domingo, 30 de octubre de 2011

Cultura emprendedora: saber y hacer

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La transformación permanente de la economía, que nos ha llevado en los últimos tiempos a una visión individualista, en donde los empleos formales y a largo plazo están perdiendo terreno frente las iniciativas particulares, nos ubica en un punto en el que todos necesitamos desarrollar una cultura emprendedora que nos permita romper la dependencia de las fuentes tradicionales de empleo, que hoy soy insuficientes para cubrir las necesidades de trabajo. Cada vez resulta más complicado conseguir empleos estables, con proyección a largo plazo y con las condiciones para que se mantenga un nivel de ingresos que asegure una buena calidad de vida.

Y un condicionante aún más poderoso se da con la transición de la riqueza desde las economías primarias y las industriales hacia la economía del conocimiento, en donde todo gira en torno a la capacidad de saber: los empleos mejor pagados no dependen de la manufactura sino de la mente-factura, pues es la generación de conocimiento la que va a la vanguardia en cuanto a generación de riquezas.

En este contexto de pocas oportunidades laborales formales y estables, y de una enorme competencia, se necesita tener mucha iniciativa propia: desarrollar proyectos, proponer ideas, abrir negocios y convertir el esfuerzo en una empresa que genere ingresos y autoempleo. Los sectores públicos están saturados de contratados, las multinacionales tienen periodos cortos de contratación y, en cambio, las microempresas siguen aumentando su presencia y cubriendo una buena parte de las necesidades desatendidas.

La pregunta que debemos hacernos es si tenemos la cultura del emprendedor, del que busca, idea, propone y realiza a partir de lo que tenga. Y tener una cultura emprendedora no implica sólo hacer una microempresa, sino buscar en forma constante la innovación, la alternativa, el progreso y la visualización de los tiempos. Cuando logramos que una sociedad se destaque por sus iniciativas, por sus emprendimientos y por la concreción de proyectos, entonces podemos hablar de que estamos ante una cultura emprendedora, con comunidades inquietas que no se conforman con empleos formales ni oportunidades dependientes del Estado. Pero cuando sólo pocos emprenden y muchos dependen, con iniciativas aisladas se logran resultados aislados y esto deja a diversos sectores a merced de ofertas laborales que sabemos insuficientes.

La economía competitiva actual nos exige ser creativos, visionarios, independientes y autosuficientes en la generación de nuestras oportunidades. Y esto debe impulsar a una cultura emprendedora, en la que no dependamos del Estado, del pariente, el amigo o el correligionario. Al contrario, nos urge una capacidad propia de interpretar los tiempos y visualizar las necesidades y potencialidades de crecimiento, para emprender proyectos y lograr ponernos a la vanguardia en sectores estratégicos.

Sin embargo, un problema de fondo en los países latinoamericanos es que nuestros sistemas educativos son deficientes y nuestros profesionales son poco competitivos, además de que existe un elevado porcentaje de la población que no logra adquirir más que conocimientos elementales. Ante este panorama, nuestra capacidad de emprender siempre estará limitada: por eso la enorme informalidad, pues ante la falta de empleos formales la salida más fácil parece ser el comercio de cualquier tipo de producto, pues falta capacidad para una empresa más ambiciosa. Esto genera emprendimientos endebles, con microempresas sin mucha capacidad de maniobra, a merced de sistemas financieros inflexibles y ante la amenaza constante de que una mala coyuntura acabe con el negocio.

Sin profesionalizar a nuestra mano de obra, sin generar expertos disciplinares, competitivos y visionarios, difícilmente podamos lograr una cultura emprendedora que nos saque de los problemas de dependencia económica de sectores tradicionales. Y ante las necesidades actuales del mercado, esto implicará que muchos segmentos de la población se mantendrán en condición de pobreza, sin empleo o con empleos mal pagados, informales y muy inestables.

