lunes, 5 de diciembre de 2011
China, el gigante del crecimiento económico sostenido
Por Héctor Farina Ojeda (*)
Inventaron la pólvora, el papel y la brújula. Provienen de una civilización milenaria que ha sabido defender su territorio y su cultura. Sobre la base de inventos, batallas y conquistas, China es uno de los países más complejos de explicar y más enigmáticos para nuestra visión. Es una sociedad antigua en sus tradiciones pero pragmática y moderna en sus decisiones, sobre todo en cuanto a la economía: en las últimas tres décadas este país ha tenido un crecimiento económico promedio del 10%, ha renovado su modelo de desarrollo y ha invadido con sus productos de bajo precio a todo el mundo. El fenómeno chino es para muchos un prodigio y para otros una amenaza para las frágiles economías que no tienen posibilidad de resistir un nivel de competencia demasiado elevado.
Resulta muy difícil lograr una explicación completa de este complejo país que tiene más de 1.300 millones de habitantes. Pero más allá de sus peculiaridades ancestrales, el gigante asiático ha logrado un crecimiento económico sin precedentes que lo ha llevado a superar a Japón y a ubicarse como la segunda potencia en generación de riqueza, sólo por debajo de Estados Unidos. Los mercados entran en crisis, las economías emergentes tienen altibajos, las potencias se debilitan, pero China mantiene un paso tan firme que, como una ironía para los países pobres, un incremento del PIB del 8.5% al año… ¡se considera una desaceleración!
Con casi 800 millones de personas en condiciones de trabajar, la mano de obra abundante y barata es un recurso contra el que ningún país puede competir. A esto debemos sumarle la verdadera devoción que tienen los chinos por el trabajo, que hace que puedan dedicarle a cualquier oficio un promedio de tiempo superior a los demás. Esto se refleja en el nivel de productividad más alto del mundo: el volumen de producción en cualquier rubro industrial es sencillamente incomparable.
Ropa, productos electrónicos, juguetes y manufacturas diversas empezaron a invadir, a inicios de los 90´, los mercados latinoamericanos, en los que aprovecharon una convergencia de factores: los bajos costos de los productos chinos eran demasiado atractivos para nuestras poblaciones empobrecidas y con grandes carencias. Es así que se quedaron con más de la mitad del mercado de la ropa, impusieron a la electrónica la etiqueta de “hecho en China” y desplazaron a nuestros productos poco competitivos.
Un hecho llamativo es el viraje que hicieron en su concepción de su modelo en los últimos años: de una dependencia de las inversiones y las exportaciones, han empezado a volcarse hacia el mercado interno, incentivando el consumo. Y aunque todavía tienen al 60% de su población viviendo en zonas rurales, con 150 millones de personas que viven con un dólar al día, el tamaño del mercado interno hace que sea mucho más atractivo que las exportaciones a países relativamente pequeños.
Y detrás de estos indicadores, hay una verdadera fábrica de generadores de riqueza. China tiene niveles de exigencia muy altos en materia educativa, a tal punto que los niños pueden pasar horas y horas estudiando, haciendo de la instrucción su verdadero oficio. Hoy este país tiene 6 millones de graduados por año y empieza a tener problemas para emplear a su gente, lo que genera una competencia feroz y deriva en que cada profesional debe ser muy bueno para poder ocupar un puesto de relevancia.
Aunque no podemos ni siquiera aspirar a imitar el modelo chino (entre otras cosas porque también implicaría adquirir muchos de sus males), hay elementos que podríamos tomar para mejorar nuestras economías. Mientras en América Latina nos cuesta hacer que un estudiante le dedique tiempo a la lectura de una novela o un libro de ciencia, un chino estudia doce horas por día y sabe que su futuro depende de la capacidad que tenga de sobresalir en la universidad.
Tenemos que buscar elementos diferenciales en nuestra manera de encarar la economía. Hay que mejorar la productividad y la calidad de mano obra para diferenciar nuestra producción y poder basarnos en elementos competitivos distintos al volumen y el precio. Apostar por la innovación y la calidad de lo que hacemos sería una buena fórmula ante el avance de lo masivo y barato. Más que nunca, necesitamos talento, visión, inteligencia y educación.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.
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