martes, 30 de septiembre de 2008

Contra el atraso digital

Por Héctor Farina (*)

La situación que enfrenta el Paraguay en cuanto al acceso a las tecnologías de la información, como el caso de Internet, debe llamarnos a una reflexión crítica en busca de soluciones. Mientras la penetración de Internet es cercana a un escaso 5% de la población, -lo que indica una exclusión del 95%, aunque las cifras de la brecha digital son cuestionables- se mantiene un monopolio estatal que limita el acceso y perjudica a la gente, al tiempo que no se termina de comprender que no podemos quedar rezagados en el proceso de educar y actualizar al país en el uso de tecnologías. En ese sentido, para enfrentar el reto de la exclusión digital se deben tener en cuenta diversos factores que van más allá de lo tecnológico, como los de orden político, económico y educativo.

La inversión que se destina a la infraestructura es fundamental para generar las condiciones que permitan a la población acceder a las nuevas tecnologías. Se debe pensar en romper el monopolio de Copaco, que por mantener el lucrativo negocio de las llamadas internacionales condena al país a tener un servicio de Internet lento y costoso. Mientras los países de la región tienen niveles muy superiores de conectividad, con un servicio hasta 15 veces más rápido y con costos menores, el Paraguay se rezaga peligrosamente, perdiendo oportunidades de negocios, desarrollo y educación. El Gobierno debe pensar en facilitar la inversión en tecnología para beneficio de la gente y no en preservar ingresos a costa de tarifas elevadas por las llamadas internacionales.

Por otro lado, la iniciativa “una laptop por niño” debe ser aplaudida, aunque los gobernantes deberían sentir vergüenza por no haber emprendido proyectos similares desde hace años, por haber dejado en el olvido la educación en las escuelas paraguayas. Necesitamos tener políticas de Estado, acompañadas por el sector privado, que hagan que no solo haya una computadora por cada niño, sino que en cada computadora los niños encuentren una fuente de conocimiento y superación.

Para salir del atraso digital no solo hay que facilitar el acceso a la tecnología, sino emprender una campaña de capacitación, tanto de docentes como alumnos, en cuanto a los conocimientos informáticos, así como en cuanto a una cultura general que lleve a los ciudadanos a explotar las posibilidades tecnológicas para obtener beneficios educativos y económicos. Si no tenemos la educación necesaria para adoptar y apropiarnos de las tecnologías como Internet, corremos el riesgo de caer en lo mismo que acontece con los usos de los celulares por parte de los jóvenes. Esclavos del fetichismo tecnológico, los jóvenes envían millones de mensajes de texto por día pero han disminuido su capacidad comunicativa. Cada vez se expresan peor y usan menos palabras para comunicarse, lo que demuestra que no es la tecnología lo que sirve para mejorar, sino el uso que le damos.

El Gobierno debe tener una política pública que considere la situación económica del país y de los ciudadanos, porque cuando no se cuenta con los recursos, el acceso a la tecnología es limitado o nulo. Es menester que se invierta más en tecnología y que la inversión sea más justa, de manera que alcance a todos y no termine generando más exclusión. Hay miles de escuelas pobres y rincones olvidados que urgen ser incorporados a la sociedad de la información y el conocimiento.

Bajar los costos de acceso a Internet, promover la instalación de computadoras en las escuelas y el acceso de los docentes a una fuerte capacitación en materia tecnológica, son algunas de las iniciativas que el Gobierno debe emprender para combatir el atraso tecnológico. El Paraguay debe romper definitivamente con el atraso y convertirse en una sociedad de personas preparadas, capaces de producir y exportar conocimiento. Me gustaría ver un plan concreto del Gobierno, que considere en forma integral la situación tecnológica del país y que establezca una política a seguir para salir del atraso, pues queda claro que las iniciativas aisladas son insuficientes.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

domingo, 28 de septiembre de 2008

Aprender a ser maestros

Por Héctor Farina (*)

El conocimiento es una de las necesidades fundamentales de toda sociedad. Sumergidos en un mundo que se ha globalizado, en medio del caos, la aceleración de los tiempos, el desarrollo tecnológico y las precariedades propias de un mundo que no ha podido superar males estructurales como la pobreza y la exclusión, hoy vivimos el desafío de tratar de sobresalir en una sociedad donde la información y el conocimiento son claves. Esto nos empuja al camino del aprendizaje, un sendero en construcción permanente marcado por el deseo de conocer, de superarse y progresar.