Tenemos que enseñar dos cosas fundamentales: a saber, y a saber hacer. El sólo hacer ya no es suficiente para este mundo competitivo.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay

domingo, 23 de octubre de 2011

El ambiente de negocios y la competitividad


Gráfico: Ranking de países con mejor ambiente de negocios. Tomado de Dinero.com. Ver original aquí

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El ranking sobre las facilidades que conceden los países para hacer negocios, elaborado anualmente por el Banco Mundial (BM), nos presenta un panorama digno de un análisis para comprender algunos aspectos fundamentales de la economía: mientras Singapur, Hong Kong y Nueva Zelanda ocupan los primeros lugares como países en los que se puede hacer negocios –debido a las facilidades normativas que tienen-, los latinoamericanos nos encontramos lejos. Como ya es casi una costumbre, el mejor posicionado es Chile en el lugar 39, seguido de Perú (41), Colombia (42) y México (53). En tanto, Paraguay se encuentra en el lejano puesto 102, de un total de 183 economías estudiadas.

En un mundo de una configuración cambiante, en donde los capitales son volátiles y la inestabilidad y el corto plazo forman parte de la coyuntura económica, lograr un clima apropiado para la generación de negocios y la atracción de inversiones es un desafío constante y una necesidad imperiosa. Cuando somos poco atractivos, cuando complicamos los negocios al imponer interminables trámites o cuando la informalidad y la corrupción terminan por generar la percepción de que un país es poco confiable, no sólo perdemos aquello que puede venir de fuera sino que “invitamos” a que las inversiones locales miren hacia otros rumbos en los que haya más facilidades y más certezas.

No es coincidencia que los países mejor posicionados sean los mismos que han comprendido que la competitividad es un factor clave para el progreso, y que para hacer un país competitivo se necesita invertir en la gente y lograr generaciones de profesionales que comprendan los requerimientos de mercados exigentes, de alta competencia y de una innovación permanente. En América Latina aún no hemos podido corregir nuestra informalidad, por lo que no es raro que nuestras regulaciones hayan sido rebasadas y hoy aparezcan como obsoletas frente a un mercado que requiere agilidad, facilidades, y las menores complicaciones posibles a la hora de proyectar un negocio.

Al mirar los resultados extraordinarios que ha logrado Singapur –que hace poco más de 40 años era más pobre que Haití y hoy ha derrotado a la pobreza y es un país rico- no podemos dejar de valorar el cimiento sobre el que se construyó la nueva nación: la educación de su gente. Y con la visión de personas preparadas, se logró una arquitectura de sociedad en donde se produce con más calidad, se respetan las normas y se busca facilitar cualquier actividad productiva que sea beneficiosa para todos. Basta con preguntarse cómo una isla tan pequeña (692 Km2) puede tener un puerto en el que se mueven aproximadamente 180 mil contenedores por semana. El secreto: corrupción cero, seguridad en el manejo de las mercaderías y cumplimiento efectivo en horarios y entregas. Esto es saber cómo organizar un buen ambiente de negocios.

En cambio, las antípodas de un buen ambiente de negocios se encuentran en países informales, poco serios y en donde todo se relativiza. Sin comprender la importancia de una buena regulación, las normas se convierten en instrumentos manipulables que buscan beneficiar a unos pocos a costa de todos. Esto ocurre cuando se invoca un reglamento para entorpecer, amedrentar y, finalmente, lograr una coima, un “arreglo” o algún sistema ilegal de obtención de dinero a costa del que quiere invertir.

Cuando un país tiene un sistema educativo deficiente y no puede planificar un proyecto económico conjunto, el resultado es un cambalache en el que la informalidad, la corrupción y la falta de visión terminan por generar un ambiente de negocios poco confiable. Y en este contexto, es muy difícil lograr una construcción sólida, pues los elementos del conjunto son endebles, individualistas y hasta contrarios. Por ello, no es raro que se invierta mucho en la promoción de las ventajas de un país, en campañas de incentivos fiscales, de ventajas comparativas y que se trabaje mucho en atraer inversiones, para que finalmente la radicación de una empresa se trunque cuando un funcionario pide una coima para proveer energía eléctrica o cuando alguien cambia las reglas de juego en forma inoportuna.

