lunes, 19 de noviembre de 2012

La corrupción y sus consecuencias económicas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Aquella expresión popularizada que habla de que pasamos de la corrupción del Estado a un "estado de corrupción" podría servir para resumir uno de los males que con mayor virulencia golpean a Latinoamérica. La palabra corrupción se ha vuelto tan cotidiana que ya no asusta, no asombra y hasta se ha divorciado de muchas de las prácticas de gran parte de la población, de tal manera que no la relacionan con la "coima", la "mordida" o el "regalo". En un contexto en que las prácticas corruptas se han hecho comunes y se mimetizan con la complicidad de la indiferencia, los efectos, sin embargo, no pasan desapercibidos: la pobreza, la falta de empleos, la escasa confianza, las inversiones truncas y la mala distribución de la riqueza son pruebas palpables.

Cuando vemos cómo funcionan las sociedades más desarrolladas y comparamos los niveles de corrupción con los de los países latinoamericanos, la diferencia resultante es equivalente a cómo vivimos. Mientras países como Suecia, Noruega, Dinamarca o Finlandia tienen niveles de corrupción irrisorios y gozan de los estándares de calidad de vida más altos del mundo, en contrapartida los latinoamericanos aparecen en los primeros lugares en materia de corrupción pero muy abajo cuando se mide la calidad de vida o los logros sociales. Hay una relación entre la corrupción y la pobreza, pues los más corruptos son los más pobres. Esto lo han entendido muy bien los países desarrollados, en cambio los emergentes y los atrasados parece que no quieren percatarse de todo lo que se ha echado a perder debido a la corrupción.

Y otro factor que es fundamental para comprender por qué hay sociedades menos corruptas que otras es la educación. No es casualidad que Noruega, que goza de uno de los sistemas educativos de mayor calidad a nivel mundial, posea índices casi nulos de corrupción. Las sociedades más instruidas son las que menos se corrompen, las que saben que el progreso y el desarrollo no se logran sobre la base de la trampa, la mentira o el saqueo permanente de las arcas del Estado en detrimento de la gente. Al contrario, celosas de sus recursos, los cuidan y los administran de la manera más eficiente posible, con miras a buscar que se conviertan en inversiones que garanticen el futuro.

En cambio, en un círculo vicioso cruel, los latinoamericanos convivimos con estados de corrupción debido a nuestra pobreza educativa: hay corrupción por falta de educación, pero cuando se busca invertir en materia educativa, los corruptos se quedan con el dinero y, por lo tanto, se mantiene el mismo estado de cosas. Ejemplos de esto lo vemos en países como Bolivia, Venezuela o México, que se jactan de invertir en educación un porcentaje cercano al 6% del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, lo mismo que invierte Finlandia, pero a la hora de ver los resultados el contraste es impresionante: exhiben elevados niveles de pobreza, desigualdad y atraso, mientras que el país nórdico se ubica entre los que casi no tienen pobres, generan mucha riqueza y aseguran condiciones de vida dignas para toda su población. En otras palabras, invertir más no es garantía de mejoría cuando no se puede asegurar que la inversión sea la correcta.

Un país necesitado como Paraguay no debería permitir que la corrupción siga siendo un elemento casi folclórico que se aparece cada vez que haya que administrar algún recurso, ocupar un cargo o gestionar un trámite. Algo que debemos hacer con urgencia es tomar conciencia de la necesidad de cuidar nuestros recursos y hacer que se inviertan correctamente en lo que más nos urge: educación y salud. Si tan sólo usáramos los ingresos de las binacionales para financiar generaciones más preparadas -tal como lo hizo Noruega con el petróleo- en un par de décadas podríamos lograr uno de los giros más significativos de nuestra historia.

Debemos entender que la corrupción se traduce en muchas cosas que no queremos: pobreza, marginalidad, injusticia, mentira, exclusión, pérdida de confianza, carencia de empleos, miseria y abandono. Cuando comprendamos que no es "vivo" sino cretino el que paga una coima, se queda con dinero ajeno o tuerce alguna regla, entonces daremos un paso adelante como sociedad. Menos corrupción y más educación: así debe ser para que cambiemos una realidad doliente por una sonriente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

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