En este contexto, ya no podemos depender meramente de sistemas educativos oficiales o de las oportunidades limitadas por la escasa oferta de los centros de formación. La urgencia del conocimiento nos lleva a no solo aprender de los maestros, sino a aprender a convertirnos en nuestros propios maestros. Cultivar por nosotros mismos, construir todos los días e ir haciendo camino al andar -como dijera Antonio Machado-, son actitudes que debemos asumir para crecer como personas y como sociedad.

Para cultivarnos y tener más conocimientos, nada mejor que la lectura, el ejercicio intelectual por excelencia. Por medio de la lectura podemos recuperar las enseñanzas de los grandes maestros, al mismo tiempo que echamos luz sobre nuestros actos y aprendemos a ser más reflexivos.

Leer a Augusto Roa Bastos nos permitirá seguir los pasos de un gran maestro, para aprender a pensar y comprender la realidad que envuelve al Paraguay y a muchos países de América Latina. Sus letras nos dan herramientas para analizar el pensamiento de los dictadores, las situaciones de injusticia social, la opresión y las peculiaridades de la cultura paraguaya.

La lectura nos enseña a mirar el futuro, como lo demostró Julio Verne, que se adelantó a su tiempo y pintó un mundo imaginario, lleno de avances tecnológicos, que hoy es una realidad.

Un recorrido por las obras de Borges, Cortázar, Sábato, García Márquez, Rulfo, Josefina Pla y tantos otros autores nos llevará a mirar las entrañas de América Latina, desde el prisma del realismo mágico o de lo fantástico, desde la crudeza de las narraciones dolientes hasta la chispa de lo anecdótico y risible.

El poder individual debe llevarnos a buscar el conocimiento, a intentar aprender siempre, más allá de las limitaciones y los obstáculos que nunca faltan. Necesitamos convertirnos en los forjadores de nuestra educación, en los ejemplos que rediman a un país al que le urge tener ciudadanos más preparados y con mayor visión. Cada uno, en la medida de sus posibilidades, debe hacer un esfuerzo constante por aprender y por enseñar, por acercarse a la tecnología y seguir los avances de un mundo en constante cambio, para no perderse en la ignorancia y el atraso.

Si logramos convertirnos en promotores y productores del conocimiento, si asumimos la actitud de invertir un poco de tiempo en nosotros mismos, leyendo, reflexionando y trabajando a favor de la educación, habremos dado uno de los más grandes pasos que necesitamos dar hacia un estado de mayores oportunidades, progreso y beneficio para todos. La historia nos reclama hoy que seamos los protagonistas de un nuevo capítulo y que aprendamos a ser los guías que lleven al país a mejores destinos.

(*) Periodista
Desde Guadalajara, Jalisco, México.
Publicado en la revista Ecos, de Paraguay.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El conformismo, un cáncer extirpable

Por Héctor Farina (*)

El conformismo es quizás una de las peores enfermedades de una sociedad. Es una forma de fatalidad que nos condena a vivir enfermos, como si se tratara de un cáncer engañoso que tiende a mantener la agonía sin permitir la mejoría ni terminar de dar el golpe de gracia. Es un mal que nos lleva a tolerar los males como si fueran algo natural, como si tuviéramos siempre que aceptar las limitaciones, las aberraciones y las penurias sin hacer el esfuerzo por cambiar el orden de cosas. Ese conformismo está representado en la cultura paraguaya por frases como “así nomás luego es” o “así nomás luego tiene que ser”, como si ya estuvieran escritos el presente y el futuro.