Algo que debemos hacernos reflexionar es cómo podemos construir un país con mejores oportunidades de negocios, con facilidades para las inversiones y, sobre todo, con una economía competitiva. Y no lo lograremos si mantenemos esquemas de regulación obsoletos administrados por funcionarios sin preparación y propensos a hacer dinero fácil a costa de torcer las reglas.

Empecemos por seleccionar mejor a nuestra gente, por formarla, para luego planificar la construcción de una economía que genere facilidades para el desarrollo de emprendimientos, para las inversiones, la generación de empleos y de riqueza. Un buen ambiente de negocios no sale de la norma, sino de la gente que saber cómo utilizar la norma.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 16 de octubre de 2011

La amenaza “nini” y la oportunidad del bono demográfico

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La aparición de la generación “nini” – de los jóvenes que ni estudian ni trabajan- representa hoy en día un desafío enorme para muchos países, que no han sabido generar oportunidades en cuanto a la educación y en cuanto al mercado laboral. En medio de una época marcada por la competitividad y las crisis cíclicas de la economía a nivel global, los países latinoamericanos se enfrentan al contexto de economías en vías de desarrollo, con elevados porcentajes de pobreza, con serias deficiencias en materia educativa y ante la encrucijada de una oportunidad vestida de amenaza: somos favorecidos por el bono demográfico, pues contamos con una población joven, pero corremos el riesgo de lograr una generación sin educación, sin capacidad de competir y sin herramientas para construir una sociedad mejor.

El malestar social se representa con millones de jóvenes que no solo están siendo excluidos de los sistemas formativos, sino que ven cómo los mejores empleos, las mejores oportunidades y la generación de riqueza se vuelven lejanos y cada vez menos alcanzables. Un ejemplo claro lo tenemos en México, en donde hay más de 7 millones de ninis que hoy ponen en entredicho al sistema educativo y que amenazan con convertirse en una generación perdida que termine cayendo en la informalidad y dañando seriamente la economía y los cimientos de la sociedad. Lo mismo podemos observar en otros países latinoamericanos, en los que vemos jóvenes limpiando parabrisas o haciendo piruetas en las calles para conseguir dinero, debido a que no tienen la posibilidad de conseguir un empleo mejor.

No solamente nos enfrentamos a jóvenes que no trabajan ni estudian, sino que hay una pérdida notable de la vinculación de los jóvenes con las esferas de decisión y de competitividad. Con un universo de escasas palabras por la carencia de lectura, hablando un lenguaje diferente al de los gobernantes, sin argumentos y con una enorme seducción por la frivolidad, la juventud nos hace un pedido de ayuda. Basta con ver los índices de lectura o los temas que preocupan a los jóvenes para comprender lo mal que estamos. Y basta con haber leído y escuchado las opiniones en torno al referéndum sobre el voto de paraguayos en el extranjero: sin argumentos, con desconocimiento de lo que representan las remesas y mencionando la corrupción de oídas, sin más conocimiento que el rumor, la poca preparación se nota –mucho- a la hora de argumentar. Y se notará con mayor fuerza a la hora de competir en un mercado laboral exigente y excluyente.

Hay dos frentes claros que debemos atender: el sistema educativo y el mercado laboral. Lo que al Paraguay le urge es atacar lo primero, porque de lo contrario de nada servirá lo segundo.

Un joven que no estudia tiene limitadas esperanzas en un mercado laboral competitivo: no puede acceder a cargos especializados, no desarrolla capacidad emprendedora ni puede ubicarse en lugares directivos o bien pagados. Más bien está a merced de lo que le ofrezcan: cualquier empleo informal, mal pagado, en condiciones de explotación y sin las mínimas condiciones de seguridad social.

