el aprendizaje: infraestructura adecuada, libertad de pensamiento, fácil acceso a material educativo y hasta un sistema de transporte –a cargo de los municipios- para que no haya inconvenientes a la hora de llegar a las aulas en tiempos de frío. El objetivo de todo esto: facilitar la adquisición de conocimientos.

Y una actitud que debería ser una lección para los países latinoamericanos fue la que adoptó Finlandia en medio de una crisis económica y ante el inminente colapso de su sistema productivo y el sector financiero: ante la caída de la Unión Soviética –su principal socio comercial-, en 1993 la situación finlandesa se volvió crítica: el sector privado estaba casi en bancarrota, el sector financiero quebrado, el desempleo se disparó y el país parecía hundirse. La reacción fue contundente: duplicaron su inversión en ciencia y tecnología –que hoy llega al 4% del PIB- y en menos de 15 años lograron ubicarse a la vanguardia de las telecomunicaciones, erradicar la pobreza y mantenerse en los primeros lugares en materia de desarrollo humano y calidad de vida. Una inversión estratégica en tiempos de crisis hizo que los científicos y los mejores profesionales logren construir proyectos que generen riqueza, empleo y aminoren la pobreza.

La experiencia de este país es fundamental para comprender por qué las economías latinoamericanas no terminan de despegar y siguen siendo incapaces de erradicar la pobreza, la miseria o la marginación. Los finlandeses lograron corregir la desigualdad gracias a la educación, en tanto los latinoamericanos mantenemos una desigualdad más grave que la de África. Y con una inversión pobre, deficiente y corrupta en materia educativa, estamos lejos del 6% del PIB que destina Finlandia y que no sólo es importante en cuanto a la cantidad, sino sobre todo por la eficiencia de dicha inversión.

En Latinoamérica tenemos más riqueza que en Finlandia, más recursos naturales, menos adversidades climáticas y un enorme potencial de crecimiento, pero nos falta trabajar en el capital fundamental: los recursos humanos. La pregunta es: ¿cuándo empezaremos a priorizar la formación de nuestra gente? De la respuesta a esta interrogante saldrán las explicaciones de la situación de nuestra economía.

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en “Estrategia”, el suplemento especializado en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay

Foto:blogsdelagente.com. Ver aquí

domingo, 20 de noviembre de 2011

El "Buen Fin": oportunidades y fallas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El “Buen Fin” es un periodo de ofertas de un fin de semana (que se realizó en México), que imita una tradición estadounidense en la cual se hacen descuentos importantes a una serie de productos de diversa índole.

La iniciativa es buena, porque se busca incentivar el consumo. Cuando el consumo crece, la economía mejora porque las industrias, los sectores productivos y los comerciales generan ganancias.

No hay datos determinantes hasta ahora, pero los comerciantes estiman que hubo un incremento de 30% en las ventas durante el “Buen fin”. Igualmente, afirman que esto les ayuda a mantener unos 200 mil empleos, lo cual es una muy buena noticia para un país que tiene al desempleo como uno de los principales problemas económicos.

¿Quiénes hacen las ofertas en el buen fin? Grandes tiendas y, sobre todo, cadenas comerciales. Los productos con descuentos: mayormente electrodomésticos, ropa, artículos informáticos, entre otros.

Algo curioso en este caso es que la gente se excede en los gastos al tiempo que considera que está ahorrando, lo cual parece una contradicción.

Hay un endeudamiento que tiende a confundirse con una ganancia: por una cuestión cultural, la gente considera erróneamente a la tarjeta de crédito como un sobresueldo, es decir como una ganancia adicional, cuando en realidad sus ingresos no han aumentado, de manera que tendrá que pagar todo más adelante sin haber logrado una mejoría.

Quien compró ahora, puede que compre menos en Navidad, lo cual implicaría que no hubo aumento en las ventas sino un simple adelanto de las compras navideñas.

Lo malo: la oferta sólo llega desde las grandes cadenas y beneficia a los que tienen cierto poder adquisitivo: los que cuentan con una salario fijo y recibieron adelanto de aguinaldo, los que poseen una tarjeta de crédito y los que pueden darse el gusto de comprar electrodomésticos o hacer compras por cantidades importantes.

Los que no tienen salario fijo y dependen de la economía informal, no tienen las mismas posibilidades de comprar. Y en un país en donde la mitad de la población está bajo la línea de pobreza, en donde la informalidad supera el 60% y en donde los salarios son muy bajos, las ofertas del “Buen Fin” no ayudan mucho, porque las necesidades reales son otras: mejorar los ingresos, comprar alimentos y poder solucionar problemas de subsistencia.

México figura entre los países de salarios más bajos a nivel internacional: un obrero apenas termina la primaria y por eso no puede tener buenos ingresos.

Los descuentos que se necesitan son en otros rubros: en alimentos, en productos escolares, en bienes y servicios básicos y en todo aquello que aliviane la carga de los que menos tienen y más necesitan. Ciertamente hace falta una campaña que incentive el consumo, pero que apunte a los que más necesitan y que no sea sólo en forma esporádica sino con una duración más larga.

