sábado, 12 de julio de 2014

Un país de imprevisiones

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La sensación de que la planificación no será lo que determine el funcionamiento del país sino que lo imprevisto, lo ocasional y los factores externos no sujetos a nuestro control tendrán más peso, siempre está presente en la economía paraguaya. Hace tan solo unos meses se hablaba del país con una proyección de crecimiento económico notable, del buen momento para atraer inversiones y de las bonanzas de tener una población joven y en condiciones de producir como nunca antes. Ahora se habla de un país agobiado por las inundaciones, con miles de damnificados, con corrupción en la entrega de víveres, con inseguridad en las calles y con un Estado en estado de sorpresa frente a un grupo criminal que mata, secuestra, derriba torres y deja sin luz a la gente.

Hace aproximadamente 15 años leí una columna del genial Helio Vera que se titulaba “Hace 10 mil años” en la que el escritor analizaba en forma irónica la incapacidad de prever las crecidas del Río Paraguay, que se dan en forma recurrente desde tiempos inmemorables, por lo que siempre se padecen los mismos males que se pudieron haber prevenido. Con la misma ironía podríamos criticar la falta de previsión en temas como la salud y las consuetudinarias epidemias de dengue, las siempre previsibles crisis por la sequía en el campo, así como podríamos escandalizarnos por los vaivenes constantes de la economía que depende de factores externos, que conocemos pero no prevemos.

Que la informalidad y la imprevisión sean el plan, nos vuelve un país impredecible, que aunque tenga ideas y proyectos no puede garantizar el destino final de estos. Las administraciones de gobierno parecen tatuadas con la marca del cambio constante que derive siempre en lo mismo: como un Sísifo que arrastra la burocracia por una cuesta hasta que al llegar a la cima se cae y reinicia la subida. Así son las iniciativas de un Estado poco previsor, que inventa y reinventa proyectos, pero sigue cargando con los mismos males, lidiando con los mismos problemas y padeciendo por su propia negligencia.

Una gran pregunta que debemos responder con urgencia los paraguayos es por qué no podemos ser planificados y menos sujetos a lo imprevisto. ¿Qué es lo que culturalmente nos hace ser informales y desordenados? Basta con ver la enorme burocracia que tenemos en esa construcción caótica que es el Estado paraguayo para darnos cuenta de la magnitud del problema. Con una burocracia crecida en el desorden, el clientelismo y la falta de profesionalismo, es muy difícil que podamos planificar un país distinto, ya que los males intestinos fungen como anclas que todo lo detienen o entorpecen.

Pensar en un país más ordenado, planificado y previsible es una enorme tarea que debemos emprender todos. Seguir alimentando la imprevisión y el caos equivale a regodearse en un fango indescifrable en el que todo se revuelve, se pervierte y se contamina. Hay que poner orden en casa, trazar un plan a mediano y largo plazo, y definir las acciones urgentes para pasar de lo caótico a lo planificado y visionario. No será fácil, pero debemos hacerlo. Nuestra vida lo merece.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay