miércoles, 6 de enero de 2010

Nosotros, nuestra mejor inversión

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de los errores recurrentes en América Latina es seguir manteniendo la creencia errónea de que somos ricos o tenemos riqueza porque poseemos petróleo, gas, tierras fértiles, ríos caudalosos y otros recursos naturales. Como si el hecho de haber sido beneficiados con las bondades de nuestra tierra fuera suficiente para considerarnos ricos. Sin embargo, la verdadera riqueza que posee un país, un pueblo o una sociedad es su gente: es a partir de lo que somos, de lo que sabemos y de los valores que fomentamos, que podemos pensar en construir nuestro mundo. Si no tenemos personas preparadas, de nada nos servirán las riquezas naturales, pues las terminaremos desperdiciando en nuestra ignorancia.

Pensarnos como sociedad y como país implica mirar a nuestra gente, ver qué es lo que somos y qué es aquello que somos capaces de construir de acuerdo a nuestra educación y a nuestra visión del futuro. Es por ello que necesitamos reconsiderar nuestra identidad, nuestros valores y nuestra educación como factores determinantes para hacer que nuestras sociedades sean realmente ricas y prósperas. Y frente a esta necesidad imperiosa, tenemos que pensar en invertir más en nosotros mismos, para hacer que nuestra capacidad de comprender al mundo sea mayor y que a partir de ello podamos planificar más y mejor, y explotar de manera más acabada y justa toda la riqueza potencial que tenemos.

La idea sobre la que deberíamos trabajar es la economía de uno mismo, una economía individual que nos lleve a invertir más en nosotros mismos, a concebirnos como el capital más importante y a vernos como los verdaderos factores que generan riqueza y que pueden transformar un país. Invertir en nosotros mismos implica dedicarnos más a desarrollar nuestras capacidades, a estudiar más, a reflexionar más, a comunicarnos más y a proponer más. Hoy en día el mundo gira en torno al conocimiento, ese mismo conocimiento que constituye el capital más cotizado de los tiempos modernos y que deberíamos colocar como prioridad total en nuestra agenda individual y en la agenda de los gobiernos. Las dos terceras partes de la riqueza que se genera en el mundo actualmente corresponden al sector de servicios, lo que indica que es el conocimiento que está detrás el que constituye la verdadera riqueza, el que posibilita la prestación de dichos servicios. Por eso debemos invertir en nuestro propio conocimiento, porque será el detonador de nuestra capacidad de producir y de cambiar la realidad que vivimos.

La economía de uno mismo pasa por desarrollar habilidades y por adquirir una capacitación permanente que nos permita ser competitivos y no quedar rezagados frente a los progresos ajenos. En estos tiempos tan vertiginosos, cambiantes y “líquidos”, como diría el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, se requiere de un cultivo continuo de nuestra persona para poder adaptarnos a una realidad que se transforma muy rápido y que deja obsoleto mucho de lo que hemos aprendido. Todos necesitamos incorporar, todos los días, enseñanzas generales que nos ayuden a comprender el mundo en el que vivimos, así como aprendizajes particulares que nos lleven a ser mejores en lo que hacemos.

Nuestro desafío es claro: hacer de nosotros mismos el capital más valioso y a partir de ello empezar a construir y moldear nuestro entorno. Tenemos que hacer que nuestra gente sea una causa nacional y eso solo se logrará por medio de una convicción plena de lo que somos, de lo que podemos hacer y de nuestro valor como personas y ciudadanos. Podríamos empezar siendo más exigentes con nuestra educación, con nuestro trabajo y con nuestra responsabilidad como ciudadanos. En la medida en que cada uno asuma el compromiso de superarse todos los días y de aportar más a su entorno, podremos pensar en tener una sociedad verdaderamente rica, conformada por gente comprometida, educada y responsable.


