jueves, 27 de diciembre de 2012

La fascinación con lo visible


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El encanto que despiertan las obras materiales parece contrastar fuertemente con las urgencias en las sociedades que vivimos: fascinados por un monumento, un edificio o un puente de dudosa calidad recientemente inaugurado por algún político necesitado de votos, dejamos pasar la vida sin atender a aquello intangible pero que realmente construye cimientos sólidos para una vida mejor. Mientras la televisión nos muestra a menudo a presidentes o administradores del poder inaugurando un tramo de una ruta, una estatua a un prócer olvidado o una imagen actuada de "la primera piedra" o "la palada inicial" de lo que será un edificio, los indicadores educativos, los tecnológicos o las muestras de conciencia de la gente no figuran ni para relleno.

No es rara la estrategia de los políticos de intentar demostrar su eficiencia y el "cambio" mediante obras físicas ostensibles, pero en tiempos de incredulidad es casi un absurdo que la gente siga viendo como "resultados" la remodelación de una iglesia, el arreglo de una plaza o la pavimentación irregular de calles. Cuando una sociedad se conforma con pocas obras como el equivalente de una "buena gestión" y cuando se deja agasajar con lo visual y no con lo sustancioso, entonces la dinámica se vuelve reiterativa y perniciosa: engolosinados con la siguiente elección, los gobernantes de turno gastan sus presupuestos para demostrar con obras físicas que "merecen" ser votados y permanecer atornillados en sus cargos.

Basta con ver los niveles de ingreso de algunas naciones y los resultados que exhiben para comprender que hay una fascinación con el simulacro, con invertir en lo visible pero no en lo esencial, y con lo efímero antes que con lo estructural. Resulta difícil explicar cómo un país como Venezuela que cuenta con ingresos millonarios suficientes para ser una nación desarrollada y sin pobres, sigue viviendo en el atraso, con elevadas tasas de marginalidad y teniendo a su capital como una de las ciudades más peligrosas. Con una inversión escasa en la educación, con casi nula inversión en ciencia y tecnología, los resultados no pueden mostrar algo diferente a los altos niveles de pobreza y el atraso de un pueblo.

Gastar en el corto plazo y exhibir en forma rápida parecen ser las prioridades de los gobernantes, antes que hacer inversiones a mediano y largo plazo que beneficien a generaciones y no sólo deslumbren con un brillo fugaz. Todavía persiste la confusión en torno al progreso, que en muchas ocasiones sigue siendo entendido como sinónimo de edificios, de infraestructura ostentosa y de fachadas que disimulen el fondo del problema. Por eso antes que reformar los sistemas educativos para mejorar los niveles de formación de los estudiantes, se opta por soluciones de fachada como inaugurar un edificio para incrementar la burocracia administrativa en nombre de la educación. Cuanto todo se disimula, todo es de fachada y todo se puede "vender" como logro, lo verdadera necesidad no es atendida ni valorada.

Si vemos los casos recurrentes en América Latina, seguramente comprenderemos por qué pese a tener condiciones ideales para el desarrollo, como riquezas naturales, condiciones geográficas y climáticas adecuadas, y grandes ingresos, los países siguen en la pobreza, el atrasado educativo y una enorme desigualdad que amenaza con estallidos sociales en forma constante.

Si seguimos manteniendo ingresos administrados sólo para la fachada, para disimular o para intentar impresionar con obras de infraestructura que no solucionen cuestiones de fondo, seguramente se mantendrá el sistema en el cual todos aparentan y todos quieren quedar bien sin resolver absolutamente nada.

A América Latina le urge dejar de lado el populismo de lo efímero y pasar a cuestiones visionarias que ataquen problemas estructurales: mejorar la calidad educativa, incrementar los niveles de competitividad y apostar por el desarrollo de la ciencia y tecnología. Con la situación actual, de nada sirve un edificio más, una plaza o una estatua a un mártir perdido. Hace falta invertir en lo que no se ve y en lo que será redituable a largo plazo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

viernes, 21 de diciembre de 2012

El desencanto y las intermitencias políticas


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El reciente cambio de gobierno en México, en donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -que gobernó al país entre 1929 y 2000- vuelve al poder tras doce años de alternancia, nos presenta un escenario complejo pero repetitivo en América Latina: con un descontento social de gran parte de la población, con ingentes problemas económicos que mantienen a casi la mitad de la gente en condiciones de pobreza, con un descreimiento hacia la política y los políticos, y con la urgencia de solucionar el conflicto de la inseguridad y la violencia, el giro brusco del timón se vuelve una imperiosa e impostergable necesidad con miras a recuperar la esperanza y la confianza de la gente.

Que un nuevo gobierno se inicie en medio de las protestas, el descontento, las manifestaciones y la represión no es una buena señal. Esto nos dice que no sólo hay poco entusiasmo en la democracia sino que la credibilidad en los procesos y la administración de los gobiernos se encuentra en un momento crítico. Las plataformas y los actores políticos no logran reunir a la ciudadanía en torno a un proyecto de nación, por lo que las divisiones, la desconfianza, las peleas y hasta las trabas constantes a ideas ajenas se vuelven una rutina en el funcionamiento de las administraciones. Ante un escenario como este, construir consensos parece una proeza mayor al paso entre Escila y Caribdis.

La falta de planificación y de un proyecto que motive a la gente se notan en las intermitencias de la economía y la administración de los gobiernos: oscilaciones marcadas en el crecimiento económico y en la generación de empleos, proyectos políticos que se hacen y se deshacen en virtud de alianzas o conveniencias coyunturales, trabajos que se inician una y otra vez y que acaban donde mismo, como Sísifo al subir la roca por la cuesta de la montaña. Basta con ver todo el tiempo y el trabajo que se pierden con un cambio de gobierno, cuando todo se reinicia, todo se olvida y todo debe ser "diferente" al anterior, aunque ello implique no concretar proyectos, no cerrar iniciativas ni avanzar en un mismo sentido. Como émulos de Penélope al tejer y destejer el sudario, nuestros gobiernos se encargan de hacer y deshacer pero no sólo proyectos, sino ideas, esperanzas y confianzas.

A diferencia de naciones marcadas por el optimismo y el entusiasmo, como Polonia, el país que crece en medio de la crisis europea, en Latinoamérica hay países en donde se está imponiendo el pesimismo en cuanto a la política. Paraguay es un ejemplo del pesimismo creciente en materia política, pues las ilusiones que se dieron con la caída del Partido Colorado en 2008 se desvanecieron con una administración tibia y dubitativa, que finalmente fue cambiada -juicio político mediante- por otra de "corte" liberal que tampoco genera muchas buenas esperanzas. Y todavía es más grave si pensamos que en las actuales propuestas no hay alguna que nos hable con claridad de un proyecto a futuro y que todas se escudan en discursos que no logran entusiasmar a una población harta de promesas vacías y recurrentes.

Nos hace falta recuperar el valor de la palabra y el sentido de la acción. Que las propuestas se traduzcan en plataformas con visión a mediano y largo plazo, y que dejen de ser ese recurso discursivo que ya ha carcomido los cimientos de la sociedad. Nos hacen falta acciones para volver a creer y para cambiar esa visión cortoplacista que nos embauca una y otra vez con obras efímeras que se olvidan pronto.

Para recuperar el entusiasmo de la gente no podemos seguir viviendo de intermitencias económicas o políticas, sino que nos urge trabajar sobre las bases de la sociedad en forma constante y austera. Ya no podemos creer en populistas, aprovechados y oportunistas que sólo esperan el momento propicio para prometer aquello que no cumplirán.

Hay que aprender a exigir proyectos estructurales que entusiasmen y que sirvan para redefinir nuestra situación como sociedad: educación competitiva, el desarrollo de un modelo económico o la formación de generaciones. Hay que dejar de lado lo efímero y cambiarlo por lo duradero.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 8 de diciembre de 2012

En torno a la crisis de valores


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las peculiaridades de los tiempos actuales o "líquidos", como dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, es la crisis de valores. En un mundo acelerado, cambiante y fugaz, se han relativizado las concepciones en cuanto a qué es aquello que debemos tener para construir sociedades más equitativas y menos injustas. Como pasadas de moda, la honestidad y la ética parecen zozobrar frente al oportunismo, al cinismo y la desfachatez. Como si la ocasión oportuna y avivada fuera suficiente para hacer a un lado momentáneamente los principios, para luego asestar el golpe y pretender que todo puede ser como antes. Así de relativos son los valores, piezas descartables o ajustables al olvido.

Muy lejos de las sociedades nórdicas en donde la confianza es uno de los elementos centrales, los latinoamericanos aprendemos a desconfiar desde niños, puesto que sabemos ciertamente que no ser desconfiado implica estar a merced del ladino, el avivado o el oportunista. Crecemos en la convicción de que no confiar en el otro es bueno, puesto que todos se cuidan de todos, como en una jungla moderna en la que sobrevive el que no se deja morder y a su vez muerde primero.

El sentido del oportunismo en desmedro de lo realmente valioso ha llevado a nuestras sociedades a priorizar el dinero fácil, la transa, el "arreglo" o lo chueco frente a lo honesto. Como si la migaja momentánea fuera más rica que el pan cotidiano. Y esto nos vuelve desconfiados e incapaces de planificar a largo plazo, pues se vive de la coyuntura, del momento, la oportunidad y el golpe en perjuicio del otro. Lo podemos ver en cada proceso electoral, cuando más que convencer a un electorado mediante plataformas sólidas que vislumbren el futuro de las naciones, operan las maquinarias proselitistas sobre la base del soborno, la compra de conciencias y el cinismo, mucho cinismo, como máscara que todo lo quiere encubrir.

Acaso no recordamos que en el siglo XIX cuando Chile tuvo una crisis de grandes magnitudes tuvo que recurrir a un educador para que reencause los valores y el destino de la nación. Aquel hombre llamado Andrés Bello supo devolverle al país sus convicciones y lograr que pase de un estado de convulsión a uno de grandes horizontes. O quizá hayamos olvidado la entereza de Eligio Ayala, tal vez el más grande estadista paraguayo, quien supo hacer de la austeridad, la honestidad y la inteligencia los elementos que sustentaron un proceso que permitió al país salir adelante en uno de los tramos más difíciles de su historia.

En sociedades en las que lo honesto es relativo, en donde los valores son canjeables y en donde la inteligencia quede a merced de la corrupción o el cinismo, no se puede construir como se debiera. Bello y Ayala se horrorizarían al ver que los valores que cimientan sociedades son hoy endebles, manipulables e inconstantes.

