domingo, 28 de diciembre de 2014

Desafíos de fondo


Por Héctor Farina Ojeda 

El avance de la economía en 2014 nos ha traído más de lo que ya conocemos: una expectativa importante a principios de año, con un crecimiento pronosticado como bueno que, finalmente, se fue recortando para acabar en un estimado de entre 2.1 y 2.6 por ciento. Con el cierre de otro año con crecimiento insuficiente, la esperanza se proyecta a 2015, aunque el pronóstico de repunte de 3.9 por ciento se ve amenazado por la disminución de los ingresos petroleros, la falta de dinamismo interno, una menor actividad económica global, la inseguridad, la volatilidad del dólar, entre otros factores. Como ocurre desde hace décadas, al culminar un año se sabe que la economía quedó en deuda con la mayor parte de la población, en tanto se siguen arrastrando problemas de fondo que limitan el crecimiento y la posibilidad de minimizar las injusticias. 

La receta clásica de tratar de mantener estables los grandes indicadores puede ser importante pero en el caso mexicano resulta claramente insuficiente. A la economía le hace falta audacia para pasar de cuidar la inflación, la inversión y vivir a la expectativa del precio del petróleo y de la situación estadounidense, a un estado en el cual la competitividad, la innovación y la permanente reinvención marquen las pautas. Hace falta encontrar la manera de que los grandes números aterricen en la pequeña economía de la gente, para que el crecimiento llegue a los pobres, para que la generación de empleos no solo se presente en lo cuantitativo, sino que implique calidad, estabilidad, buenos salarios y la oportunidad de mejorar las condiciones de vida. 

Un golpe de audacia para la economía es el que hizo Finlandia en el año 1993, cuando en medio de una crisis que prácticamente quebró al país decidió duplicar su inversión en ciencia y tecnología, con lo que pasó de una situación crítica a una de bonanza: en menos de 15 años los finlandeses lograron minimizar la pobreza y ostentar uno de los mejores indicadores de calidad de vida del mundo. Audacia es la de los noruegos, que a partir de haber encontrado petróleo en su territorio decidieron crear un fondo especial para educar a su gente. Ahora es uno de los países más educados del mundo, más prósperos, casi sin corrupción y sin pobreza. 

Un desafío interesante para atender una cuestión de fondo es elevar la competitividad del país. Y es que mientras la atención se centra en los grandes números, sobre todo en el crecimiento, la economía sigue siendo poco competitiva, la calidad educativa sigue siendo baja, las instituciones no son eficientes, en tanto la innovación, la ciencia y la tecnología siguen siendo postergadas. Mejorar desde dentro, en sectores estratégicos como la educación, seguramente nos dará mejores resultados que los que se pueden presumir actualmente. 

Hay desafíos importantes para la economía mexicana que van más allá de esperar vientos favorables. La competitividad, la innovación, la ciencia y la tecnología y, sobre todo, los recursos humanos son vitales para reinventar la economía y pasar de los números de siempre a los números de la gente.

Publicado en el diario Milenio Jalisco, en el espacio "Economía empática".  

lunes, 15 de diciembre de 2014

El riesgo de la pobreza


Por Héctor Farina Ojeda

La advertencia fue clara por parte del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno: existe el riesgo de que una parte de las personas que lograron salir de la pobreza y subir a la clase media vuelvan a ser pobres El factor que hace temer esto es que no se espera la misma bonanza económica para América Latina en los próximos años, es decir que no se tendrá el mismo crecimiento, además de las carencias en cuanto a políticas públicas y dinamismo propio que favorezcan un desarrollo equitativo. 

Las palabras del titular del BID hay que tomarlas como un toque de alerta y no como un augurio funesto. Si pese a la buena coyuntura latinoamericana en los últimos años los resultados en cuanto a disminución de la pobreza han sido limitados y precarios, hay que pensar qué pasaría sin esa bonanza. Y más en el caso de México, que en las últimas tres décadas ha logrado apenas un crecimiento económico mediocre de alrededor del 2 por ciento, en tanto se mantiene la condición de pobreza que afecta a cerca de la mitad de la población. ¿Cómo evitar el riesgo de la pobreza en un contexto de crecimiento insuficiente y de notable desigualdad?

Si en tiempos de auge en la región, la economía mexicana no creció a tasas importantes y no logró revertir la pobreza, la pregunta es qué podemos esperar sin dicho auge. Es sabido que una de las obsesiones de los gobiernos es lograr el crecimiento para generar riqueza, pero también es sabido que en sociedades desiguales esto no equivale a menos pobres, sino a una mayor diferencia entre los ricos y los que viven en la pobreza. En México la economía crece pero la riqueza generada se concentra en pocas manos. Imaginen lo que pasa cuando no crece. 

La inquietud detrás de la advertencia debe estar centrada en cuáles son los elementos con los que contamos para lograr un dinamismo económico propio que pueda hacerle frente a coyunturas internacionales no favorables, así como para lograr una distribución más equitativa de la riqueza y las oportunidades. Si vemos los resultados, las políticas sociales no han sido suficientes o no han sido las adecuadas. Por eso siguen ahí los pobres, por eso la desigualdad y por eso ni los buenos vientos soplaron ni soplarán para todos.

Pensar en la “derrama económica” ya no alcanza, pues antes de derramarse la riqueza, queda retenida en el interminable recipiente de unos pocos. Hay que pensar en la capacidad de hacer de la gente como la fuente genuina de la generación de riqueza. Más innovación, más educación, más ciencia y tecnología, y menos coyuntura y menos dependencia de factores externos. 


La pobreza y el riesgo de más pobreza siempre estarán presentes, con auge o sin auge en la región, en la medida en que no logremos construir una economía competitiva que se base en el talento, la creatividad y el conocimiento de la gente. Las crisis son cíclicas, las bonanzas son efímeras y la economía internacional es demasiado cambiante. Lo auténticamente nuestro es la capacidad de hacer. Eso nos hará fuertes frente a los riesgos de la pobreza.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Percepciones de corrupción


Por Héctor Farina Ojeda 

Estancado y en mal sitio. Nuevamente, México aparece en el grupo de los países de mayor nivel de corrupción, de acuerdo al Índice de Percepción de la Corrupción 2014, realizado por Transparencia Internacional. Ubicado en la posición 103 de 175 países analizados (el 1 es el menos corrupto y el 175 el más corrupto), se encuentra lejos de los países que son percibidos con menor corrupción y que ocupan los tres primeros sitios: Dinamarca, Nueva Zelanda y Finlandia. En América Latina, por encima de México se encuentran Chile y Uruguay (puesto 21), en tanto por detrás -es decir, con más niveles de corrupción- están Honduras, Nicaragua, Paraguay y Venezuela. 

