lunes, 26 de enero de 2015

De la transparencia a la construcción

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La convocatoria de una Universidad de Verano a la discusión sobre los grandes temas que hacen al país es una muestra clara que de los paraguayos tenemos mucho por estudiar, analizar, debatir y proponer. Luego de los largos silencios a los que nos obligó la dictadura, y de los gritos y el ruido  posterior, estamos en un momento en donde nos urge construir consensos y participar en forma activa en las grandes decisiones que debe tomar el país. Y esta urgencia debe llamarnos a recuperar las voces críticas, las ideas y el pensamiento vivo de toda una sociedad que ya no puede seguir tolerando que la excluyan a la hora de administrar el destino de una nación. 

Uno de los grandes logros de los últimos tiempos fue la fiebre de transparencia impulsada por una ciudadanía cansada de tanto secreto, y que derivó en que se hagan públicos muchos de los manejos corruptos que se hacen con los fondos del Estado. Mientras tenemos una situación de pobreza que afecta a más de la mitad de la población, los corruptos ostentan con desvergüenza sus niñeras de oro, sus viáticos millonarios, su nepotismo y una interminable lista de robos de todo tipo. Es bueno que los hayan exhibido y señalado, aunque todavía falta que no sólo acaben con sus privilegios sino que los hagan pagar con creces por la insolencia de robar y burlarse de la gente. 

Estamos en un momento de la transición democrática en donde debemos consolidar la transparencia como la base fundamental del manejo de los recursos públicos, así como ejercer nuestra responsabilidad de ser contralores de los procesos que involucran nuestras vidas. Y esto implica estar atentos a lo que hacen con los presupuestos, con los recursos, con las inversiones y los gastos, con la obra pública, con las contrataciones y con el manejo de la cosa pública. Como nunca antes la ciudadanía tiene herramientas para exigir, controlar y repudiar incluso las decisiones que los gobernantes toman en nombre de todos. 

Mediante la transparencia podemos saber qué hacen con los recursos y a dónde se destinan, pero todavía nos falta mayor presencia en un estadio posterior: en la construcción del país que queremos. Y en este caso hay que tener una mirada atenta sobre el Presupuesto General de la Nación: desde su planificación hasta la ejecución y sus resultados. Es ahí donde podemos vislumbrar qué tipo de país quieren: si el mismo Estado corrupto que despilfarra sus recursos en inutilidades, o uno que apunte a atender las necesidades reales de la gente: salud y educación. 

Es hora de pasar a la discusión activa del país que queremos. Y esto implica proponer, idear e innovar. Hay que exigir que los recursos dejen de ser despilfarrados, que se acaben los privilegios groseros que sólo benefician a unos pocos, y que se prioricen las inversiones que realmente necesita Paraguay: en educación, ciencia y tecnología. 

No sólo es bueno sino que es urgente trabajar con las voces académicas, con los estudiantes y con la gente preparada que nos ayude a interpretar la situación del país y a proponer caminos que nos lleven a un mejor destino colectivo. Hay que pasar de la transparencia y el control, a las ideas y la innovación, a las decisiones estratégicas que contribuyan a minimizar la pobreza, a acabar con los privilegios y a darle a la gente la oportunidad de mejorar su calidad de vida. La tarea es enorme y el desafío extraordinario, pero de ello depende tener un futuro como nación. 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México
 
Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. Ver aquí

miércoles, 14 de enero de 2015

Del cajero al visionario

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El cambio de mando en el Ministerio de Hacienda, un puesto clave en el equipo de Cartes, nos devuelve a una de las eternas preguntas que nos hacemos cuando se sustituye a una persona por otra: ¿qué tanto puede cambiar la política económica con el cambio de un ministro? A priori, se ve poco probable un cambio si consideramos que se cambia una pieza para que siga funcionamiento la misma estructura. Y sobre todo porque la mirada sigue siendo hacia un ente cajero preocupado por recaudar y no hacia alguna estrategia innovadora que nos dé esperanzas de que pasaremos de la urgencia por recaudar a la eficiencia en la inversión.

No es una novedad que uno de los grandes problemas del Paraguay para su despegue económico es, precisamente, la carencia de una estrategia o un plan visionario que nos lleve a construir la economía que necesitamos. Se administra un Estado sobrecargado, con corrupción e ineficiencia, y no se alcanza a poner orden para intentar ir hacia un destino económico favorable a todos. Y en este contexto, un hecho notable es la carencia de un Ministerio de Economía que se encargue de planificar, diseñar y ejecutar ideas que ayuden al crecimiento económico, a la reducción de la pobreza, la generación de empleos y, sobre todo, a saber hacia dónde vamos y qué podemos esperar. 