Al no capacitar y no dar oportunidad en el mercado laboral, se termina empujando a los jóvenes hacia la informalidad –primero- y hacia la economía delictiva –segundo-. En México esto está carcomiendo a una sociedad que no ha podido minimizar la pobreza ni ofrecer oportunidades para salir de ella. Muchos jóvenes, sin estudios ni esperanzas, prefieren empeñar su vida para la obtención de dinero fácil proveniente de la delincuencia, pues se sienten marginados de los empleos formales y honestos.

En el caso del Paraguay, se cuenta hoy con el bono demográfico, pues el 62% de la población tiene menos de 30 años. Esta situación es una ventaja enorme y contrasta con las enormes necesidades de los países europeos, que tienen poblaciones envejecidas y requieren mano de obra joven.

Si no iniciamos ahora un proceso de inclusión en los sistemas educativos, de mejoramiento de la educación y de una capacitación competitiva con miras al mercado laboral, en una década lamentaremos encontrarnos ante una generación perdida, poco competitiva, sin visión de país y a merced de su propia incapacidad. Esto sería fatal para la proyección del país, pues quedaría con una economía más precaria que la que tenemos, con menos capacidad de maniobra y con una enorme dependencia de la mano de obra no calificada.

Por el contrario, si logramos una generación competitiva, aprovechando el bono demográfico, las expectativas de crecimiento de la economía en la siguiente década aumentarían de manera notable, y con ello se podrían reducir indicadores que hoy son nefastos: pobreza, desempleo, exclusión y miseria.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cuatro consejos para escribir noticias sobre economía

Por Andrea Martínez/Centro de Formación en Periodismo Digital

Al escribir noticias sobre temas de economía en lo primero que se debe pensar es a quién se dirige la información, señaló el especialista Héctor Claudio Farina Ojeda: “Hay que pensar si el público es general o especializado, es decir, si tiene noción o no sobre economía”.



Una vez que se identifica el tipo de receptor se diseña la forma de presentar la información, que puede ser un gráfico, una nota, una imagen o una descripción, añadió quien fuera periodista de economía en el diario La Nación de Paraguay.

El actual coordinador de la Licenciatura en Periodismo de la Universidad de Guadalajara, también explicó que se puede llegar a una escritura estándar pero eso implicaría que algunos entiendan y que otros, por tener un conocimiento más profundo, opinen que hacen falta más datos.

En cuanto a la búsqueda de información, Farina Ojeda dijo que el periodista debe atender las siguientes cuestiones:

1. Entender cómo funciona la economía
2. Comprender los conceptos básicos de la teoría económica
3. Saber leer e interpretar bases de datos y sacar estadísticas
4. Comparar información y números

Esto le permite al periodista hacer preguntas pertinentes a las fuentes de información. Además, permitirá que un periodista de economía no cuestione generalidades y asuntos intrascendentes; por ejemplo que pregunte por información que puede obtener en la búsqueda de manuales o tablas de indicadores.

Una vez que se considera esto, se tiene que pensar en el mensaje. Según Farina Ojeda, lo primero que se debe atender en este punto es la sencillez del lenguaje.
Esto significa que se deben aclarar y explicar los términos que la gente no pueda entender. También hay que considerar que se debe dar a los receptores de una noticia de economía puntos de comparación, para que dimensionen la importancia de los datos.
Añadió que las comparaciones deben referirse a periodos concretos similares: “Si no hacemos eso recitamos datos, pero no hacemos periodismo de economía”.

Andrea Martínez para el CFPD

Fuente: Centro de Formación en Periodismo Digital. Ver original aquí

domingo, 9 de octubre de 2011

La reorientación de gastos hacia inversiones

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una paradoja cíclica en los países subdesarrollados es que carecen de recursos para financiar los proyectos que los saquen del subdesarrollo, al mismo tiempo que despilfarran gran cantidad de recursos debido a la mala administración, lo que los ancla en una situación de improductividad, carencia y sobrecostos. Se gasta mucho en la forma, pero no se invierte en el fondo. Se corrigen problemas superficiales, pero no se solucionan los estructurales. Y se vive arrastrando costos innecesarios y gastos no productivos, mientras se postergan las inversiones realmente urgentes para superar el atraso.