Este informe se realiza sobre la base de encuestas a diferentes instituciones, mediante las cuales se busca conocer la percepción que se tiene sobre el sector público de cada país. Nos dice cómo nos vemos, cómo percibimos la corrupción en cuanto a trámites, gestiones y administración de lo público. Y los resultados que se difunden todos los años nos muestran que la corrupción sigue carcomiendo a los gobiernos y sigue robando oportunidades a millones de latinoamericanos que se encuentran en situación de pobreza, precariedad y abandono. 

En el caso mexicano, el informe advierte que se requieren cambios radicales en la estrategia anticorrupción, porque hay un estancamiento en la última década. La situación no es nada alentadora, pues conlleva una pérdida de credibilidad en las instituciones, la falta de confianza para las inversiones y los emprendimientos, así como termina limitando el crecimiento económico. No es casualidad que los países percibidos con menor corrupción sean los que tengan los niveles de calidad de vida más altos, los que tengan más estabilidad y menos pobres. Y no es casualidad que los más corruptos tengan elevados niveles de pobreza, injusticia, desigualdad y marginación. 

Algo fundamental que debemos entender es que la corrupción no sólo tiene que ver con los grandes números y con el sector público, sino que afecta a todos los estratos de la sociedad: se manifiesta en la falta de empleos, en la precariedad, en las escuelas que no tienen aulas o en los hospitales sin medicamentos. Se nota en la falta de credibilidad en la justicia, en la inseguridad, en la pobreza educativa y en el sistema de compadrazgo y nepotismo que privilegia a los ineptos antes que a las personas preparadas. La corrupción es un mal culpable de miles de otros males, que carcome, empobrece, frustra y mata. 

Definitivamente no basta con seguir enarbolando el discurso anticorrupción o creando comisiones o instancias financiadas para simular que se hace algo. Hay que mirar a los países exitosos para entender que la cuestión es cultural y que todo pasa por un cambio basado en la educación y la conciencia de la gente. Nos corresponde exigir transparencia, acabar con la impunidad y no tolerar la corrupción, ya sea minúscula o mayúscula. Nos corresponde recuperar la confianza y asumir el compromiso de no corromper ni dejarnos llevar por la corrupción ajena. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

Ingresos y dependencias


Por Héctor Farina Ojeda 

La caída del precio del petróleo en los mercados internacionales, que genera preocupación por la consecuente disminución de los ingresos petroleros, puso un toque de alerta ya harto conocido en la economía mexicana: ante la dependencia que se tiene de ciertos sectores, cuando estos se ven afectados se teme un impacto fuerte en todo el país. Cuando se habla de un mal momento de los precios del petróleo, de las remesas, el turismo, las exportaciones o -fundamentalmente- la economía de Estados Unidos, sabemos que el efecto sobre México es inminente y será duro. 

Y no solo se trata de la dependencia de las cuatro principales fuentes de ingreso, sino que todas ellas dependen de lo que ocurra en la economía estadounidense. Más del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas tiene como destino el mercado del vecino del norte, en tanto las remesas tienen como origen a los trabajadores que tuvieron que irse a Estados Unidos en busca de ingresos. Y en este contexto, el turismo también posee un alto contenido de ingresos provenientes del lado estadounidense. 

En tal coyuntura, la premura del gobierno por anunciar que “las finanzas están blindadas” se da frente a la disminución del 30 por ciento del precio del crudo desde junio. Lo curioso es que el mal momento del ingreso petrolero se produce cuando hay un repunte de los ingresos por remesas, turismo y exportaciones. Pero pese a este anuncio de blindaje de una de las principales fuentes de ingreso, en realidad no cambia el fondo de la cuestión: hay una marcada dependencia a ciertos sectores, hay una concentración de la riqueza en pocas manos, el crecimiento económico sigue siendo mediocre y esto no alcanza para generar suficientes empleos ni para revertir los números de la pobreza. 

No es casualidad que México todavía no termine de recuperarse, pues Estados Unidos continúa su dilatada recuperación económica tras la crisis de 2008. La dependencia es demasiado fuerte, por lo que blindar un ingreso o una fuente es necesario pero no suficiente. Es lograr estabilidad para los grandes indicadores pero seguir con la deuda de hacer que esos números aterricen en la pequeña economía y generen beneficios para la gente que más lo necesita. 

La urgencia mexicana no debería ser blindar ingresos ni seguir manteniendo grandes indicadores, sino generar un dinamismo propio que permita no estar a merced del vecino ni de la riqueza proveniente de uno o dos sectores. Y para pensar en un dinamismo propio hay que hacer una economía competitiva, que produzca con calidad y pueda posicionarse en los mercados internacionales. Es necesario diversificar las fuentes de ingreso y los destinos de las exportaciones, pero ello solo se logra con sectores competitivos, con mano de obra calificada y con una producción de calidad. 

Los grandes números son importantes pero no llegan a cubrir las necesidades de la gente. Hay que apostar por fortalecer las microempresas, los emprendimientos y la capacidad de hacer de la gente. Es hora de trabajar con la gente y romper dependencias. 


Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio "Economía Empática". Ver original aquí:

Una buena referencia económica


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una pequeña isla de 692 kilómetros cuadrados nuevamente se ha posicionado como el mejor lugar del mundo para hacer negocios: Singapur. No debería sorprendernos que este país asiático que apenas tiene 50 años de historia haya sido seleccionado por séptimo año consecutivo como la mejor opción para hacer negocios a nivel mundial, según la encuesta que realiza la Unidad de Inteligencia de The Economist. En el mismo sentido, el informe Doing Business 2015: más allá de la eficiencia, elaborado por el Banco Mundial, también ubica a la isla asiática a la vanguardia como opción para montar un negocio. 

El informe de The Economist destaca que Singapur se ubica en el primer puesto debido a que tiene una economía eficiente y abierta, que busca mantener su competitividad y ser un centro de negocios para todo el mundo. Pero más allá de las consideraciones generales, hay aspectos que explican por qué tiene preferencia cuando se trata de emprender un negocio: es una economía competitiva, con una tasa de impuestos relativamente baja, ofrece seguridad y confianza, y en gran parte ha logrado superar a la corrupción. Aunque suene utópico, la corrupción es mínima, casi inexistente. 