Somos un país curioso que encabeza su economía con un ministerio que se preocupa por recaudar, al mismo tiempo que la informalidad es la que rige en la mayoría de los sectores. Esa misma preocupación que lleva a cobrarles a los yuyeros mientras se hace la vista gorda a las enormes ganancias de los sojeros. O la urgencia de recaudar que no es coherente con los subsidios a sectores privilegiados o el despilfarro alegre de fondos en nombre de necesidades como la educación. Un Estado sobredimensionado, desordenado y caótico se lleva la mayor parte del presupuesto, lo cual no se corrige con recaudar más. 

Aunque la recaudación y la equidad en el pago de impuestos son una necesidad, Paraguay necesita salir del modelo del cajero que sólo recibe y luego distribuye para mantener todo como está. Nos urge pensar en un Ministerio de Economía que se encargue de establecer la planificación y la estrategia del modelo de país que queremos construir: ¿uno industrializado? ¿uno de servicios? ¿un país para la economía del conocimiento? Lo cierto es que no se puede seguir con un modelo agropastoril que enriquece a unos pocos y deja en la pobreza a la mayor parte de la población. 

Hay que dejar de vivir en una economía a la deriva que depende de los vientos internacionales, del precio de la soja, el mercado de la carne o el régimen de lluvias. Y no sólo hay que pensar en recaudar más sino en superar el problema de gestión que tiene el país, que hace que incluso las buenas iniciativas y las buenas inversiones terminen empantanadas y estériles. Orden, planificación y estrategia es lo que necesitamos. Eso es lo que diferencia a los administradores de turno que sólo buscan quedar bien, de los visionarios que intentan romper estructuras que no funcionan. 

Si el gobierno quiere tener rumbo -no sólo uno nuevo-, hay que marcar claramente el camino que seguiremos como economía, así como las metas perseguidas a corto y largo plazo. Más que por sus recaudaciones, por sus planificaciones e inversiones los conoceremos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el diario económico 5 días, de Paraguay. Ver original aquí:

lunes, 12 de enero de 2015

La confianza, un elemento vital

Por Héctor Farina Ojeda

La confianza es uno de los factores más importantes para el funcionamiento de la economía. Y en especial la confianza que tienen los consumidores, los que mueven el mercado interno y los que nos indican hacia dónde se proyecta una economía en su conjunto. En este sentido, los recientes resultados del Índice de Confianza del Consumidor, correspondientes a diciembre de 2014, dan dos aspectos interesantes: por un lado, la percepción de las familias sobre la economía se redujo 2.07 por ciento en el mes de diciembre -medido en forma mensual-, en tanto si tomamos los datos de 2014 frente a 2013, tenemos que no solo ha habido una mejoría en el último año, sino que la confianza del consumidor se encuentra en su mejor momento en los últimos 15 meses, de acuerdo a los datos del Inegi y el Banco de México. 

Aunque estas mediciones son referenciales y se basan en percepciones, hay que analizar cómo se encuentra el consumidor en un contexto en el que se espera un crecimiento económico de entre 3 y 4 por ciento para 2015, en tanto se auguran los resultados de las reformas y hay una proyección oficial de que el sector energético podría recibir inversiones de 50 mil millones de dólares. Y hay que tomar en cuenta el anuncio de que se crearon 714 mil empleos formales en México en 2014 (cifra importante aunque insuficiente), así como los buenos augurios para la economía norteamericana que se espera tenga un buen año y con ello impulse a la economía mexicana. Hasta aquí hay buenos indicios pero esto no alcanza. 

Como ya sabemos, los grandes indicadores no son suficientes y, sobre todo, en un contexto en el que el 60% de la economía es informal, lo que hace que los consumidores sientan lejanos y ajenos los beneficios que se anuncian en forma macro. Hoy tenemos ciudadanos que viven en la informalidad, con empleos precarios y salarios bajos, lo cual debemos tomarlo como un verdadero toque de alerta: un consumidor empobrecido es lo peor que le puede pasar a la economía. 

Recuperar la confianza del consumidor es una urgencia pero debe venir de la mano de la recuperación del poder adquisitivo, de las oportunidades, los empleos y sobre todo la capacidad de emprender. El temor que genera la inseguridad, la falta de credibilidad en las instituciones, la informalidad y la falta de expectativas en los gobernantes no sólo ahuyentan la confianza, sino que pueden deprimir el consumo, espantar inversiones y afectar el dinamismo económico, así como pueden limitar una actividad vital: el emprendimiento. 


Deberíamos exigir que la confianza sea la base de la economía, para poder emprender, innovar, tener un negocio o aventurarse con una idea que genere autoempleo. Que se pueda abrir una microempresa sin el temor de que la corrupción, la inseguridad o la burocracia acaben con la inversión, con las ganancias, la oportunidad y las esperanzas. La confianza debería ser un compromiso de todos los sectores, desde los grandes inversionistas hasta los pequeños consumidores. Hay que trabajar para recuperar la confianza, desde el sector en donde nos toque. Será bueno para todos.

Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio "Economía empática". Ver original aquí: 

domingo, 11 de enero de 2015

Los retos del periodismo ante las nuevas tecnologías

Contra la economía

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las buenas referencias para la economía paraguaya enfrentan un problema crucial que amenaza con anclarnos en el atraso durante un buen tiempo. Mientras los periódicos dan cuenta de que este año cerrará con un crecimiento del 4% del Producto Interno Bruto (PIB) y se estima que para 2015 se mantendría un ritmo similar, la verdad es que todos los buenos números están amenazados no solo para los siguientes años, sino para toda una generación. Con el fracaso de la reforma educativa que se pone en evidencia con estudiantes que tienen problemas de lectura y de comprensión, estamos atacando lo más esencial para que una economía funcione en los tiempos actuales: el conocimiento. 

Seguramente los administradores de turno podrán pintar un cuadro con indicadores que disfracen en alguna medida la realidad: eventualmente se recuperará el precio de la soja y puede que se incrementen la producción ganadera y la exportación de carne. Pero la dependencia de un par de rubros y el agotamiento de los recursos naturales no sólo no servirán para ubicar al país como una economía de vanguardia, sino que no lograrán minimizar la pobreza ni romper la desigualdad que hace que muy pocos se llenen las manos mientras los demás padecen las carencias. 

Con la tragedia que representa que 9 de cada 10 estudiantes de tercer y sexto grado no aprendan en clases, estamos matando la esencia de la economía: sin una generación preparada, no habrá innovación ni competitividad ni productividad, ni podemos hacer ciencia ni tecnología. El fracaso de los estudiantes es más que una "tragedia educativa", como diría Guillermo Jaim Etcheverry, es una verdadera "tragedia económica".  Si nos quedamos como si nada y permitimos que se pierda toda una generación de paraguayos, el resultado es ir exactamente en contra de la economía del conocimiento, en contra de las oportunidades de todo un país. Caminar en sentido contrario al conocimiento implica hacerle un harakiri deshonroso a la economía, a las esperanzas de innovar y cambiar una situación que ya es demasiado oprobiosa. 

Mientras los países desarrollados están preocupados por la ciencia y la tecnología y buscan mejorar sus universidades, en Paraguay las noticias nos hablan de estudiantes que no aprenden, docentes incapaces de aprobar pruebas para dar clases, fondos despilfarrados en nombre de la educación y políticos incapaces de al menos hilvanar un discurso coherente. No es casualidad que el fracaso en la educación se traduzca en corrupción, pobreza, marginalidad y mucha injusticia.

Para defender nuestra economía y buscar mejorar la calidad de vida de la gente, la urgencia es recuperar la educación. No son los indicadores macroeconómicos, es la educación la que puede salvarnos o hará que se termine de hundir el barco. En los tiempos actuales no existe la posibilidad de minimizar la pobreza ni la marginalidad si no es por medio del conocimiento de la gente. 

Tenemos todo por hacer y es imperioso salvar la educación. Repatriar cerebros, incentivar talentos, invertir más y mejor en ciencia y tecnología, enviar a los mejores a formarse en el exterior, elevar la calidad docente... Es hora de un cambio drástico que apunte a la construcción de un país sobre la base de formar a su gente, antes de que una generación perdida sea la perdición de toda la economía y todo el país. 

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Ciudad de México, México. 

Publicado en el diario económico 5 días, de Paraguay. Ver original aquí

Punto clave: clase media

Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los grandes retos que tiene la economía mexicana es la recuperación de la clase media. Hablamos de la recuperación de su poder adquisitivo, de su capacidad de decisión y de emprendimiento, así como del desarrollo de las competencias de las personas para poder construir su propio entorno económico. Nos encontramos en un momento en el que la clase media está empobrecida, agobiada por los empleos insuficientes y por los alicaídos salarios, y todavía con la carga de saber que el pronóstico no es favorable, pues el crecimiento que se espera es insuficiente -como lo ha sido en las últimas décadas-, en tanto la distribución de la riqueza sigue siendo tremendamente injusta: mucho para pocos, y poco o casi nada para muchos. 

Los recurrentes informes de los organismos internacionales advierten periódicamente sobre la situación de la clase media y sus carencias, así como el riesgo permanente de caer bajo la línea de pobreza. Hace pocas semanas el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) advirtió que una parte de la población que había dejado la pobreza y ascendido a la clase media corre el riesgo de volver a ser pobre. En tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) llamó la atención sobre el hecho de que la provisión de bienes y servicios públicos no es suficiente para atender las demandas de los ciudadanos que conforman la clase media. Esto da cuenta de que pese a los avances en la última década en América Latina en cuanto a reducción de la pobreza, todavía tenemos una franja desatendida y en riesgo constante.

