lunes, 27 de abril de 2015

Desde la pobreza hasta el cielo

Por Héctor Farina Ojeda

Vivir en medio del contraste, la antípoda, la desigualdad y hasta en la contradicción económica permanente parece ser un mal endémico latinoamericano. A la ostentación de las riquezas naturales se contraponen la precariedad y la miseria en que vive una parte de la gente, así como a las grandes oportunidades de futuro se contraponen el atraso y la exclusión. Esta semana no pude dejar de verlo en las noticias: mientras en México no ha disminuido la pobreza en los últimos 20 años, por otro lado se anuncia un futuro prometedor para la industria aeronáutica. Como en una metáfora de escritor resignado, la pobreza se ancla en más de 61 millones de personas al tiempo que una industria despega hacia la abundancia. 

Hay muchos divorcios que se dan en la economía mexicana: entre el crecimiento económico y la disminución de la pobreza -como lo señala el Banco Mundial en un reciente informe-, entre la formación profesional y el mercado laboral, o entre los discursos de combate a la pobreza y la realidad de la mitad de la población que no deja de ser pobre. La preocupación por el crecimiento y por los indicadores grandes no refleja las necesidades de la gente, pues en un contexto de marcada desigualdad la riqueza genera -paradójicamente- más pobreza: mejoran pocos, empeoran muchos. 

Como si mundos opuestos conformaran el mismo cuadro, parece no bastar con tener la universidad más grande y prestigiosa de Latinoamérica sino que en contraste hay 32 millones de personas con rezago educativo. Ante la urgencia de entrar a la economía del conocimiento se parapetan la escasa inversión en ciencia y tecnología, y los males propios de una educación de calidad insuficiente. De luces que generan sombras, con ingresos millonarios por las exportaciones del petróleo, se tiene que las zonas más pobres son las petroleras, en tanto una distribución más justa de la riqueza se da con el resultado del trabajo de los que se fueron del país porque, precisamente, no encontraban trabajos acordes a sus necesidades. 

Un gran problema es ver que ni las recetas tradicionales ni el auge de sectores industriales o de servicios se han traducido en una disminución de la pobreza. Como si un divorcio indisoluble -por decirlo así- marcara un abismo entre el desarrollo y las oportunidades, entre la riqueza de un país y la calidad de vida de su gente. Grandes programas, grandes empresas, incontables inversiones, mucha riqueza y la sensación de estar en la puerta grande del mundo, pero los pobres siguen alejados y confinados en su realidad. 


La situación nos exige buscar fórmulas para reconciliar al desarrollo y el auge económico con la gente, de forma que los resultados se perciban en una disminución de la pobreza y en una sociedad en la que todos tengan la oportunidad de mejorar. Más que acercar industrias, hay que acercar a la gente hacia la formación, la innovación, el conocimiento y los buenos empleos, para que en adelante el despegue de un sector como el aeronáutico no contraste con el alejamiento de los que se hunden en la pobreza.     

lunes, 20 de abril de 2015

Apoyar iniciativas para fortalecer la economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Una de las necesidades permanentemente invocadas en la economía mexicana es la consolidación de un mercado interno que pueda hacerle frente a los vaivenes externos. Para no ser tan vulnerables a los efectos de los precios internacionales, de la coyuntura o de las crisis ajenas, hace falta un dinamismo propio que incentive la generación de riqueza, empleos y oportunidades. Y en este sentido, las micro, pequeñas y medianas empresas representan un sector fundamental no solo para el crecimiento económico en general sino para la diversificación de las opciones de empleo y el fortalecimiento interno.

Mientras 7 de cada 10 empleos formales son generados por las pequeñas y medianas empresas, el 70 por ciento de estas empresas cierra antes de los 5 años y solo el 11% sobrevive durante un periodo de 20 años, según datos de Coparmex. Esto pone de manifiesto una situación curiosa y difícil: las empresas que generan la mayor cantidad de empleos no tienen certeza de mantenerse en el mercado, lo que nos hace pensar en una economía que necesita fortaleza y dinamismo pero que no puede hacer que sus emprendimientos sean sostenibles en el tiempo. Es decir, nacen y crean empleos pero no alcanzan la madurez suficiente para transformar la economía. 