El caso de Singapur siempre es una referencia obligada cuando pensamos en cómo mejorar la economía y cómo elevar los niveles de calidad de vida. De ser una isla de piratas, con una pobreza más extrema que la de Haití en 1964, hoy en día es una de las principales potencias comerciales del mundo, prácticamente no tiene pobreza y se ha convertido en un centro de innovación a nivel mundial. El primer secreto: la inversión en educación, ciencia y tecnología. Por esto no es sorpresa que aparezca como una economía competitiva, con el mejor ambiente de negocios, con una elevada calidad de vida y con niveles casi inexistentes de corrupción, inseguridad y pobreza. 

Lo curioso es que la receta sea tan conocida y que los países latinoamericanos sigan en un contexto de informalidad, poca valoración de la educación, escasa inversión en ciencia y tecnología, y una obsesión por cuidar indicadores macroeconómicos como si ello fuera el equivalente del éxito. Con la inseguridad, la falta de respeto a las normas y las leyes, la informalidad, la corrupción, el clientelismo y el compadrazgo no hemos llegado lejos ni lo vamos a hacer. Y esto explica por qué países tan ricos en recursos naturales y humanos, como México, con tantas oportunidades de negocios, no terminan de encontrar la manera de lograr un crecimiento económico sostenido y disminuir la desigualdad y la pobreza.

La referencia de Singapur es sólo una entre muchas. Pero nos dice algo importante: sin invertir en la gente, sin generar confianza y sin buscar la competitividad y la innovación en todo momento, no lograremos resultados distintos a los que tenemos. No hay un futuro bueno conviviendo con la corrupción, el oportunismo y el desorden. Debemos empezar por la planificación, el orden y la inversión en la gente. De a poco, a largo plazo, pero en forma constante. Hay que cambiar cosas, muchas cosas. 

(*) Periodista y profesor universitario 

Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio denominado "Economía empática". Ver original aquí


lunes, 17 de noviembre de 2014

Una cuestión de empleos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de los mayores desafíos de la economía mexicana es la generación de empleos. Desde hace muchos años los números de los puestos de trabajo creados son optimistas pero insuficientes, pues no se alcanza a satisfacer las necesidades de la población en edad de trabajar. Mientras se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos por año, para atender a los desempleados y a los jóvenes que se incorporan al mercado laboral, con mucha suerte se alcanza a generar oportunidades para la mitad. Esto, sin contar que conseguir empleo no equivale necesariamente a buenos salarios ni a estabilidad ni mucho menos a salir de la pobreza. 

Es curioso que los titulares de los periódicos destaquen que México tiene una de las tasas de desempleo más bajas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como si esto fuera algo positivo en sí mismo. La comparación es interesante pero demasiado relativa, pues se mide el desempleo mexicano frente a las economías más poderosas del mundo, que no tienen los mismos problemas y, sobre todo, que poseen niveles de ingreso y calidad de vida mucho más elevados. Los datos dicen que en México el desempleo en el mes de septiembre fue de 4.8 por ciento -por debajo del promedio de 7.2 por ciento de la OCDE-, lo que equivale a 2.5 millones de personas que no tienen trabajo. Parece una comparación favorable, pero al analizar los salarios, el ingreso per cápita, las oportunidades laborales y la calidad de vida de los países de la OCDE, seguramente el porcentaje ya no se verá tan positivo. 

Como punto de referencia, desde la crisis económica de 2009 los números de desempleados en México se han mantenido: 2.5 millones de personas sin trabajo y alrededor del 5 por ciento en la tasa de desempleo. Si a esto le sumamos que el crecimiento económico ha sido mediocre en los últimos 30 años -2.4 por ciento promedio-, y que el salario mínimo equivale a cerca de un cuarto de lo que era en 1980, tenemos que no solo no se han generado las oportunidades laborales que urgen, sino que las generadas tampoco son garantía de mejoría. Estamos ante una precarización del trabajo, ante un mercado tradicional que no genera los puestos necesarios y ante salarios que se han devaluado. 

En tiempos del conocimiento, tenemos que apostar por ir más allá de la oferta del mercado tradicional que ya no alcanza. Hay que apostar por la innovación y por la economía del conocimiento, lo que implica pensar más en el sector de servicios, en el que hoy se concentran dos terceras partes de la riqueza. El economista estadounidense Jeremy Rifkin, autor del visionario libro El fin del trabajo, dice que ante un mercado laboral tan inestable hay que desarrollar habilidades para poder innovar y ajustarse a los constantes cambios. 

Ya no basta con esperar soluciones del Estado ni del mercado: hay que apostar por la innovación, por las ideas renovadoras y por el emprendimiento. Los empleos que están generando no alcanzan y la informalidad no es la mejor salida. Es hora de innovar y emprender. 


(*) Periodista y profesor universitario

Publicado en la edición impresa de Milenio Jalisco, en el espacio "Economía empática". Ver publicación aquí: 

lunes, 10 de noviembre de 2014

El crecimiento económico insuficiente


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Los analistas del sector privado nos dieron una advertencia importante en materia económica durante estos días: recortaron su pronóstico de crecimiento económico para 2014, ya que pasaron de 2.47% a 2.30%, según el resultado de la Encuesta sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado, correspondiente a octubre de 2014, que realiza el Banco de México. Pero más allá del problema del crecimiento moderado e insuficiente -que podríamos catalogar como endémico en el caso mexicano-, la voz de los analistas señala a la inseguridad pública como el principal obstáculo para lograr que la economía repunte. 

De acuerdo a los datos de la encuesta, el 26% de los analistas considera que la inseguridad pública es el principal problema para lograr un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), en tanto el 16% señala a la debilidad del mercado interno, y el 13% señala a la política fiscal como el factor que podría incidir negativamente. Además, la inestabilidad financiera del mercado internacional y la debilidad del mercado externo se consideran como potenciales frenos e inciden en el recorte de las expectativas.

Los especialistas del sector privado también prevén un recorte para 2015, ya que de un repunte estimado de 3.83% se pasó a 3.72%. En otras palabras, las metas para la economía se están reduciendo y ello implica que no se podrá salir -al menos próximamente- de un escenario harto conocido: el crecimiento será insuficiente para atender las necesidades que aquejan al país. Desde 1980 a 2013 el incremento promedio del PIB ha sido de 2.4%, una tasa pobre que tiene directa relación con los problemas de la pobreza que afecta a cerca de la mitad de la población, así como la falta de empleos, las oportunidades perdidas y los bajos salarios. El repunte debería ser de por lo menos el doble, en forma sostenida, para atender las carencias.

