miércoles, 21 de mayo de 2014

Juventud, entusiasmo y empleo


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La buena perspectiva que tiene Paraguay con el bono demográfico y el crecimiento económico contrasta notablemente con algunos datos que indican que existe un alto desempleo juvenil, problemas con el primer empleo y, sobre todo, una educación que no logra llegar a todos ni brindar la calidad necesaria para que tengamos una generación de profesionales de alto nivel. Mientras tenemos un país joven, con el 60% de la población con menos de 30 años, nos hemos quedado rezagados en cuanto a la generación de empleos, las oportunidades, las ideas y la innovación que se requieren para reformar un país.

No es un problema exclusivo de Paraguay, sino que es un fenómeno de grandes proporciones y distintas latitudes. En México, un reciente informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) dio cuenta de que el desempleo entre los jóvenes que tienen menos de 24 años es del 10%, el doble de la tasa nacional del 5.1% en el primer trimestre de 2014. Si a esto le sumamos el problema de los ninis -los que ni estudian ni trabajan-, que son más de 7 millones en este país, y todavía la enorme informalidad en el mercado laboral, el rezago educativo y la deserción escolar, el panorama se vuelve más complejo. Y el caso mexicano contiene los factores comunes que deberían hacernos reflexionar sobre la planificación que tenemos como país para dar a los jóvenes las oportunidades que necesitan.

Por un lado, nos enfrentamos a un escenario en el que no se generan los suficientes empleos para atender la demanda de la juventud que se incorpora todos los años al mercado laboral. Del otro lado, los niveles educativos para formar a los jóvenes son bajos e insuficientes, por lo que finalmente el mercado recibe mucha mano de obra poco calificada, sin la preparación adecuada para empleos especializados y competitivos. Y en medio, hay una ruptura entre las necesidades de formación de los jóvenes y las ofertas en el mercado, es decir, hay un desempate entre lo que se enseña y lo que demandan los puestos de empleo. Por eso crece la informalidad, que se lleva a una gran parte de la novel fuerza laboral.

Como dice el economista Jeremy Rifkin, nos encontramos ante un mercado laboral cambiante e inestable, en el que la tecnología modifica la forma en que debemos ver al trabajo. Y ante este escenario en constante transformación, los recursos humanos requieren de más habilidades y del conocimiento que permita innovar y ajustarse a los cambios. En este contexto, debemos preguntarnos cómo podemos lograr que los jóvenes tengan una preparación acorde a los tiempos actuales, precisamente en tiempos en donde los ninis, la falta de entusiasmo y las políticas obsoletas amenazan con echar a perder a toda una generación.

Algo que debemos recuperar como si fuera la vida misma es el entusiasmo de los jóvenes por la educación, por la planificación de su presente y su futuro. Con una juventud desatendida y desmotivada, que vive el momento y que busca lo fácil y gratuito, será difícil la construcción de una sociedad mejor. No se puede mejorar la calidad de vida cuando se desaprovecha la capacidad de toda una generación, cuando el mercado los explota y los condena a sobrevivir con salarios miserables, sin expectativas ni rumbo.

Paraguay está ante una oportunidad histórica como nunca habíamos tenido: tenemos a toda una generación que puede redireccionar la economía, la política y la vida del país. Por eso hay que poner énfasis en mejorar los alcances y los niveles de la educación, en lograr una generación de profesionales que puedan reformar nuestros viejos sistemas productivos y que nos enseñen cómo se construye una economía más competitiva y menos injusta. Si formamos a nuestros jóvenes hoy, no tendremos que cargar con una generación pobre mañana.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay

sábado, 10 de mayo de 2014

La universidad, un motor fundamental


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La reciente elección de un nuevo rector de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) representa un buen momento para pensar y repensar qué tipo de universidad queremos y hacia dónde se deben guiar los esfuerzos en la educación superior. No es una novedad que las universidades constituyen motores fundamentales para el desarrollo de un país, pero acaso esta noción sigue siendo lejana a los intereses de los grupos de poder, pues siguen viendo a los espacios universitarios como cotos, como espacios para la politiquería, la prebenda o la repartición de cargos y salarios a los amigos, compadres o correligionarios.

Cuando se elige a un nuevo rector y este llega emperifollado por las alabanzas de un político que abiertamente incide en una esfera que debería ser solo del conocimiento, no se envía una buena señal. El mensaje claro que nos dan es que no solo hay una politización de la educación superior, sino que los afectos políticos pueden interferir, regir y condicionar el funcionamiento de una institución demasiado importante para los intereses de la nación. 

Una educación politizada, en donde se opere en función de intereses políticos y no siguiendo la lógica de construir una educación superior de calidad que genere a los profesionales que el país necesita, no hará otra cosa que convertirse en una extensión de las instancias en donde las prácticas favorecen a unos pocos por encima de las necesidades de toda la población. Es por eso que el toque de alerta sobre las injerencias políticas en la universidad pública es una advertencia que no se debe dejar pasar como si nada. 

En momentos en los que necesitamos imperiosamente de élites y generaciones de profesionales que pueden ponerse al frente de la economía del país, la universidad debe buscar un mayor nivel educativo y, sobre todo, potenciar la investigación científica. La universidad pública es demasiado importante como para subordinarla a intereses ajenos a la generación de conocimiento, de ciencia y tecnología. Su funcionamiento es fundamental para marcar el rumbo del país. Es por la calidad de sus estudiantes que vamos a definir qué tipo de economía y de sociedad vamos a construir.

Es urgente redireccionar a la universidad hacia la calidad educativa, la ciencia y la tecnología. Necesitamos más profesores instruidos, más investigadores y más creación de conocimiento para poder competir en un mundo globalizado. Las universidades paraguayas ni siquiera aparecen en los estudios en los que se da cuenta de las mejores universidades del mundo. Mientras países como Finlandia, Singapur o Corea del Sur basan su desarrollo en la calidad de sus universidades, en los países atrasados se sigue viendo a las casas de estudio como espacios para el prebendarismo o el compadrazgo. 

Los ojos contralores de la sociedad deberían apuntar hacia la universidad, hacia el manejo que se hace de la entidad que forma profesionalmente a los ciudadanos. En la medida en que podamos exigir más a las universidades y que a su vez estas puedan producir profesionales de alto nivel, seguramente tendremos más oportunidades de lograr mejores resultados para toda la gente. Más investigación, más ciencia y tecnología y menos politiquería. Eso es lo que hay que exigir.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay.