jueves, 31 de octubre de 2013

Periódico "La Primera", de Perú, publica análisis de Héctor Farina sobre la economía india

Publicado: Jueves 29 de agosto del 2013
A LA CAZA DE EE.UU. Y CHINA

India, la potencia emergente

El país asiático ha venido creciendo a una tasa superior al 8% en los últimos años, una población de 1300 millones de habitantes, con un fuerte desarrollo en materia tecnológica, apunta a convertirse -posiblemente en la próxima década- en la tercera potencia económica mundial, solo detrás de Estados Unidos y China.

En menos de dos décadas, desde los pasados años noventa, India se ha convertido en una potencia emergente con gran potencial de desarrollo (se estima que seguirá creciendo a un ritmo de al menos el 8% anual hasta 2020).

Ha pasado a ser uno de los principales centros de acogida de los servicios deslocalizados de Occidente, y ya cuenta con importantes institutos de ingeniería, bancos de inversión, soluciones médicas telemáticas, farmacéuticas de genéricos, empresas de software, varias decenas de parques tecnológicos (número que crece continuamente).

Su despegue económico se vio favorecido por una potente demanda interna (cerca de 400 millones de habitantes tienen poder de compra), las inversiones y los capitales extranjeros, los bajos salarios y la elevada cualificación técnica de la población activa. Pero tiene grandes desafíos; el principal es sacar de la pobreza a millones de personas, ancladas en una economía de subsistencia.

India forma parte de los países denominados “BRIC”, junto con Brasil, Rusia y China, que apuntan a transformarse en los principales motores de la economía mundial en 2050, por su población, su territorio, sus riquezas naturales y su PIB en conjunto.

Y presenta algunos resultados que son más que interesantes: su crecimiento económico promedio es muy cercano al de China, y duplica el promedio de América Latina; ha logrado sacar de la pobreza a 100 millones de personas en los últimos quince años, ha cuadruplicado su clase media y ha convertido ciudades pobres en emporios de desarrollo tecnológico, afirma el periodista internacional Héctor Farina Ojeda

“Aunque tengamos la visión de la India como la de un país en donde el contraste entre la opulencia y los “intocables” es uno de los más radicales, lo cierto es que hay un trabajo constante que ha venido disminuyendo las diferencias. Y la apuesta que hace India para lograrlo es el potencial humano, enfocado desde la necesidad del conocimiento tecnológico”, afirmó.

Explicó que desde hace más de medio siglo, los indios se dedicaron a formar recursos humanos competentes en cuanto a tecnología, conscientes de que para progresar requieren estar a la vanguardia en materia de innovaciones.

“Hoy tenemos como resultado que hay una producción masiva de cerebros que pueden liderar los proyectos de desarrollo que ayuden a revertir la pobreza: ingenieros, programadores y profesionales vinculados a la informática ingresan todos los años al mercado laboral, con nuevas ideas y con un alto nivel de competitividad”, apuntó.

Algunos de los datos que avalan esta avalancha de conocimiento al mercado laboral son impresionantes: hay 300 mil ingenieros graduados por año, y el 25% de la población india con el más alto coeficiente intelectual es superior a toda la población de Estados Unidos.



DÉFICIT EN INFRAESTRUCTURA
Temas a realizar para India
Un informe realizado por el director Ejecutivo de Consejo Indio para la Investigación de las Relaciones Económicas Internacionales (ICRIER), Rajiv Kumar, llamado “La India como potencia económica mundial: desafíos para el futuro”, precisa los puntos que el país aún debe superar.

DÉFICIT EN EDUCACIÓN
En India uno de sus mayores déficits está en la calidad de la educación y la escasez de personal cualificado en las empresas. “Todo indica que grandes segmentos de la fuerza de trabajo india reciben una formación pobre y obsoleta, y de todos los niveles del sistema educativo salen alumnos sin posibilidad de inserción laboral”, afirma Kumar, agregando que “el colapso del sistema público de enseñanza revela la necesidad de introducir reformas radicales y de transformar la estructura de incentivos”, afirma Kumar.

DISTRIBUCIÓN DESIGUAL EN LA INDUSTRIA MANUFACTURERA
Según Kumar, el sector manufacturero de la India se caracteriza por una bipolaridad que permite la coexistencia de grandes empresas competitivas con pequeñas unidades de producción que emplean tecnología obsoleta. De esto derivan dos problemas, asevera Kumar. Por una parte, las empresas pequeñas no alcanzan a cubrir las necesidades económicas de gran parte de la población, y por otra, en India no existen las empresas medianas, que por lo general son una fuerte fuente de trabajo en la población mundial.

DÉFICIT EN INFRAESTRUCTURA
Como lo corroboraba el periodista del periódico Nuevo Herald, uno de los déficits más visibles en India es la infraestructura. Aún queda mucho por recorrer, y este país debe invertir tanto en el sector energético como en infraestructura vial, dado el crecimiento anual de un 12% a un 15% en el transporte de pasajeros durante los últimos años, afirma Kumar.

RIGIDEZ EN EL MERCADO LABORAL
Las actuales leyes laborales son un obstáculo para los trabajadores indios. “Al aumentar el costo de la mano de obra y hacer de los costos laborales un gasto fijo para las empresas del sector formal, es un acto contrario a los intereses de los trabajadores, minimizando la inserción laboral y limitando la generación de empleo”, asegura Kumar. Estudios sobre productividad y resultados del sector manufacturero de la India sugieren una correlación negativa entre la rigidez en las leyes laborales y la productividad industrial y crecimiento del empleo, asegura en su informe el Director Ejecutivo del ICRIER.

DEFICIENCIAS EN LA GOBERNABILIDAD
Sistemas de salud y educación al borde del colapso, trámites poco transparentes, burocráticos y un aumento en los costos de transacción comercial. Todos estos factores dan indicio de una pobre condición de gobernabilidad en la India, indica Kumar.

Por ello, es necesario prestar más atención a corregir el déficit de gobernabilidad y mejorar la oferta de bienes y servicios públicos, porque, hasta el momento, India todavía es vista como un destino poco atractivo para realizar negocios.



FUTURA SUPERPOTENCIA
Pese a que aún quedan numerosos desafíos por cumplir, las cifras siguen acompañando al país de Oriente. Y es que la economía de India creció un 6.1% durante su primer trimestre del año fiscal actual, cerrado en junio, favorecido por los buenos datos de los servicios, especialmente en la hostelería, transporte y en servicios financieros, que registraron un repunte del 8.1%.

Mientras tanto, los expertos predicen que la India se convertirá en una superpotencia mundial dentro de cincuenta años más, gracias a elementos como la innovación tecnológica y su población mayoritariamente joven. A continuación, un listado de las fortalezas de este místico y potente país, según el informe “La India como potencia económica mundial: desafíos para el futuro”, elaborado por el director Ejecutivo de Consejo Indio para la Investigación de las Relaciones Económicas Internacionales (ICRIER), Rajiv Kumar.

EN LOS PRIMEROS LUGARES EN TI
Durante 2004 y 2005, India presentó un fuerte crecimiento en ingresos por concepto de Tecnologías de la Información (TI), alcanzando volúmenes de negocios por US$22,000 millones. Con el paso de los años, el valor de las exportaciones de estas tecnologías se ha triplicado, según la Asociación Nacional de Empresas de Software y Servicios de India.

Mientras tanto, este país se ha preocupado por ofrecer al mundo excelentes infraestructuras en desarrollo de softwares, que destacan por su alta calidad y por la reducción de los costos en las empresas. A la vez, India ofrece servicios internacionales de call center (atención al cliente mediante telefonía), servicios de contabilidad, administración de personal, etc. Un ejemplo de ello son empresas como Wipro o Tata, que ofrecen servicios de análisis financieros y jurídicos, estudios de ingeniería, operaciones actuariales, etc.

POBLACIÓN JOVEN
A diferencia de otros países, sobre todo comparado con Europa, en India la población en su mayoría es joven y un tercio no sobrepasa los 15 años. Esta característica pasa a ser una ventaja, puesto a que la fuerza de trabajo viene renovada y con “energía” suficiente para emprender nuevos proyectos con innovación y creatividad.

A la vez, y de la mano con las TI, el gran número de gente joven con estudios habla inglés con fluidez, lo que transforma gradualmente a India en un importante destino para las grandes empresas a la hora de subcontratar servicios de atención al cliente.

DESARROLLO DEL SECTOR PRIVADO
A partir de 1991, la economía en la India dio un giro importante hacia la liberación del dinamismo del empresariado privado, al flexibilizarse las licenciaturas industriales, al eliminarse los controles administrativos frente a la adquisición de tecnología, y propulsar la expansión de la capacidad productiva del país, que antes era liderada por oligopolios familiares.

De este modo, sectores tales como la manufactura, la industria farmacéutica, la biotecnología, la nanotecnología, las telecomunicaciones, la construcción naval, la aviación y el turismo están mostrando un gran potencial, con altas tasas de crecimiento.

Además, cada vez es más importante el papel que cumple la inversión extranjera directa en la reactivación industrial de la India. En ese sentido, India es uno de los destinos más atractivos para invertir, después de Hong Kong y Singapur, afirma el Director Ejecutivo del ICRIER.

POTENCIA EN AGRICULTURA
India es el segundo productor mundial en el sector agrario después de China. Da empleo al 60% de la población y es el sector económico más importante del país.