La recuperación económica sigue siendo excesivamente lenta. Tras la caída de 2009, cuando se produjo una contracción de 6.5% del PIB, el repunte ha sido limitado y no ha llegado a los sectores más necesitados, lo cual puede verse con una simple revisión de las tasas de desempleo o los niveles de pobreza. Y todo esto se agrava debido a que una mejoría general en la economía no equivale a equidad distributiva, es decir que la riqueza generada tiende a concentrarse en pocas manos y no a distribuirse en forma homogénea ni a llegar a quienes más lo necesitan. 

Además de crecer, se requiere de mayor justicia a la hora de distribuir y de generar oportunidades. Solucionar el problema de inseguridad pública que causa un profundo dolor en la sociedad es una urgencia, así como hay que recuperar la economía de la gente, con sus empleos, sus oportunidades y sus esperanzas. Hay que apostar más allá del crecimiento: por las actividades que generan equidad distributiva y empleos. Hay que invertir más en la gente, en lo social -fundamentalmente educación y salud-, para lograr oportunidades que este pobre crecimiento no promete. 


(*) Periodista y profesor universitario

Publicado en la edición impresa del Diario Milenio Jalisco, en la sección "Economía Empática". Ver aquí

lunes, 3 de noviembre de 2014

Detrás de lo económico


Por Héctor Farina Ojeda 

No fue una casualidad que hace unos días el ex primer ministro del Reino Unido Tony Blair lo haya dicho claramente: el mayor desafío para México es la educación. En un tono similar, Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED), dijo hace unos meses que la educación es importante no sólo para que disminuya la pobreza, sino porque cuando se carece de ella se desperdician los recursos que tiene el país. 

A principios del sexenio pasado, cuando la gran pregunta era por qué México crecía a tasas mediocres pese a hacer bien los deberes, el resultado de las investigaciones apuntó a una causa fundamental: mala calidad educativa. Sin recursos humanos calificados y competentes, las recetas económicas no funcionaban porque no había la capacidad de maniobra para ajustarse a los cambios constantes de la economía ni para aprovechar las oportunidades que surgen y se van de manera vertiginosa. Actualmente, la situación no ha cambiado mucho. 

La caída de México en el Índice Global de Competitividad 2014-2015 fue un toque de alerta que no hizo tanto ruido como debería: del puesto 55 retrocedió al sitio 61, de un total de 145 países estudiados. El informe de Foro Económico Mundial dice que la causa de la caída es el deterioro de la percepción del funcionamiento de las instituciones, así como la baja calidad del sistema educativo "que no parece cumplir con el conjunto de habilidades que la economía mexicana cambiante exige”. Igualmente, el bajo nivel de implantación de tecnologías de la información afecta negativamente a la competitividad. 

Las llamadas de atención sobre el problema que se encuentra detrás del escaso crecimiento económico han sido recurrentes en los últimos años. Reciente lo advirtió la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que en su informe Panorama de la Educación 2014 dice que México invierte mucho en educación (6.2% del PIB en 2011, frente al 6.1% del promedio) pero ello no se refleja en una mejoría de la calidad educativa. El uso inadecuado de recursos termina devorando los esfuerzos por mejorar la educación, lo que a su vez se nota en aspectos económicos sensibles como la pobreza, la desigualdad, la falta de innovación y el mentado crecimiento económico que tanto se requiere. 

Sin embargo, lo curioso es que haya una cantidad interminable de diagnósticos, estudios, advertencias, recomendaciones y recetas, pero los números de la pobreza prácticamente no se hayan movido: siguen afectando a cerca de la mitad de la población mexicana. Y en el mismo sentido, el crecimiento económico sigue siendo insuficiente y altamente inequitativo, pues se concentra en pocas manos y no llega a los más necesitados.

Hay que sentar una postura clara: sin mejorar la educación, sin mejorar la producción en ciencia y tecnología, y sin tener recursos humanos competentes que puedan hacerle frente a las cambiantes necesidades de un mundo globalizado, los resultados económicos seguirán siendo mediocres. Difícilmente pueda pensarse en disminuir la pobreza o minimizar la desigualdad si no atacamos el problema educativo que limita la economía. Debemos exigir soluciones de fondo a largo plazo y no dejarnos impresionar por parches o indicadores macroeconómicos coyunturales. Los anuncios de empleo o inversiones pueden generar sensación de bonanza, pero esto es efímero y no resuelve cuestiones de fondo. No son los indicadores macroeconómicos ni los números ocasionales, es la calidad educativa la que urge. 

Publicado en la edición impresa del Diario Milenio Jalisco, en espacio denominado "Economía Empática". Ver original aquí:

viernes, 31 de octubre de 2014

El costo de la ineptitud


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Imagino que el mismo Rafael Barrett se hubiera asustado de que más allá del “dolor paraguayo” hoy tengamos esta mescolanza de sufrimiento, ira y absurdo. Si aplicamos al país la pluma de Kafka, más que narradora del absurdo, parece visionaria, al estilo Verne, pues acaso adelantó la existencia de personajes tan poco verosímiles como el diputado Portillo. Y hasta José Ingenieros sentiría que su obra se quedó corta al describir con furia a los mediocres. O el maravilloso tango “Cambalache” quizá no lo diga todo con aquello de que los inmorales nos han igualado. 

En medio de las dificultades y esperanzas de un país que necesita con urgencia corregir incontables injusticias sociales, la ineptitud parece haberse enseñoreado en muchas de las esferas públicas, sobre todo en aquellas en donde más necesitamos de gente idónea. Los ineptos pululan en el Congreso, en la función pública, en los ministerios y en ámbitos de todo tipo. Y aunque sabemos que la ineptitud no se puede generalizar, pues hay gente talentosa, preparada e idónea trabajando por el país, no recuerdo un escenario en el que la ineptitud haya sido tan escandalosa, tan visible y hasta risible, al punto de que concentra la atención y hace que los buenos ejemplos queden en segundo plano. 

El costo de la ineptitud en las esferas de poder es demasiado elevado para que tengamos que soportarlo. Lo podemos ver en los millones de dólares que cuesta mantener un Congreso en el que sus miembros se destacan por haber robado y confesado con cinismo, por sus niñeras de oro,  por sus diputados que no alcanzan a esbozar una idea coherente en forma verbal y que no pueden diferenciar a la masa del “craz”. La ineptitud es muy cara para todos si pensamos que personajes nada idóneos se encuentran al frente de las comisiones especiales y de muchas de las tareas vitales para el Estado. 

Con obras que no avanzan pese a tener financiamiento, con ejemplos de que pagamos intereses por créditos no utilizados o, simplemente, por la parsimonia e indiferencia con la que se analiza el problema del transporte público, podemos sospechar que hay mucha ineptitud detrás. Ni un metrobus, ni un tren eléctrico, ni siquiera unidades decentes para el transporte público de pasajeros. Lo mismo podemos decir del combate a la pobreza, la calidad educativa, las obras de infraestructura o la competitividad: las discusiones tienen años, los problemas son añejos y las soluciones conocidas pero no se ven cercanas en el tiempo. Y es que la ineptitud es la cómplice ideal de cualquier forma de corrupción, por eso siempre aparecen juntas. 

Paraguay se encuentra ante una extraordinaria oportunidad histórica, con vientos económicos favorables, un bono demográfico y un gran potencial de crecimiento. Por eso no podemos permitir que los ineptos y sus cómplices terminen acabando con una buena coyuntura de la misma manera con que han terminado con tantas cosas buenas. Hay que señalar a los ineptos en el poder y no permitir que sigan obteniendo beneficios personales a costa de perjudicar a todos. Los memes, las burlas y la indignación no deben quedar en lo anecdótico, sino que deben ser el punto de inflexión que nos lleve a revolucionar mediante las ideas y cambiar todo aquello que por su misma mediocridad termina empobreciendo a un país necesitado.   

Seguramente con una barrida de los ineptos de las principales esferas de poder y dejando que sean los que saben quienes se pongan al frente de los proyectos del país, podríamos no solo dejar de cargar con un costo oprobioso e inútil, sino que la economía y los paraguayos saldrían beneficiados. No olvidemos que al país le fue bien cada vez que fue administrado con inteligencia por gente idónea, como en tiempos de Eligio Ayala, pero le fue y le irá mal si los referentes son los impresentables que corrompen, lastiman, se burlan y nos afrentan con su ignorancia. 

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el diario 5 días, el diario económico de Paraguay. Ver original aquí

La juventud y la economía del conocimiento


Por Héctor Farina Ojeda  (*)

Una de las grandes oportunidades que tiene la economía mexicana es su juventud: con un bono demográfico, es decir con un mayor porcentaje de gente en edad de trabajar, estamos ante una coyuntura favorable que debería aprovecharse al máximo. Al pensar en las nuevas generaciones, no debemos hacerlo sólo como el relevo poblacional o de las fuerzas productivas, sino de las ideas, las formas de hacer y de pensar. Por esto, la juventud que se incorpora o busca incorporarse al mercado laboral debe ser vista como la renovación necesaria que apunte a contrarrestar viejos males económicos de los que no hemos podido alejarnos: pobreza, desigualdad, atraso y otras injusticias sociales.

Sin embargo, los números sobre juventud y empleo no son los más alentadores: hay 20 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan en Latinoamérica, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En México, del total de la población joven, 20.8% no estudia ni trabaja. Y otro dato preocupante es que 6 de cada 10 jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad, lo que indica que no hay una oferta adecuada en el mercado laboral formal que atienda la demanda de la juventud que necesita trabajar. 

Si cada año hay 800 mil jóvenes mexicanos que se incorporan al mercado laboral, está claro que no se están generando los empleos suficientes para atenderlos, lo que nos lleva a un efecto contrario del que se estima con el bono demográfico: se desperdicia la oportunidad de que las nuevas generaciones renueven los cuadros productivos e impulsen la economía. Como ironía cruel, no tienen empleos porque el crecimiento económico es insuficiente, pero si los jóvenes no consiguen empleos, esto equivale a perder una gran oportunidad de lograr que repunte la economía. 

Pero más allá de los problemas de empleo, las oportunidades insuficientes, los bajos salarios y la presión que obliga a los jóvenes a trabajar en la informalidad, hay que preguntarnos por el fondo de la cuestión: ¿cómo y para qué están preparando a los jóvenes? La cuestión educativa es fundamental para establecer cómo son las generaciones que conforman el relevo y, por ende, qué clase de economía se puede construir. Es la preparación de los jóvenes la que definirá si tendremos una economía competitiva, productiva y que pueda revertir la situación actual en la que casi la mitad de la población se encuentra en situación de pobreza. 

Estamos en la era de la economía del conocimiento, en la cual dos terceras partes de la riqueza que se genera en el mundo corresponden al sector de servicios, que depende del conocimiento aplicado. Por ello, hay que apuntar a una formación competitiva que brinde a los jóvenes la oportunidad de no depender exclusivamente de las ofertas del mercado tradicional, sino que puedan proponer, emprender y revolucionar la economía a partir de sus ideas y su conocimiento.  No es la fuerza de sus brazos, sino el poder de sus ideas. Si los preparan bien, la riqueza vendrá por añadidura.

(*) Periodista y profesor universitario 
Doctor en Ciencias Sociales

Publicado en el diario Milenio Jalisco, en el espacio denominado "Economía empática". Ver original aquí

viernes, 5 de septiembre de 2014

Lentitud en tiempos acelerados

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La característica de ser un país cansino, que se mueve con la pesadez propia de la burocracia y la despreocupación de sus dirigentes hacia el futuro, hace que ante la aceleración de un mundo globalizado parezca que se llega tarde a cada una de las oportunidades que se presentan. No es novedad que Paraguay se encuentra muy lejos de la vanguardia en investigación, ciencia, tecnología, educación o competitividad. Pero resulta notable que siempre se posterguen soluciones, se demoren iniciativas o se empantanen proyectos que podrían ayudar a dar pasos hacia el desarrollo.

Como si no fuera una urgencia para mejorar la calidad de vida de la gente, el tema de la educación sigue siendo una discusión cada vez más lejana a las acciones. Mientras los países más desarrollados están en una carrera por lograr la vanguardia educativa, en Paraguay se suceden las huelgas docentes, los reclamos desatendidos y la inconformidad que no logra convertirse en medidas de cambio. Parece que para los gobernantes se puede seguir postergando la imperiosa necesidad de lograr una educación de calidad, en la creencia de que el descontento y el enojo son efímeros y pueden ser contenidos.

La reacción lenta, cómplice y hasta cínica se nota en contrastes increíbles que no pueden explicarse más que de manera irracional. Como cuando vemos un sistema de transporte público obsoleto, colapsado y arruinado que, en lugar de ser reemplazado de inmediato, recibe subsidios en lugar de sanciones. Y cuando la ciudadanía pide a gritos la solución del problema del transporte, el ostracismo se roba las respuestas: pese a tener los recursos, el proyecto y ante la urgencia, hay incapacidad de iniciar las obras del metrobús. En el mundo de la parsimonia y la desidia, se subsidia a los incapaces, se mantiene lo obsoleto, se postergan las soluciones y se castiga a la gente. Todo lo contrario de lo que debería ser en un país serio.