La crisis de valores nos impide definir con certeza cuáles son aquellos elementos que nos permitirán planificar y construir sociedades de mayores beneficios para todos. Mientras no recobremos la conciencia sobre el valor de la honestidad, la educación, la inteligencia y la confianza, seguiremos caminando con pasos dudosos y borrables, sin rumbo previsible.

Es probable que nunca hayamos vivido en sociedades tan cínicas como ahora. Y es por eso mismo que debemos recobrar las convicciones para hacerle frente a los cínicos. Al igual que con los fascistas, con los corruptos no se debe negociar: hay que combatirlos. Debemos señalar a los cínicos, a los avivados y ladinos que hacen que hoy vivamos en entornos precarios y poco edificantes. La crisis de valores nos ofrece la oportunidad de redefinir aquello en lo que creemos y en lo que confiamos para lograr mejores sociedades. Es hora de repensar nuestra situación y nuestro destino.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Ciudad de México, Distrito Federal, México

domingo, 25 de noviembre de 2012

Visión y planificación

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La visión hacia el futuro y la planificación del rumbo son dos de los elementos característicos de las economías desarrolladas. Con economías planificadas y visionarias, saben cómo construir sobre la base de las fortalezas que posean en materia geográfica, en recursos naturales y, sobre todo, en recursos humanos. Necesariamente, la planificación pasa por pensar en un objetivo a mediano y largo plazo, en mecanismos para avanzar y en la construcción de un modelo económico que permita atender todas las necesidades y aprovechar todas las potencialidades de una nación. De ahí los modelos basados en la explotación de recursos naturales, en la industrialización o en la venta de servicios.

Planificar es algo normal para los países que dieron el gran salto desde la pobreza hasta la riqueza. Lo hicieron en Taiwán, a partir de la repatriación de sus cerebros y el fuerte incentivo al desarrollo de la tecnología. O en Holanda, para hacer del país un centro estratégico para el comercio y las finanzas. Suiza, planificada, ordenada y confiable, ha sabido sacar provecho de un territorio acotado y mediterráneo, que sin embargo es un enclave fundamental para el movimiento de las finanzas internacionales. Saber planificar es hacer lo que hicieron los noruegos con los ingresos del petróleo, mediante los cuales se formaron generaciones de profesionales competitivos que hoy son una inagotable fuente de riqueza para el país.

La visión económica es quizá una de las mayores ventajas para construir naciones más estables que se adelanten a los tiempos y sepan posicionarse en donde estará la riqueza. Lo demostraron los japoneses, que en medio de las ruinas dejadas por la Segunda Guerra Mundial supieron ver en el avance tecnológico a la fuente de ingresos que cambiaría la situación del país. El "milagro japonés" en realidad tiene poco de milagroso y mucho de visionario, mucho de planificación, inteligencia y trabajo. Se adelantaron a los tiempos y cuando el mundo necesitó con urgencia la tecnología, los mejores en la materia eran los japoneses. Ser visionario es anticiparse y estar listo para los cambios que se dan en forma constante.

Los visionarios de hoy son los que saben que hay modelos que se agotarán y que emergerán otros, con nuevas necesidades y nuevas expectativas. Eso lo saben los israelíes, que trabajan en forma acelerada para innovar en el campo energético y prever el fin del dios petróleo y la nueva dependencia de energías renovables. No sólo buscan que todo su parque automotor sea movido a electricidad, sino que cuando ocurra el cambio de matriz energética ellos sean los que puedan abastecer la demanda.

En contrapartida, cuando miramos a las economías latinoamericanas lo que encontramos es que la planificación y la visión son esporádicas y, en ocasiones, anecdóticas. Casi no hay planificación a mediano y largo plazo, sino que existe la urgencia de la coyuntura, de lo momentáneo y lo espectacular. Antes que pensar en una generación de profesionales capacitados, se priorizan los monumentos, obras y todo aquello que pueda ser exhibido en poco tiempo como un "logro". Por eso siempre se inauguran hospitales y escuelas, aunque nuestra salud esté en eterna terapia intensiva y nuestra educación sea de una calidad muy lejana a la requerida para tener una sociedad mejor. Nuestros gobernantes viven pendientes de la siguiente elección y ajenos a la siguiente generación, por lo que buscan efectos fugaces que impresionen a los potenciales votantes y no efectos duraderos que hagan que los memoren como aquellos que tardaron décadas pero lograron cambios significativos.

Seguir viviendo de la coyuntura, de la explotación de recursos finitos o de la dependencia ajena no hará que haya menos pobres ni mejorará nuestra calidad de vida. Nos hace falta pensar más allá de un periodo de gobierno o de la siguiere elección. Deberíamos responder a las preguntas de a dónde queremos ir, cómo lo haremos y cuál será nuestro modelo económico. Pero debemos empezar ya.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La corrupción y sus consecuencias económicas

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Aquella expresión popularizada que habla de que pasamos de la corrupción del Estado a un "estado de corrupción" podría servir para resumir uno de los males que con mayor virulencia golpean a Latinoamérica. La palabra corrupción se ha vuelto tan cotidiana que ya no asusta, no asombra y hasta se ha divorciado de muchas de las prácticas de gran parte de la población, de tal manera que no la relacionan con la "coima", la "mordida" o el "regalo". En un contexto en que las prácticas corruptas se han hecho comunes y se mimetizan con la complicidad de la indiferencia, los efectos, sin embargo, no pasan desapercibidos: la pobreza, la falta de empleos, la escasa confianza, las inversiones truncas y la mala distribución de la riqueza son pruebas palpables.

Cuando vemos cómo funcionan las sociedades más desarrolladas y comparamos los niveles de corrupción con los de los países latinoamericanos, la diferencia resultante es equivalente a cómo vivimos. Mientras países como Suecia, Noruega, Dinamarca o Finlandia tienen niveles de corrupción irrisorios y gozan de los estándares de calidad de vida más altos del mundo, en contrapartida los latinoamericanos aparecen en los primeros lugares en materia de corrupción pero muy abajo cuando se mide la calidad de vida o los logros sociales. Hay una relación entre la corrupción y la pobreza, pues los más corruptos son los más pobres. Esto lo han entendido muy bien los países desarrollados, en cambio los emergentes y los atrasados parece que no quieren percatarse de todo lo que se ha echado a perder debido a la corrupción.

Y otro factor que es fundamental para comprender por qué hay sociedades menos corruptas que otras es la educación. No es casualidad que Noruega, que goza de uno de los sistemas educativos de mayor calidad a nivel mundial, posea índices casi nulos de corrupción. Las sociedades más instruidas son las que menos se corrompen, las que saben que el progreso y el desarrollo no se logran sobre la base de la trampa, la mentira o el saqueo permanente de las arcas del Estado en detrimento de la gente. Al contrario, celosas de sus recursos, los cuidan y los administran de la manera más eficiente posible, con miras a buscar que se conviertan en inversiones que garanticen el futuro.

En cambio, en un círculo vicioso cruel, los latinoamericanos convivimos con estados de corrupción debido a nuestra pobreza educativa: hay corrupción por falta de educación, pero cuando se busca invertir en materia educativa, los corruptos se quedan con el dinero y, por lo tanto, se mantiene el mismo estado de cosas. Ejemplos de esto lo vemos en países como Bolivia, Venezuela o México, que se jactan de invertir en educación un porcentaje cercano al 6% del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, lo mismo que invierte Finlandia, pero a la hora de ver los resultados el contraste es impresionante: exhiben elevados niveles de pobreza, desigualdad y atraso, mientras que el país nórdico se ubica entre los que casi no tienen pobres, generan mucha riqueza y aseguran condiciones de vida dignas para toda su población. En otras palabras, invertir más no es garantía de mejoría cuando no se puede asegurar que la inversión sea la correcta.

Un país necesitado como Paraguay no debería permitir que la corrupción siga siendo un elemento casi folclórico que se aparece cada vez que haya que administrar algún recurso, ocupar un cargo o gestionar un trámite. Algo que debemos hacer con urgencia es tomar conciencia de la necesidad de cuidar nuestros recursos y hacer que se inviertan correctamente en lo que más nos urge: educación y salud. Si tan sólo usáramos los ingresos de las binacionales para financiar generaciones más preparadas -tal como lo hizo Noruega con el petróleo- en un par de décadas podríamos lograr uno de los giros más significativos de nuestra historia.

Debemos entender que la corrupción se traduce en muchas cosas que no queremos: pobreza, marginalidad, injusticia, mentira, exclusión, pérdida de confianza, carencia de empleos, miseria y abandono. Cuando comprendamos que no es "vivo" sino cretino el que paga una coima, se queda con dinero ajeno o tuerce alguna regla, entonces daremos un paso adelante como sociedad. Menos corrupción y más educación: así debe ser para que cambiemos una realidad doliente por una sonriente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

domingo, 11 de noviembre de 2012

La diferencia fundamental: educación


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Su inversión en materia educativa llega al 6% del Producto Interno Bruto (PIB), en tanto que lo destinado a ciencia y tecnología es del 4%. Sus maestros son respetados, altamente competitivos, y ocupan un lugar importante en la sociedad. Sabedores de que ir a la escuela y aprender no sólo es una cuestión ritual sino la base de la construcción de un país, sus niños asisten regularmente a clases, pese a las condiciones climáticas, las adversidades coyunturales o cualquier excusa de turno. Por eso, no debe sorprender que los estudiantes de Finlandia se posicionen en el primer lugar de la prueba internacional Pisa, que mide el rendimiento de los estudiantes a nivel mundial, ni debería llamarnos la atención que tengan un país competitivo, con una alta calidad de vida y que sean innovadores y capaces de crear sus propias oportunidades, tal como lo hicieron al convertirse en pioneros en telefonía celular.

Estos datos, ya muy conocidos, forman parte de la diferencia fundamental que marca el abismo entre las naciones ricas y las pobres: la educación. Pero educación competitiva y de calidad, y no aquella discursiva, politizada e ideologizada con la que tanto ruido hacemos en Latinoamérica, pero que tan pocos resultados favorables ha dado a la gente. Invertir en la gente, darle oportunidad de crecimiento, y hacer que desarrolle su vida consciente de que la formación es esencial para lograr un buen empleo, para concretar un proyecto o tan sólo para tener las condiciones necesarias de satisfacer las necesidades, es algo que los latinoamericanos tenemos pendiente. Lejos de la obsesión que tienen los singapurenses por la educación o de la extraordinaria planificación noruega para formar a sus recursos humanos, Latinoamérica se ve como el sitio de las promesas vacías y los discursos sin contenido que terminan enarbolando a la educación como una palabra para seducir incautos y no como una causa de sobrevivencia.