Desde 1950, la agricultura en India ha tenido un crecimiento sostenido, debido a sus planes quinquenales y las constantes mejoras en el riego, la tecnología, la aplicación de las prácticas modernas en la agricultura.

Además, India es el mayor productor mundial de leche, anacardos, cocos, té, jengibre, cúrcuma y pimienta negra. A la vez, es el segundo productor mundial de trigo, arroz, azúcar y cacahuetes, y el tercero de tabaco.

CONTEXTO EXTERIOR FAVORABLE
La India cada vez se abre mayor camino en el mercado internacional gracias a dos factores que lo están favoreciendo en este momento. Por una parte, se está dando un “redescubrimiento del Sudeste Asiático”, donde China e India son los países que protagonizan esta cruzada. Por otra, gracias a los acuerdos bilaterales y de cooperación económica regional, en especial el Tratado Único de Cooperación Económica (CECA) con Singapur y el Tratado de Libre Comercio (TLC) con EU, India ha crecido sustanciosamente, pese a la crisis económica mundial que afectó a las grandes potencias internacionales.


Wilder Mayo
Redacciòn

Fuente: Diario La Primera

jueves, 29 de agosto de 2013

La verdad periodística

Este es un trabajo de estudiantes de la Licenciatura en Periodismo del Centro Universitario de la Ciénega, de Universidad de Guadalajara, en Ocotlán, Jalisco, México.

El tema: la verdad periodística. El entrevistado: Héctor Farina Ojeda, periodista y profesor universitario.





Los periodistas, no pueden manejar a su conveniencia la verdad, ya que esta es un bien público. Es por ello que el periodista debe verificar, confrontar y confirmar la información con diferentes fuentes, para eliminar el peligro del engaño.

Universidad de Guadalajara
Centro Universitario de la Ciénega

Equipo: guiónn, realización, producción, edición.
Fernando Melgoza Sepúlveda
Brenda García Luis

Colaboración:
Karla Esperanza Galván Quijas
Humberto Sandoval Delgadillo
Héctor Claudio Farina Ojeda, Coordinador de la carrera de periodismo en el Cuciénega.

sábado, 27 de julio de 2013

El periodismo digital y las nuevas tecnologías: entrevista a Héctor Farina, en Unicanal.

El periodismo digital y las nuevas tecnologías fueron temas abordados por Héctor Farina Ojeda, periodista, profesor universitario, en una entrevista realizada en el noticiero matutino de Unicanal, Paraguay. En conversación con el periodista Juan Carlos Bareiro, conductor del espacio informativo, se analizó el avance que ha tenido el periodismo en Internet, así como los desafíos para los medios y los periodistas.

miércoles, 24 de julio de 2013

Menos clases, menos oportunidades


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La decisión del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) de extender el periodo de vacaciones de invierno, por una semana, nos habla claramente del país que tenemos y del que estamos construyendo para las siguientes generaciones. Alegando el frío y la lluvia -aunque de fondo pesa más una amenaza de huelga docente-, se pospuso el regreso de los estudiantes a clases, como una metáfora de la eterna postergación de la educación en Paraguay. 

Con apenas 610 horas de clases al año, por debajo de las 800 horas recomendadas por la Unesco, con suspensiones periódicas que se deben a motivos tan variopintos como una lluvia, un festival, jornadas de capacitación docente no previstas, un asueto de último momento o hasta porque se prestaron las escuelas para alguna elección política, resulta muy complicado que se pueda mejorar la calidad educativa o tan siquiera cumplir metas mínimas para garantizar un buen nivel en la región. 

Al ver la despreocupación con la que se abordan los temas educativos, la politización de la formación de generaciones enteras, y el escaso compromiso de los gobiernos y la gente, no resulta raro que el país sea el de menor carga horaria en la región, que la calidad educativa esté por los suelos, que el país no destaque en ciencia y tecnología, o que la competitividad sea una materia reprobada y que esto limite el desarrollo económico. 

El tirano Stroessner solo invirtió el 1% del PIB en la educación, con lo que ancló al país en el atraso y la incompetencia, en tanto los gobiernos sucesivos ensalsaron lo educativo en sus discursos pero no han logrado un cambio que nos posicione como una nación educada y con visión de futuro. Se sigue jugando a la inversión miserable, al clientelismo, a las huelgas en perjuicio de estudiantes, y al simulacro como forma de hacer creer que todo está bien cuando en realidad se caen los cimientos de la sociedad. 

Todavía estamos lejos de entender que menos horas de clases y menos educación equivalen a menos oportunidades, más pobreza, más desigualdad y más precariedad. Estamos lejos de los resultados económicos de Japón, Noruega, Finlandia o Singapur, debido a que no tenemos el mismo compromiso con la educación. 

Me gustaría saber qué estrategias y planes aplicará el gobierno de Cartes para recuperar la educación y hacer de ella un trampolín para el desarrollo. Me gustaría ver si realmente habrá una apuesta nacional por lo educativo o si, nuevamente, volverá el juego de la mentira compartida, donde todos hacen creer que hacen, mientras todo se hunde. Quiero ver el presupuesto, la estrategia y la aplicación. De lo que hagan con la educación, depende nuestra economía.


(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

martes, 23 de julio de 2013

La costumbre de la imprevisión


Por Héctor Farina Ojeda (*) 

Pensar anticipadamente en un problema, planificar primero y obrar en consecuencia son cosas lógicas para intentar prever y resolver conflictos, sobre todo cuando estos ya son viejos conocidos. Pero, en sociedades precarias en las que se vive a merced de la fragilidad del cambio, la imprevisión suele ser el factor común a la hora de enfrentar un problema: se nota cuando las lluvias -cíclicas- convierten a las calles en ríos, dañan el asfalto y dejan profundos baches, así como hacen colapsar la movilidad de ciudades completas. Como si llover fuera un hecho extraordinario en un país en donde llueve siempre, se finge el asombro y se opera en el caos, tratando cada quien de parchar la situación de la manera que mejor se le ocurra. Y cuando, realmente, se trata de un fenómeno extraordinario que altera el funcionamiento de una ciudad o un país, el daño suele ser desmedido y la respuesta se bambolea entre la desesperación y la incapacidad. 

Vivimos en sociedades poco planificadas, en sociedades imprevistas. Sabemos de antemano y de memoria, que un país caluroso y húmedo como Paraguay reúne condiciones ideales para que se propague una enfermedad como el dengue. Pero, lejos de haber previsto el peligro y educado a la gente para que combata el mosquito, se reacciona sólo cuando el número de enfermos o muertos escandaliza. Nos asombramos, nos asustamos y empezamos a limpiar y cuidarnos, para que no nos toque a nosotros. Pero se esperó primero, con la calma de los que descansan al costado de un camino, a que los casos de enfermedad nos rodeen, afecten a un conocido, a un vecino o alguien cercano. No visualizamos lo previsible y cuando los hechos nos atropellan los tomamos como imprevistos y reaccionamos con la torpeza del que no sabe de dónde vino el golpe.

Era previsible que el transporte público en Paraguay colapsara, que los accidentes de motociclistas iban a disparar los índices de muertes en el tránsito y que, una vez más, las autoridades no sabrían cómo responder ni podrían ponerse de acuerdo en proyectos como el metrobús. Desde hace décadas vivimos en una precariedad grosera que condiciona al ciudadano a viajar al riesgo de su vida, en vehículos desvencijados, por calles llenas de baches, sin semáforos, y bajo la conducción de alguien sin educación para siquiera esperar que una anciana termine de subir al vehículo antes de acelerar. Sabemos que las unidades del transporte no deben, bajo ningún punto de vista, viajar con las puertas abiertas porque esto asegura que en caso de algún accidente, será fatal. Pero parece no preocupar, como si los accidentes no pudieran preverse y evitarse. Y la reacción sólo viene tras la desgracia. 

Y todavía más curioso, cuando se confunde la reacción con la planificación. Cuando en el enojo de algún accidente que se pudo haber evitado, se vocifera, se cuestiona y se busca culpables. En lugar de la inteligencia racional, se deja que sea la emocionalidad de un momento difícil la que marque las reacciones que deberíamos tener como sociedad. En lugar de construir un sistema seguro para evitar la caída, funcionamos a partir del golpe, el dolor y la rabia del momento. 

Todo esto lo podemos ver en nuestra economía, en los ciclos climáticos que condicionan un auge portentoso o una contracción brusca. O en las trabas a las exportaciones, que se dan con mucha frecuencia, pero que todavía no hicieron que el país tenga una planificación minuciosa y estratégica para enfrentar la mediterraneidad. Tan previsible como saber que una devaluación de la moneda brasileña o la argentina generaría un aluvión de contrabando, y tan imprevisible como ver a las autoridades tomando medidas ridículas como tratar de impedir que los productos baratos permeen la frontera y lleguen hasta un consumidor empobrecido y necesitado. Si lo hubieran previsto y planificado, tendríamos una economía competitiva, con productos de calidad y precios competitivos, por lo que no importaría si el contrabando viaje en avión, en canoa o a pie. Simplemente, no podría competir y no tendría sentido.