La poca proyección en el tiempo de las pequeñas empresas se parece a la precariedad que se tiene con los grandes ingresos: con una buena coyuntura en el precio del petróleo o en las exportaciones se puede lograr un crecimiento importante, pero no deja de ser un efecto efímero que se agota cuando se acaba el buen momento. Si las iniciativas y emprendimientos traen beneficios, lo ideal es que se mantengan e incrementen y no que en poco tiempo desaparezcan y se pierdan las oportunidades que generaron. 

Hay muchos problemas por revisar para que los emprendimientos sean rentables y se consoliden más allá de periodos fugaces: desde trabajar en la planificación hasta revisar los sistemas de financiamiento y apoyo. Las complicaciones para crear empresas formales también son una limitación para el fortalecimiento del sector: en México la tasa de impuestos que debe pagar una empresa respecto a sus ganancias es de 51 por ciento, casi el doble que en el caso chileno. Si a esto le sumamos las complicaciones burocráticas para abrir un negocio, no debería sorprendernos que la informalidad y la precariedad sean el destino de muchas empresas. Y la informalidad es parte del problema a resolver.

La necesidad de hoy no pasa solo por atender los problemas tradicionales que limitan el desarrollo de pequeñas empresas sino aprender a pensar en forma visionaria, a mediano y largo plazo, sobre la base de la innovación tecnológica y los cambios necesarios para que las iniciativas puedan ser sostenibles en el tiempo y logren una transformación de la economía.  Así como hizo Finlandia con la telefonía celular, desde las universidades deberíamos incentivar el pensamiento estratégico e impulsar ideas innovadoras que se concreten en proyectos, empleos, riqueza y oportunidades. 


lunes, 13 de abril de 2015

Debilidad económica


Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los aspectos más preocupantes de la actual situación de la economía mexicana es el bajo poder adquisitivo de la gente, que se refleja en una capacidad de consumo limitada. Lo advirtió nuevamente el Banco de México: el consumo sigue débil, la confianza del consumidor disminuye y esto amenaza al crecimiento económico. Y a esta preocupación hay que sumarle el anuncio hecho por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que redujo la expectativa de crecimiento de 3.2 a 3 por ciento para este año. Es decir, no solo hay una proyección general a la baja sino que desde el interior de la economía hay una amenaza latente. 

No debería sorprender que no haya una recuperación del consumo en el contexto de décadas de crecimiento económico mediocre, de una disminución del poder adquisitivo y en un mercado laboral que no solo no logra generar los empleos necesarios sino que además los que genera son de mala calidad, precarios y con salarios bajos. Con cerca de la mitad de la población en situación  de pobreza y con una distribución injusta de la riqueza, es difícil pensar en la recuperación del consumo interno y en que esto conceda la fortaleza necesaria para que la economía crezca en proporciones importantes. 

La dependencia de los grandes indicadores parece haber generado un divorcio con los números que tienen que ver con la gente. Mientras hubo momentos en los que se presumieron los ingresos por el petróleo, por las exportaciones, la inversión extranjera directa y hasta cifras récord por remesas, hasta ahora siguen pendientes la disminución de la pobreza, la mejoría de los salarios y la reducción de la escandalosa brecha que existe entre ricos y pobres. 

Algo que deberíamos tener bien claro es que no se puede construir una economía sólida sobre la base de la informalidad, la precariedad, la escasez de oportunidades y la postergación de las necesidades básicas de la población. La desigualdad y la injusticia no son una buena base para el despegue económico. Al contrario, como lo muestran los ejemplos de la mayoría de los países latinoamericanos, los grandes potenciales en riquezas naturales que debieron convertirnos en un subcontinente rico no han sido aprovechados correctamente, por lo que hoy tenemos la mayor desigualdad del mundo, con millones de pobres.

Para contrarrestar la debilidad económica necesitamos ir más allá de atender grandes indicadores. Hace falta recuperar el poder adquisitivo de la gente. Y para ello hay que buscar estrategias para fortalecer a la clase media y para que los sectores más vulnerables tengan la oportunidad de salir de la pobreza y no solo mantenerse en ella gracias a dádivas o políticas mendicantes. 