Mientras las principales universidades del mundo destacan por su producción científica y por formar a aquellos referentes que nos indiquen hacia dónde debemos ir en tiempos de crisis como los de ahora, en universidades atrasadas se ha politizado la educación, al punto de priorizar la puja por cargos y el control del presupuesto, de forma tal que funcionan como semilleros ideológicos o centros de paso que apenas ofrecen educación de baja calidad, insuficiente para atender las necesidades de competencia en un mundo globalizado. Basta con ver los ejemplos de las universidades finlandesas –de donde salieron los cerebros que formaron una empresa de telefonía celular que factura al año más que todo el Paraguay-, o las de Israel, un país líder en el registro de patentes por habitante a nivel mundial y que ha logrado notables avances en la medicina y en la producción de un sistema de transporte basado en energía eléctrica. Ni hablar de Japón y la nanotecnología o los institutos tecnológicos de India que, seguramente en poco tiempo, harán de este país uno de los más poderosos en el campo de la innovación tecnológica.

En contrapartida, las casas de estudio latinoamericanas aparecen en los periódicos gracias a los conflictos: peleas por presupuesto, huelgas, manifestaciones ideológicas, peleas con sindicatos y maestros, mala administración de los recursos…Esto nos habla de la pérdida de respeto hacia nuestra educación, hacia los fundamentos de la construcción de nuestra capacidad, nuestras oportunidades y nuestro destino. La politización de la educación y la pérdida de entusiasmo de la gente en materia educativa quizá sean dos de los motivos por los cuales hoy vivimos inmersos en sociedades poco instruidas, con recursos humanos poco competitivos y con economías primarias, precarias y altamente desiguales en la distribución de ingresos.

Si comparamos la inversión educativa de Paraguay, así como la calidad de dicha inversión, con las inversiones de los países desarrollados, seguramente comprenderemos por qué el atraso, por qué la corrupción, la pobreza, la desigualdad o la injusticia social. La diferencia fundamental entre países ricos y pobres es la calidad educativa. Por eso no funcionan las recetas para mejorar la economía y por eso se suceden las administraciones, los discursos, los sesgos ideológicos y los planes, sin que se pueda cambiar la situación de pobreza que afecta a más de la mitad de los paraguayos. No existe en la historia una revolución que se haya hecho sin gente capacitada para ello. Y nuestra verdadera revolución debería ser educativa, haciendo que la gente sea el principal centro de inversión y el principal agente de cambio. Pero, definitivamente, no lo lograremos si mantenemos la situación de desinterés hacia lo educativo. La consigna debería ser: primero la educación, y luego la educación.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

domingo, 4 de noviembre de 2012

La confianza perdida y la riqueza encontrada


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre las grandes diferencias que podemos encontrar entre los países desarrollados y las economías emergentes, el régimen de confianza es, sin lugar a dudas, uno de los más significativos para la promoción de los emprendimientos, las inversiones y las innovaciones. Cuando una sociedad genera confianza, el resultado se nota en el incentivo que existe para invertir, generar empleos, asumir riesgos y buscar impulsar proyectos. En cambio, cuando la sociedad no genera confianza y, al contrario, se mueve entre la incertidumbre y el poco respeto a las normas, la sensación nos lleva a la cautela, al temor a invertir, a promover o simplemente a arriesgarse.

El régimen de confianza es fundamental para generar una ciudadanía activa, que crea en sus instituciones y tenga la convicción de que iniciar un proyecto vale la pena. Esto lo podemos ver cuando observamos a Noruega, un país que tiene una presión tributaria que llega al 60% y que tiene una elevada aceptación por parte de los ciudadanos que pagan impuestos. Los noruegos son conscientes de que pagar impuestos es necesario, puesto que ven los resultados en su vida cotidiana: acceso a uno de los mejores sistemas educativos del mundo, sistemas de salud altamente eficientes, seguridades sociales garantizadas, estabilidad, progreso y prácticamente todo lo necesario para el ciudadano está asegurado. De esta manera, pagar impuestos en un contexto de confianza es una garantía de calidad de vida para los contribuyentes.

En las antípodas, la presión tributaria de América Latina es baja frente a Noruega y los países nórdicos. Con niveles de entre el 10 y el 20% como máximo, con una gran informalidad, los contribuyentes no sólo no quieren seguir pagando impuestos –porque desconfían con justa razón del destino de su dinero-, sino que se sienten estafados e indignados cada vez que algún gobierno requiere dinero e incrementa impuestos. No existe la confianza necesaria entre los gobernantes y los gobernados, entre autoridades y ciudadanos, entre mandatarios y mandantes. La corrupción es una mediadora de dichas relaciones, por lo que la desconfianza hacia cualquier tipo de iniciativa es casi un síntoma reflejo. Esto genera sociedades que no quieren contribuir, que prefieren la informalidad, y que son reacias a cualquier tipo de inversión que implique una contraparte del sistema, el mismo que se encuentra inficionado por la corrupción y que seguramente se robará lo que recaude.

La confianza que genera un país como Suecia, que posee una ley de transparencia desde hace más de 200 años, parece utópica si nos ubicamos en algunos países de América Latina, en los que el secretismo, la falta de respeto a la norma, la inseguridad jurídica o la inestabilidad política hacen que exista temor para cada cambio, para cada intento por hacer algo diferente. La transparencia al estilo sueco genera confianza y promueve ciudadanos seguros de las reglas, de las instituciones y de que las condiciones de juego no se torcerán en forma imprevista para perjudicar a unos y beneficiar a otros.

Los latinoamericanos todavía estamos lejos de un país como Israel, en donde se incentivan los emprendimientos a tal punto que aquellos que se equivocan o fracasan en alguna iniciativa son respetados y reconocidos por la misma sociedad. En cambio, la falta de confianza en nuestros países hace que no sólo sea temerario emprender, sino que además el sistema excluye a los que fracasan. Esto hace que emprender sea una aventura sin un destino cierto, sin reglas claras y sin seguridades. Todavía nos falta aprender de la seguridad de los nórdicos, del incentivo de los israelitas y de las garantías de países asiáticos.

Recuperar el régimen de confianza debe ser una de las grandes causas en América Latina. Y más aun en países altamente necesitados como Paraguay, en el que se han perdido muchas inversiones, muchos proyectos y muchas buenas iniciativas por la falta de confianza en los gobiernos, en las leyes o en las condiciones de juego. Hace falta un país más serio en el que emprender no sea una aventura alocada y solitaria. Y nos hace falta aprender a consolidar instituciones creíbles, con sistemas de formación que garanticen que aquellos que asumen un cargo estén preparados para ello. Hay que dejar de ser un país inestable, inseguro y poco serio, para pasar a uno en el que sea creíble invertir, emprender, proyectar y vivir.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

sábado, 3 de noviembre de 2012

El abismo marcado por la investigación


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Investigar, conocer, inventar, innovar. Estas palabras se han vuelto claves en los últimos tiempos, cuando la economía dejó de depender de la producción primaria y los recursos naturales para basarse en el conocimiento. Hoy las economías que más progresan son las que saben cómo explotar el conocimiento y se posicionan en el sector de servicios, en donde se concentran dos terceras partes de la riqueza que se produce. Y en este contexto, existe un abismo entre los países desarrollados, que invierten en ciencia y tecnología, y los países atrasados, que todavía no comprenden la necesidad de cambiar los esquemas tradicionales de producción primaria para pasar a la economía del conocimiento.

Como decíamos ayer, la inversión en ciencia y tecnología es un factor que ha permitido dar el gran salto a países como Finlandia, Singapur, Corea del Sur y Taiwán. Mientras países con grandes territorios y riquezas naturales todavía se debaten entre el atraso y el hambre, un país pequeño, rodeado de conflictos, como Israel, posee la mayor inversión en innovación a nivel mundial, en tanto su nivel de investigación científica hace que siempre estén en busca de algún invento que los siga manteniendo a la vanguardia. La investigación es vista en este país como una cuestión de sobrevivencia. O veamos el caso de India, que está invirtiendo mucho en el desarrollo de la tecnología, por lo que en algunos años podría convertirse en el gran referente mundial de la economía basada en lo tecnológico.

Mientras Qatar busca poseer un sistema de trenes de levitación magnética, Israel quiere ser el mayor productor de autos eléctricos, Corea del Sur, Taiwán, Japón y Singapur se pelean por el liderazgo en cuanto a tecnología informática, los países de América Latina siguen anclados en sus sistemas de producción basados en la explotación de la tierra, la exportación de materia prima o el simple suministro de algún recurso natural finito. El contraste es contundente y los resultados dolientes: los primeros progresan y los segundos están rezagados, cada vez más dependientes de la producción ajena, y ostentan escandalosos niveles de pobreza, marginalidad y carencias.

Los latinoamericanos todavía no han tomado en serio el problema de la ciencia y la tecnología. Basta con decir que el país que más invierte actualmente en ciencia y tecnología es Brasil, que destina el 1,1% de su Producto Interno Bruto (PIB) a este campo. Pero, esta cifra -la más alentadora que tenemos- se encuentra todavía muy lejos de lo que invierte Finlandia: 4% del PIB. En tanto, la mayoría de los países latinoamericanos no llega al 1%: Venezuela, Bolivia, Ecuador o Paraguay presentan inversiones casi inexistentes, en tanto una economía grande como la de México apenas le dedica un 0,4%, es decir la décima parte de lo recomendable.

No invertir como se debe en la ciencia y la tecnología equivale a seguir anclados en modelos productivos obsoletos, a vender petróleo sin refinar o gas en estado natural; equivale a depender de la compra de inventos ajenos, a no saber aprovechar la riqueza energética o a seguir manteniendo economías poco competitivas que no son capaces de reinventarse para generar mejores ingresos, mejores empleos y más oportunidades.

La riqueza natural finita no alcanza para lograr sociedades que progresan. La riqueza de hoy está en investigar, innovar, saber, emprender y desarrollar. Los niveles de competencia hacen que cuanto más nos atrasemos, más pobres seamos y más indefensos quedemos ante los que sí avanzan.