Una radiografía de nuestros gastos e inversiones en América Latina posiblemente nos escandalizaría al mostrarnos las enormes incoherencias que tenemos a la hora de administrar nuestros recursos. En un país como Bolivia, que debería apuntar al primer mundo por su enorme riqueza energética, se pierden millones de dólares al año porque venden el gas sin procesar, debido a la falta de capacidad de refinación. En lugar de la pérdida por no tener refinerías y gente capacitada para ello, debería invertirse en estos dos aspectos para ahorrar y evitar un costo mayor. Lo mismo le pasa a México, que pierde millones por no poder refinar el petróleo para convertirlo en gasolina, por lo que el 40% de su producción petrolera termina siendo industrializada en Estados Unidos, en donde se queda la ganancia por la conversión de materia prima en producto terminado.

En este contexto, el Paraguay es un ejemplo de mala administración de recursos, de gastos improductivos y de postergaciones de las inversiones urgentes. Los gastos en cuestiones proselitistas son elevados, al igual que en el mantenimiento de sistemas obsoletos que no ocasionan más que pérdidas. Se gastan millones para sostener una estructura manejada por funcionarios no aptos, pero no se invierte en la formación profesional que permita hacer eficientes los procesos y ahorrar costos.

Con una enorme riqueza cementera y con un país por construir, vivimos a merced de las pérdidas que se tienen todos los años por los costos de mantener la obsoleta fábrica de la Industria Nacional del Cemento en Vallemí, mientras bastaría con una inversión estratégica para hacer una fábrica eficiente y competitiva, que no detenga su producción cada vez que falla alguna maquinaria carcomida por los años. Y en lugar de mantener a funcionarios políticos, debería priorizarse la inversión en la formación de técnicos que puedan mejorar la competitividad y hacer que se saque provecho de la enorme riqueza que hoy se desperdicia.

En el país de la energía eléctrica, resulta un absurdo grosero que las discusiones giren en torno a la contratación de 2 mil funcionarios sin capacidad para manejar un ente, mientras que lo que debería plantearse es la formación de cuadros dirigenciales de élite que conviertan al país en un modelo de aprovechamiento de la riqueza energética. Se despilfarran millones en cargos y en cuoteos políticos, pero no se apunta a una inversión que nos ahorre pérdidas. Formar a técnicos especializados en el exterior representa un costo ínfimo frente a todo lo que perdemos por la negligencia.

Que solamente en Asunción se reparen 40 mil caños rotos por año es una barbaridad, pues sabemos que todos los años volveremos a cargar con los mismos costos y seguiremos con una infraestructura obsoleta. Mantener costos millonarios en parches nos lleva a la misma situación del negocio del bacheo: tapar agujeros todo el tiempo, para que con la primera lluvia aparezcan los cráteres que destruyen nuestras calles y que nos obligarán a seguir perdiendo recursos sin lograr ningún avance.

Se engordan los presupuestos con el pago de personal no apto, se generan sobrecostos, se vive a costa de parches y encima se carga con la pérdida de las empresas que no son rentables porque no funcionan correctamente y que deben salvarse…con el dinero de la gente.

El reto para construir un país en serio pasa por dejar de lado gastos innecesarios y reorientarlos hacia formaciones estratégicas: formar cuadros dirigenciales de élite, planificar construcciones a largo plazo, aprovechar mejor los recursos para formar especialistas y hacer un rediseño de nuestros gastos e inversiones. Reemplazar los gastos corruptos por una inversión planificada e inteligente bastaría para hacer del Paraguay un país de mayores oportunidades y menos atraso.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 2 de octubre de 2011

Un país por construir: desafíos y potencialidades

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El auge económico del año pasado, en el que se tuvo un crecimiento record de 15,3%, parece no tener coincidencia con los datos que provienen del sector de la construcción. Ante un súbito aumento en la generación de riqueza, podríamos suponer que ello detonaría la inversión en obras, con un consecuente salto favorable en la industria de la construcción. Con un país por construir, en el que hay enormes potencialidades y mucha necesidad de obras y generación de empleo, la línea lógica de crecimiento debería apuntar hacia un fuerte desarrollo de todas las construcciones que se necesitan.