Más allá de las buenas intenciones, tenemos un Estado que devora todas las iniciativas de innovación, los buenos proyectos y las propuestas para salir del estancamiento. Cuando las ideas llegan a las entrañas del Estado y se requiere de una gestión eficiente, todo se vuelve lento, se pierden las urgencias, se demoran soluciones y como resultado se tiene un desgaste costoso e improductivo. Lo pueden ver en las empresas estatales, en la postergación interminable de necesidades como el boleto estudiantil o en las discusiones estériles que se dan en el Congreso, en donde voces procaces y desprovistas de probidad desvirtúan cada iniciativa y la convierten en motivo de desconfianza.

Si algo nos debe quedar claro es que en una época en la que las economías dependen en gran medida de la innovación y de la capacidad de ajustarse a los requerimientos de los tiempos, no podemos seguir con el paso cansino y la vista despreocupada. Con huelgas en las calles, con ausencia de respuestas a los reclamos, con soluciones trabadas y con ideas de aplicación postergada no se puede pensar en que el país deje de ser un referente del atraso y la falta de desarrollo. Hay que romper esa costumbre de dilatarlo todo y de jugar esperando que el rival se canse. Para tiempos acelerados, necesitamos innovación, soluciones rápidas y planificación estratégica para adelantarnos. Algo de eso deberían saber nuestros gobernantes. 

(*) Periodista y profesor universitario. Doctor en Ciencias Sociales.

Desde Guadalajara, Jalisco, México.

sábado, 12 de julio de 2014

Un país de imprevisiones

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La sensación de que la planificación no será lo que determine el funcionamiento del país sino que lo imprevisto, lo ocasional y los factores externos no sujetos a nuestro control tendrán más peso, siempre está presente en la economía paraguaya. Hace tan solo unos meses se hablaba del país con una proyección de crecimiento económico notable, del buen momento para atraer inversiones y de las bonanzas de tener una población joven y en condiciones de producir como nunca antes. Ahora se habla de un país agobiado por las inundaciones, con miles de damnificados, con corrupción en la entrega de víveres, con inseguridad en las calles y con un Estado en estado de sorpresa frente a un grupo criminal que mata, secuestra, derriba torres y deja sin luz a la gente.

Hace aproximadamente 15 años leí una columna del genial Helio Vera que se titulaba “Hace 10 mil años” en la que el escritor analizaba en forma irónica la incapacidad de prever las crecidas del Río Paraguay, que se dan en forma recurrente desde tiempos inmemorables, por lo que siempre se padecen los mismos males que se pudieron haber prevenido. Con la misma ironía podríamos criticar la falta de previsión en temas como la salud y las consuetudinarias epidemias de dengue, las siempre previsibles crisis por la sequía en el campo, así como podríamos escandalizarnos por los vaivenes constantes de la economía que depende de factores externos, que conocemos pero no prevemos.

Que la informalidad y la imprevisión sean el plan, nos vuelve un país impredecible, que aunque tenga ideas y proyectos no puede garantizar el destino final de estos. Las administraciones de gobierno parecen tatuadas con la marca del cambio constante que derive siempre en lo mismo: como un Sísifo que arrastra la burocracia por una cuesta hasta que al llegar a la cima se cae y reinicia la subida. Así son las iniciativas de un Estado poco previsor, que inventa y reinventa proyectos, pero sigue cargando con los mismos males, lidiando con los mismos problemas y padeciendo por su propia negligencia.

Una gran pregunta que debemos responder con urgencia los paraguayos es por qué no podemos ser planificados y menos sujetos a lo imprevisto. ¿Qué es lo que culturalmente nos hace ser informales y desordenados? Basta con ver la enorme burocracia que tenemos en esa construcción caótica que es el Estado paraguayo para darnos cuenta de la magnitud del problema. Con una burocracia crecida en el desorden, el clientelismo y la falta de profesionalismo, es muy difícil que podamos planificar un país distinto, ya que los males intestinos fungen como anclas que todo lo detienen o entorpecen.

Pensar en un país más ordenado, planificado y previsible es una enorme tarea que debemos emprender todos. Seguir alimentando la imprevisión y el caos equivale a regodearse en un fango indescifrable en el que todo se revuelve, se pervierte y se contamina. Hay que poner orden en casa, trazar un plan a mediano y largo plazo, y definir las acciones urgentes para pasar de lo caótico a lo planificado y visionario. No será fácil, pero debemos hacerlo. Nuestra vida lo merece.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay

martes, 24 de junio de 2014

Un problema de talentos

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las cifras recurrentes de desempleo que afectan sobre todo a los jóvenes, así como las enormes necesidades de oportunidades laborales contrastan con un problema paradójico: la escasez de talentos para ser contratados. Parece un contrasentido pero en realidad tiene una lógica abrumadora: aunque hay muchos jóvenes que necesitan un trabajo y existen niveles alarmantes de informalidad, las empresas tienen inconvenientes para conseguir talentos, para contratar a personas con formación profesional y perfiles específicos para puestos calificados.  

Esto se desprende de la reciente Encuesta de Escasez de Talento 2014, presentada por la consultora Manpower, en donde se menciona que en México el 44% de las empresas tiene problemas a la hora de conseguir candidatos adecuados para contratarlos. En tanto, el promedio global de dificultades para contratar talentos es de 36%. La encuesta que fue realizada en 42 países, sobre la base de consultar a 40 mil empleadores, arroja datos sobre los que debemos reflexionar para saber qué está pasando con el mercado laboral.

Los resultados señalan que entre las habilidades más difíciles de conseguir por parte de las empresas son el manejo de idiomas (36%), emprendedurismo (32%), análisis (31%), planeación y organización (30%) y enseñanza (27%). Las cifras marcan que hay un problema para ajustar la demanda laboral -lo que piden las empresas- con la oferta laboral -lo que saben hacer los recursos humanos-. Mientras un mercado cada vez más competitivo exige que los candidatos sepan hablar inglés, tengan habilidades directivas y capacidad emprendedora, la formación de recursos humanos es deficiente y esto nos lleva a una situación en la que una buena parte de la gente que necesita trabajo termina en el desempleo, el subempleo o la informalidad. Sobre todo en esta última. 