El incentivo del consumo no debe pensarse sólo para mejorar las ventas en los grandes comercios, sino para contribuir a atender las necesidades básicas de la gente que más lo requiere.

Si sólo se facilita el consumo de la gente que posee un nivel de ingresos medio y alto, esto no permeará a los estratos donde hay más carencias. Pero, en cambio, si se facilita la adquisición de productos básicos para los estratos en donde está la pobreza, seguramente podremos mejorar la condición de los pobres y subirlos al siguiente nivel.

(*) Periodista y profesor universitario

Comentario económico emitido en el Noticiero de Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán, Jalisco, México.

Noruega: el sueño de un país sin pobres



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Parece difícil visualizarlo. Y hasta suena como una utopía moderna, vista desde las carencias de América Latina. Pero en Noruega lo sienten: es el país donde mejor se vive, con los indicadores de desarrollo humano más altos del planeta; no tiene pobreza, prácticamente ha erradicado la corrupción y goza de los mejores sistemas sanitarios y educativos del mundo. Los estudios dicen que los noruegos son los más felices a nivel mundial, pues tienen la mejor educación, buena salud, seguridad, bienestar y un Estado eficiente que se preocupa por su gente. El desempleo parece más un concepto de manual que una realidad, y el ingreso per cápita se mantiene entre los más altos.


No resulta novedoso que un estudio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ubique a Noruega como el lugar donde hay mejor calidad de vida, pues esto ha venido sucediendo en las últimas tres décadas. Por encima de potencias como Estados Unidos, Japón o Rusia, este país nórdico es una muestra de educación, trabajo y equidad en la generación de oportunidades.

Además del orden, el factor determinante del modelo noruego se encuentra en la educación de su gente. De cada 100 niños que ingresan a la primaria, prácticamente todos terminarán la secundaria. Los índices de deserción escolar son insignificantes, porque todas las condiciones favorecen a la formación. Con los impuestos que pagan -mucho más elevados que los latinoamericanos- tienen asegurado que sus hijos irán a las mejores escuelas, que tendrán asistencia de salud eficiente y segura, y que pueden caminar libremente por las calles, sin la amenaza de la inseguridad. Con un Estado que se preocupa por cada uno de sus ciudadanos, la formación no es una dificultad sino una enorme facilidad: paso a paso van construyendo un profesional a partir de cada niño que va a la escuela.

El manejo estratégico de los recursos es uno de los grandes secretos: con una presión tributaria del 60% -entre 3 y 6 veces más que en Latinoamérica, en donde la presión va del 10 al 20%-, los noruegos se sienten satisfechos por el resultado de sus contribuciones, pues ven los logros en escuelas de primer nivel, hospitales bien equipados y con profesionales idóneos, calles seguras y un sistema de bienestar que impide que su gente caiga en la pobreza. Un ejemplo de la visión estratégica noruega lo tenemos con el petróleo. A partir de su descubrimiento, en 1969, se planificó minuciosamente cómo se explotaría esta riqueza natural y cuáles serían los destinos de los ingresos que se obtuvieran. Hoy, Noruega es uno de los principales productores petroleros del mundo, lo que genera 200 mil empleos, ha desarrollado la industria, así como tecnología de vanguardia en el sector, en tanto sigue invirtiendo los petrodólares en proyectos que beneficien a toda la sociedad.

El modelo noruego no sólo es de explotación de recursos o generación de ingresos, sino que busca la sostenibilidad de la calidad de vida, cuidando el medio ambiente y haciendo que la gente esté en condiciones de producir, que tenga acceso a los conocimientos necesarios para competir y no caer en la marginalidad y la pobreza. Y todo esto es posible gracias a la conciencia de su gente, lo que deriva de una educación de calidad y que permite minimizar la corrupción, las expresiones de violencia, la inseguridad y muchos otros males propios de las sociedades modernas.

El ejemplo noruego, más allá de discutir un ajuste del modelo a nuestros casos particulares, debería permear en nuestros actos en cuanto a lo que podemos hacer a partir de lo que tenemos. Los recursos naturales y los ingresos son enormes: el petróleo en Venezuela, Ecuador y México, el gas en Bolivia, el cobre en Chile y la energía eléctrica en Paraguay, son apenas algunos ejemplos del enorme potencial económico que se tiene, pero que no ha llegado a trascender a todos los estratos de la sociedad, lo que se nota con los indicadores que nos hablan de desigualdad, pobreza, desempleo y atraso.

Nos falta aprender a planificar mejor, a interpretar la dirección de los tiempos y a utilizar nuestros recursos –que nos sobran- para emprendimientos que ataquen el fondo de los problemas: la marginación de numerosos sectores sociales, que no son capaces de conseguir un buen empleo o producir competitivamente, sencillamente porque no tuvieron la posibilidad de educarse. Planificar la sociedad que queremos, aprovechar nuestras riquezas y construir nuestros cimientos sobre la base de lo que somos: parece sencillo, pero no lo hemos hecho hasta ahora. ¿Podemos empezar?

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

Fotografía tomada de Galerías Digital. Ver aquí