Si la mayor riqueza está en la gente, no es posible que se sigan postergando medidas de fondo para generar empleos de calidad, para recuperar los buenos salarios y para que esa capacidad de consumo que tanto preocupa no sea un privilegio de unos pocos sino una realidad para millones de personas. Si queremos una economía fuerte, hay que invertir en la gente. Lo demás vendrá por añadidura. 

lunes, 6 de abril de 2015

El afán por el atraso


Por Héctor Farina Ojeda

Una de las formas de saber hacia dónde va una economía es mirar los presupuestos. Ver en qué invierten, en qué gastan y a qué le apuestan con miras al corto, mediano y largo plazo. Pensar en el futuro económico implica no sólo resolver los conflictos del presente sino establecer las bases para que el día de mañana tengamos algo mejor de lo que tenemos hoy. Y en un mundo de revoluciones y cambios constantes, más que nunca necesitamos planificar qué vamos a hacer para no quedar rezagados y para buscar alternativas que permitan mejorar las condiciones de vida de la gente.

En este sentido, el problema de la caída del precio del petróleo no deja de ser una ironía de la visión económica: anclados en una riqueza natural que se agotará inexorablemente y que en sus oscilaciones golpea presupuestos y proyecciones, pareciera que la visión nostálgica está en el agotamiento  y no en el futuro marcado por la riqueza más importante de los tiempos actuales: el conocimiento. En lugar de que del petróleo hayan salido fondos especiales para invertir en la gente, como hicieron los noruegos, de su bajo precio emergen los recortes a la educación que seguramente significarán que millones de personas no puedan salir de la condición de pobreza y de escasas oportunidades en las que se encuentran. En la riqueza del petróleo, la amenaza de pobreza.

Mientras un estudio revela que más de la mitad de la población mexicana no puede pagar el costo de la canasta básica, la posibilidad del recorte del presupuesto a la educación para 2016 parece decir que no se busca mejorar la productividad, que es, precisamente, lo que hace falta para mejorar los salarios, para recuperar poder adquisitivo y así cubrir necesidades como la canasta básica. Y no es cuestión de México sino es casi un afán latinoamericano en tiempos de crisis: ver el problema y dar el paso atrás en lugar de aprovechar la oportunidad e invertir en el futuro. 

Seguir con la dependencia de las riquezas naturales, del crecimiento económico del vecino, de las remesas o de los precios internacionales de materias primas no traerá el “milagro económico” tan esperado. Al contrario, lo que se requiere es romper la dependencia, dinamizar el mercado interno y que más que un milagro lo que se logre sea una recuperación propiciada por la gente. Y para ello el cambio debe pasar por depender menos de las riquezas naturales y apostar más por el conocimiento, por la formación de la riqueza más codiciada. 

Es el conocimiento el que hoy representa las dos terceras partes de la riqueza que se produce en el mundo. Por ello, el afán debería ser invertir en la construcción de un presente y un futuro más prometedores, vinculados a la posibilidad de posicionarnos en una economía del conocimiento, incentivar la innovación, la ciencia y la tecnología, y darle a la gente la posibilidad de fabricarse sus propias oportunidades y no seguir a expensas de milagros que nunca llegan e injusticias que oprimen, que marginan y que rezagan.

Talento, creatividad y economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Incentivar la creatividad, la innovación y el desarrollo de talentos: eso es lo que hoy hacen las naciones desarrolladas. Lo dice claramente Andrés Oppenheimer en su libro "Crear o morir": la cuestión ya no pasa por decidir entre el socialismo y el capitalismo, sino por saber cómo inventar e innovar para no quedar en el atraso. Los países latinoamericanos se enfrentan hoy al extraordinario desafío de apostar por su gente para entrar a la economía del conocimiento y abandonar los viejos sistemas de privilegios y exclusiones que nos exhiben como el subcontinente con la mayor desigualdad del mundo. 

Más allá de la explotación de recursos naturales y de la dependencia de pocos rubros, la economía de hoy nos exige que apostemos por el capital más valioso que tenemos: la gente. Y apostar por la gente como motor del cambio implica repensar nuestros viejos modelos educativos para pasar a uno que incentive el talento, la creación, la innovación y la capacidad de inventar salidas en un mundo que se abre para los que saben y se cierra para los que pretenden saber y se conforman con que todo sea igual.