Y estas cifras que corresponden al caso mexicano no son aisladas, sino que que forman parte de un enorme problema latinoamericano. No solo no se ha logrado equilibrar la balanza entre la demanda laboral y la oferta de profesionales salidos de las universidades, sino que la formación deficiente de nuestros recursos humanos y, peor aun, la cada vez mayor presencia de los ninis -que no estudian ni trabajan- están alejando a la juventud de las mejores oportunidades de empleo. De ahí que cada vez sea más común ver a jóvenes en los semáforos, limpiando vidrios o haciendo maromas a cambio de una moneda: lejos de los buenos empleos y sin la formación necesaria se las ingenian para conseguir ingresos. Y como una ironía, aunque se incrementen las inversiones, haya más industrias o empresas, y más empleo, estos jóvenes sin preparación difícilmente serían beneficiados. Al contrario, se sentirán excluidos, pues habrá más empleos pero no para ellos. 

La falta de capacitación y de oportunidades de empleo para nuestros talentos no es un problema menor. Es un enorme e impostergable desafío que requiere de una minuciosa planificación a corto, mediano y largo plazo, para hacer que los jóvenes no terminen siendo excluidos, rechazados o mal valorados en el mercado laboral. Paraguay atraviesa por un momento ideal para potenciar a sus talentos con miras a que estos sean los que renueven las fuerzas económicas. Tenemos bono demográfico, riquezas naturales y todo un país por construir. Sería una tragedia nacional que en lugar de una generación de talentos tengamos una generación descuidada, abandonada y condenada al conformismo. 

Hay que trabajar en la formación de los talentos para que tengan una oportunidad laboral que seguramente sus padres no tuvieron. De lo contrario, el rumbo y el destino ya son harto conocidos. 

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay 

domingo, 8 de junio de 2014

Conferencia en Acapulco: controversias abiertas en el periodismo en Internet



El periodismo en Internet, los retos y controversias no resueltas fueron temas abordados por el periodista Héctor Farina Ojeda en la conferencia que impartió en el marco del Congreso "Uniendo voces de la Comunicación I", organizado por la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro). 

El evento se realizó en Acapulco, México, en la semana del 26 al 30 de mayo, y contó con la presencia de reconocidos profesionales del periodismo y la comunicación.


Fotos: Gentileza de la UAGro. Ver más aquí


sábado, 7 de junio de 2014

Dinamismo propio, el gran reto

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La dependencia de factores ajenos al control propio es uno de los grandes problemas no resueltos en la economía paraguaya. El clima, las lluvias, el crecimiento económico del vecino, los precios internacionales, las trabas o algún malestar ocasional en cierto sector productivo pueden hacer que los grandes números de la economía se tambaleen y que se pase de un año de repunte a uno de estancamiento o contracción. Mientras en un año se llama la atención mundial por lograr un repunte de más del 15%, en otro simplemente se desaparece del mapa de auge económico y se le echa la culpa al mal tiempo que afectó los cultivos o a alguna complicación en los mercados externos. Esto pasa cuando más que una economía planificada hay sectores que se mueven según la coyuntura y que concentran gran parte de los ingresos o la producción de riqueza. 

No es una novedad que Paraguay tiene una economía dependiente de algunos sectores, fundamentalmente los agroganaderos, pero resulta muy curioso que pese a la necesidad de diversificar la economía y de buscar la forma de minimizar la desigualdad, todavía se siga teniendo una gran carencia en cuanto a planificación, rumbo y modelo. Tener una economía dependiente de pocos sectores, con una generación de riqueza concentrada en pocas manos, no solo no ayudará a revertir problemas como la pobreza y la falta de oportunidades, sino que ahondará las diferencias. Han pasado varios gobiernos que se han jactado de sus grandes indicadores, pero una mirada a la realidad de la gente nos da cuenta de que ni con los indicadores más rimbombantes se ha logrado hacer que los beneficios lleguen a gran parte de la población. 

En tiempos de globalización, competitividad, conocimiento, innovación y tecnología, la carencia de un dinamismo económico propio es una enorme limitación que termina perjudicando a la gente y, sobre todo, a los que menos tienen. Cuando centramos las esperanzas de crecimiento en factores externos como el precio de la soja, las bondades de la lluvia o el auge económico de los vecinos, en realidad perdemos el control de lo que podemos lograr porque confiamos más en lo externo que en nuestras propias fuerzas. 

Un desafío pendiente en el país es trabajar para lograr un dinamismo propio que pueda resistir a los vaivenes de los factores externos. Nos falta mejorar notablemente la competitividad de la economía, incentivar la capacidad emprendedora, la innovación y la investigación. Hay que hacer que la planificación del rumbo económico se base en la capacidad de la gente, en lo que pueden emprender las personas, en el conocimiento y la innovación. Para eso es urgente trabajar en los cimientos de toda economía: la gente. 

Algo muy claro es que no se logrará cambiar el modelo de dependencia de la agricultura y la ganadería si no se invierte en mejorar los niveles educativos de la gente: hay que hacer que nuestros recursos humanos sean el pilar de la economía y puedan producir con calidad, innovar y emprender más allá de lo tradicional. El dinamismo propio requiere de gente preparada y competente, que pueda generar riqueza en sectores como los servicios y que, sobre todo, no esté atada a la simple explotación de recursos. 

Con una economía más innovadora, diversificada y competitiva, seguramente tendríamos más oportunidades de hacer llegar la riqueza a los sectores más necesitados y podríamos pensar seriamente en revertir indicadores oprobiosos que nos pintan como un país pobre y de mucha desigualdad. Hay que pasarle el control de la economía a la gente y romper la dependencia de lo coyuntural y tradicional. El dinamismo propio depende de la capacidad de la gente. Y para eso hay que apostar por la educación, la ciencia y la tecnología.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Juventud, entusiasmo y empleo


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La buena perspectiva que tiene Paraguay con el bono demográfico y el crecimiento económico contrasta notablemente con algunos datos que indican que existe un alto desempleo juvenil, problemas con el primer empleo y, sobre todo, una educación que no logra llegar a todos ni brindar la calidad necesaria para que tengamos una generación de profesionales de alto nivel. Mientras tenemos un país joven, con el 60% de la población con menos de 30 años, nos hemos quedado rezagados en cuanto a la generación de empleos, las oportunidades, las ideas y la innovación que se requieren para reformar un país.