Las décadas de la dictadura interminable y los incontables años de represión causaron un enorme daño a la sociedad paraguaya, que se acostumbró a no protestar, a no exigir sus justos derechos y a no involucrarse en actividades que pudieran ser mal vistas por los represores. La costumbre de callar, de no participar y de renunciar a la acción, al tiempo que se dejaba todo en manos del Estado -el ogro filantrópico- se convirtió en un legado perverso de conformismo que todavía hoy se manifiesta en muchos espacios de la vida pública.

Una forma de conformismo es la de esperar que el Gobierno solucione todos los problemas de la gente mientras uno no cumple con su responsabilidad como ciudadano. Es fácil esperar que las autoridades terminen con la corrupción mientras se siguen pagando coimas o dando “propinas” para agilizar un trámite. El entendimiento torcido de que el sistema “únicamente funciona así” lleva a la resignación ante la corrupción, a la sumisión ante el saqueo y el empobrecimiento que todo esto genera.

La tolerancia conformista se nota en temas como el transporte público, cuando la gente sigue soportando que los ómnibus viajen con las puertas abiertas, que no se detengan completamente para subir o bajar pasajeros, que no se respeten las señales de tránsito y que se maneje con brusquedad. Es intolerable que los mismos usuarios, los clientes que pagan por un servicio, hayan perdido la capacidad de asombro y ya no reclamen cuando hay una maniobra indebida, cuando se pone en riesgo la vida de las personas al no cerrar las puertas del vehículo o al permitir que se viaje en las estriberas. Es una pena que se vea como normal que la gente viaje colgada del pasamanos, rozando la muerte.

El conformismo en la educación es una fatalidad, pues si se considera que la función de educar depende sólo de la escuela y de los maestros, y no de uno mismo, se tiene como resultado la mediocridad, la misma que se percibe en los analfabetos funcionales que pasaron por un aula pero que no se tomaron el esfuerzo de aprender como corresponde. Tolerar un sistema educativo deficiente y sobre todo seguir siendo cómplice del olvido al que las autoridades condenaron a la educación, equivale a conformarse a vivir en una sociedad que seguirá produciendo personas sin la capacidad necesaria para mejorar el país.

Si bien ya se ha roto el conformismo del silencio, pues ahora se protesta y se reclama más, el gran desafío de los paraguayos es asumir una actitud más contundente frente a numerosos hechos que pueden ser corregidos. La lucha contra el conformismo debe ir más allá de las expresiones de deseo, de la retórica y de los lamentos. Si queremos extirpar este cáncer que nos mantiene en agonía, tenemos que asumir una actitud más crítica y constructiva, menos tolerante con las aberraciones cotidianas y más abierta al replanteamiento de nuestras costumbres. La batalla contra el conformismo debe llevarnos a ser más conscientes de nuestras responsabilidades como ciudadanos, más firmes en nuestros reclamos a las autoridades y más decididos en nuestra apuesta por la educación y la honestidad. La construcción de un nuevo país depende de la actitud que asumamos como individuos y como sociedad.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

lunes, 15 de septiembre de 2008

La urgencia de recuperar la educación

Por Héctor Farina (*)

Los pasos iniciales y los anuncios del Gobierno abren una puerta de esperanza hacia un objetivo clave: la urgencia de recuperar la educación como motor del desarrollo. Décadas de atraso y oscurantismo, una población empobrecida que se debate entre las precariedades resultantes de su poca preparación y la corrupción estructural de los gobiernos, el desempleo y las pocas oportunidades, son males a los que hay que poner punto final. Y el camino pasa por convertir a la educación en una causa nacional, en un esfuerzo conjunto que nos lleve a tener ciudadanos más preparados y una sociedad con un nivel de conocimientos suficientes para competir y dejar de lado los males del subdesarrollo.

