viernes, 28 de febrero de 2014

La marca país y los desafíos pendientes


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El valor intangible de lo que se conoce como marca país es algo que hasta ahora los latinoamericanos no hemos sabido trabajar ni aprovechar en su justa medida. Cuando se habla de cualquier país latinoamericano se lo puede asociar con el turismo, con las playas, con la hospitalidad de la gente o con lo negativo, la violencia, la inseguridad, la corrupción...o lo desconocido. En algunos casos ni siquiera se establece una relación entre el nombre del país y el mismo país, por el desconocimiento a nivel internacional, por la falta de construcción de una imagen. O sino vean el caso de Paraguay, que a menudo es confundido con Uruguay, sin que exista más argumento que el nombre que suena parecido. 

Tras varios años de vivir en México, estoy acostumbrado a dar explicaciones a los ingenuos que nos siguen confundiendo. Hace un par de días un amigo taxista me contó que había sido invitado a un restaurante "paraguayo", en donde probó extraordinarios cortes de carne como no recordaba y en donde había sido tratado con una calidez "muy sudamericana". En muy poco tiempo supe que en realidad se trataba de un local uruguayo, pues con el nombre "Candombe" no podía quedar mucha duda. Y aunque la anécdota pueda parecer pequeña o poco representativa, me dejó pensando en qué es aquello que nos representa y que no permite que nos confundan. 

Cuando a nivel internacional se habla del Paraguay hay pocas referencias realmente sólidas que nos distinguen y marcan la diferencia: la carne que exportamos o los futbolistas que se posicionan en algún equipo competitivo de las grandes ligas. Pero las referencias son limitadas y esto nos vuelve poco conocidos para el turismo o para que busquen hacer negocios con nosotros. Al hablar de Brasil se establece una relación directa con las playas, el carnaval y el fútbol y no con la violencia que representa cerca de 50 mil homicidios al año. La gente piensa en conocer Brasil y disfrutar de sus bondades porque relaciona al país con lo bueno. O cuando hablamos de Colombia y se piensa en café: hay una referencia, una idea instalada en el pensamiento de la gente. Pero eso pasa poco con Paraguay. 

La pregunta que debemos hacernos es en qué somos realmente buenos los paraguayos. ¿Qué sabemos hacer mejor que nadie y que nos diferencie del resto del mundo? Con tantas bondades en recursos naturales, con tanta energía eléctrica y con un gigantesco potencial en materia de bono demográfico, resulta llamativo que no hayamos podido construir una marca país poderosa y atractiva. Siendo el país de la energía eléctrica ya deberíamos ser el centro de formación de los mejores ingenieros y técnicos especializados en la construcción y manejo de represas, o en los pioneros en la fabricación de autos eléctricos que reemplacen al parque automotor movido a gasolina. O ya deberíamos ser el país de los expertos en agua, aprovechando la riqueza de contar con el Acuífero Guaraní. 

Sin embargo, seguimos lejos de formar a nuestras élites y de construir nuestra marca. Por eso cuando leemos alguna etiqueta que diga "industria paraguaya" realmente no la asociamos con una calidad superior al resto de las industrias, salvo, quizás, contadas excepciones. Si fabricáramos teléfonos inteligentes y le pusiéramos "made in Paraguay" seguramente los consumidores los mirarían con desconfianza porque sospecharían que algo raro hay detrás de la fabricación, algo diferente al profesionalismo y el talento de los fabricantes. Y esto no debería pasar porque tenemos a la gente, tenemos el talento y tenemos la capacidad. Nos falta profesionalizarnos y aprender a sacar provecho de todo el potencial de los recursos humanos. 

Un gran desafío es hacer que nos identifiquen con la calidad, con el profesionalismo y con lo innovador. Nuestras universidades deberían pensar que su reputación depende de la calidad de la gente a la que forman y que los resultados deben percibirse en cada ámbito del conocimiento en donde se desempeñan. Mejores profesionales, mejores empresas y mejores proyectos, seguramente derivarán en una mejor imagen y en una mayor presencia.  

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México.
@hfarinaojeda 

Publicado en el periódico 5 días, de Paraguay. 

domingo, 9 de febrero de 2014

Resultados educativos, atraso y olvido

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los anuncios periódicos sobre los malos resultados en materia educativa que tenemos en América Latina parecen sólo emerger momentáneamente para luego caer en el olvido de la mano de escándalos políticos o algún hecho llamativo que haga que miremos la forma y no el fondo del problema. Mientras los países asiáticos, que se posicionaron en los primeros lugares en la Prueba Pisa, trabajan a marchas forzadas para hacer que sus sistemas educativos produzcan a los cerebros que mejoren la economía y la calidad de vida de sus naciones, en los países latinoamericanos no parece haber la misma preocupación. 

Al comparar el nivel educativo de los jóvenes de 15 años en 65 países -según el Informe Pisa 2013-, los países latinoamericanos figuran en los últimos lugares, muy lejos de sus pares asiáticos. Con 613 puntos, la lista es encabezada por Shangai, la ciudad china que tiene más de 20 millones de habitantes, mientras que en segundo lugar aparece Singapur con 573 puntos. Bastante lejos, aparece Chile en la posición 51, con 423 puntos; le siguen México (53), Uruguay (55), Argentina (59), Colombia (62) y en último sitio aparece Perú (65), con 368 puntos. La diferencia que se puede apreciar no sólo debe entenderse como una suma de puntos en ciertos indicadores, sino que implica notables diferencias en calidad de vida, desarrollo, menos pobreza y menos exclusión. 

Los resultados de la Prueba Pisa son claros al mostrar que en América Latina no estamos formando a una generación competente que renueve la dirección que han tenido nuestros países, sino que se siguen manteniendo sistemas educativos deficientes que hacen que millones de jóvenes pasen por las aulas y obtengan un título sin tener competencias suficientes en campos tan elementales como matemáticas o ciencias. Y la falta de competencia y de conocimientos que resultan de esa despreocupación hacia lo educativo es lo que se refleja en los elevados niveles de pobreza de nuestras naciones, en la corrupción de los gobernantes y en la falta de ideas innovadoras que mejoren la economía y generen más beneficios para la gente. 

En países en los que se lee poco y en los que la inversión en la gente no es la prioridad, no se puede esperar que lleguemos a los estándares de los nórdicos, que han sabido aprovechar las bondades de tener gente educada que sepa administrar los bienes públicos, así como planificar hacia dónde ir como sociedad. La eficiencia educativa en Noruega, Finlandia o Suecia tiene todo que ver con los casi inexistentes niveles de pobreza en estas naciones, en tanto los malos sistemas de América Latina tienen directa relación con la miseria en la que vive gran parte de la gente. 

Vivimos en un mundo globalizado y competitivo, en donde el conocimiento es la fuente más importante para la generación de riqueza. Por eso deberíamos escandalizarnos al tener resultados como los de la Prueba Pisa, porque nos dicen que somos pobres porque no estamos lo suficientemente educados. Y si países como Chile, Uruguay o Argentina exhiben pobres resultados, imaginemos dónde se ubican los que ni siquiera están en la prueba, como Paraguay o Bolivia. 

Si algo debemos aprender es que construir un futuro como sociedad implica trabajar hoy en la formación de nuestra gente. No habrá mejores sociedades sin inversión en la gente, pues es la gente educada la que finalmente define qué tipo de sociedad construimos.

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México
@hfarinaojeda