Tenemos que dejar de jugar a la sorpresa y el asombro fingido, para comenzar a construir una sociedad menos precaria, más prevenida y más planificada. Que ya no seamos víctimas del caos cuando el clima es hostil, cuando se cierra un mercado, se devalúa una moneda o cuando un modelo económico se agota. La previsión debe ser parte de nuestros pequeños actos cotidianos, en cosas tan sencillas como ahorrar unas monedas por si pasa algo. La pregunta es: ¿podemos dejar de vivir en la imprevisión y pasar a la planificación? 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 22 de julio de 2013

Los pequeños actos y la confianza

 
Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
La buena coyuntura, los buenos indicadores, las bondades de la tierra, los bajos impuestos y el potencial de crecimiento son ventajas conocidas en algunos países, pero, curiosamente, a veces no son suficientes para lograr atraer inversiones, hacer funcionar emprendimientos a largo plazo o lograr credibilidad como economía sólida ante la comunidad internacional. Mucho de lo que hacemos todos los días afecta directamente a la confianza que se tiene en la economía y ello se nota a la hora de medir las inversiones, de ver reflejados los datos de ingresos por turismo, de dar cuenta de los emprendimientos o de la capacidad de innovación que se desarrolla.
 
Parece algo curioso pero en realidad es una tragedia. Cuando se piensa que es “normal” que toda ley o regla pueda ser interpretada, reinterpretada o contrainterpretada, en realidad estamos diciendo que no se puede confiar en la regla o en su ausencia, pues siempre habrá una justificación para relativizarla, ningunearla o eliminarla. Desde la irresponsabilidad consuetudinaria de no respetar los semáforos en rojo en horas de la madrugada (porque nadie los respeta a esas horas) hasta el “presupuesto” de los que infringen normas de tránsito, que ya calculan cuánto deberán pagar en concepto de coimas: los actos se acumulan y en su conjunto terminan dañando a un capital fundamental para cualquier sociedad, es decir, la confianza.
 
Con cada acto de corrupción, cada trampa, cada vez que un funcionario pide una “propina” o que el chofer no entrega el boleto para quedarse con el dinero, en el fondo lo que se hace es construir un sistema en el cual la confianza no importa mucho. Un sistema en donde todo se relativiza, en donde se puede torcer la norma, interpretar lo ininterpretable, en donde para tener un negocio hay que pagar coimas a diestra y siniestra, tiene efectos negativos en sectores como la inversión, el emprendimiento, la competitividad y la capacidad de innovación. Las economías en donde no hay un régimen de confianza son aquellas que no incentivan al ahorro o a la iniciativa individual. Se manejan en la informalidad, sin mayores garantías que las de la aventura.
 
La confianza en un país es un elemento fundamental para el crecimiento, para la inversión y el desarrollo. Lo podemos ver en Noruega, posiblemente el país más confiable del mundo, en donde las instituciones, las normas y la gente son altamente confiables y ello genera no solo un estado de bienestar y seguridad para la población, sino que deriva en la construcción permanente una sociedad con calidad de vida elevada.
 
Al contrario, debido a actos y actitudes tendientes a lo no correcto, en países como Paraguay no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera en un proyecto de metrobús, pese a que todos sabemos que el transporte público es una afrenta cotidiana para los ciudadanos. Desconfiamos del proyecto, de quienes lo implementarán, del que hace el presupuesto y del que lo ejecutará; se desconfía de la obra, de su costo y su impacto. Se desconfía de cualquier iniciativa porque la idea de que el pícaro o el transa están detrás es permanente. Y esto nos lleva a la certeza más que la duda de que alguien se quedará con el dinero, desviará recursos, inflará gastos o, de alguna u otra manera, les tomará el pelo a todos para sacar un beneficio personal.
 
La confianza en una sociedad es fundamental para pensar en una mejor calidad de vida. Hay que reconstruir en la gente la capacidad de confiar en el sistema, en el otro, para lograr que se puedan impulsar proyectos y edificar sin el temor de que alguien nos vaya a engañar. Nos hace falta una profunda educación de valores para dejar de ser la sociedad del Perurima para ser una confiable, seria y por la que valga la pena apostar.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 21 de julio de 2013

De los pequeños actos al impacto económico


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
Los actos cotidianos, por pequeños y aceptados que parezcan, tienen un enorme poder en cuanto a la construcción de la economía en una sociedad. En un curioso libro llamado “Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México”, del sociólogo Fernando Escalante Gonzalbo, hay una descripción sobre la peculiar forma de relacionamiento social que se da en la sociedad mexicana, que se define como la teoría del muégano (un dulce pegajoso), que consiste en una cadena de favores basados en lazos familiares, compadrazgo, amiguismo o simple complicidad entre dos partes interesadas en beneficiarse mutuamente por encima de las normas o reglas establecidas.
 
Cuando los actos, que pueden considerarse como “folclóricos”, “culturales” o como parte de un comportamiento cotidiano visto como normal suman sus efectos, el impacto en la economía es muy significativo. De pequeñas aberraciones, excepciones, favores o vivezas se llega a conformar un sistema que limita, condiciona y corroe a las estructuras económicas. Lo podemos ver en el mercado laboral, cuando mediante un pequeño favor se premia con un cargo a un amigo o un pariente, poniendo la relación personal por encima de la capacidad o la idoneidad para una determinada función. Lo vemos todos los días en los puestos de la administración pública, en donde en forma estéril se busca explicar los motivos por los cuales alguien no apto termina siendo la máxima autoridad de un ente, mientras que en la realidad la explicación se encuentra detrás de una cadena de favores y costumbres tan inverosímiles como perniciosas.
 
Pasa en las esferas políticas, en donde más vale uno malo “pero de los nuestros” que uno bueno que no sea del grupo, facción, movimiento o partido. La aberración se disfraza de picardía bajo expresiones cínicas como “chancho de nuestro chiquero” para dar a entender que las normas no sirven para acatarse sino para relativizarse en beneficio de pocos y perjuicio de qué importa cuántos. Pequeños actos o pequeñas omisiones se vuelven costumbre y sistema, a tal punto que no importa el origen sino que “así se hacen las cosas”.
 
Ocurre lo mismo en las universidades, cuando se invoca la costumbre de llegar tarde como excusa para no cumplir como estudiante, como maestro o funcionario. “Hora paraguaya”, decimos en Paraguay, y “hora tapatía” me dicen en Guadalajara, para justificar una pequeña falta que se ha instaurado como norma. Relativizar la norma se vuelve la norma (para pasar por encima de la norma), como cuando un estudiante solicita de “favor” que se le conceda una mayor calificación, en tanto el maestro “reparte” calificaciones altas para quedar bien con los estudiantes, los que a su vez lo evalúan bien y hacen que –de paso- la universidad pueda presumir indicadores que den cuenta de la “excelencia” en el proceso de enseñanza-aprendizaje, en donde todos aparecen como contentos.
 
La relativización de la norma en pequeños actos nos ha llevado a ver como “normales” las propinas para acelerar trámites, las coimas para no pagar la multa, el estacionar en lugares prohibidos “sólo por cinco minutos” o en convertir a las universidades en un requisito para obtener un título y no en una instancia de formación. Cuando con un “atajo”, “arreglo” o cualquier sistema de cadena de favores premiamos al que no sabe, al corrupto, al inepto y al arribista, en realidad estamos castigando a la economía, la que se ve socavada y permeada por vicios difíciles de erradicar.
 
El resultado de estos “pequeños vicios” es un fuerte daño a la competitividad, lo que se refleja en por qué países como Paraguay siempre aparecen como rezagados en los estudios a nivel mundial; se nota en la baja productividad de un país que trabaja mucho pero produce poco, precisamente porque no se premia al que sabe ni al que se instruye, sino al que se valió de un favor para ocupar un espacio que no merece. El daño se nota en un país que no tiene capacidad de innovación, pues al frente de la economía, de las empresas o las instituciones no se encuentran los que están preparados sino los acomodados. Por eso tenemos economías precarias, cansinas, poco productivas, sin capacidad de innovación y sin visión.
 
Cuando alguien les diga que deben hacer algo indebido porque “así es como todo funciona”, deberían responder que en realidad “así es como todo funciona mal”, por lo cual en lugar de destruir economías con pequeños actos, debemos construir con los actos correctos.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

