martes, 11 de agosto de 2009

La tecnología como laberinto


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los usos de las computadoras e Internet se han incorporado a la vida cotidiana de una manera tan acelerada, que quizás todavía no terminamos –como sociedad- de asimilar todo lo que esto implica y comprender cuál es nuestra responsabilidad y cómo sacarle el máximo provecho a las herramientas tecnológicas. En poco tiempo, pasamos de la generación de la televisión a la de la computadora, en una transición empujada por el desarrollo tecnológico que, sin embargo, no ha variado mucho nuestra situación de precariedad educativa. Y esa falta de preparación integral que nos permita comprender este tipo de transiciones es la que nos limita y nos coloca frente a un mundo complejo y cambiante sin los conocimientos necesarios para usar la tecnología en beneficio de la sociedad.

En la actualidad los niños y los jóvenes pasan muchas horas frente a una computadora. Usan el correo electrónico, el Messenger, navegan por páginas de todo tipo, participan en comunidades virtuales como Facebook, Orkut, Hi5 y otros sitios, buscan y difunden información, comparten fotos y temas de interés. Internet es no solo una fuente de información sino un mecanismo de entretenimiento en donde uno puede perderse en medio de un laberinto en el que las posibilidades son prácticamente inagotables. Desde lo educativo y lo beneficioso hasta lo fútil y lo nocivo, todo se da cita en una red en la que hay que aprender a desenvolverse con criterio y conocimiento.

Pero en el proceso de formación hay un error que parece que no hemos comprendido como se debe: aprender a manejar una computadora o navegar por Internet no significa que se haya aprendido a construir algo productivo a partir de estas herramientas. Nos emocionamos con la tecnología y casi le dejamos el trabajo de educar, sin pensar que, contrariamente a esto, lo que se requiere es darles una educación más sólida a los niños y jóvenes para que sepan cómo aprovechar los recursos de la tecnología. Las herramientas no sustituyen al pensamiento, sino que son un mero instrumento que puede ser útil en las manos preparadas, y perjudicial en las manos no aptas.

Las facilidades de Internet hacen que muchos docentes, desde una perspectiva simplona y mediocre, encarguen a sus alumnos que “investiguen” en la red sin antes darles una orientación adecuada, con lo que lo único que se consigue es que los estudiantes “copien y peguen” cualquier información, sin crítica ni esfuerzo. Ni el maestro enseña ni el alumno aprende, sino que mutuamente se engañan al usar herramientas para extraer informaciones que no entienden. Con esto no solamente no se avanza sino que se retrocede a un estadio en el que ya no se ejercita el pensamiento ni se requiere del esfuerzo, pues bastan las capacidades elementales de manipulación tecnológica.

Para explotar las potencialidades de las computadoras e Internet, primero tenemos que dotar a los ciudadanos de la capacidad de pensar en forma crítica e independiente. Los programas de estudio deben diseñarse pensando que la tecnología no reemplaza ni a la lectura ni a la discusión. Si no logramos desarrollar las herramientas intelectuales, no podremos hacer que las herramientas tecnológicas nos enseñen el camino. Al contrario, sin un pensamiento crítico y una visión clara de hacia dónde queremos ir, lo único que lograremos es que la tecnología sea un fetiche, una distracción y un objeto más del consumismo vacío que hoy lleva a nuestra sociedad a perderse en lo trivial, lo insulso y lo decadente.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.
www.vivaparaguay.com

lunes, 3 de agosto de 2009

Las industrias y el desarrollo

Por Héctor Farina (*)

Las disposiciones adoptadas por el Gobierno para aumentar la carga tributaria a las prendas asiáticas y poner así fin a la subvaloración o “contrabando legalizado”, son un gesto significativo a favor de la industria nacional, sobre todo porque el reclamo de los industriales fue desatendido por todos los gobiernos que se sucedieron en el periodo de transición democrática. La invasión de prendas asiáticas se inició a principios de los 90’ y desde entonces la industria nacional fue perdiendo terreno ante la imposibilidad de competir con los precios irrisorios de los productos importados, que ingresaban directamente de contrabando o pagando valores insignificantes para “disimular” que cumplían con las formalidades de la importación.

Por un lado, en caso de que las medidas se cumplan –eso siempre está en duda por la fragilidad de los controles aduaneros- permitirán a las industrias nacionales una competencia más sana, ya que no existirá esa distorsión grosera que durante años favoreció a todo lo importado en detrimento de lo que se producía en el país. Definitivamente, resulta insostenible que un país serio privilegie a los contrabandistas, trianguladores y oportunistas, en tanto se perjudica a la industria paraguaya, al punto de hacer que se pierdan más de 30 mil empleos. Por ello, el mensaje del Gobierno parece indicar que el rumbo que se tomará es diferente al que tomaron las administraciones anteriores.

No obstante, más allá de las medidas que tienden a eliminar las distorsiones y favorecer una competencia más justa, se debe tener en cuenta que en un mundo globalizado se requiere competitividad y que las industrias paraguayas tienen serios problemas con eso. No bastarán las medidas proteccionistas si no se apuesta a fortalecer la capacidad de competencia de las industrias locales, de manera que puedan producir con mayor calidad, en mayor cantidad y con precios accesibles.

Las industrias, y las empresas paraguayas en general, necesitan un fuerte apoyo para que tengan la capacidad de generar desarrollo, crear empleos y ganar mercados internacionales. Y ese apoyo debe entenderse como incentivos fiscales para la producción, apoyo tecnológico, capacitación permanente para los trabajadores, créditos para las pequeñas y medianas empresas, más obras de infraestructura y más apoyo de las instituciones estatales para buscar mercados y atraer inversiones.

El Gobierno debería mejorar las condiciones de producción y distribución de las industrias. Y una forma de hacerlo es por medio de la construcción de obras de infraestructura que faciliten las comunicaciones, de forma que se pueda reducir el costo país y que se logre minimizar en algo el elevado precio de la mediterraneidad. Necesitamos más rutas para facilitar el transporte de los productos, porque si se siguen teniendo costos tan elevados en materia de logística será difícil mejorar la competitividad de la producción. Un sistema de comunicaciones en buen estado permitiría transportar más fácilmente la materia prima, los insumos y los productos, con lo que se reduciría el costo de operación y ello podría traducirse en un producto más barato y competitivo.

Con la disminución de la competencia desleal de los productos asiáticos se puede recuperar gran parte del mercado nacional, pero para consolidar el crecimiento se debe apuntar a los mercados internacionales, como de hecho se viene haciendo con relativo éxito en el rubro de las confecciones. Revisar la política de acuerdos comerciales, así como priorizar la búsqueda de nuevos mercados para los productos nacionales, deberían ser dos de los objetivos a corto plazo de la política exterior.

La industria de la confección podría generar una cantidad importante de empleos en poco tiempo y con ello se podría darle un impulso notable a la economía nacional. Lo mismo ocurre con otros sectores que desde hace años esperan un poco de consideración de parte de las autoridades. Si se consolida una política para estimular la competitividad de las empresas nacionales, lograremos un paso vital hacia el crecimiento económico y la generación de empleos y oportunidades.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales
www.vivaparaguay.com