Desarrollar talentos, sobre todo de los jóvenes, es una necesidad económica de primer orden. Del talento de jóvenes emprendedores salieron las empresas tecnológicas más referenciadas a nivel mundial, en tanto los grandes avances en campos tan diversos como la medicina y la robótica se deben a mentes inquietas, incentivadas y con apoyo para experimentar ideas que pueden derivar en notables transformaciones.

Ante este escenario cambiante en el que las estrellas son los innovadores y los que experimentan, debemos pensar si estamos generando ambientes adecuados para incentivar y desarrollar talentos, o si los estamos empujando hacia sistemas de privilegios que matan la creatividad y premian al que no sabe, al que puede ocupar lugares que no merece gracias a acuerdos torcidos. 

La economía del conocimiento exige cambio de ideas y una renovación de los mecanismos de generación de riqueza, por lo que no basta con un cambio de personas para mantener el mismo sistema dependiente de materias primas y de favores políticos. Más que nunca, se necesita desarrollar el talento de la gente y para ello debemos replantear la educación, la burocracia, el apoyo económico y todo lo vinculado al entorno de los emprendedores, de los que necesitan respaldo para proponer, crear y cambiar. 

Si en México hay tanto talento, y si en Jalisco tenemos extraordinarias condiciones para la innovación tecnológica, no solo podemos pensar en una "pequeña Silicon Valley" sino en convertir a la región en un centro de innovadores que generen riqueza y den el paso decisivo hacia la nueva economía. Es cuestión de incentivar y apoyar: a la educación, a las universidades, a los emprendedores, a los talentos, a la gente. 

Dejemos de promocionar modelos del atraso y pasemos, de una vez por todas, a apostar por lo que realmente rige a los tiempos actuales: la gente, con sus talentos, sus ideas y sus revoluciones.


Innovar, un paso urgente


Por Héctor Farina Ojeda 

No es casualidad que una economía como la mexicana sea pesada, lenta, dependiente y con una deuda creciente hacia las necesidades sociales. No es casualidad si vemos economías florecientes a nivel mundial que se basan en su capacidad de innovar y crear, de inventar y buscar siempre ubicarse un paso adelante de los demás. Porque, precisamente, la apuesta por la innovación marca una enorme diferencia entre esas naciones que hoy son ricas y las que se debaten entre el atraso y el estancamiento, como en el caso mexicano. 

La diferencia es tan grande que hace 30 años Corea del Sur y México tenían situaciones similares, pero ahora los coreanos son una potencia mundial en cuanto a innovación, invenciones, patentes y avances tecnológicos, lo que se traduce en una enorme generación de riqueza que beneficia a su gente. En tanto, en el lado mexicano se mantienen los mismos problemas de pobreza, desempleo, informalidad y se sigue postergando la ciencia y la tecnología, que apenas merecen el 0.5 por ciento del PIB en inversión.  

Todos los años, el informe del Foro Económico Mundial sobre la competitividad de las naciones nos recuerda que los problemas de corrupción, inseguridad, baja calidad educativa y falta de innovación limitan el desarrollo competitivo del país. Y desde hace años se tienen diagnósticos suficientes para entender que detrás de una economía lenta y pesada hay un problema de falta de competitividad en los recursos humanos, lo cual limita la capacidad de innovar y ajustarse a un mundo económico demasiado cambiante. 

La cuestión de innovar no es algo menor, sino un gran desafío que puede marcar un paso trascendental: hacia el desarrollo o hacia el atraso o el estancamiento. Hay muchas preguntas detrás de la innovación que no hemos respondido con suficiencia: ¿realmente hay un interés por incentivar la innovación o sólo intenciones discursivas que jamás se concretarán? ¿Qué tipo de apoyos reales se les dan a los que quieren innovar? O incluso podemos ir más allá: ¿nos interesa innovar? 

