domingo, 18 de septiembre de 2011

Remesas y generación de riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La crisis en la economía europea, que golpea al euro, así como la crisis de Estados Unidos, en donde hay una desaceleración y una incapacidad de generar empleos para cubrir las necesidades, constituyen toques de alerta para los países latinoamericanos, no sólo por los potenciales efectos de contagio generalizado sino por el golpe a sectores específicos de los que se depende mucho. Un caso representativo es el de las remesas, que en los últimos años se han erigido como una fuente de ingresos importante para alimentar a las economías.

Las remesas son el fruto del esfuerzo y el trabajo de las personas que tuvieron que emigrar en busca de oportunidades laborales que ayuden a mejorar o mantener su nivel de vida. Detrás de cada dólar o cada euro que llega desde el exterior, hay historias de mucho sacrificio, de nostalgia, de familias fragmentadas y de condiciones laborales difíciles en países ajenos. Y cada moneda que llega implica un reconocimiento del esfuerzo de los migrantes y un cuestionamiento fuerte hacia la responsabilidad de los gobiernos en cuanto a la generación de condiciones para que las personas puedan acceder a empleos y sobreponerse a males endémicos como la pobreza y la exclusión.

Desde hace un tiempo, la historia de América Latina es la historia de la dependencia económica a factores externos que no podemos controlar: ante la incapacidad de consolidar economías dinámicas y autónomas, ha emergido el modelo de expulsión de mano de obra hacia países en donde hay más oportunidades laborales. Pero, curiosamente, en lugar de cuestionarnos y de proponer soluciones de fondo para fortalecer nuestros países, ha crecido la dependencia de esa riqueza que llega de la mano de aquellos que tuvieron que irse. Hoy, las remesas son demasiado importantes y hasta se las considera un factor contra la pobreza, en un cínico desvío de responsabilidades de parte de los gobiernos, que deberían priorizar la formación de su gente y no la dependencia de ingresos ajenos.

Países como México o los centroamericanos se ven amenazados por la crisis que soporta Estados Unidos, pues hay un freno en la economía y se están perdiendo empleos en sectores estratégicos para los migrantes, como en la industria de la construcción. En tanto en Sudamérica hay preocupación por la crisis española y los efectos nocivos de la economía europea, pues esto implica una directa disminución de las remesas. Estamos ante una dependencia que debería escandalizarnos y hacer que nos replanteemos qué tipo de economía debemos construir para no vivir a merced de lo que escapa a nuestros manos.

En este contexto de globalización, de economías competitivas y de urgencia del conocimiento, un país pequeño como el Paraguay no puede quedarse anclado en el modelo de dependencia de remesas y de expulsión de mano de obra. Esto no implica renunciar a las remesas, sino hacer una planificación que nos lleve a lograr una economía dinámica, generadora de empleos y riqueza, y, sobre todo, en crecimiento sostenido y equitativo. Y para esto hay cosas que se pueden hacer desde el ámbito en el que nos encontremos: direccionar los ingresos de remesas hacia la educación, para pasar de una generación de mano de obra poco capacitada hacia una generación de profesionales que sepan crear riqueza a partir de su propio conocimiento.
Las remesas deben utilizarse como factor para el desarrollo y no para el mantenimiento de la pobreza y la exclusión. Seguir percibiendo ingresos como si fueran dádivas que serán despilfarradas sólo hará que la gente siga emigrando para mantener el mismo círculo de sobrevivencia. Pero, si aprendiéramos a valorar el esfuerzo de los migrantes y hacer que sus ingresos se conviertan en proyectos productivos, en una inversión estratégica en la educación o el desarrollo de microempresas que generen empleos, podríamos romper el ciclo de la dependencia y en un futuro no lejano ya no tendríamos la necesidad de salir en busca de trabajo en países lejanos y bajo condiciones hostiles.

Que la irresponsabilidad de los gobiernos al depender de remesas para disimular la ineficiencia de atender a la gente no nos contagie. Desde nuestra pequeña economía familiar podemos aprender a redirigir los recursos hacia la construcción de un futuro económico menos dependiente: invertir en nuestra gente, en nuestra educación y desarrollar emprendimientos propios son una urgencia. No sólo necesitamos más trabajo, sino más inteligencia para aprovechar los resultados del esfuerzo y el sacrificio que hacemos todos los días.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay.

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