El petróleo y la traducción en riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)
La riqueza proveniente de la explotación del petróleo ha impulsado, sin lugar a dudas, el desarrollo de muchas naciones, aunque también ha dejado la sensación de que nadar en la abundancia no significa minimizar la pobreza ni generar una mejoría colectiva a partir de ingresos extraordinarios. De la planificación de Noruega, un país petrolero que construyó su riqueza a partir de la inversión estratégica de los ingresos petroleros, hasta los resultados muy distintos en México, Venezuela o Bolivia, en donde las elevadas cifras de pobreza contrastan fuertemente con las millonarias cifras generadas por la bondad de tener combustible en territorio propio, hay un abismo. Al parecer tenemos una ecuación curiosa: el petróleo es riqueza pero no significa –necesariamente- menos pobreza.
El tema del petróleo y de los combustibles significa hoy una enorme preocupación para México, que tiene en este rubro a una de sus principales fuentes de ingreso. No sólo hay preocupación por la dependencia de los ingresos de esta fuente sino porque se sabe, a ciencia cierta, que la extracción de petróleo tiene su tiempo contado y que no se ha sabido aprovechar las bondades de haber recibido quizá más dinero que el que se dedicó a la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Y en los últimos años, el enojo de los consumidores por las subas constantes en el precio del combustible –en un país petrolero-, genera un escenario complejo en el cual se requiere sincerar el precio del combustible pero tratando, en la medida de lo posible, de no generar una espiral inflacionaria ni afectar a una ciudadanía que tiene problemas de ingresos.
En los últimos años, México ha adoptado la fórmula de pequeños incrementos periódicos en el costo del combustible, con el fin de no aplicar subas de golpe y porrazo, pero aunque esto parece moderado, el fondo del problema sigue siendo el mismo: no hay una mejoría en los ingresos de la gente, por lo que el ciudadano no tiene forma de hacerle frente a las subas, por más dosificadas que estas sean. Y, como doble fondo, parece que los ingresos petroleros no son suficientes porque no se reflejan en mejores condiciones sociales. Así lo podemos ver en Venezuela y Bolivia, naciones de contrastes entre ingresos y resultados.
Los casos mencionados deberían llevarnos a pensar no sólo en el potencial de ingresos que tenemos por la producción y venta de energía –no solo en petróleo- sino en la necesidad de tener administraciones más planificadoras y estrategas. Como hace cuatrocientos años nos dijera Don Quijote, la riqueza que fácil viene, fácil se va. Parece que no hemos entendido eso los latinoamericanos, que seguimos inundados de riqueza que no sabemos traducir en beneficios colectivos que acaben con la marginalidad y la exclusión. Tenemos el extraño talento de hacer llover solo en ciertos sectores al mismo tiempo que castigamos con sequía a los otros. Aunque esto no es un accidente, sino el resultado de cómo vivimos: en la informalidad, la carencia de planificación, y muy poca visión de futuro.
Cuando no tenemos una buena administración ni una estrategia clara de desarrollo, la riqueza natural se pierde en malos manejos, en negligencia o en la corrupción. Es por eso que aunque un país pequeño y necesitado como Paraguay pueda “bañarse en petróleo” en 2014, como lo afirmó en forma alegre el presidente Federico Franco, ello no representa ninguna certeza en cuanto a la reducción de la pobreza, la minimización de la marginalidad o una distribución medianamente justa de los ingresos. Más que pensar en la riqueza natural, hay que pensar en la riqueza de la capacidad de hacer y de producir competitivamente.
Paraguay necesita aprender a traducir su riqueza energética en riqueza para la gente: aprovechar -de una vez por todas- la extraordinaria producción de energía eléctrica para dinamizar toda la economía, sobre todo favoreciendo el sistema de transporte y comunicaciones. Mientras los países petroleros se preocupan por el fin de este recurso, en Paraguay no hemos sabido aprovechar la electricidad que nos sobra. No importa que se trate de petróleo, electricidad, gas, titanio u oro: más ingresos para administraciones sin estrategia ni planificación equivale a despilfarro y robo de oportunidades. Ojalá que alguna vez el gobierno electo presente un plan serio para el mejor aprovechamiento de los recursos que sobran, de manera que comencemos a traducir riqueza natural en riqueza para la gente.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay. 

sábado, 29 de junio de 2013

Luces de advertencia y factores externos


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
La fuerte dependencia de factores externos, de un rubro o un determinado sector siempre representa un riesgo para cualquier economía, pues cuando ese factor del que tanto se depende se tambalea, arrastra consigo una buena parte de los indicadores. No es una novedad que las economías latinoamericanas tienen marcadas dependencias y que tienen como materia pendiente el desarrollo de sectores competitivos que permitan una mayor capacidad de maniobra para crecer y enfrentar las eventualidades. O es el petróleo o el cobre, los productos agrícolas o los ganaderos, el gas, el café o la economía del país vecino: nuestros países se acostumbraron a tener economías que oscilan demasiado según algún buen momento del clima o los precios del mercado en algún rubro específico.
 
En estos días el toque de alerta lo recibió la economía de México: en el primer trimestre de este año el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) fue de apenas 0,8%, lo que implica una desaceleración, es decir que la economía está creciendo a un ritmo más lento del que se esperaba. Esto hizo que el Gobierno, por medio de la Secretaría de Hacienda, revisara las proyecciones para este año y recorte su pronóstico: ahora se estima que la economía crecerá solo 3,1% en 2013 y no 3,5% como se tenía previsto anteriormente.
 
A estos datos, tenemos que añadirle otros que igualmente generan mucha preocupación: tanto las ventas mayoristas como las ventas minoristas están disminuyendo. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el mes de marzo las ventas mayoristas disminuyeron 9,9% a tasa anual –es el quinto mes consecutivo de caída-, en tanto las ventas minoristas se redujeron en 2,4% en el pasado mes de marzo. Esto nos habla de una conjunción que puede traducirse como una advertencia: la economía se está desacelerando y esto se empieza a notar en el comercio. Y todavía hay que sumarle el problema de la generación de empleos, la disminución de las remesas (México es el principal destino de remesas en América Latina) y la progresiva suba de precios de productos básicos.     
 
El toque de alerta para la economía mexicana tiene una clara justificación: una fuerte dependencia de la economía de Estados Unidos que afecta a las principales fuentes de ingresos del país azteca: la venta de petróleo, las exportaciones, las remesas y el turismo. Como razón de fondo tenemos que la economía norteamericana sigue en un proceso excesivamente lento de recuperación –tras la crisis iniciada en 2007- y se estima que este año apenas crecerá 2%. En otras palabras, la fuerte dependencia mexicana hacia su vecino del norte hace que sienta todos los efectos negativos en forma directa. Si Estados Unidos no mejora rápido…no mejorarán las exportaciones ni las remesas ni el turismo…y eso no es bueno para un país que tiene enormes necesidades sociales que atender.  
 
Precisamente ante una coyuntura favorable para los latinoamericanos, resulta oportuno pensar en cómo hacer para que nuestras economías dependientes y con poca capacidad de reacción e innovación se vuelvan competitivas, diversificadas y dinámicas por sí mismas. Mientras en Paraguay se espera una década de auge económico que convierte al país en una tierra de grandes oportunidades, deberíamos pensar cómo fortalecer sectores como el de servicios y cómo invertir los recursos estratégicamente para no estar a merced de que el mal clima, alguna sequía o algún movimiento inesperado afecte a la producción agropecuaria y termine por escamotear las bondades de una década promisoria.
 
Se ha hablado mucho de la dependencia que se tiene de la agricultura y la ganadería, pero quizás muy pocas veces hemos tenido una coyuntura tan favorable no sólo para mejorar los niveles de productividad de estos rubros, sino para apuntalar otros sectores que permitan un crecimiento más estable, una mejor distribución de las fuentes de ingresos, y sobre todo mayor dinamismo que permita reaccionar a tiempo para aprovechar los buenos momentos y resistir a los malos. Es el momento de Paraguay, ahora que tenemos los factores externos a favor. Es la hora de invertir y mejorar desde dentro.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México


domingo, 23 de junio de 2013

Lejos de la ciencia


Por Héctor Farina Ojeda (*)
No es una sorpresa que la investigación científica sea una materia reprobada y pendiente en América Latina. Por ello no debe sorprendernos -aunque sí escandalizarnos- el hecho de que ninguna ciudad latinoamericana aparezca entre las 100 primeras ciudades productoras de conocimiento a nivel mundial, según los datos de un estudio publicado en la revista Nature Scientific Reports. A partir de un análisis de más de 450 mil artículos científicos publicados en los últimos 50 años, se concluye que la mayoría de las ciudades científicas se encuentran en Estados Unidos (56%), Europa (33%) y Asia (11%). Y a la luz del nivel de nuestras universidades, de la escasa inversión en investigación y de la despreocupación generalizada de los gobiernos latinoamericanos en cuanto a la producción del conocimiento, no podemos aspirar a algo diferente a lo que tenemos.

Así como ocurre con las ciudades científicas, periódicamente nos informan que las universidades latinoamericanas no figuran entre las 100 mejores a nivel mundial. Ni tenemos preponderancia en el registro de patentes ni en las invenciones, y mucho menos aparecemos como los lugares en donde se generan más conocimientos o innovaciones. Lejos de la vanguardia en ciencia y tecnología, con presupuestos todavía anclados en estructuras burocráticas obsoletas y prebendarias, los resultados del atraso se traducen en una América Latina que sigue rehuyendo a la economía del conocimiento. Como dice el ex rector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry, en su libro “La tragedia educativa”, parece que estamos formando una “sociedad contra el conocimiento”.

La señal que nos da el estudio sobre las ciudades científicas es una más de tantas que ya hemos recibido e ignorado. Nos lo dicen siempre los indicadores de pobreza, de exclusión, marginalidad, violencia e inseguridad que golpean a nuestras ciudades. Hay una relación directa entre lo que dejamos de hacer por la ciencia y por el conocimiento, y lo que padecemos como consecuencia. Basta con ver los números en el presupuesto de los gobiernos latinoamericanos para ver cómo la educación no ocupa un sitio de preponderancia ni alcanza los niveles mínimos de inversión que se requieren para formar sociedades preparadas. Y, en contrapartida, se destacan logros de países asiáticos o europeos en cuanto a su calidad de vida, sin alcanzar a entender que lo único que han hecho bien es lo que nosotros no hacemos: invertir en el conocimiento.

Tanto los informes de competitividad global, de inversión social, de desarrollo tecnológico o de producción científica nos han venido enrostrando la dura realidad de que estamos haciendo mal los deberes al formar sociedades. Y por eso hay educación precaria, por eso recursos humanos no aptos para la competencia, y por eso tan poca innovación y visión de futuro. En América Latina sólo Brasil y Chile invierten por lo menos 1% de su PIB en ciencia y tecnología, mientras los demás países latinoamericanos aún siguen ajenos a la necesidad de invertir en conocimiento. Pero todavía las cifras son muy lejanas a los países de primer mundo que invierten 4 o 5 veces más.

El hecho de que las ciudades latinoamericanas no figuren en el mapa de la producción científica debería obligarnos a replantear nuestra estrategia con miras a la educación: desde cuánto invertimos hasta cómo concebimos nuestras universidades. Porque si algo nos debe quedar claro en la economía del conocimiento es que menos conocimiento equivale a más pobreza.

Recuperar la calidad de las universidades, la buena enseñanza, y potenciar la investigación en ciencia y tecnología deberían ser prioridades de los gobiernos. De no hacerlo, se seguirá incrementando la brecha entre los países ricos –que generan conocimiento- y los países pobres –que viven contra el conocimiento-. Vivir lejos de la educación, la investigación y la ciencia hoy en día es sinónimo de vivir cerca de la pobreza, la corrupción y los males propios del atraso.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.  

Crecimiento económico y distribución


Por Héctor Farina Ojeda (*)
Paraguay ha sido noticia a nivel internacional en los últimos meses debido a los excelentes pronósticos de crecimiento económico que se tienen para los siguientes años. Hace algunos días, el último informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ubicó a Paraguay como el país que más crecimiento lograría este año entre las economías latinoamericanas, con un 10%. En tanto, los informes del gobierno paraguayo indican que el repunte podría ser del 13% en 2013, cifra que no sólo representa una mejoría notable a nivel macro sino que es una esperanza de que los ingresos que se generen alcancen a sectores necesitados, sobre todo al pensar en que el 49% de la población se encuentra en situación de pobreza, según CEPAL.

Ante los buenos indicadores que nos hacen vislumbrar un panorama favorable para la economía en general, la gran pregunta que salta es cómo lograr que esta coyuntura sea aprovechada para atender las urgentes necesidades de un país que tiene a la mitad de su gente en la precariedad, la pobreza y la escasez de oportunidades para mejorar su condición de vida. En este sentido, el crecimiento previsto para los siguientes años se debe a los buenos precios de los productos agrícolas en el mercado internacional, así como al auge en las exportaciones de carne. Igualmente, se espera un movimiento interno importante gracias al sector de la construcción, en donde se espera que no solo se genere dinamismo sino puestos de empleo en diferentes puntos del país. Ergo, de fondo hay dos cuestiones importantes: el aprovechamiento del momento para lograr un crecimiento sostenido y a largo plazo, y la distribución de la riqueza hacia sectores necesitados, de manera que la bonanza no sea concentrada en pocas manos ni termine por ahondar diferencias ya muy profundas.

Lo primero que se impone es una inversión adecuada de los recursos en los sectores que realmente construyen futuro. Así como hicieron los noruegos cuando descubrieron petróleo y lo destinaron a la educación, los paraguayos ya deberíamos tener un proyecto a largo plazo para que la riqueza momentánea que tenemos se convierta en una fuente constante de generación de bienestar. Para ello hay que atender los aspectos sociales, fundamentalmente educación y salud. Con esto no solo se impulsa una economía, sino que se logra mejorar la capacidad de la gente para acceder a oportunidades y mejorar sus ingresos, por lo que el resultado es una disminución de la pobreza y de la brecha entre ricos y pobres. Con una sociedad mejor atendida en cuestiones sociales, seguramente habrá menos marginalidad, menos exclusión y menos desigualdad en ingresos.

Para lograr que el beneficio económico llegue a todos no basta con lograr repuntes de dos dígitos sobre la base de un par de sectores, sino que hay que impulsar proyectos en donde se tenga una mayor distribución de beneficios. Invertir en infraestructura podría generar empleos, pero sobre todo hay que buscar el desarrollo del turismo, que es una de las actividades de mayor equidad distributiva de la riqueza. Al incentivar el turismo, no sólo se podrían generar millones de dólares en ingresos al país, sino que podría lograrse que los beneficios alcancen a más ciudades, más familias, más sectores y más rubros. Con una riqueza mejor distribuida, seguramente mejorará el consumo y con ello podremos aspirar a un dinamismo económico propio, que no sea tan vulnerable a los vaivenes del contexto internacional.

Con buenos pronósticos de crecimiento económico, con el bono demográfico y con un augurio de bonanza en cuanto a los precios internacionales de los productos que exportamos, Paraguay debe dar el gran salto desde la pobreza y el atraso hacia la proyección a una economía sólida y futurista. Hay que fortalecer todo lo vinculado a la ciencia y la tecnología, para que el país se posicione en el sector de servicios y pueda desarrollar una economía del conocimiento acorde con los tiempos actuales.

La gran misión del siguiente gobierno será planificar estratégicamente en qué se invertirán los recursos obtenidos del buen momento económico para lograr que los resultados se reflejen en un crecimiento sostenido y en una distribución de oportunidades y riquezas que alcance a minimizar la pobreza, la marginalidad y la exclusión. Es tiempo de invertir estratégicamente, porque difícilmente se vuelva a repetir una convergencia tan bondadosa de condiciones ideales para dar el gran salto.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", un suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 9 de junio de 2013

El empleo, la precarización y la capacitación


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
La generación de empleos de calidad, que contribuyan efectivamente al mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, es una de las cuestiones centrales que debe atender cualquier sociedad. Como fuente generadora de ingresos y como base para el desarrollo, el trabajo no sólo es una necesidad fundamental sino un compromiso que tenemos con nosotros mismos, con los nuestros y con el entorno. Somos nosotros los que hacemos, construimos e impulsamos la sociedad que queremos. Por eso es tan importante que el tema del trabajo no sea visto como una cuestión populista, prebendaria, de padrinazgo o compadrazgo, ni mucho menos como un sistema en el cual algunos se aprovechan de los demás.
 
Uno de los grandes desafíos que tienen todos los países latinoamericanos apunta no solo a la generación de puestos de trabajo, sino a que los empleos sean lo suficientemente buenos como para paliar y revertir duros indicadores que exhiben nuestras precariedades: pobreza, marginalidad, inseguridad, paupérrima educación y cobertura sanitaria deficiente e insuficiente. Todavía sufrimos mucho por la confusión dolosa que privilegia a los cómplices en puestos de trabajo del Estado, cuando son la capacitación, la idoneidad, el talento y los méritos los que deberían definir a quienes se hacen cargo de llevar adelante la administración de lo público. Y todavía falta atacar el problema de fondo, el de la capacitación de los recursos humanos, para mejorar los niveles de competitividad y, sobre todo, para asegurar empleos de más calidad e ingresos más acordes a las ingentes necesidades sociales.
 
Resulta contradictorio que países ricos, como Paraguay, tengan serios problemas de empleo precisamente en momentos de auge económico y de bonanza por el bono demográfico. Mientras existen 900 mil compatriotas subocupados o desempleados, y alrededor del 60% de los trabajadores no cuenta con seguro social, también debemos contemplar la precarización laboral que se traduce en salarios bajos, informalidad, inseguridad y limitada capacidad de aporte para la construcción de proyectos de vida. Hay mucha deficiencia en la formación de los recursos humanos, lo que nos habla de los problemas educativos desde el ciclo inicial hasta el superior, por lo que los resultados se traducen en una economía poco competitiva, con empleos mal pagados y la consiguiente mala distribución de la riqueza.
 
La precarización del trabajo no es algo particular de un país sino un fenómeno globalizado, como lo explica el sociólogo Ulrich Beck en su libro “Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la globalización”, en el que da cuenta del proceso progresivo de degradación de la calidad de los empleos, que ahora son fugaces, poco seguros, informales e inciertos. Y esta tendencia converge con la transición de la generación de la riqueza desde los sectores primarios y secundarios hacia los terciarios, es decir hacia la prestación de servicios, que dependen directamente del conocimiento de la gente.  
 
Ante este contexto, Paraguay debería aprovechar las buenas proyecciones económicas para generar empleos que apunten al desarrollo del país y a la distribución de los ingresos hacia la gente que lo necesita: en cinco años se puede lograr un gran avance en la construcción de obras de infraestructura que permitan incrementar el tráfico, bajar los costos de transporte y de paso beneficiar con trabajo a muchas comunidades. Con una buena planificación y las inversiones correctas, habrá empleos directos e indirectos en carreteras, puentes, edificios y otros sectores que serán beneficiados.
 
Para atender los problemas de empleo de Paraguay hay que mejorar notablemente la capacidad de los recursos humanos, pues de lo contrario no importará que haya trabajo en abundancia, ya que el mercado los excluirá, los maltratará o los limitará a aceptar lo que puedan. El problema del empleo es una cuestión educativa, pues la riqueza está en el conocimiento.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.  

Rotación de cerebros y visión económica

 
Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
Una de las características fundamentales de la economía actual es que la generación de la riqueza se concentra en los sectores vinculados directamente al conocimiento, por lo que la capacitación de los recursos humanos de una nación se convierte en algo fundamental para el desarrollo. De ahí que las universidades, los centros de formación, los institutos tecnológicos y la educación de calidad en general se hayan vuelto tan determinantes a la hora de construir una economía competitiva. Y en este contexto, los especialistas, los expertos o los “cerebros” juegan un papel fundamental para hacer que la economía sea competitiva, innovadora y visionaria.
 