(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en la Revista Ecos, de Canindeyú

lunes, 4 de enero de 2010

Paraguay inconsistente


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La inestabilidad, la falta de rumbo claro y hasta la sensación de zozobra permanente parecen haberse convertido en el símbolo del periodo que vive el Paraguay, un país sumergido en una transición democrática eterna que hasta ahora no ha podido consolidar un proyecto de nación. Tras la caída de la dictadura, primero, y del Partido Colorado, después, parecía que el horizonte del cambio era claro, aunque ahora percibimos líneas confusas, desdibujadas e inestables. Más que nunca, Paraguay parece vivir lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denomina “tiempos líquidos”, en donde, en contraposición a lo sólido, todo es inestable, de formas cambiantes, de una reconversión permanente y de una imposibilidad de volver a lo compacto, a lo previsible, tal como ocurre con los líquidos, que se adaptan a los cambios del recipiente.

Los paraguayos hemos cambiado algunas formas, pero nos seguimos revolviendo en medio de incertidumbres, de posturas inconsistentes y de discursos oportunistas y vacíos de realidad. Hoy, bajo el gobierno de Fernando Lugo, no hemos podido desterrar nuestros viejos fantasmas y se sigue con el viejo juego de las alianzas coyunturales, de las amenazas de juicio político, de las interpretaciones aberrantes de la ley y de tratar de hundir al otro en la búsqueda de cualquier botín de turno. Seguimos a la deriva, en medio de falsos pactos políticos, de escándalos mediáticos, de insultos y de quejas estériles que no hacen más que abonar nuestra tierra de un eterno lamento inconducente. Los anuncios confusos y contradictorios del gobierno suenan igual de increíbles que hace años, debido a que las sensaciones de inseguridad, de pobreza, de falta de oportunidades y sobre todo de no tener un destino como nación, son un claro síntoma de que los males no han sido corregidos pese a los discursos.

El comportamiento líquido se nota en la economía, pues se han sucedido los gobiernos y las crisis pero seguimos careciendo de un proyecto económico como país. No hay un norte claro y se sigue a expensas de las exportaciones de soja, lo que nos deja a merced de la sequía, de los precios internacionales o de cualquier otro factor que afecte al rubro. El crecimiento económico sigue siendo coyuntural, dependiente de las oleadas que lleguen desde las economías ajenas, en tanto las industrias y la producción siguen amenazadas por su propia falta de competitividad para hacerle frente a los requerimientos del cada vez más exigente mercado.

Cuando vemos que la delincuencia y la inseguridad se han vuelto una moneda común en las calles, cuando en nuestras autoridades no encontramos más que excusas o respuestas contradictorias, cuando vemos que el mercado laboral es poco seguro y, sobre todo, cuando vemos que los niños y jóvenes no reciben una educación de calidad que permita construir un país diferente, entonces el predomino de lo inconsistente hace que vivamos en la incertidumbre, sin saber qué esperar o hacia dónde ir. Y esa incertidumbre causa angustia, frustración y pérdida de las ganas de construir.

El Paraguay necesita recuperar la confianza y la estabilidad, para poder construir relaciones y acuerdos más firmes que permitan hacer planes a largo plazo, pensando en la siguiente generación. Es urgente devolverle la confianza a la gente capaz, a los que saben, y que ellos orienten los esfuerzos hacia objetivos concretos. Necesitamos construir un sistema educativo pensado para la era del conocimiento en la que vivimos, de manera tal a formar ciudadanos más preparados, así como necesitamos una planificación económica con rumbo claro, que sea sostenible en el tiempo. Sólo así podremos combatir con éxito los males de la pobreza, el atraso y el abandono. Pero no lograremos hacer un país consistente y previsible si seguimos siendo gobernados por oportunistas, avivados, corruptos y mediocres.

Deberíamos empezar por recuperar la confianza, por establecer vínculos más estables con personas creíbles y preparadas, y por desterrar el oportunismo y el pensamiento mediocre del facilismo y lo instantáneo, de forma a pasar de un estado de incertidumbre permanente a uno de mayores certezas.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en Viva Paraguay