Sin embargo, los problemas recurrentes y paradójicos de la falta de cemento –en el país que cuenta con la mayor cuenca cementera de la región-, la escasez de varillas, la falta de materia prima y la desaceleración de ciertos sectores de la industria, nos muestran el otro lado de la moneda, en el que se notan la falta de visión de la construcción de un país y la incapacidad de una planificación del rumbo económico que nos permita lograr desarrollo y sostenibilidad. Mientras tenemos todo por construir, nuestro proceso de construcción se da a los tumbos, con golpes de coyuntura, con inversiones aisladas y con mucho dinero perdido en parches que no solucionan problemas de fondo.

La mediterraneidad del Paraguay, que representa un sobrecosto del 43% para las exportaciones, debería obligarnos a construir en forma urgente carreteras, puentes, caminos y todo tipo de infraestructura vial para mejorar las comunicaciones y elevar la competitividad del país. No solo estamos ante la necesidad de construir para incentivar la generación de empleos, sino para la proyección de una economía competitiva, que tenga las condiciones que hoy requiere un mundo globalizado. Pero, a pesar de las necesidades y potencialidades, seguimos padeciendo la carencia de cemento y los constantes frenos a la industria de la construcción, que se grafican con la caída de casi 10% que sufrió el sector en el segundo trimestre de este año.

El Paraguay sufre por la carencia de rutas en buen estado, por la inestabilidad de su economía y por la incapacidad de generar empleos que ayuden a contrarrestar los elevados niveles de pobreza. Y, curiosamente, cuenta con los recursos para combatir estos malestares, pero faltan ideas, planificación y capacidad de gestión.

En un país en donde tenemos todo por construir deberíamos empezar por aplicar la inteligencia y la autogestión para la explotación de recursos y para cubrir las demandas. Bastaría con planificar un sistema de carreteras para comunicar a las comunidades nacionales con las principales rutas para el comercio en la región, para detonar la demanda en el sector de la construcción e incentivar su desarrollo. Se pueden encontrar muchos mecanismos de financiación, desde el sistema de concesiones hasta la decisión política de hacer de la construcción de obras una inversión estratégica para el desarrollo, la mejor comunicación, la creación de empleos y el mantenimiento de un dinamismo económico propio que nos proteja de eventuales recesiones.

Tenemos que dejar de depender de préstamos internacionales y de proyectos esporádicos, para hacerlo todo en forma planificada y con visión de largo alcance. Las ciudades y los pueblos que requieren comunicación, deberían promover sistemas de autogestión y autofinanciamiento para construir obras de infraestructura. Un buen convenio entre una ciudad y la industria cementera nacional, para pavimentar las calles con cemento, podría servir para obligar a la INC a que modernice sus obsoletas fábricas, que mejore su competitividad y que se convierta en una empresa eficiente. Si pavimentamos las calles con cemento nacional lograremos varias cosas: generar demanda para la INC, crear empleos, facilitar las comunicaciones y, sobre todo, hacer que los recursos propios se conviertan en generadores de riqueza, la misma riqueza que puede invertirse en el interior del país, para potenciar lo que tenemos.

En un país por construir no podemos estar a merced de la negligencia, la corrupción en empresas estatales o la ineficiencia para planificar. Dejemos de depender del asfalto que no tenemos, para potenciar el cemento que nos sobra. Con buenos proyectos y con una utilización estratégica de nuestros recursos, podemos lograr una década de obras, de crecimiento económico y de mejoramiento de la capacidad de competir. No necesitamos de nadie más que de nosotros mismos.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.