domingo, 16 de octubre de 2011

La amenaza “nini” y la oportunidad del bono demográfico

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La aparición de la generación “nini” – de los jóvenes que ni estudian ni trabajan- representa hoy en día un desafío enorme para muchos países, que no han sabido generar oportunidades en cuanto a la educación y en cuanto al mercado laboral. En medio de una época marcada por la competitividad y las crisis cíclicas de la economía a nivel global, los países latinoamericanos se enfrentan al contexto de economías en vías de desarrollo, con elevados porcentajes de pobreza, con serias deficiencias en materia educativa y ante la encrucijada de una oportunidad vestida de amenaza: somos favorecidos por el bono demográfico, pues contamos con una población joven, pero corremos el riesgo de lograr una generación sin educación, sin capacidad de competir y sin herramientas para construir una sociedad mejor.

El malestar social se representa con millones de jóvenes que no solo están siendo excluidos de los sistemas formativos, sino que ven cómo los mejores empleos, las mejores oportunidades y la generación de riqueza se vuelven lejanos y cada vez menos alcanzables. Un ejemplo claro lo tenemos en México, en donde hay más de 7 millones de ninis que hoy ponen en entredicho al sistema educativo y que amenazan con convertirse en una generación perdida que termine cayendo en la informalidad y dañando seriamente la economía y los cimientos de la sociedad. Lo mismo podemos observar en otros países latinoamericanos, en los que vemos jóvenes limpiando parabrisas o haciendo piruetas en las calles para conseguir dinero, debido a que no tienen la posibilidad de conseguir un empleo mejor.

No solamente nos enfrentamos a jóvenes que no trabajan ni estudian, sino que hay una pérdida notable de la vinculación de los jóvenes con las esferas de decisión y de competitividad. Con un universo de escasas palabras por la carencia de lectura, hablando un lenguaje diferente al de los gobernantes, sin argumentos y con una enorme seducción por la frivolidad, la juventud nos hace un pedido de ayuda. Basta con ver los índices de lectura o los temas que preocupan a los jóvenes para comprender lo mal que estamos. Y basta con haber leído y escuchado las opiniones en torno al referéndum sobre el voto de paraguayos en el extranjero: sin argumentos, con desconocimiento de lo que representan las remesas y mencionando la corrupción de oídas, sin más conocimiento que el rumor, la poca preparación se nota –mucho- a la hora de argumentar. Y se notará con mayor fuerza a la hora de competir en un mercado laboral exigente y excluyente.

Hay dos frentes claros que debemos atender: el sistema educativo y el mercado laboral. Lo que al Paraguay le urge es atacar lo primero, porque de lo contrario de nada servirá lo segundo.

Un joven que no estudia tiene limitadas esperanzas en un mercado laboral competitivo: no puede acceder a cargos especializados, no desarrolla capacidad emprendedora ni puede ubicarse en lugares directivos o bien pagados. Más bien está a merced de lo que le ofrezcan: cualquier empleo informal, mal pagado, en condiciones de explotación y sin las mínimas condiciones de seguridad social.

Al no capacitar y no dar oportunidad en el mercado laboral, se termina empujando a los jóvenes hacia la informalidad –primero- y hacia la economía delictiva –segundo-. En México esto está carcomiendo a una sociedad que no ha podido minimizar la pobreza ni ofrecer oportunidades para salir de ella. Muchos jóvenes, sin estudios ni esperanzas, prefieren empeñar su vida para la obtención de dinero fácil proveniente de la delincuencia, pues se sienten marginados de los empleos formales y honestos.

En el caso del Paraguay, se cuenta hoy con el bono demográfico, pues el 62% de la población tiene menos de 30 años. Esta situación es una ventaja enorme y contrasta con las enormes necesidades de los países europeos, que tienen poblaciones envejecidas y requieren mano de obra joven.

Si no iniciamos ahora un proceso de inclusión en los sistemas educativos, de mejoramiento de la educación y de una capacitación competitiva con miras al mercado laboral, en una década lamentaremos encontrarnos ante una generación perdida, poco competitiva, sin visión de país y a merced de su propia incapacidad. Esto sería fatal para la proyección del país, pues quedaría con una economía más precaria que la que tenemos, con menos capacidad de maniobra y con una enorme dependencia de la mano de obra no calificada.

Por el contrario, si logramos una generación competitiva, aprovechando el bono demográfico, las expectativas de crecimiento de la economía en la siguiente década aumentarían de manera notable, y con ello se podrían reducir indicadores que hoy son nefastos: pobreza, desempleo, exclusión y miseria.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

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