En este sentido, el presupuesto inicial planteado por el Gobierno indica que para el 2009 habrá un aumento de apenas el 2,4% de lo destinado a la educación, en comparación con el 2008. La cifra se ubica en torno al 4% del Producto Interno Bruto (PIB) del país, aunque todavía falta ver si el presupuesto será aprobado y ejecutado como corresponde, pues la experiencia nos dice que por lo general los fondos nominados nunca terminan siendo íntegramente ejecutados, ni mucho menos destinados a atacar las verdaderas necesidades educativas. Son los resultados de la inversión y la administración de los recursos los que echarán luz sobre lo engañosos o realistas que pueden ser los presupuestos y las iniciativas.

La despolitización del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) anunciada por el presidente de la República constituirá sin lugar a dudas un paso fundamental en el proceso de reorientar los esfuerzos y las inversiones hacia las necesidades educativas de la población. Dejar de lado las prácticas corruptas que durante décadas beneficiaron a los politiqueros, oportunistas y ladrones mientras se desangraba al país y se condenaba a la población a la ignorancia, es una urgencia que no puede ser postergada.

Reorientar los pasos de la educación implica la depuración del MEC, poner fin a los robos, los planilleros, la malversación de los fondos, a las cajas chicas de los jerarcas de turno y al abuso del poder que privilegia a los correligionarios y amigos. Mientras innumerables escuelas no tienen sillas ni mesas, ni mucho menos libros para los alumnos, el despilfarro de fondos en campañas políticas y el ocultamiento de los materiales educativos en depósitos son una bofetada a la dignidad de un pueblo que necesita aprender. Secuestrar el conocimiento de esta manera equivale a robarle el futuro a millones de paraguayos que mañana no tendrán oportunidades, tal como ocurrió con las incontables víctimas de la dictadura que todavía soportan el castigo de no haber aprendido a leer y escribir, de no haber podido estudiar y tener una profesión.

Una señal clara del nuevo gobierno será ponerle fin a la impunidad y la desfachatez en el manejo de los recursos destinados a la educación, de manera que se sancione a todo aquel que abuse del poder, que desvíe fondos o se aproveche de su posición para lucrar en desmedro de la educación. En ese sentido, la transparencia de la administración del MEC será fundamental para que la ciudadanía sepa cómo y en qué se gasta el dinero que debe destinarse a educar a los niños, a tener jóvenes más preparados y con mayores oportunidades de desarrollo.

Invertir el 4% del PIB en la capacitación de los paraguayos no bastará para corregir décadas de atraso y vicios estructurales, por lo que necesariamente los recursos deben ser bien utilizados en ampliar el alcance de la educación, así como en mejorar la calidad de lo que se enseña y se aprende. El Paraguay necesita por lo menos duplicar la inversión en educación para ser competitivo, de manera que no hay margen de error para el año siguiente: cada guaraní invertido debe generar resultados favorables. Se necesita no sólo una computadora por alumno, sino un acceso verdadero de los estudiantes a las nuevas tecnologías como Internet, a los libros y los conocimientos para ser competitivos en un mundo que no tiene piedad de los rezagados.

Poner fin a la corrupción en el MEC es sólo el primer paso que se debe dar. Miles de maestros esperan un justo reconocimiento, salarios dignos y condiciones propicias para enseñar. En tanto los estudiantes requieren que se facilite el acceso a la tecnología, que se promocione la lectura y que se distribuyan libros, que haya un boleto universitario y que se bajen los costos para acceder a la educación. Los paraguayos debemos recuperar la educación y convertirnos en los verdaderos agentes del cambio, mientras las autoridades deben entender que invertir en la gente es la mejor manera de construir una nueva sociedad.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

martes, 9 de septiembre de 2008

La impunidad en la función pública

Por Héctor Farina (*)