El Paraguay es un ejemplo del desinterés manifiesto hacia la ciencia y la tecnología, pues no se apuesta por la investigación, la inversión es inferior al 0,1% del PIB, y prácticamente no hay formación de investigadores en las universidades. Y este desinterés nos vuelve antípodas de los países del primer mundo y de todos sus resultados en materia de crecimiento, progreso y desarrollo.

O revertimos ese desinterés hacia la investigación y empezamos a invertir y trabajar como se debe, o nos resignamos a ser cada vez más atrasados, más indefensos y dependientes, y más lejanos a los estadios de progreso y bienestar. Evidentemente, la segunda opción no es viable, aunque algunos se sientan cómodos con ella.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

domingo, 28 de octubre de 2012

La competitividad, un síntoma del malestar


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las grandes urgencias que nos ha impuesto la globalización es la necesidad de tener economías competitivas. Y cuando hablamos de competitividad sale a relucir uno de los grandes temas pendientes para el fortalecimiento de los países latinoamericanos. Mientras los países desarrollados hacen gala de su eficiencia de gestión, el ambiente de negocios favorable, la calidad educativa y la innovación, la productividad y el aprovechamiento estratégico de sus ventajas comparativas, en América Latina mantenemos estándares bajos de competitividad, mucha informalidad y poca planificación.

Lejos de los países más competitivos, Suiza, Singapur, Finlandia y Suecia, el primer país latinoamericano que aparece es Chile, ubicado en el lugar número 33, de acuerdo al Índice de Competitividad Global 2012-2013, elaborado por el Foro Económico Mundial. Más atrás vienen Panamá (40) Brasil (48), México (53), Costa Rica (57), Perú (61) Colombia (69), Uruguay (74), Guatemala (83), Ecuador (86), Honduras (90), Argentina (94), El Salvador (101), Bolivia (104), República Dominicana (105), Nicaragua (108), Paraguay (116) y Venezuela (126). Todo esto, dentro de un ranking que abarca a 144 países.

Las diferencias son muchas y se traducen en resultados para la gente: Suiza es un país ordenado, confiable y estratégico; Singapur es el país que ha dado uno de los saltos más extraordinarios de la historia, al pasar de la pobreza extrema a la riqueza abundante, gracias a su fuerte inversión educativa; Finlandia tiene a los mejores maestros del mundo y siempre ocupa los primeros lugares en rendimiento académico de los estudiantes; Suecia es un modelo de transparencia y eficiencia. En estos países la pobreza es casi inexistente, la calidad de vida es elevada y los niveles de crecimiento económico se traducen en importantes logros sociales.

En cambio, la poca competitividad latinoamericana se refleja en un país como Venezuela, que tiene tanto petróleo que debería ser una tierra sin pobres, pero sigue aferrado a la marginalidad y a la violencia que ubican a Caracas como la ciudad con la mayor tasa de homicidios del mundo. Con escasa inversión educativa, con poco apoyo a la investigación, la economía es la menos competitiva de Latinoamérica pese a los millonarios ingresos petroleros. O el caso de México, el país que pese a hacer bien los deberes y mantener los indicadores macroeconómicos bien controlados no ha logrado más que un crecimiento raquítico en los últimos años, insuficiente para atender sus grandes necesidades sociales. El factor de fondo: mala calidad educativa, poca inversión en ciencia y tecnología, lo que en su conjunto deriva en que no haya capacidad de innovar y ajustarse rápidamente a los requerimientos de la economía globalizada. Resultado: la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país rico.

La mala competitividad de nuestras economías debería llamarnos a una revolución que pase por planificar mejor, aprender a explotar los recursos naturales, invertir en educación, ciencia y tecnología, y sobre todo, buscar dar el salto de economías primarias a las del conocimiento, que es donde hoy se encuentra la mayor parte de la riqueza que necesitan nuestros pueblos. Con instituciones poco creíbles y poco sólidas, con inseguridad jurídica y física, con escaso nivel educativo y con gobiernos errantes, incapaces de construir con miras al futuro, será muy difícil que logremos los niveles de desarrollo y de beneficios sociales de los que hoy gozan los que saben cómo volverse competitivos.

La competitividad es un tema demasiado serio como para que países con grandes urgencias, como Paraguay, continúen sin atenderla como se debe. Hay que trabajar en construir instituciones más eficientes que garanticen mayores seguridades, al tiempo que se busca que los recursos humanos sean más competitivos y que la innovación tecnológica sea vista como parte esencial de la economía. Debemos volvernos competitivos, eficientes, serios y visionarios. Nuestras economías y nuestra gente lo agradecerán.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

sábado, 27 de octubre de 2012

La tecnología como factor para el desarrollo. Entrevista en el noticiero de Unicanal

La tecnología se ha incorporado a nuestra vida en forma constante y cada vez dependemos más de ella. En una entrevista en el noticiero de Unicanal, Paraguay, Héctor Farina Ojeda, habla con el periodista Juan Carlos Bareiro sobre tecnología, educación y necesidades de inversión. La entrevista fue realizada en agosto de 2011.



Disparidades, desarrollo y atraso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las disparidades en la generación y distribución de la riqueza, en el desarrollo y la calidad de vida de las naciones implican un análisis minucioso y amplio en el que se abarquen todos los factores que hacen que unos progresen más que los otros. En una serie de publicaciones sobre la estrategia de las naciones y los modelos de desarrollo, hemos visto algunos factores trascendentales que marcan la diferencia entre economías precarias o emergentes y las de vanguardia. Una breve mirada a algunos aspectos de los países desarrollados nos permitirá comparar qué hemos hecho mal o qué no hemos hecho en América Latina para que hoy tengamos menos oportunidades, mucha pobreza y niveles elevados de desigualdad.

La planificación de Noruega, este país que encontró petróleo en 1969 y que supo no sólo explotar esa riqueza natural sino invertir los ingresos en sectores estratégicos, como la educación, es un ejemplo de cómo con una visión de futuro, con planificación e inteligencia aplicadas al desarrollo se pueden lograr resultados altamente beneficiosos para la gente, a mediano y largo plazo. Y con una presión tributaria del 60%, los noruegos no sólo tienen garantizados una educación de calidad, servicios sanitarios de primer mundo, seguridad y estabilidad, sino que pueden jactarse de vivir en una sociedad con los niveles de calidad de vida más altos del mundo. En cambio, la misma mirada aplicada a Latinoamérica nos nuestra un panorama muy diferente: mientras países como Venezuela, México, Ecuador y Bolivia poseen riquezas petroleras que representan ingresos millonarios, sus resultados en aspectos sociales son alarmantes: la pobreza afecta a gran parte de la población, hay un notable rezago educativo que limita el progreso, la desigualdad entre ricos y pobres es abismal, y los sistemas de salud son ineficientes. Pero, pese a que los ingresos por recursos naturales siguen florecientes, el impacto en la gente es escaso y se mantiene el divorcio entre lo que se gana y la inversión necesaria.

La transparencia, la eficiencia y la seriedad en el manejo de los recursos públicos es otra gran diferencia. Basta con mirar a Suecia, un modelo de transparencia en donde los ciudadanos cuentan con una ley de acceso a la información desde 1766. Esto marca una larga tradición de control, fiscalización y participación ciudadana en cuanto al manejo de recursos y las decisiones que son convenientes para la gente, por lo que uno de sus resultados más notables es haber minimizado la corrupción. En contrapartida, el secretismo, el manejo poco claro de las finanzas públicas, la falta de responsabilidad y la corrupción enquistada en nuestros sistemas latinoamericanos son ejemplos del malestar que nos impide planificar seriamente y construir democracias con una mayor perspectiva de beneficio social. Con sistemas altamente corrompidos y corrompibles, es más probable que se favorezcan el saqueo y el despilfarro, antes que una inversión provechosa para todos.

Por otro lado, es bueno analizar a qué le apuestan y en qué invierten los países de vanguardia en comparación con los emergentes. Israel, Corea del Sur, Singapur, India, Taiwán y Finlandia son países que basan su progreso en la innovación y en la explotación de la verdadera riqueza de los tiempos modernos: el conocimiento. La inversión en ciencia, tecnología e innovación en estos países es muy superior a la raquítica inversión de los latinoamericanos, y los resultados son muy claros: unos progresan, mejoran la calidad de vida y gozan de mucha riqueza, mientras los otros -nosotros- se mantienen en el atraso, la precariedad y la dependencia. Precisamente cuando dos terceras partes de la generación de riqueza dependen del sector de servicios y del conocimiento, nosotros seguimos dependiendo de la exportación de materia prima, de industrializaciones endebles y de la importación de aquello que no somos capaces de producir.

Un capítulo aparte es el educativo, una asignatura en la que estamos reprobados por nuestro propio desinterés, por haber priorizado a la burocracia y la corrupción en lugar de la apuesta por la gente. "La educación de Occidente se fue el diablo" me dijo un filósofo, haciendo énfasis en que la politización de lo educativo -que se volvió un discurso populista o una excusa para destinar fondos a la corrupción- quizá sea el motivo por el cual hemos quedado muy rezagados frente a aquellos que hoy enarbolan sus logros traducidos en beneficios sociales.

Hay mucho por hacer si queremos combatir los males endémicos con los que convivimos: desde planificar, innovar e invertir en lo productivo, hasta lograr una optimización del uso de los recursos que poseemos. Romper esa visión conservadora de que "así somos" y aprender a ver más allá de nuestras fronteras sería un paso importante en busca de acciones más innovadoras, beneficiosas y efectivas.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 14 de octubre de 2012

Bolivia, economía primaria con grandes desafíos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Como uno de esos representantes significativos de que la riqueza natural no es sinónimo de riqueza para la gente, el caso boliviano emerge como un país cuya economía se basa en la explotación y exportación de materias primas. Cuenta con la segunda mayor reserva de gas natural de Sudamérica y la exportación de este producto se constituye en la principal fuente de ingresos. Además, posee una riqueza mineral que lo convierte en un gran exportador de estaño, plata, cobre, entre otros. A todo esto hay que sumarle la producción de soja y otros rubros agrícolas, que en su conjunto demuestran el gran potencial en materia de recursos naturales que posee esta nación.

La economía boliviana ha venido creciendo en los últimos años, con datos que son muy interesantes: el año pasado tuvo un incremento de 5,2% en su Producto Interno Bruto (PIB), en tanto para este al año el pronóstico oficial es que el crecimiento será de 5,5%. Esta recuperación ha significado una reducción del 12% de la pobreza, y del 9% de la pobreza extrema en los últimos seis años, de acuerdo a los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). No obstante, la pobreza sigue afectando al 49% de los bolivianos y la pobreza extrema alcanza al 25,4% de la población. Bolivia sigue teniendo una de las rentas per cápita más bajas de América Latina: 2.232 dólares, según los datos oficiales.