Un punto de referencia importante es lo que ocurrió en Brasil en la última década: cuando a nivel mundial la tirada de los diarios impresos estaba en caída libre (lo sigue estando), en el país sudamericano había un repunte del 10 por ciento anual en la tirada de diarios. Aunque la industria editorial enfrenta una crisis a nivel mundial, la sorpresa brasileña se debió a la clase media, que debido a las políticas sociales había recuperado una parte de su poder adquisitivo y por eso volvió a comprar el periódico. Cuando un sector empobrecido recupera su capacidad de compra y puede atender sus necesidades básicas, entonces incentiva el consumo y le da dinamismo al mercado interno. 

En un contexto en el que es una urgencia recuperar el dinamismo propio de la economía mexicana para romper el cerco del crecimiento insuficiente, los empleos escasos y mal pagados, la informalidad que afecta a más del 60 por ciento de la economía, así como la pobreza que golpea a cerca de la mitad de la población, buscar el fortalecimiento de la clase media es una necesidad imperiosa. Las políticas sociales -sobre todo educación y salud- deberían apuntar a darles a los pobres la oportunidad de incorporarse a la clase media, así como a fortalecer a los de este último segmento. Y esto implica que se dejen las políticas populistas de dar limosnas en lugar de educación, y que se apueste por apoyar a las microempresas y las pymes en lugar de solo cuidar indicadores que benefician a los que viven en la riqueza. Si queremos una economía sólida, hay que recuperar el poder adquisitivo de la gente


Publicado en la edición impresa de Milenio Jalisco. Ver original aquí 

Resultados y pronósticos


Por Héctor Farina Ojeda 

El crecimiento limitado, los empleos insuficientes, los bajos salarios y la sensación de que la recuperación económica es demasiado demorada. Con estas palabras podemos intentar resumir lo que nos deja 2014, un año económico que fue bajando sus expectativas en la medida en que la inseguridad, la falta de dinamismo interno y los factores externos fueron minando los resultados. En cambio, la serie de reformas impulsadas pretende que los beneficios comiencen a cosecharse paulatinamente a partir del siguiente año. Aquí tenemos un pronóstico interesante: la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) prevé un crecimiento económico de 3.4 por ciento para 2015, lo que representa un mayor dinamismo que en 2014, que cerrará con cifras de alrededor de 2 por ciento de repunte.

El pronóstico suena interesante porque es una visión del sector privado, a partir de sus propias fuerzas productivas. La Concamin espera que en 2015 se generen aproximadamente 694 mil puestos de empleo, lo que representará una leve mejoría frente a los 670 mil empleos estimados en 2014. Igualmente, el organismo industrial calcula que las exportaciones se incrementarán en 5 por ciento, sobre todo por el mayor impulso del sector fabril. Otro dato importante es que estiman un repunte de 3.9 por ciento en las inversiones productivas, lo que podría afectar positivamente al sector laboral. 

Con esta perspectiva sabemos que 2015 será un año económico difícil, aunque continuará la tendencia de crecimiento. El problema radica en que crecer con estos números no es suficiente y que la estabilidad que se proyecta no es una buena noticia para todos: los ricos estables en su riqueza, los pobres estables y anclados en su pobreza. El crecimiento que requiere México debe superar el 5 por ciento anual, así como debe generar por lo menos 1 millón de empleos al año. Y tampoco debemos quedar conformes con la cantidad sino con la calidad: que el crecimiento tenga una distribución más equitativa y que los puestos de empleo tengan salarios más dignos y acordes a las necesidades. 

El sector privado está preocupado por la competitividad y la productividad, sin las cuales es difícil recuperar la fortaleza del mercado interno. Y en este mercado interno hay un problema grave por el empobrecimiento del consumidor, el ciudadano que vive de bajos salarios, en condiciones de pobreza y de enormes limitaciones que impiden que pueda satisfacer necesidades básicas. Será imposible recuperar el mercado interno si no recuperamos primero el poder adquisitivo de la gente, lo cual sólo será posible con mejores empleos y mejores salarios.

Un año de continuidad y de estabilidad no cambiará mucho. Pero un año de redireccionamiento podría implicar la construcción de una plataforma interesante para atender la economía de la gente: apostar por las microempresas, romper la dependencia de factores externos, diversificar las exportaciones y sus mercados, así como impulsar pequeños emprendimientos, todo en búsqueda de mejores oportunidades para la gente que no es beneficiada con el crecimiento ni con los grandes indicadores.