La fuga de cerebros ha sido desde hace décadas uno de los problemas complejos en América Latina, puesto que debido a la falta de promoción de nuestros talentos y de oportunidades laborales acordes con la formación, estos terminan emigrando a países más desarrollados, de manera que contribuyen al desarrollo de economías ajenas. Esto lo entendieron los taiwaneses a mediados del siglo pasado, cuando iniciaron un proceso de repatriación de sus cerebros con miras a potenciar la investigación y el desarrollo en el campo de la tecnología, lo que derivó en una economía sólida y de crecimiento constante.
 
Y aunque hoy en día ya no podemos pensar en la fuga de cerebros en la forma tradicional como se hacía antes, pues en un mundo intercomunicado y globalizado existen mecanismos de aprovechamiento de los recursos humanos asentados en otras latitudes, debemos asumir que nos encontramos en un proceso de atracción de talentos: países como Estados Unidos, Canadá, Singapur, India, Brasil o Chile compiten para atraer a ingenieros, científicos o talentos vinculados fundamentalmente a la tecnología. Esto nos habla de facilidades para la expedición de documentos, buenos salarios, potencial de crecimiento y muchos incentivos para asegurar que los que saben trabajen en proyectos que beneficien a una determinada nación.
 
Como contrapartida, los latinoamericanos seguimos invirtiendo muy poco en la educación, en ciencia y tecnología, y para colmo no hemos consolidado buenos ambientes de negocios para el campo de la innovación y la tecnología, por lo que los países más desarrollados tienen una gran ventaja para atraer y retener a los cerebros. Las iniciativas de Brasil y sobre todo de Chile en cuanto a ciencia y tecnología son muy interesantes para la región, pero todavía se encuentran muy lejos de países como Singapur, Corea del Sur o India. En tanto países como México, Venezuela, Colombia, Ecuador y Paraguay tienen no sólo una casi inexistente inversión en ciencia y tecnología, sino que han creado muy pocos campos para que los científicos se queden y puedan aplicar sus conocimientos.
 
En este contexto de difícil competencia por la atracción de los cerebros, más que en la fuga debemos pensar en la rotación de cerebros, es decir en el aprovechamiento de las oportunidades que generan los recursos humanos que van a estudiar o a trabajar a otros países más avanzados. En la era de la información y la economía del conocimiento, la distancia física ya no es una barrera para compartir experiencias y trabajar en la formación de generaciones más competitivas.
En el caso de Paraguay, la buena perspectiva económica para la siguiente década debería servir para financiar proyectos de formación de cerebros en las mejores universidades del mundo, así como el aprovechamiento de quienes hoy se encuentran en el exterior. Con una buena planificación a mediano y largo plazo se puede lograr que cerebros paraguayos en el exterior contribuyan a la formación de nuevas generaciones, así como a lograr que expertos  extranjeros vayan a Paraguay para trabajar en las universidades en la enseñanza de ciencia y tecnología.  
 
El momento económico es ideal para el inicio de un proceso de formación de los cerebros en el exterior, de aprovechamiento de los que están fuera, y de atracción de los profesionales que podrían contribuir a renovar la dirección económica, política y social del país.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", un suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Auge económico y construcción del país


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las perspectivas de crecimiento económico del Paraguay para los siguientes años nos colocan en un momento estratégico en el que debe definirse qué país se debe construir para aprovechar la bonanza. No sólo hablamos del 13% de repunte previsto para 2013, sino que posiblemente nos encontremos ante la década más favorable en mucho tiempo. Con todo por construir, con el auge de los ingresos que se deben a la agricultura y la ganadería, con una población joven que nos favorece con el bono demográfico y que podría convertirse en la generación de la innovación y la renovación de las formas de orientar a la sociedad, además de tener el mayor per cápita de energía eléctrica a nivel mundial, las condiciones son demasiado buenas como para desaprovecharlas.

Los datos del Banco Central del Paraguay (BCP) indican que el sector primario tendrá un repunte del 33,5% -fundamentalmente por la buena producción y los altos precios en agricultura y ganadería-; el sector secundario tendrá un incremento de 5,6%; en tanto el sector terciario crecerá 9%. En otras palabras, habrá un buen flujo de ingresos que no sólo oxigenará al campo sino que permitirá contar con recursos frescos para invertir, emprender y proyectar. El desafío de los ingresos a corto plazo es un compromiso para mejorar la producción, la competitividad y el alcance de los sectores económicos para los siguientes años. Y para eso se necesita planificación, estrategia y mucha capacidad de gestión.

Con la coyuntura favorable se debería impulsar con fuerza el sector de la construcción, pues el país necesita con urgencia pavimentar todas sus rutas para facilitar las comunicaciones y hacer que se minimice el costo de la mediterraneidad, al tiempo que se mejora la competitividad y se generan miles de empleos que inyecten ingresos a las familias. Carreteras, puentes, escuelas, hospitales…todo está por construir, en medio del auge económico y el crecimiento de la población que demanda mejores condiciones de vida.

El transporte público debería ser uno de los grandes objetivos para los próximos años. Con la inversión en un sistema de trenes eléctricos se podría no sólo aprovechar los recursos energéticos que nos sobran, sino bajar los costos del transporte y brindar un servicio de calidad. La ubicación privilegiada de Paraguay, en el corazón del tránsito del Atlántico al Pacífico –por donde pasa la producción con destino a Asia-, permitiría recuperar la inversión en poco tiempo, así como generar una distribución de la riqueza hacia muchos sectores que hoy aparecen como olvidados. La consolidación de un sistema de transporte eficiente y de infraestructura vial de primer mundo debe ser una de las exigencias máximas para las siguientes administraciones.

Sin embargo, quizá la necesidad más imperiosa para Paraguay en el contexto de la bonanza económica sea invertir en la formación de la siguiente generación. Sin una capacitación fuerte en materia de recursos humanos, en poco tiempo se perderán los ingresos y nos encontraremos ante un bono demográfico desaprovechado y costoso. Por ello es necesario destinar una parte importante de los ingresos que se tendrán en los siguientes años para formar a los nuevos cuadros de profesionales que se pondrán al frente de la economía, la política, la salud, la educación y las iniciativas en general. Países como Noruega, Finlandia y Singapur demuestran que una buena utilización de recursos en cuanto a educación, ciencia y tecnología es sinónimo de desarrollo, crecimiento y calidad de vida. Por eso debemos asegurar que los ingresos vayan hacia donde se necesita: la educación de la gente.

Lograr un crecimiento superior al 10% anual es una gran noticia. Ahora lo que se requiere es que eso se traduzca en visión y estrategia, en inversiones correctas y en consolidar una economía que pueda mejorar año a año, en forma sostenida, para beneficio de la gente. Ese es el desafío.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 4 de mayo de 2013

Ciudad del Este, contradicciones y potenciales


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Escribo a partir de impresiones. Con apreciaciones personales y una visión particular de los hechos, encontré a Ciudad del Este como un gran detonador de interrogantes que escapan a mi lógica. Esta ciudad que fue en algún momento la tercera a nivel mundial en movimiento comercial, no ha podido sin embargo superar algunos rasgos de un contexto cultural folclórico: sin orden en las calles ni en el tránsito, sin siquiera semáforos en las esquinas que minimicen el creciente caos vehicular, el contraste entre la pujanza comercial y la desidia urbanística sorprende a los ojos de cualquier visitante.

Basura en las calles, afiches de todos los colores y partidos que ofrecen, además de contaminación visual de mal gusto, las promesas de cambio que ya nadie cree. Esto se ve al tiempo que se escuchan versiones de "cuotas" que los operadores políticos exigen a los comerciantes para financiar campañas de los mismos que los recuerdan sólo a la hora de pedir recursos.

En las calles se nota claramente que han pasado administradores de dinero pero no visionarios de una ciudad que tiene todo el potencial para convertirse en una metrópoli del primer mundo. Como sí solo importara ubicarse en donde está el flujo de dinero y no construir una ciudad ni aprovechar más las enormes ventajas competitivas que se tiene en materia comercial.

Parece una ironía que un ex intendente haya querido ser presidente de la República y que ni siquiera haya puesto semáforos o iluminado parques pese a tener al lado la represa hidroeléctrica más grande del mundo. Ciudad del Este vive sus contrastes todos los días: mientras el flujo comercial es millonario, no hay dinero para un semáforo o tan siquiera para ordenar el sistema de estacionamiento. Los policías deben hacer funciones de improvisados semáforos humanos para dirigir el tránsito en las principales avenidas, mientras que en el microcentro hay parquímetros humanos, gente que reparte boletos y cobra a los que estacionan sin preocuparse de nada más que el cobro. Así se ven las precariedades en una ciudad rica.

A pocos kilómetros, en uno de los lugares más hermosos del Paraguay, el Salto del Monday, de nuevo salta el contraste: no hay turistas ni infraestructura turística para aprovechar un recurso natural que debería ser fuente de ingresos para la zona. Al contrario, a pocos metros del ingreso al parque no hay calles pavimentadas ni siquiera alumbrado público, en tanto se ven algunas carpas en terrenos baldíos. En un lugar natural maravilloso no hay condiciones para recibir turistas: ni comedores ni hoteles ni información para llegar. Como si el dinero del turismo no fuera de importancia para la zona, como si no sirviera para beneficiar a familias, trabajadores, comerciantes, taxistas...Lo cierto es que más allá de los culpables o responsables, hay una riqueza no explotada y por ende ingresos y beneficios que se pierden.