La cifras nos hablan de un país que está en un proceso interesante de mejoría, pero que tiene demasiado atraso y demasiadas carencias que atender. Sigue siendo uno de los países más atrasados de América Latina, con un porcentaje alto de pobres y con factores que hacen temer que los buenos números coyunturales se vayan pronto: mala calidad educativa, escasa inversión en ciencia y tecnología, y un modelo económico lejano a la economía del conocimiento que hoy se requiere. Al respecto, los datos de UNICEF son contundentes: 83.000 niños en edad de recibir educación primaria no asisten a la escuela, 63.000 abandonaron los estudios y hay muchos niños en riesgo de dejar las aulas. El principal motivo de deserción es la pobreza, la misma a la que, curiosamente, se condenan los que no pueden ir a la escuela.

Aunque se perciban mejorías, sobre todo en los aspectos macroeconómicos, hay todavía cambios más profundos que siguen pendientes, como romper la dependencia de las exportaciones de materia prima e iniciar un proceso de aplicación del conocimiento a la producción, para mejorar la productividad, la competitividad y lograr sacarle mayor provecho a la enorme riqueza del territorio boliviano. Y, como un contrasentido, la inversión que se ha duplicado en la última década no es la educativa sino la militar, en tanto el gasto social por habitante se mantiene por debajo de los 300 dólares, una cifra muy baja para atender las grandes necesidades de la gente.

Los resultados de un modelo económico basado en la simple extracción y exportación de materia prima deben medirse frente a aquellas economías que apuestan por el conocimiento. Mientras un país como Bolivia tiene suficientes recursos para ser rico, sin embargo se mantiene en el atraso. Como caso contrario, un país sin recursos naturales, con un territorio pequeño pero con una apuesta decidida por la educación logró convertirse en una de las principales potencias comerciales a nivel mundial: Singapur.

La transición de la riqueza, desde las economías primarias a las del conocimiento, hoy nos obliga a pensar en una nueva forma de producir, sobre la base de la educación, la ciencia y la tecnología. Sin estos factores, las economías son precarias, poco competitivas e incapaces de erradicar males prácticamente endémicos, como la pobreza y la desigualdad.

Lo más interesante de todo es que hay suficiente riqueza para iniciar una revolución educativa, pero quizá nos falte esa chispa que detone todo el potencial que tenemos. ¿Resulta tan complicado aplicar ideas de éxito conocido? Aparentemente, sí.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 8 de octubre de 2012

Twitter para ciudadanos: los tapatíos suben de nivel



Redes sociales se convierten en herramienta para emergencias

Tuiteros tapatíos difunden información de utilidad pública en situaciones de crisis, pero aún hay un largo camino por recorrer hasta que la ciudad aproveche correctamente esta herramienta

GUADALAJARA, JALISCO (06/CT/2012).- Sismos, inundaciones, choques, tráfico, balaceras, bloqueos, detonaciones. Si alguna de estas contingencias pareciera haber ocurrido en cualquier parte de la ciudad, ya se comentó en Twitter antes que en cualquier otro medio: la inmediatez de esta red social es su principal atributo y hasta ahora luce insuperable. Pero, según los especialistas, la utilidad pública de esta red social, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, aún se encuentra en fase de experimentación.

Basta con recordar episodios de alto impacto ocurridos en la ciudad, como los bloqueos con autos incendiados en distintas arterias de la urbe. La confusión de los usuarios fue tal que algunos replicaban información poco confiable, falsa o exagerada, que sólo contribuyó a propagar el caos, pese a los buenos intentos por mantener la calma a la espera de versiones de fuentes fiables.

Sin embargo, confirmar los acontecimientos lleva su tiempo y, mientras eso ocurre, los usuarios —ávidos de estar enterados— consumen información de pobre calidad. Se trata de un arma de doble filo, pues el empoderamiento de los ciudadanos sobre la inmediatez de la red puede utilizarse para cualquier fin, pero, si se acuerdan criterios de calidad informativa, el ejercicio de convertirse en un reportero ocasional puede resultar de gran ayuda.

En Guadalajara han surgido numerosas cuentas de iniciativa ciudadana, sin fines de lucro, para abastecer de información en casos de contingencias o simplemente para hacer más sencilla la vida cotidiana. Un ejemplo es @Trafico_ZMG, que se ha popularizado por la atención que presta a reportes sobre vialidades enviados por tapatíos.

“(La práctica de los tuiteros) ha ido evolucionando con un toque de civismo: toman su papel y una iniciativa de responsabilidad de informar. Más allá de utilizar esta red de Twitter como un chismógrafo, aquí en Guadalajara sirve mucho para encontrar nuevos contenidos con un toque de utilidad”, comenta Sergio Vélez, fundador de la cuenta, que registra poco más de 43 mil seguidores. “Es como si tuviéramos 40 mil reporteros: ellos nos alertan de todo y nosotros lo corroboramos para retuitearlo”, agrega Gina García, quien se encarga del manejo de la cuenta.


La prueba de los bloqueos


La primera llamada sobre los bloqueos viales con vehículos incendiados que comenzaron el sábado 25 de agosto por la tarde la dieron los tuiteros, pero al mismo tiempo los puso a prueba.

“Estamos en una fase de experimentación en redes sociales; nos falta todavía esa conciencia que deberíamos tener (principalmente) los comunicadores y aplicarle rigor periodístico”, diagnostica Héctor Farina Ojeda (@hfarinaojeda), académico de la UdeG y estudioso de las redes sociales.

Con ello coincide la community manager Elizabeth Rivero (@bethriver01), pues asegura que falta mayor coordinación en la homologación de etiquetas o hashtags (#Ejemplo) en determinados casos de crisis para facilitar la búsqueda de información en momentos clave, y eso es tarea de las cuentas con mayor influencia. “Falta un manual SOS sobre qué hacer en casos de contingencia, terremotos, tener a la mano los teléfonos de emergencia para compartir”.

Las que no terminan por entrar de lleno en la dinámica de la inmediatez de Twitter y otras redes sociales son las instituciones gubernamentales. Aunque muchas tienen activa una cuenta en estas redes, muy pocas ofrecen información oportuna de su competencia en momentos clave y, al generar estos huecos de información oficial, contribuyen a que los rumores invadan la red.

Durante los bloqueos viales de agosto, por ejemplo, la cuenta de la Secretaría de Vialidad y Transportes (SVyT) se mantuvo inactiva, pues sus operadores no laboran los fines de semana. La Policía de Guadalajara también se abstuvo de orientar, como el resto de las dependencias. La legitimidad de algunos avisos y reportes llegó cuando comenzaron a tuitearlos o retuitearlos funcionarios locales, como los alcaldes y el gobernador, que empezaron a publicar dos horas después de que comenzaron los hechos delictivos.

“A las cuentas gubernamentales les hace falta trabajar en tiempo real. Es muy curioso que, cuando hay una crisis, son las más lentas, justamente por ese temor que tienen de propagar información no confirmada”, apunta Farina Ojeda.

Critica, además, que esas cuentas se dedican a presumir logros institucionales en días cualesquiera, pero en contingencias, cuando los ciudadanos requieren información inmediata, simplemente no están allí, y aparecen después de tres o cuatro horas a ofrecer ruedas de prensa.

“Durante ese tiempo, la gente ya consumió información que no era certera ni de calidad, eso sí es un riesgo. Falta esa apropiación de las redes sociales porque es ahí donde todos corremos a la hora de informarnos”, agrega Farina.

Para Beth Rivero, el reto es trabajar en lo individual como tuiteros para convertirse en una fuente ciudadana confiable y, en un determinado momento, ser referencia útil para otros usuarios en casos de urgencia.

Al final, lo que importa es el mensaje, más allá del medio. Farina remata: “Twitter no es otra cosa más que una herramienta fantástica de comunicación, pero no deja de ser una herramienta; el problema es educativo: lo que deberíamos hacer es enseñarnos a utilizar de manera correcta las redes sociales”.



Guía para usuarios en casos de contingencias
Recomendaciones de los expertos


Retuitear información veraz, de fuentes confiables.

No publicar lo que no se sabe con certeza.

Al tuitear un hecho, incluir la hora de la información.

Publicar ubicación precisa del lugar de los hechos.

Compartir ubicaciones de centros de auxilio cercanos a la contingencia.

Facilitar números de emergencia.

Identificar y seguir información de fuentes conocidas.

Buscar los hashtags más utilizados y seguirlos.

Discernir los acontecimientos y tuitear con calma.

Hashtags con movimiento

Identificados con el signo de número, los hashtag son etiquetas que bautizan temas de forma temporal, pero que permiten localizar información sobre un asunto, aun de tuiteros a los que uno no sigue. En Guadalajara hay varios que funcionan en forma esporádica.

#BalaceraGDL

Tuiteros inventaron este hashtag para avisar de casos en que se reportaran problemas con el crimen organizado. Hubo críticas por usuarios que lanzaban alertas sin verificar.

#LluviaGDL

¿Dónde están las inundaciones? ¿Hay daños en alguna colonia? Los tuiteros suelen emplear este hashtag para este tema.

A quién seguir

Algunas cuentas institucionales:

SVyT @Vialidadjal

Policía de Guadalajara @PoliciaGDL

Conafor @ConaforJalisco

Protección Civil @PCJalisco

Policía de Tlaquepaque @TlaquepaqueGob

SIAPA @SiapaGdl

En redes sociales como Twitter es posible encontrar todo tipo de información, desde lúdica hasta institucional, todo depende de las cuentas a las que el usuario decida seguir y el uso que les dé. Aprender a usarla sólo es cuestión de adentrarse poco a poco, señalan los especialistas, quienes recomiendan tener paciencia: al final, es una red sencilla de manejar.

Fuente: Publicado en el periódico El Informador. Escrito por Violeta Melendez (twitter @viogu). Ver texto original aquí
Foto: archivo de El Informador

domingo, 7 de octubre de 2012

Venezuela, burbujas y contrapesos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La situación venezolana representa una de esas contradicciones entre el discurso y los hechos que no deja de generar ruido. Un país rico en recursos naturales, con ingresos petroleros suficientes para convertirse en un modelo de progreso y bienestar, sin embargo parece vivir en medio de burbujas, contrasentidos y poderosas anclas que limitan en forma notable el gran salto. Las bonanzas generadas por el precio internacional del petróleo tienen un olor a coyuntura y beneficio temporal si vemos los resultados en materia educativa, los niveles de competitividad y la situación de pobreza.