El golpe dado a la denominada “mafia del maletín”, un grupo que tenía montado un esquema de corrupción para recaudar ilegalmente fondos para “la corona” desde Puertos, deja al descubierto un hecho que siempre fue vox populi: dentro del Estado existen estructuras de corrupción empotradas que funcionan como verdaderos poderes paralelos. Siempre se supo que había cosas raras, que había esquemas para recolectar fondos para los jerarcas de turno, para financiar campañas políticas y producir nuevos millonarios de la noche a la mañana. Pero nunca se habían puesto en evidencia los pormenores de un engranaje perverso que infecta desde hace años tanto a lo público como a lo privado, como ocurrió ahora tras la intervención de la Fiscalía.

El cáncer moderno, como algunos llaman a la corrupción, lleva décadas haciendo metástasis y carcomiendo las riquezas y oportunidades de todo un país. Se ha convertido en una parte casi omnipresente en la función pública, al amparo de un manto de impunidad que es el verdadero responsable de que los esquemas de ilegalidad se hayan mantenido campantes durante tantos años.

La impunidad actúa como escudo e incentivo para que los corruptos, los inescrupulosos y facinerosos cometan delitos en el ejercicio de la función pública, pues el máximo castigo al que generalmente se llegaba, en el caso de ser descubiertos, era a la remoción de sus cargos, sin siquiera ser señalados por el dedo acusador de la ciudadanía. Todo se resolvía con un sumario interno, en un proceso interminable y absurdo como el de la novela de Kafka, en donde como máximo se cambiaba al acusado de lugar. No había castigo verdadero, pues se mantenía siempre el poder de la rosca, de manera que los sinvergüenzas vivían en permanente reciclaje, engordando a costa del Estado y esperando nuevos aires para poder dar mejores golpes.

Los ejemplos de este modelo grosero de impunidad podían verse en muchas dependencias públicas, como en el Ministerio de Industria y Comercio, en donde los fiscalizadores involucrados en actos de corrupción se paseaban orondamente por las instalaciones de la entidad, sin más sanción que la de no poder salir a la calle a seguir con las mismas prácticas corruptas. Recuerdo el caso del director de una dependencia, removido de su cargo por un escándalo de corrupción, cuyo castigo consistía simplemente en haberse quedado “sin oficina”, de manera tal que su sanción equivalía a seguir cobrando su salario sin tener un trabajo específico. Parecían historias dignas del absurdo literario aquellas en las que los funcionarios corruptos e inservibles eran enviados al “freezer”, es decir a una dependencia del mismo Ministerio, en donde les daban un horario vespertino y no tenían que hacer nada, aunque seguirían cobrando un sueldo pagado por los todos los ciudadanos.

Para enfrentar como corresponde a la corrupción se debe sancionar todo acto deshonesto, de manera tal a dejar en claro que ya no habrá impunidad y que todo funcionario público debe ser responsable de sus actos. Ya no se puede tolerar que politiqueros vacíen y dejen en la ruina las empresas del Estado, para luego ser catapultados a puestos de mayor importancia, con salarios jugosos y al amparo de la impunidad del poder.

Uno de los desafíos más grandes del gobierno de Lugo es recuperar la confianza en las instituciones y acabar con los esquemas de corrupción que han empobrecido a la población. Y para ello se debe acabar con la impunidad en el manejo de los bienes públicos y recuperar a la Justicia como una instancia creíble y efectiva. El reciente golpe a la mafia del maletín es una buena muestra de que en el país existen muchos recursos, aunque son desviados hacia el bolsillo de los ladrones y no encausados hacia las enormes carencias de la educación y la salud.