Los gobiernos deberían prestarle más atención a la triple frontera para hacer que la riqueza se traduzca en ciudades más ordenadas, desarrolladas y en un nivel más elevado de calidad de vida. No es suficiente con tener ingresos, sobre todo en un contexto en el que el país vecino hace lo posible por boicotear el comercio, sino que se debe planificar y potenciar el desarrollo con miras al mediano y largo plazo. Paraguay debe sacarle más provecho a sus ventajas comparativas y lograr que el comercio y el turismo sean más que un recurso temporal, una plataforma de crecimiento constante.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Ciudad del Este, Paraguay.

Entrevista en el periódico mexicano El Informador: “Conservadores con aires de rebeldía”



Cuando Héctor Claudio Farina, periodista y profesor universitario de origen paraguayo llegó a México, gran parte de su imaginario mexicano se desmitificó. En Asunción —en donde trabajaba como reportero de la sección de Economía del diario La Nación—, escuchaba la voz de los mexicanos e imaginaba un tono golpeado, autoritario, machista, proveniente del típico personaje que tiene un sombrero grande y un bigote espeso; pero en realidad no era así.

De Guadalajara le llamó la atención el Centro Histórico. Pensó que se estaba mudando de casa, pues en Paraguay caminaba todos los días por el primer cuadro de Asunción, ciudad tranquila y nostálgica, por cuyas calles viaja el sonido de las arpas y las guitarras y pueden observarse construcciones con más de 300 años de antigüedad a un costado de un edificio ultramoderno: Guadalajara se parecía a Asunción en esa dicotomía.

Maestro y doctorante en Ciencias Sociales, Farina considera que por momentos la ciudad se muestra colonial pero sin dejar de lado su lado moderno, un jaloneo que no termina de definirse.

“Los tapatíos tienen como esa costumbre de conservar sus museos y decir ‘estos somos nosotros’, pero también ‘queremos decir que somos modernos’, entonces no importa que haya un museo de hace 300 años y que al lado pongan un estacionamiento o edificios ultramodernos”.

Durante sus primeros años en la ciudad se avecindó en las cercanías del Estadio Jalisco, en donde vivió experiencias culturales extraordinarias parecidas a las que tuvo en su país cuando asistía al Estadio Manuel Ferreira, que alberga los partidos del Olimpia, equipo del cual Farina es aficionado. Una de las experiencias que lo marcó en Guadalajara fue la culinaria. Los sábados, día en que se disputan los partidos del Atlas, Farina veía sorprendido a una señora preparando carnitas; un señor mojando en salsa una torta ahogada o sirviendo un plato de birria o menudo.

“Bibliófago”, Farina dice que los tapatíos son conservadores con visos de rebeldía pero no de revolución, “gente que tiene un pensamiento medio conservador y que por momentos se rebela, pero como decía Octavio Paz, la diferencia entre un rebelde y un revolucionario es que el rebelde es el que se separa de algo, se niega a acatar una orden, se manifiesta en contra y se separa; el revolucionario, además de eso, implanta una idea y logra cambiar un orden establecido de cosas, logra transgredir un sistema, una forma de pensar, una forma de actuar”.

Fuente: El Informador. Escrito por Gonzalo Jáuregui. Ver original aquí

miércoles, 1 de mayo de 2013

El orden, lo atractivo y el turismo



Por Héctor Farina Ojeda (*)

El largo viaje desde México a Paraguay siempre trae consigo una serie de cambios que uno espera encontrar. Pero a la ya conocida falta de orden, sumarle el hecho de la desidia manifiesta en cualquier calle de Asunción se vuelve una señal inequívoca del desinterés hacia la gente: ciudad sucia, con espacios huérfanos de autoridad y decencia y con ecos de un atraso que aparece más adelantado que las buenas intenciones vociferadas en alguna campaña política con promesas repetidas.

La informalidad de un país poco organizado se percibe desde que uno llega y no hay controles serios de Aduanas en el aeropuerto, por lo que prácticamente se puede introducir cualquier cosa. O al salir a las calles, en donde hay tan poca señalización que, para un turista, llegar a su destino se convierte en una cuestión con grandes porciones de incertidumbre y azar. Faltan los carteles y las señales que guíen hacia los principales puntos atractivos de la zona metropolitana, pero sobran los afiches, gigantografías y grafitis de las campañas políticas, que poluyen visualmente y que no aportan más que una sensación de dejavú sobre etapas en las que se promete de todo para que nada cambie. Gatopardismo en las calles, eterno retorno en las esferas de poder.

La recepción que brinda la denominada "madre de ciudades" no es la mejor que daría una madre: con montes, montañas y cerros de bolsas de basura en las esquinas, con un transporte público que rocía de humo negro a los que caminan en las veredas que -para no ser menos que las calles- también presentan sus desniveles, baches y chicanas, y con una sensación de poca preocupación por parte de todos. Así encontré Asunción en general, aunque hubo espacios en los que el contraste entre bondades y desidias me causó la impresión de ir a dos ciudades opuestas en un mismo espacio.

Mientras la gran cantidad de ofertas hace que mucha gente prefiera ir a la zona de los shoppings, en contrapartida se ven calles semidesiertas, locales abandonados, pocos vendedores y algunos letreros de "se alquila" en el centro histórico. La calle Colón es un ejemplo de esto, en la zona del puerto, pues la que otrora fue una zona casi obligada para las buenas compras ahora luce como un espacio en el que se revuelven los papeles voladores, los escombros en alguna esquina y una que otra tienda esperanzada en el retorno de los buenos tiempos.

Como parte de esa curiosidad que nos hace tan peculiares a los paraguayos, el transporte público es una muestra de que no hay imposibles. Aquel servicio caótico, con unidades desvencijadas de manejo imprudente que garantizaban viajes en condiciones deplorables, ha empeorado. Como para un programa de Ripley, veo que hay camiones más viejos, más chicos, que siguen sin respetar las señales de tránsito, que suben y bajan pasajeros en cualquier parte y que ni siquiera sienten el compromiso de cerrar las puertas para evitar que alguien se mate de la caída. Ver el sistema obsoleto equivale a recibir señales inequívocas de un país enamorado del atraso y peleado con el futuro.

La capital de Paraguay tiene muchos atractivos, al igual que todo el país, pero hay poca planificación y pareciera que no hay mucho interés en pensar en el turismo. Venir desde México, un país que tiene en el turismo a una de sus principales fuentes de ingreso y que factura cerca de 20 mil millones de dólares al año gracias a los turistas,y encontrarse con Asunción poco presentable, es como graficar la poca importancia que se le concede a los ingresos turísticos que podrían ayudar en mucho a solucionar los problemas sociales.

Paraguay es un paraíso de precios bajos, de tiendas nacionales en lugar de las cadenas estadounidenses que copan todo en otros países. Hay mucho por explotar en materia de turismo, pero nos falta orden, planificación, seriedad y compromiso. ¿Cuesta tanto tener un país atractivo para el turismo? No, pero parece que sí.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Asunción, Paraguay

Publicado en el Suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 27 de abril de 2013

El anclaje presupuestario

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El cíclico retorno de las promesas electorales enfundadas en nuevos rostros, con discursos sobre temas comunes y demasiado conocidos por quienes sienten en la piel las carencias de un país, ya no representa novedad. Aunque en el fondo, ilusos de la coherencia o soñadores de realidades factibles pero no fácticas, todavía quedan los que buscan ver planes económicos, estrategias para el desarrollo, iniciativas efectivas para la construcción de una mejor sociedad o para al menos levantar a la alicaída calidad de vida. Pero resulta difícil imaginarlo en un país con un presupuesto que es propiedad de los gastos rígidos, de la prebenda y la corrupción, sin dejar más que la esperanza para las palabras románticas que se dedican a la educación, la salud, la reducción de la pobreza o la inversión en infraestructura.

Mientras Paraguay marcha hacia atrás en el ranking del desarrollo humano (del puesto 109 pasó al 111) y se posiciona como el más rezagado en la región, al tiempo que la competitividad sigue en los niveles más bajos (puesto 116 de 144 naciones, según el Índice Global de Competitividad 2012-2013) y, por si fuera poco, apenas tiene el 6% de la red vial pavimentada, la ironía del presupuesto nos dice que no queda para invertir en lo que más se necesita. Es decir, lo que el Estado tiene para invertir se destina en su casi totalidad a los gastos rígidos, según los datos del Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep) y el Centro Superior de Estudios de Administración y Finanzas Públicas (Cemap). Esta situación de ingresos comprometidos deja poco margen de maniobra para cualquier inversión de las que más urgen: educación, infraestructura, salud, y ciencia y tecnología.

La coyuntura favorable para la economía prevista para este año, en el cual se estima un crecimiento superior al 10%, podría llevarnos a pensar en un incremento de las recaudaciones que ayuden a oxigenar las finanzas y a conceder un poco de margen para el uso de los recursos. Pero sin planificación, sin una estrategia definida y, sobre todo, sin un destino como nación, el resultado también parece digno del prodigio de un mago viejo que ya no sorprende: aparecen más recursos, se suman los gastos rígidos, los improductivos y el porcentaje siempre inflado de la corrupción que le quita el aire a un país que busca oxígeno.