Una mirada a los semilleros de la innovación, las universidades, seguramente nos revelará qué tan interesados estamos. Mientras hay una enorme fábrica de profesionales para las carreras tradicionales, todavía no hay suficiente formación de ingenieros para un mercado que requiere ingenieros. Pareciera que seguimos pensando que el mejor camino es la formación para espacios que se resisten al cambio, como si la apuesta fuera por asegurar un cargo mágico que provea recursos de manera infinita. Pero en tiempos de cambio, apostar por no cambiar equivale a perder.


Desde la formación, desde el apoyo económico, desde las facilidades burocráticas y fiscales, la innovación debería ser incentivada como parte de una política económica que busque elevar la competitividad y la capacidad de hacer de la gente. Las universidades, los gobiernos y el sector privado deberían incentivar las innovaciones, ya sea como un compromiso con el país o por la codicia de saber que se trata de un buen negocio. 


La economía, fundamental y poco destacada en los medios

Por Héctor Farina Ojeda 

La economía es uno de los temas fundamentales para la vida de las personas, pero parece no serlo para los medios de comunicación que informan cada vez menos sobre hechos económicos. Basta con ver los informativos de Jalisco para darnos una idea de lo empobrecidos que están en cuanto a noticias sobre economía que ayuden a la gente a tener una noción certera de lo que ocurre en el entorno. Pero no sólo es un fenómeno local sino que las limitaciones de la información económica alcanzan a la prensa en general, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. 

Los informativos televisivos dedican casi nada a la economía, en tanto se ensalzan con notas morbosas sobre violencia, sin más intención que llamar la atención desde la perspectiva de lo escandaloso y no de lo reflexivo. Y apenas, con mucha suerte, cuentan con un espacio económico en el que más que informar y educar a la gente, recitan indicadores y cifras que aportan más confusión que claridad a la audiencia. Con un tratamiento casi marginal y con una pobre capacidad explicativa, es normal que las audiencias dejen de ver los espacios económicos y prefieran información de otro tipo. 

Una mirada a los periódicos en Jalisco nos pinta un panorama grave: a la limitación de espacio para las noticias económicas, hay que sumarle la superficialidad de las notas -muchas de ellas replicadas directamente de las agencias- y el escaso análisis. A tal punto llega el desinterés, que en algunos medios impresos la sección económica es inexistente o casi no hay periodistas destinados a la fuente. Esto nos genera la sensación de que los temas económicos, pese a su importancia fundamental para la gente, no son considerados relevantes para la cobertura y la publicación. Es más, si nos guiamos por las noticias, pareciera que en Jalisco los problemas serios sólo tienen que ver con la violencia y nada con la economía. 

¿Dónde están las investigaciones sobre los presupuestos, el uso de los recursos públicos, las inversiones en educación, las campañas para mitigar la pobreza? ¿Por qué tan poco espacio para hablar del empleo, las opciones laborales, la formación de la gente, la informalidad o la marginalidad? Si mediante el estudio de los fundamentos económicos podemos saber lo que harán los gobernantes con nuestra educación, nuestra salud, nuestra seguridad y nuestra vida…¿por qué no darle importancia en la cobertura diaria?

Una prensa que no estudia, no investiga ni documenta la situación económica es una prensa responsable de que gran parte de la ciudadanía no valore los temas económicos ni tenga conciencia de las cuestiones fundamentales que tienen que ver la sociedad. Y en este caso, no se trata simplemente de publicar periódicamente indicadores sobre el crecimiento del Producto Interno Bruto, las inversiones o la inflación. El objetivo es informar sobre hechos que afectan directamente a la gente y hacer que estos hechos sean asimilados y generen conciencia colectiva. Desde el uso adecuado de recursos que pueden servir para mejorar los servicios en una colonia hasta la malversación o el despilfarro que pueden equivaler a no tener un hospital en buenas condiciones, a perder vidas por falta de medicamentos o a expulsar del sistema educativo a niños porque no pueden cubrir el costo: la economía forma parte de nuestra vida y debe ser informada y contextualizada como tal. 

La poca presencia de la información económica en los medios hace que los temas económicos no estén en discusión permanente, lo que es perjudicial para la gente y muy conveniente para el poder. Desconocer los hechos económicos trascendentes para el funcionamiento de la sociedad tiene como resultado una ciudadanía poco crítica, sin el poder de cuestionar ni controlar. Es por esto que el rol de los periodistas y los medios de comunicación para informar con calidad sobre economía adquiere un valor vital, sobre todo en un país con la mitad de la población en situación de pobreza y con urgentes necesidades.