Se trata de un país con una larga tradición petrolera que tiene una dependencia muy fuerte de los ingresos por la exportación de combustibles, por lo que los precios internacionales juegan un papel preponderante para oxigenar a toda la economía. El año pasado se logró un crecimiento de 4,2%, tras dos años sin repunte, en tanto para este año se prevé una mejoría de 5%. Las oscilaciones de la economía hacen pensar que hay mucha dependencia de lo externo y que hace falta solidez interna. Veamos algunos datos al respecto.

La inflación venezolana el año pasado fue de 27,6% -con un incremento promedio de 34% en alimentos-, lo que nos habla de que el encarecimiento del costo de vida afecta más a los que menos tienen y que se lleva una buena parte de los ingresos. Las subas de precios en Venezuela son las mayores de América Latina en los últimos años. Esto hay que pensarlo en un contexto donde el desempleo es del 7,9%, la pobreza afecta al 27,8% de la población -según los datos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal)- y hay una pérdida del poder adquisitivo debido a los bajos salarios. Un dato importante es la reducción de la pobreza que ha experimentado este país, que hace 13 años era del 49%. Es decir, hubo una reducción de la cantidad de pobres, pero los altos precios, los malos salarios y otros factores hacen que esa reducción sea muy frágil.

Y cuando pensamos en que los millonarios ingresos petroleros deberían transformarse en estabilidad y proyección al futuro, los datos nos ponen en una contradicción: mientras el gobierno de Hugo Chávez asegura que invierte 10% del Producto Interno Bruto (PIB) en educación, la Ley de Presupuesto establece que se planificó sólo un 2,8% para 2011 y que esto se redujo a 2,4% del PIB en 2012, según los informes del Observatorio Educativo de Venezuela. El discurso oficial y los datos oficiales no coinciden. Esta incongruencia no es nueva: en su libro "Basta de historias", el periodista Andrés Oppenheimer dice que los datos oficiales son desconocidos o refutados por organismos internacionales y que, de acuerdo a cálculos basados en datos oficiales, cada año el gobierno de Chávez destina un promedio de 14.500 millones de dólares para "donaciones políticas" a otros países, en tanto se ha ido reduciendo la inversión en ciencia y tecnología.

Un indicador interesante es que el número de patentes registradas cayó de 794 en 1998 a sólo 98 en 2008. Y, actualmente, Venezuela es el país más atrasado en registro de patentes en toda América Latina y es uno de los últimos a nivel mundial: de un total de 141 países, ocupa el lugar 118, según un ránking realizado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de la ONU. Igualmente, es el país latinoamericano menos competitivo, pues ocupa el lugar 126 de un total de 141 países. Y un dato más duro es que es el país peor posicionado a nivel mundial en cuanto a libertades económicas: está en el sitio 144 de un total de 144 países estudiados por el Fraser Institute de Canadá.

El caso venezolano es representativo de las economías poco planificadas y dependientes de coyunturas: el auge de los ingresos petroleros es una burbuja de oxígeno que, tarde o temprano, se acabará y que por sí misma no es suficiente para mantener beneficios para la gente. Con los millonarios recursos y sin una inversión real que mejore la educación, la investigación, la ciencia y la tecnología, y la competitividad, no se logrará más que una economía poco sólida y dependiente de dádivas. Los países que se dicen ricos por sus recursos o sus ingresos, en realidad son pobres si no logran que esa riqueza se transforme en beneficio a largo plazo para la gente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Uruguay, en el sendero de los buenos pasos



Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía uruguaya, pequeña como la dimensión territorial del país, ha presentado signos alentadores en los últimos años. Sin el gran ruido que hacen otras naciones en cuanto a reformas y promesas futuristas, este país está haciendo un giro tan discreto como llamativo hacia una economía con proyección en el tiempo. Tradicionalmente basado en la industria alimenticia y en la fabricación de productos de madera y papel, así como en la ganadería, en la región ha venido destacando por la industria del software, lo que implica un rubro vinculado al conocimiento y la preparación de la gente, y no sólo a la explotación de recursos naturales.

Con un sistema financiero sólido y estable -algo difícil de lograr en una región marcada por la inestabilidad y la informalidad-, Uruguay está ganando la confianza de los inversionistas y se está posicionando como uno de los destinos favoritos en la región para la radicación de inversiones. Detrás de estos movimientos de capital, hay datos interesantes que nos permiten inferir los motivos que vuelven atractiva la economía uruguaya.

Tras la crisis de 2002, la economía ha mantenido una tendencia de crecimiento. El año pasado el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) fue de 4,5%, en tanto para este año se estima un repunte de alrededor del 4%, y para el 2013 también de 4%. A pesar de un contexto internacional marcado por la crisis de Europa y Estados Unidos, los números se mantienen favorables.

Pero los verdaderos logros no se ven en los grandes indicadores sino en el aspecto social: según el informe titulado "Panorama social de América latina 2011", realizado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Uruguay destaca entre los cincos países con mayor disminución de la pobreza entre 2009 y 2011, junto con Perú, Ecuador, Argentina y Colombia. Un dato revelador es que entre 2002 y 2010, la pobreza en el país de los charrúas se redujo de 15,4% a 8,6%.

Esto demuestra que los buenos números macroeconómicos están permeando hacia la sociedad, de tal manera que se logra disminuir la pobreza, minimizar la desigualdad y redistribuir los ingresos. La CEPAL menciona, en el informe citado, que Uruguay es uno de los países que presentan mejores niveles de seguridad social, de gastos en políticas sociales y que, mediante ello, está disminuyendo en forma constante la desigualdad.

Y en el contexto de las políticas sociales, la inversión educativa en busca de ampliar y mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje es quizá el aspecto más vital para la economía de este país. De acuerdo a los datos de la Unesco, mientras la mayoría de los países latinoamericanos invierten 200 dólares al año por habitante en materia educativa, Uruguay invierte 1000 dólares por habitante. Con esto se ha logrado prácticamente que el 100% de los niños tenga acceso a la educación primaria, aunque -evidentemente- todavía resta mucho por hacer para lograr los estándares de calidad de los país más desarrollados. Con proyectos como el Plan Ceibal -impulsado por el gobierno de Tabaré Vázquez- se ha facilitado la incorporación de las nuevas tecnologías a las escuelas.

Lo interesante del modelo uruguayo es que, a sabiendas de sus limitaciones, busca posicionarse en campos que hagan de contrapeso a las economías más grandes: estabilidad financiera, seguridad para las inversiones, calidad educativa y un intento por saltar a la economía del conocimiento. Los cambios se perciben desde el discurso presidencial de un ex guerrillero que habla de educación como el arma para el progreso de la gente.

Aunque ciertamente sabemos que las economías latinoamericanas se encuentran todavía muy rezagadas frente a las economías desarrolladas, hay iniciativas que debemos emprender para encaminarnos hacia estadios de mayor progreso: invertir más en políticas sociales -fundamentalmente educación-, incentivar el desarrollo de la ciencia y la tecnología, para posicionarnos en la economía del conocimiento, y sobre todo hacer de estas iniciativas una política de Estado, con planificación y visión de futuro. Hay buenos signos en la región. Ahora nos falta convertirlos en modelos de desarrollo.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Argentina, la promesa permanente

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las principales promesas de desarrollo y progreso en América Latina siempre estuvo en Argentina. Este país, de notables riquezas naturales y de un gran potencial humano, ha pasado por etapas de auge que hoy contrastan con los resultados que ofrece. Históricamente es uno de los principales productores de granos y fue considerado “el granero del mundo” por su extraordinaria producción de cereales, oleaginosas y alimentos en general. A principios del siglo pasado, era una economía poderosa y con grandes perspectivas, fundamentalmente debido a su producción agrícola, pero en la medida en que la riqueza fue dejando de depender de la agricultura, dejó de ser uno de los países más ricos para convertirse en uno que siempre vive en emergencia, como potencia y como promesa.

Algo fundamental para comprender el cambio de la perspectiva argentina es la constitución de la riqueza en los tiempos actuales: a nivel mundial, dos terceras partes de la riqueza dependen del conocimiento aplicado al sector de servicios, en tanto cerca del 30% corresponde a la industria y sólo el 4% a la agricultura. Esto explica por qué Argentina tenía tanto potencial hace 100 años, cuando la producción primaria alcanzaba a representar hasta el 60% de la riqueza, y producir alimentos para un mundo necesitado era un negocio de dimensiones muchos mayores. En cambio, en una era en la que el conocimiento se ha vuelto el capital más importante para la generación de riqueza, los resultados ya no dependen de la explotación de recursos naturales, por lo que un país con problemas educativos tiene serias limitaciones para el progreso y el desarrollo.

Precisamente, uno de los aspectos más llamativos de la Argentina es que siempre fue un referente de la alfabetización y la cultura, pero en las últimas décadas ha disminuido su calidad educativa y hoy aparece rezagada frente a otras naciones. A tal punto llega el conflicto, que el ex rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Guillermo Jaim Etcheverry, en su libro “La tragedia educativa”, dice que Argentina es hoy una “sociedad contra el conocimiento”. La caída del nivel académico se debe quizá a la politización de la educación y presenta una aparente contradicción: pese a que tienen una de las universidades más grandes y más representativas de América Latina ( la UBA ), prácticamente han desaparecido de los rankings internacionales de las mejores universidades del mundo.

Debido a esto, el periodista Andres Oppenheimer, en su libro “¡Basta de historias!”, califica a la Argentina como “el país de las oportunidades perdidas”. Con el descuido hacia la educación y la pérdida de nivel de sus universidades, los resultados se notan en una economía menos competitiva, con menor capacidad de innovación y con enormes conflictos para impulsarse en la economía del conocimiento. Un dato revelador es que el proporcionó recientemente el Foro Económico Mundial: Argentina cayó 9 posiciones en el Ranking Mundial de Competitividad, ya que del lugar 85 pasó al 94.

Estos datos pintan un panorama de enorme potencial pero de muchas limitaciones. Pese a que el Producto Interno Bruto (PIB) se ha incrementado en forma sostenida durante la última década, eso no es suficiente para garantizar que la economía sea sólida y que permita revertir la pobreza y la desigualdad, que son dos males que siempre persiguen a esta nación.