En este contexto, en donde tenemos recursos comprometidos con salarios, jubilaciones, deudas y otros, y en donde sabemos a ciencia cierta que como resultado de un proceso electoral brotan de la nada compromisos partidarios, deudas políticas y favores que pagar, resulta difícil pensar que aquellas promesas, tan alegremente enunciadas en plena campaña, ahora encuentren un sustento real y una fuente de financiamiento para volverse realidades.

Sin una clara propuesta de inversión en cuestiones estratégicas, que venga acompañada de un desanclaje del presupuesto, es decir que ya no sean recursos presos de la rigidez, difícilmente podamos esperar que Paraguay mejore sus niveles de calidad de vida, que reduzca la pobreza o que eleve la competitividad de la economía. El país necesita duplicar o incluso triplicar su inversión en materia educativa, así como multiplicar con velocidad los kilómetros de pavimentación de la red vial. Y nos urge dejar la nula inversión en ciencia y tecnología, para formar a generaciones que nos ayuden a innovar y dejar el atraso. Pero para todo esto se requiere de una planificación minuciosa que nos lleve a reorientar los recursos hacia los sectores que realmente impulsen la economía y mejoren las condiciones de vida de la gente.

Si se aprovecha el auge económico previsto para los siguientes años para reorientar los gastos rígidos e improductivos hacia las inversiones estratégicas, seguramente en poco tiempo comenzaremos a ver resultados. La pregunta es si realmente existe la intención de liberar el presupuesto para destinarlo a lo que productivo o si, simplemente, seguirá el viejo juego de recaudar para que nunca alcance para lo importante.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializa en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

Lo estructural y lo electoral


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las discusiones y propuestas recurrentes en tiempos electorales siempre apuntan a los temas importantes para el mejoramiento de la sociedad, pero generalmente sólo los abordan desde el punto de vista discursivo mediante el cual se exacerba la ya devaluada palabra, con miras a cautivar sin comprometerse. De esta manera, abundan temas como la educación, el empleo, el combate a la pobreza, los sistemas de salud pública, la infraestructura, entre otros, en un contexto en donde las declaraciones tienen un fuerte tinte electoral y poco de estructural. La recurrencia en la vaciedad de las propuestas no es una novedad en sociedades que se han acostumbrado a lo efímero y no a lo generacional, lo que realmente constituye el fondo para la solución de los problemas.

Al pensar en el futuro económico de una nación no podemos dejar que los espejismos e ideas sin sustento se posicionen como elementos decisivos para el establecimiento de un gobierno. Son los proyectos estructurales y no los superficiales, de parche o fachada, los que deben concentrar la atención de un electorado urgido por una mejoría constante de sus condiciones de vida. Paraguay es un ejemplo claro de la preocupación de los gobernantes por la siguiente elección y no por la siguiente generación: los discursos sobre el trabajo, sobre alguna obra de infraestructura, alguna nueva escuela o la eterna reforma agraria siempre cubren los espacios mediáticos, pero la falta de planificación a mediano y largo plazo hace que todo quede en utopía.

Una de las grandes diferencias entre los estadistas y los improvisados en el poder es el pensamiento estratégico en cuanto al mediano y largo plazo: mientras los primeros invierten en cuestiones estructurales aunque saben que los resultados se verán dentro de varios años y no en sus administraciones, los segundos prefieren el efecto conmovedor rápido, mediante una obra o un parche económico, sin que importe que lo efímero es apenas un placebo que se pierde en el tiempo y no soluciona los verdaderos problemas.

La cuestión urgente en Paraguay pasa por cuestiones estructurales, como el incremento en la inversión en materia educativa, así como la construcción de un modelo económico que nos lleve a mejorar la competitividad y a aprovechar los recursos que tenemos en abundancia. Los discursos a favor de la educación no sirven si no vienen acompañados de una planificación detallada sobre la base de invertir por lo menos el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) en este rubro. Sin un plan y sin destinar los recursos suficientes, todo es mera ilusión que nos llevará a tener alguna escuela más o algún proyecto rimbombante, para que al final todo quede igual.

Los discursos sobre empleo, disminución de pobreza y generación de riqueza no pueden ser creíbles si no se atacan los problemas de fondo de la economía paraguaya, como la falta de competitividad y la falta de educación que hace que existan grandes injusticias en cuanto a la distribución de los ingresos. Con una economía precaria, agropastoril, dependiente de factores externos y con una mano de obra poco calificada, es imposible que exista una mejoría en la calidad de vida. Por eso las dádivas o los beneficios circunstanciales nunca serán suficientes para atender las carencias de la gente. Mejorar la competitividad es urgente y ello implica invertir mucho en infraestructura, en telecomunicaciones, capacitación de los recursos humanos, y sobre todo en ciencia y tecnología.

Pero el problema de las medidas estructurales desde la óptica del poder es que los logros son a largo plazo y no generan los réditos políticos que tanto necesitan para posicionarse en la siguiente elección. Por eso Paraguay es un país atrasado en cuestiones tan sensibles como las carreteras o la conexión a Internet. Por eso se hacen reformas educativas para que nada cambie y por eso seguimos sosteniendo la producción del país en condiciones precarias, con mano de obra barata y poco calificada.

Deberíamos rechazar la ilusión de lo momentáneo para centrarnos en lo estructural, lo que realmente puede cambiar a la sociedad paraguaya. Que nos digan qué van a hacer, cómo lo van a hacer, en qué tiempos y con qué recursos. Y que podamos ver los beneficios en forma permanente y no sólo en forma ocasional.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializa en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 13 de abril de 2013

De ingresos y egresados


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

El repunte del ingreso per capita en México en el año 2012 nos presenta un buen ejemplo para reflexionar sobre los problemas del crecimiento económico y la distribución de los ingresos en el contexto de sociedades con grandes necesidades sociales por atender. Los datos indican que el año pasado el ingreso por habitante se incrementó 8,8% en México, lo que equivale a decir que cada mexicano tuvo ingresos por 10.784 dólares en un año, según el informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi). Al hablar de un mayor nivel de ganancias, podríamos pensar en una mejoría importante, aunque cuando ubicamos los datos en su justo contexto la realidad nos dice que apenas se trata de una recuperación luego de la crisis de 2009 y que el crecimiento que se ha tenido en los últimos años ha sido escaso, además de que la concentración de la riqueza es un filtro que afecta a los sectores más necesitados.

Al mirar el caso mexicano, tenemos a una de las economías más curiosas de América Latina: grande, con buenos indicadores macroeconómicos, con ingresos importantes en cuanto a exportación de petróleo, turismo, maquila y remesas, pero con un crecimiento que ha sido demasiado moderado (2,1% anual en el último sexenio) y que no ha podido despuntar pese a que se han tomado medidas que funcionan en otros países. Tenemos entonces una economía caracterizada por una fuerte dependencia del mercado de Estados Unidos, a donde destinan más del 80% de las exportaciones y de donde provienen mayormente los ingresos por turismo y remesas, y que además tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza.

¿Por qué un país que tiene una economía sólida crece poco y tiene una mala distribución de la riqueza? Comencemos por buscar la respuesta en donde los administradores del poder no miran: lejos de los indicadores que tanto cuidan. Por encima del volumen de las exportaciones, de los ingresos por el petróleo, de las reservas o de los movimientos comerciales de las grandes empresas, el verdadero factor diferencial se encuentra en la capacitación de la gente. Así, un país con problemas de competitividad, con baja calidad de la educación que deriva en poca capacidad de innovación, y con 33 millones de ciudadanos con rezago educativo, tiene cimientos endebles que terminan por generar un crecimiento pobre, por un lado, y grandes injusticias en la distribución de ingresos, por otro lado.

Pensemos en dos formas de lograr mejores resultados: un enfoque dice que primero hay que hacer crecer la economía, para luego destinar las ganancias a la inversión en la educación de la gente, lo que elevará los niveles de competitividad y, por ende, hará crecer la economía. Y como la economía crece, se puede seguir invirtiendo en educación, mejorando la competitividad y seguir con el ciclo del crecimiento. El otro enfoque dice que lo primero es invertir en la capacitación de la gente, pues esto por sí sólo representará incremento de la competitividad y hará crecer la economía. Independientemente de la fuente de los ingresos, hay que empezar por la educación de la gente, de forma tal a crecer, generar más oportunidades y, fundamentalmente, lograr una distribución más equitativa de la riqueza.

Si miramos los resultados de México y de otros países como Paraguay, Venezuela o Bolivia, seguramente entenderemos que el primer enfoque es casi una utopía: se han tenido años y décadas de fuerte crecimiento económico, pero estos ingresos no se destinaron a la educación de la gente, por lo que no se ha mejorado el fondo sobre el que se distribuyen los ingresos ni se han formado generaciones competitivas que puedan combatir con éxito los problemas sociales, como la pobreza y el atraso. Los presupuestos y los proyectos económicos deberían dejar de mirar indicadores y apuntar hacia la gente, haciendo un giro en el inicio de la rueda del crecimiento y la equidad. Así, para solucionar el problema de ingresos habría que apuntalar los egresos académicos, es decir lograr que más gente estudie y se forme profesionalmente en nuestras universidades.

Ya no debemos creer en los que se disfrazan con cifras que parchan momentos y que dejan huecos profundos en generaciones que no verán más que pobreza. Cuando alguien prometa crecimiento de la economía y ofrezca bonanza para todos, hay que enrostrarle que se trata de educación, que lo demás viene sólo. No es el ingreso de dinero, es el egreso de la universidad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.