Hasta podríamos ver con ironía los informativos en los que resulta más importante el robo de una cartera con 500 pesos antes que el robo del presupuesto o el endeudamiento de una nación que puede condenar a generaciones completas a pagar durante años por algo que no hicieron. 

Desafíos para el periodismo

Hay dos aspectos que representan un claro desafío para el periodismo en temas de economía. El primero de ellos tiene que ver con la capacidad de estudiar, analizar y escudriñar lo que se hace con la economía, ya sea desde lo público o lo privado. Esto implica investigar los presupuestos, el uso de los recursos, las inversiones, las prioridades en el gasto, los proyectos y las obras, las políticas de desarrollo y la planificación a mediano y largo plazo. Y para ello no sólo hay que especializar a los periodistas, sino que hay que recuperar los espacios para los temas económicos en los medios de comunicación. 

Pero en este caso no basta con informar o simplemente transferir los datos, sino que se debe formar audiencias: enseñar y explicar en la medida en que se da a conocer un hecho. Hay que lograr que la ciudadanía se sienta involucrada con la información que, al final de cuentas, es relevante para su vida cotidiana. 

En este contexto, la investigación es fundamental y decisiva para hacer un periodismo de calidad que le sirva a la gente y recupere la función de la prensa como contrapoder. 

Por otro lado, el segundo desafío tiene como ver con la urgencia de recuperar el periodismo de servicios y contar buenas historias para la gente: desde las oportunidades de negocios en un mercado hasta las necesidades de formación profesional conforme a las demandas de empleo. Los precios de los productos de la canasta básica, las quejas por los malos servicios, los productos innovadores, las opciones para el autoempleo o las posibilidades de emprender un negocio con éxito, deben volver a ocupar un lugar importante en la cobertura diaria. 

Hay que recuperar a la audiencia mediante información útil y relevante, así como por la calidad narrativa de las historias. La gente no quiere encontrarse con números que no entiende, sino con una buena nota, una buena crónica o un buen reportaje que expliquen la economía en función de la vida misma, de las necesidades y expectativas. 

Un paso importante para este desafío sería hablar más con la gente y dejar de publicar boletines institucionales. Salgan a la calle a preguntar por el empleo, por los salarios, por el costo de vida, por las necesidades de educación o salud, por todo lo básico que se requiere para vivir con dignidad. 

En lugar de publicar tanta frivolidad, tanta viralización sin sentido y tanta farándula, sería bueno volver a la economía y a las urgentes necesidades de la gente.  



Desigualdad, pobreza y educación


Por Héctor Farina Ojeda

La desigualdad es un mal endémico de los países latinoamericanos. Y México no es una excepción. Además de los indicadores de pobreza y la aberrante distribución de la riqueza, detrás de todo hay una injusticia incubada en sistemas que promueven las desigualdades. En este sentido, el reciente Índice de Desarrollo Humano (IDH) presentado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) establece que la principal carencia y el factor de mayor desigualdad en México es la educación.

Por la mala calidad de la educación, la poca y mala inversión educativa, hoy tenemos tremendos problemas para el desarrollo humano, lo que no sólo se pone de manifiesto en la pobreza y la desigualdad sino en las limitadas oportunidades que se tienen para cambiar esta situación. El informe mismo lo dice: Chihuahua podría tardar 200 años en alcanzar el IDH del Distrito Federal. Esto nos indica que no se trata solo de una desigualdad actual en cuanto a la distribución de la riqueza y la generación de empleos, sino que es una desigualdad incubada que representa una grave dificultad por atender en forma urgente y que, de no hacerlo, amenaza con ahondar todavía más la diferencia entre comunidades y regiones.

En el México de la desigualdad, en el que 39 familias controlan casi el 14 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), en donde la mitad de la población vive en la pobreza, y una quinta parte en la pobreza extrema, y en donde el sistema de privilegios funciona como un mecanismo de exclusión para que la gente acceda a las oportunidades que requiere, la advertencia del PNUD debería obligar no solo a revisar minuciosamente cuánto se invierte en la educación sino cómo y para qué. No atender esta urgencia en el origen equivale a tener fábricas de desigualdad y pobreza, lo cual a su vez significa seguir en una situación que conocemos bien: atraso.