El caso argentino es representativo de una imperiosa necesidad de los latinoamericanos: pasar de modelos productivos basados en la explotación de recursos naturales a un modelo en donde el conocimiento sea la base de la generación de riqueza. Las fuentes de riqueza han cambiado radicalmente en esta era de la información, por lo que pese a que tengamos tierras fértiles, petróleo o energía eléctrica en abundancia no lograremos convertir eso en justicia social, equidad o desarrollo si no tenemos un nivel educativo de primer nivel.

La caída del nivel educativo es directamente proporcional al incremento de la desigualdad, que hace que pese a vivir en un continente rico tengamos más desigualdad que África. Debemos comprender que la riqueza del mundo ya no pasa por la venta de materia prima sino por la generación de sociedades instruidas, competitivas e innovadoras, por lo que urge recuperar la calidad de nuestras universidades, recuperar a nuestros cerebros, nuestros científicos y educadores, en una campaña para erradicar la verdadera causa de la pobreza: la ignorancia.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Ecuador, dependencia y competitividad


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre los muchos factores que constituyen una economía, la convergencia de ellos en el caso de Ecuador muestra un patrón común latinoamericano que hace que este país tenga oportunidades y problemas similares a otros países de la región. Con mucha riqueza natural, con un buen potencial de crecimiento y con urgentes necesidades para minimizar la pobreza, la situación ecuatoriana es digna de análisis.

Por un lado, tenemos una economía que ha crecido en los últimos años: 3,8% en 2010 y 7,8% en 2011, en tanto para este año las proyecciones son de entre 3,3% -según el Banco Mundial- y 4,8% -según el Gobierno-. Al igual que los países sudamericanos, Ecuador tiene pronósticos favorables amenazados por la incertidumbre de la economía de Estados Unidos y la crisis europea. Precisamente, uno de los aspectos preocupantes es la dependencia de las exportaciones del petróleo, que representan el 40% del total exportado, así como la estrecha relación con el mercado norteamericano, que es el destino de alrededor del 45% de todo lo que se vende al exterior.

Además del petróleo, exportan banano, flores, harina de pescado, jugos y conservas y tabaco, los cuales mantienen precios oscilantes en el mercado internacional y que a menudo se ven afectados por una coyuntura no favorable. Tenemos así una economía con riqueza, con exportaciones pero con un problema de fondo: bajos niveles de competitividad. De acuerdo al Ranking de Competitividad del Foro Económico Mundial, Ecuador ocupa la posición 101 de un total de 142 economías evaluadas. En otras palabras, falta un dinamismo propio más sólido que les permita a los ecuatorianos mayor seguridad económica y menor dependencia de ingresos externos.

Y como contrapeso, las necesidades de la población ecuatoriana se traducen en niveles de pobreza de 28,6% (según cifras oficiales), en tanto alrededor del 16% se encuentra en pobreza extrema. En cuanto al trabajo, las tasas de desempleo no son elevadas (5%), pero el subempleo es alto (44,2%), lo que indica que si bien hay puestos laborales no son suficientes para generar los ingresos que necesita la población, pues faltan empleos de tiempo completo.

Y como reflejo de los latinoamericanos, los indicadores de inversión educativa e inversión en ciencia y tecnología muestran el rezago característico de las economías emergentes. Aunque las cifras oficiales indican una inversión actual de 5,3% del Producto Interno Bruto (PIB) en materia educativa, todavía hace falta mucho para lograr una calidad educativa que permita mejorar la competitividad de la economía. Y a esto hay que sumarle una casi nula inversión en ciencia y tecnología del 0,47% del PIB, que refleja el atraso en el campo de la investigación y la generación del conocimiento.

Cuando vemos el caso de Ecuador no podemos dejar de pensar en una América Latina que ha repetido un patrón común desde hace mucho tiempo: dependencia de ciertos rubros, explotación primaria de recursos naturales, poca competitividad, niveles bajos de educación y atraso en ciencia y tecnología. Los demás resultados vienen por añadidura: desigualdad en la distribución de la riqueza, pobreza y desarrollo insuficiente para hacerle frente a las necesidades de la gente.

Ya casi es redundante decir que necesitamos mejorar los niveles educativos e invertir más en ciencia y tecnología, puesto que es una fórmula conocida, por lo que deberíamos preguntarnos qué es lo que nos falta para dar el paso inicial y girar nuestras economías subdesarrolladas hacia una economía del conocimiento.

Es evidente que no se trata sólo de riqueza ni de condiciones, sino que hay algo más que nos hace falta. Quizá nos falte esa conciencia aleccionadora que nos indique que ir hacia la economía del conocimiento no es sólo una cuestión de modelos económicos sino de supervivencia. Mientras países que antaño eran pobres, como Singapur o Corea del Sur, ahora han logrado niveles elevados de desarrollo gracias a la inversión en su gente, en América Latina seguimos en el discurso, en la reproducción de la pobreza, en el apego a viejos modelos que no funcionan y vicios que nos mantienen en el atraso. La gran pregunta es cómo romper el molde y dar el paso fundamental. Eso siempre queda pendiente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay,

domingo, 2 de septiembre de 2012

Colombia: café, flores e incertidumbres

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las economía colombiana, marcada por el aroma del café y de las flores, presenta rasgos característicos de los países latinoamericanos: dependencia del sector agrícola y de la exportación de materia prima y productos básicos, mucha riqueza en cuanto a recursos naturales, un enorme potencial de crecimiento y todavía mucho por hacer para consolidar una economía que permita revertir los niveles elevados de desigualdad que se evidencian con más del 35% de su gente en situación de pobreza. Además de las exportaciones del petróleo, del café, los minerales, las flores y otros rubros, los colombianos ahora tienen en las remesas a una de sus principales fuentes de ingreso.

Al igual que la mayoría de las economías de la región, Colombia se encuentra en un proceso de recuperación lenta pero sostenida, tras la crisis global que tuvo su punto más agudo en 2009. En este contexto, aparecen dos urgencias: generar empleos y disminuir la pobreza. Por el lado del empleo, el presidente Juan Manuel Santos informó hace unos días que se habían creado más de dos millones de puestos de trabajo en los dos últimos años -a contracorriente de lo que ocurre en los países europeos-, en tanto por el lado de las necesidades sociales tuvo que admitir que la pobreza sigue afectando a uno de cada tres colombianos, es decir, 14 millones de personas.

Los pronósticos del gobierno del país cafetero indican que este año la economía tendrá un crecimiento de 4,7%, en tanto para 2013 se continuará la tendencia con un repunte de alrededor de 4,4%. Sin embargo, estos indicadores se presentan en un contexto de advertencias: la caída del precio internacional del petróleo, las oscilaciones de la cotización de los rubros agrícolas y materia prima, la disminución de las remesas (sobre todo por la crisis de Europa y Estados Unidos) y la pérdida de la confianza de consumidores e inversionistas podrían afectar las proyecciones para los siguientes años. En un escenario de mucha dependencia de factores externos, la incertidumbre forma parte de cada proyección.

A pesar de que siempre se identifica a Colombia como el país del café, este rubro hoy no se encuentra en su mejor momento, en tanto la mayor fuente de ingresos la constituye el petróleo. La producción de café está a la baja desde hace cuatro años, además de que los productores han mermado sus ingresos debido a los menores precios y la revaluación de la moneda colombiana. Sólo el año pasado la producción de café disminuyó 12%: se produjeron 7,8 millones de sacos de 60 kilos, mientras que en 2010 la cifra fue de 8,9 millones de sacos. No obstante, el país sigue siendo referente en calidad de café y está trabajando para incrementar su volumen de producción.

Pero si hablamos de rubros no tradicionales para los latinoamericanos, un caso emblemático es el de las flores. Colombia es el segundo exportador de flores a nivel mundial -sólo superado por Holanda- y el año pasado esto representó ingresos superiores a los 1.260 millones de dólares. Unas 1.600 especies de flores se envían a 88 países, haciendo de este rubro una fuente de empleos para mucha gente.

En contexto, el caso de este país refleja muchos de los problemas de las economías latinoamericanas: la dependencia de la exportación de recursos naturales como materia prima o como productos con poco valor agregado, la falta de dinamismo propio para hacerle frente a las coyunturas del mercado global y todavía muchos resultados pendientes en materia de disminución de la pobreza, de equidad en la distribución de ingresos y en la construcción de modelos económicos que garanticen más y mejores empleos. Todavía hace falta trabajar mucho en la competitividad, en la calidad educativa y en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

Los latinoamericanos sabemos -desde hace mucho tiempo- que con economías dependientes de la exportación de materia prima o con la simple explotación de recursos naturales no lograremos revertir los niveles de pobreza y desigualdad. Sin embargo, seguimos retrasados en un mundo que exige que ingresemos a la economía del conocimiento. Seguir apostando por ingresos coyunturales y por recursos que alguna vez se acabarán no es suficiente para países que tienen la urgencia del progreso y la justicia social.

Al igual que Colombia, los países latinoamericanos tienen un enorme potencial por desarrollar. Pero necesitamos dar pasos fundamentales que siempre postergamos: más educación, más visión de futuro y menos corrupción.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 19 de agosto de 2012

Panamá: el crecimiento y el reto de la desigualdad


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las economías latinoamericanas se caracterizan por esa posición complicada de la emergencia, en donde se contraponen las grandes oportunidades de desarrollo y las anclas que terminan por mantener en el fondo sino a todos, al menos a buena parte de la población. Panamá no es una excepción, pues goza de indicadores económicos envidiables que pronostican un futuro próspero, al mismo tiempo que sus niveles de desigualdad y de fallas en la educación pintan un panorama no muy alentador para un porcentaje importante de la gente.

Comencemos por las bonanzas: el gobierno panameño prevé para este año un crecimiento económico de 10%. Esto se sumaría al repunte del año 2011, cuando el Producto Interno Bruto (PIB) se incrementó 10,6%. Panamá tiene un ritmo de crecimiento sostenido desde hace más de 20 años, y solo en los últimos cinco años su promedio fue de 8,9%, muy por encima del promedio de América Latina. Y la perspectiva futura se mantiene favorable, con un pronóstico de 8% de repunte para 2013.