El inicio de la tarea de limpiar la casa es alentador, pero ahora se deberá barrer con sistemas menos evidentes que buscarán esconderse para seguir operando. En todo caso, la respuesta concreta debe ser el fin de la impunidad y la sanción ejemplar de todos los responsables de robar el dinero, las esperanzas y las oportunidades de un país.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

martes, 2 de septiembre de 2008

Lastres y postergaciones

Por Héctor Farina (*)

Las postergaciones que ha sufrido la educación en el Paraguay son ya demasiado repetitivas en una historia plagada de lastres que nos impiden despegar. Los 35 años de la dictadura de Stroessner dejaron un país sumido en el oscurantismo, con una educación a la que se destinaba menos del 1% del Producto Interno Bruto (PIB), lo que demuestra el olvido al que fue condenado el sistema educativo. Han pasado 19 años de la caída de la dictadura, pero todavía seguimos arrastrando una buena cantidad de lastres que nos ligan al atraso y nos impiden dar el salto hacia una sociedad más desarrollada.

La falta de un apoyo decisivo a la educación se nota en la tibieza con que hasta ahora son atendidos los reclamos de los estudiantes y los docentes. Uno de los ejemplos claros es el del Boleto Universitario, un justo pedido que desde hace años se viene discutiendo sin que hasta ahora se haya asumido la postura clara de implementarlo. Se suceden las discusiones, las manifestaciones y las protestas, las promesas y los discursos, pero se sigue postergando una medida que favorecería a los estudiantes y que reduciría el costo de la educación superior en el país. Si bien parece que hemos avanzado en reconocer que necesitamos mejorar el nivel educativo del país, la tibieza de nuestras autoridades y los escasos resultados prácticos ponen de manifiesto que las buenas intenciones se tambalean a la hora de concretarlas.

Un país pobre y con una enorme necesidad de progresar no puede seguir soportando el elevado costo del acceso a la educación. Debido a que las autoridades no han tenido la voluntad de establecer un boleto universitario, hoy el castigo pesa justamente sobre aquellos que buscan convertirse en profesionales, los mismos profesionales que el país necesita para salir del atraso. Al ya elevado costo impuesto por la burocracia y por las innumerables exigencias económicas para estudiar en una facultad, todavía se debe cargar con un costo que no corresponde en un país que quiere tener gente más preparada. Esto nos lleva incluso al absurdo de que la educación se ve afectada por factores externos, pues en la medida en que se incrementa el precio del combustible en el mercado internacional, se “importa” un aumento que termina por traducirse en un pasaje más caro y, ergo, en un costo más elevado para acceder a la educación. Y en la medida en que la educación se vuelve más cara, los índices de deserción aumentan.

El tema del boleto universitario ya no puede ser postergado si es que realmente se quiere tener un país con mayor educación y que pueda ponerse a la altura de las necesidades de un mundo globalizado. En México- por ejemplo- los universitarios cuentan no solo con un boleto estudiantil –que rige para estudiantes de cualquier nivel y para docentes- sino que también cuentan con becas que les permiten ser estudiantes de tiempo completo. De esta manera, se apoya a los estudiantes con los gastos de colegiatura, con la reducción del 50% en el costo del transporte y con otros beneficios como los descuentos especiales en la compra de materiales educativos.

El Paraguay ya no puede darse el lujo de seguir postergando las medidas que favorezcan a la educación, pues nos encontramos en un mundo en donde la necesidad de conocimiento y competitividad es vital para el desarrollo. Hay que dejar atrás los lastres que heredamos de un pasado oscurantista, como el escaso presupuesto dedicado a la educación, la falta de apoyo a los estudiantes, la mediocridad de los docentes y la falta de renovación de los programas educativos. Los ciudadanos debemos exigir claramente al Gobierno un apoyo decisivo a los estudiantes, con medidas que reduzcan el costo de acceder a la capacitación, al mismo tiempo que se trabaja fuerte para mejorar la calidad del aprendizaje que se imparte en las casas de estudio. Postergar la educación, a estas alturas, es imperdonable.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com