En tiempos de la economía del conocimiento, los buenos resultados económicos dependen de la capacidad y la formación de los recursos humanos. Por eso, en un país que tiene 32 millones de personas con rezago educativo es normal que haya niveles indignantes de desigualdad y pobreza. Y es por eso que los anuncios periódicos de bonanza, de crecimiento económico y de incremento de inversiones no alcanzan a minimizar el problema y se terminan evaporando. Cuando el problema es estructural como en el caso mexicano, no bastan los empleos coyunturales ni las lluvias esporádicas de riqueza: hay que corregir los errores desde el origen y ello implica trabajar más con la gente desde su formación inicial hasta la universitaria.

Para combatir la desigualdad y la exclusión hay que darle poder a la gente, lo que implica que tengan educación de calidad para aspirar a buenos empleos, para emprender e innovar. Los países menos desiguales son los más educados, los que valoran a su gente como la principal riqueza que tienen. Si queremos un país con menos injusticia, hay que comenzar por mejorar la calidad educativa y extenderla a todos.


Otro golpe al empleo

Por Héctor Farina Ojeda 
@hfarinaojeda 

El anuncio hecho por el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, fue duro y directo: se dejarán de crear unos 250 mil empleos debido al recorte presupuestario por parte del gobierno. Y aunque el funcionario dijo también que esto se podría compensar con el crecimiento económico y con un dinamismo en otros sectores, lo cierto es que el golpe al empleo afecta a una gran parte de la población mexicana. 

La proyección para 2015 indicaba una generación de más de 700 mil empleos, pero la reciente noticia le resta prácticamente un tercio, por lo que debemos esperar (con buena suerte) cerca de 500 mil nuevos empleos para este año. Resulta preocupante que nuevamente se reduzcan las oportunidades laborales que tanto requiere la gente, en tanto se apunta a que haya un repunte concentrado en algunos sectores. En otras palabras, este es el anuncio de algo que conocemos muy bien: la riqueza irá a las manos de los que ya la tienen, en tanto los más vulnerables tendrán que sobrevivir con lo que puedan. 

Pero más allá de los datos poco alentadores, nos encontramos ante una situación repetida que debemos enfrentar con propuestas diferentes: el mercado laboral tradicional no está generando ni generará los empleos que necesita la gente, por lo que nos urge encontrar alternativas. Podemos pensar en emigrar, en emprender, en la informalidad…pero la respuesta ya no es patrimonio del mercado laboral sino de la propia capacidad de hacer. La pregunta que debemos hacernos es ¿qué tanta formación tenemos para hacerle frente a un mercado que requiere innovación?

En México hay cerca de 32 millones de personas con rezago educativo, es decir una cuarta parte de la población, por lo que se trata de un sector vulnerable, que necesita empleo pero que seguramente no podrá conseguir uno de calidad. Con esta limitación educativa, para este sector es casi imposible innovar o entrar a la economía del conocimiento, por lo que el apoyo real que deben recibir es la educación, la única herramienta que les permitirá tener oportunidades diferentes a las que ahora tienen. 

Lo curioso es que a pesar de saber que son sectores vulnerables, que serán afectados por la falta de empleo y que necesitan educación, los recortes anunciados afectarán también a…la educación. Con este círculo vicioso, podemos prever que persistirán los problemas de empleo, de rezago, de oportunidades insuficientes y de pobreza. Las perspectivas de crecimiento económico y de dinamismo no llegarán a los sectores necesitados y habrá que pensar cómo hacer para romper con este juego en el que ganan siempre los mismos y pierden casi todos. 

Una idea interesante es pasar del trabajo al trabajador: dejar de esperar que el mercado genere los empleos que hacen falta, para darle la atención a la gente con miras a que pueda emprender, generar, idear, innovar y emplearse. Sólo con recursos humanos capacitados podemos aspirar a romper la dependencia de la actual oferta laboral. Hay que educar y formar, desde los mandos medios hasta los líderes visionarios.