La estrategia de este país centroamericano está basada en la explotación de sus enormes oportunidades comerciales: teniendo al Canal de Panamá como punto de partida para facilitar el comercio internacional, ha desarrollado servicios de logística, comunicaciones, transporte y finanzas que no sólo favorecieron la cuestión comercial sino que impulsaron la atracción de inversiones extranjeras y el turismo. Los panameños saben cómo facilitar las importaciones, el paso de mercaderías y el tránsito por su territorio con miras a los grandes mercados mundiales. Y uno de sus aciertos fue convertir al país en un centro aéreo, con lo que ha mejorado notablemente la confianza para operar en su territorio y de paso generar una afluencia importante de turistas.

De acuerdo a los datos de diferentes organismos internacionales -como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Naciones Unidas y el Banco Mundial (BM)- es el país con los ingresos por habitante más altos de Centroamérica. Visto desde la perspectiva de su potencial, algunos dicen que podría ser "la Singapur de América", aunque todavía hay algunas diferencias notables que limitan este futuro que parece muy prometedor.

Uno de los grandes problemas de fondo es la desigualdad: mientras los indicadores muestran crecimiento, la pobreza sigue afectando a una buena parte de la población, que vive en condiciones precarias y en un ambiente rural de pocas oportunidades, lejos de la concentración de la riqueza en las grandes ciudades. Los datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) dicen que la pobreza afecta al 26% de la gente, en tanto otros estudios sitúan la cifra por encima del 30%. Aquí tenemos el reflejo de dos realidades: una en donde hay mucho comercio y un incremento de la riqueza, y otra en donde dicha riqueza no llega y en donde las limitaciones pueden más que las inversiones extranjeras y los flujos de capital.

La calidad de la educación es un problema serio en Panamá, pues la riqueza no llegará a los pobres mientras estos sigan sin tener preparación y sin saber aprovechar las oportunidades. Al igual que en la mayoría de los países latinoamericanos, los sistemas educativos siguen siendo precarios y con muchas deficiencias, por lo que un segmento importante de la población carece de las condiciones necesarias para conseguir un buen empleo, para emprender o para competir en un mercado laboral que necesita gente con preparación.

Observar la realidad panameña debe servirnos para asumir que más allá de las bonanzas económicas que tienen nuestros países tenemos desafíos muy grandes que debemos afrontar. Lo primero es revertir esa condición de desigualdad que hace que cada vez que haya un buen momento económico terminemos por generar más pobres y más exclusión. Cuidar los indicadores macroeconómicos no le alcanza a una Latinoamérica a la que le urge devolverle la oportunidades a la gente. Así como hizo Singapur o como lo hacen los países nórdicos, deberíamos empezar por igualar a la gente en materia educativa, por tener una formación incluyente y de mayor calidad, para así minimizar esa enorme brecha que tenemos entre los que concentran la riqueza y los excluidos, entre los que saben aprovechar oportunidades y los que quedan a merced de su falta de conocimiento.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 12 de agosto de 2012

Costa Rica, un país interesante


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Llamativo, exótico e interesante. Costa Rica es uno de esos lugares en donde se combinan factores atractivos que despiertan la curiosidad y acaso la envidia. Es una de las democracias más antiguas, con una marcada estabilidad política, muy distante de las democracias latinoamericanas endebles que, confusas y propensas a lo indefinido, nos acostumbraron a lo imprevisible. Como toque de distinción, mientras los gobiernos latinoamericanos se militarizaban y hasta empotraban dictaduras empuñando las armas, Costa Rica abolió su ejército hace más de 60 años. La de idea de nación era clara: las victorias armadas no eran las importantes, sino que habría que ganar batallas en el campo educativo para que el beneficio se extienda a la sociedad.

Hoy en día es uno de los países más alfabetizados de América Latina y ha ido mejorando sus niveles de calidad educativa. Pasar de los presupuestos militares a la inversión en educación ha generado una sociedad más próspera y menos tendiente al conflicto. Y como resultado de la apuesta a la educación, no sólo han mejorado los niveles de productividad y competitividad en materia de recursos humanos, sino que han generado un clima atractivo para la inversión de las empresas que requieren de mano de obra calificada, como las grandes compañías productoras de tecnología. Los beneficios sociales son importantes, aunque todavía la pobreza sigue afectando a alrededor del 20% de la población, de acuerdo a los datos de Naciones Unidas.

Los “ticos” no sólo se están adelantando al resto de los países latinoamericanos en su carrera hacia la economía del conocimiento, sino que han sabido aplicar buenas estrategias para el aprovechamiento de sus recursos naturales. Precisamente, sus volcanes, bosques y parques nacionales en general son un atractivo que ha convertido al país en uno de los pioneros del ecoturismo, en tanto se suman ingresos superiores a los 2 mil millones de dólares por año en materia de turismo. De esta manera, al sumar los beneficios de la educación, los ingresos por turismo, la inversión extranjera y el desarrollo de la industria de alta tecnología, Costa Rica presenta factores importantes que apuntan a que el país siga una ruta de progreso y mejoría de las condiciones de vida de su gente.

Hablar de lo “orgullosamente tico” es referirse a una marca país que se traduce en seguridad, calidad y respeto. Es uno de los países más seguros de América Latina –según el Índice de la Paz Global 2012- y respetado por sus cuidados al medio ambiente, por las libertades de las que gozan los ciudadanos y por la apuesta permanente que se hace por la educación.

Costa Rica se encuentra actualmente en un proceso de recuperación económica, tras la crisis global que hizo sentir sus efectos en el país en 2009. Con un crecimiento promedio del 4% en los últimos dos años y con una buena generación de empleo, los indicadores son alentadores aunque todavía insuficientes para cubrir todas las necesidades de una economía emergente.

Hay muchos factores interesantes que aprender de los ticos. Desde su redireccionamiento de los gastos militares hacia la inversión educativa, hasta su apuesta por la competitividad de los recursos humanos como incentivo para el desarrollo de empresas tecnológicas. ¿Cuántos gastos innecesarios tenemos que bien podrían servir para una inversión a futuro? ¿Cuánto tiempo más vamos a priorizar en nuestros presupuestos a los partidos políticos, a la burocracia parasitaria y a los avivados que se cuelgan de las bondades del poder para hacer fortunas impuras? ¿Cuándo destinaremos los recursos al desarrollo de la gente y no al mantenimiento de estructuras obsoletas?

Vivimos en sociedades injustas porque no hemos priorizado la educación de la gente, de manera que esta es la verdadera fuente de la desigualdad, la exclusión y la limitación para el progreso. Si hiciéramos el ejercicio de pensar un cambio en el destino de los recursos que tenemos… ¿qué gastos deberíamos suprimir y qué inversiones serían las urgentes para mejorar al país? Vale la pena pensarlo. Con urgencia.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 29 de julio de 2012

Paraguay, muchas oportunidades y poco provecho


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Tras una revisión de las estrategias de las naciones desarrolladas y emergentes, una gran pregunta que queda siempre es cuál es la estrategia que tiene Paraguay en cuanto a modelos de desarrollo y mejoramiento de la economía. Es difícil clasificar a Paraguay y es más complicado aun definir cuál es su apuesta para la construcción de un futuro a mediano y largo plazo, teniendo en cuenta la inestabilidad política y la falta de una hoja ruta clara sobre la que se cimente el desarrollo. Es un país de contradicciones y absurdos, en donde la abundancia de recursos naturales y riqueza energética contrasta con los elevados índices de pobreza y las injusticias en la distribución de la tierra y las oportunidades.

Durante muchos años se apostó por el modelo agroexportador, en la creencia de que la riqueza de la tierra convertida en producto cotizado en el mercado internacional terminaría por beneficiar a los campesinos y a la gente en general. Pero mucho de eso quedó en la venta de materia prima –sin todo el valor agregado que podríamos darle- y en la sobreexplotación mediante monocultivos intensivos que terminaron concentrando la riqueza en pocas manos. Así, los niveles de crecimiento económico dependieron de las exportaciones de rubros como la soja pero no se tradujeron en equidad distributiva, pues los grandes exportadores incrementaron sus ingresos mientras que los niveles de pobreza y marginalidad seguían intactos o empeoraban.

Como en el ciclo del eterno retorno, hubo periodos de crecimiento notable que siempre se acabaron, y terminamos por volver a reflejarnos en las mismas precariedades que buscamos eludir. Con la construcción de Itaipú el país logró un crecimiento sin precedentes y se respiraba la bonanza, pero la burbuja explotó y hoy tenemos el mayor per cápita de energía eléctrica del mundo, aunque el 95% de dicha energía se la queda el Brasil mientras el Paraguay sigue pobre y sin encontrar el mecanismo de hacer que este potencial se convierta en un soporte para el progreso. Nos jactamos de la electricidad pero seguimos dependiendo del petróleo que importamos y careciendo de sistemas de trenes eléctricos que faciliten la movilidad de un país mediterráneo al que le urge facilitar las comunicaciones.

Y mientras los países con visión de futuro han emprendido la carrera hacia la economía del conocimiento, mediante la optimización de la calidad educativa y la inversión en ciencia y tecnología, Paraguay todavía está a merced del clima, de los factores externos como los precios internacionales y de la buena voluntad de los vecinos, que deciden si traban o dejan pasar las exportaciones. Bastan una caída del precio de la soja o un brote de aftosa que ahuyente a los compradores, para que la economía se resienta y golpee a todos. Con una industria poco competitiva, que encima ha sido perjudicada por las trabas del Mercosur, los logros han sido esporádicos y sectorizados. Mientras lo que se requiere es ser competitivo y expandir la economía hacia los mercados globalizados, todavía se sufre en el mercado interno cuando el contrabando desplaza a la producción local.

El problema de fondo no radica en la pobreza de recursos naturales ni en la falta de oportunidades de desarrollo, sino en la pobreza educativa. Curiosamente, Paraguay cuenta con el bono demográfico, con más del 60% de su población con menos de 30 años, pero no ha trabajado correctamente los cimientos de cualquier sociedad: su gente. Singapur, Finlandia, Noruega y otros países prácticamente han derrotado a la pobreza gracias a la apuesta por la educación de su gente, y hoy gozan de niveles de calidad de vida muy lejanos a los que conocemos en Paraguay.

No hay modelo económico exitoso sin gente educada, sin mano de obra calificada, sin profesionales que dirijan la economía y que sepan cómo lograr competitividad en cada uno de los sectores. Mientras no asumamos esto y no obremos en consecuencia, seguramente seguiremos experimentando con modelos económicos y dependiendo de ciclos de bonanza que se irán tal como vinieron. Sin revertir nuestros índices de analfabetismo, analfabetismo funcional y la poca preparación profesional, no lograremos revertir ni la pobreza ni la marginalidad ni las injusticias sociales.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.