No es un problema exclusivo de Paraguay, sino que es un fenómeno de grandes proporciones y distintas latitudes. En México, un reciente informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) dio cuenta de que el desempleo entre los jóvenes que tienen menos de 24 años es del 10%, el doble de la tasa nacional del 5.1% en el primer trimestre de 2014. Si a esto le sumamos el problema de los ninis -los que ni estudian ni trabajan-, que son más de 7 millones en este país, y todavía la enorme informalidad en el mercado laboral, el rezago educativo y la deserción escolar, el panorama se vuelve más complejo. Y el caso mexicano contiene los factores comunes que deberían hacernos reflexionar sobre la planificación que tenemos como país para dar a los jóvenes las oportunidades que necesitan.

Por un lado, nos enfrentamos a un escenario en el que no se generan los suficientes empleos para atender la demanda de la juventud que se incorpora todos los años al mercado laboral. Del otro lado, los niveles educativos para formar a los jóvenes son bajos e insuficientes, por lo que finalmente el mercado recibe mucha mano de obra poco calificada, sin la preparación adecuada para empleos especializados y competitivos. Y en medio, hay una ruptura entre las necesidades de formación de los jóvenes y las ofertas en el mercado, es decir, hay un desempate entre lo que se enseña y lo que demandan los puestos de empleo. Por eso crece la informalidad, que se lleva a una gran parte de la novel fuerza laboral.

Como dice el economista Jeremy Rifkin, nos encontramos ante un mercado laboral cambiante e inestable, en el que la tecnología modifica la forma en que debemos ver al trabajo. Y ante este escenario en constante transformación, los recursos humanos requieren de más habilidades y del conocimiento que permita innovar y ajustarse a los cambios. En este contexto, debemos preguntarnos cómo podemos lograr que los jóvenes tengan una preparación acorde a los tiempos actuales, precisamente en tiempos en donde los ninis, la falta de entusiasmo y las políticas obsoletas amenazan con echar a perder a toda una generación.

Algo que debemos recuperar como si fuera la vida misma es el entusiasmo de los jóvenes por la educación, por la planificación de su presente y su futuro. Con una juventud desatendida y desmotivada, que vive el momento y que busca lo fácil y gratuito, será difícil la construcción de una sociedad mejor. No se puede mejorar la calidad de vida cuando se desaprovecha la capacidad de toda una generación, cuando el mercado los explota y los condena a sobrevivir con salarios miserables, sin expectativas ni rumbo.

Paraguay está ante una oportunidad histórica como nunca habíamos tenido: tenemos a toda una generación que puede redireccionar la economía, la política y la vida del país. Por eso hay que poner énfasis en mejorar los alcances y los niveles de la educación, en lograr una generación de profesionales que puedan reformar nuestros viejos sistemas productivos y que nos enseñen cómo se construye una economía más competitiva y menos injusta. Si formamos a nuestros jóvenes hoy, no tendremos que cargar con una generación pobre mañana.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay

sábado, 10 de mayo de 2014

La universidad, un motor fundamental


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

La reciente elección de un nuevo rector de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) representa un buen momento para pensar y repensar qué tipo de universidad queremos y hacia dónde se deben guiar los esfuerzos en la educación superior. No es una novedad que las universidades constituyen motores fundamentales para el desarrollo de un país, pero acaso esta noción sigue siendo lejana a los intereses de los grupos de poder, pues siguen viendo a los espacios universitarios como cotos, como espacios para la politiquería, la prebenda o la repartición de cargos y salarios a los amigos, compadres o correligionarios.

Cuando se elige a un nuevo rector y este llega emperifollado por las alabanzas de un político que abiertamente incide en una esfera que debería ser solo del conocimiento, no se envía una buena señal. El mensaje claro que nos dan es que no solo hay una politización de la educación superior, sino que los afectos políticos pueden interferir, regir y condicionar el funcionamiento de una institución demasiado importante para los intereses de la nación. 

Una educación politizada, en donde se opere en función de intereses políticos y no siguiendo la lógica de construir una educación superior de calidad que genere a los profesionales que el país necesita, no hará otra cosa que convertirse en una extensión de las instancias en donde las prácticas favorecen a unos pocos por encima de las necesidades de toda la población. Es por eso que el toque de alerta sobre las injerencias políticas en la universidad pública es una advertencia que no se debe dejar pasar como si nada. 

En momentos en los que necesitamos imperiosamente de élites y generaciones de profesionales que pueden ponerse al frente de la economía del país, la universidad debe buscar un mayor nivel educativo y, sobre todo, potenciar la investigación científica. La universidad pública es demasiado importante como para subordinarla a intereses ajenos a la generación de conocimiento, de ciencia y tecnología. Su funcionamiento es fundamental para marcar el rumbo del país. Es por la calidad de sus estudiantes que vamos a definir qué tipo de economía y de sociedad vamos a construir.

Es urgente redireccionar a la universidad hacia la calidad educativa, la ciencia y la tecnología. Necesitamos más profesores instruidos, más investigadores y más creación de conocimiento para poder competir en un mundo globalizado. Las universidades paraguayas ni siquiera aparecen en los estudios en los que se da cuenta de las mejores universidades del mundo. Mientras países como Finlandia, Singapur o Corea del Sur basan su desarrollo en la calidad de sus universidades, en los países atrasados se sigue viendo a las casas de estudio como espacios para el prebendarismo o el compadrazgo. 

Los ojos contralores de la sociedad deberían apuntar hacia la universidad, hacia el manejo que se hace de la entidad que forma profesionalmente a los ciudadanos. En la medida en que podamos exigir más a las universidades y que a su vez estas puedan producir profesionales de alto nivel, seguramente tendremos más oportunidades de lograr mejores resultados para toda la gente. Más investigación, más ciencia y tecnología y menos politiquería. Eso es lo que hay que exigir.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el Diario 5 días, de Paraguay. 

viernes, 25 de abril de 2014

Competitividad, una palabra complicada en Paraguay

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Parece una palabra mágica, digna de algún cuento de García Márquez, cuando se pronuncia en Paraguay. La invocan los economistas, los empresarios, los políticos y, sobre todo, los gobernantes de turno. Se habla mucho de la competitividad pero siempre se termina diciendo poco o repitiendo lo que ya se sabe, sin que ello implique cambiar una verdad lacerante que ancla a todo un país al atraso: Paraguay es uno de los países más rezagados en materia de competitividad a nivel mundial, de acuerdo a los informes que todos los años hace el Foro Económico Mundial. En su informe 2013-2014, el país se ubicó en el lugar número 119, de un total de 148 países estudiados. 

Quizá sea el empobrecimiento del lenguaje el culpable de que la palabra competitividad, que designa un conjunto de factores, sea entendida de manera aislada y hasta marginal. En lugar de pensar en forma global en los factores de producción, el funcionamiento de las instituciones, las políticas públicas, la educación y la productividad, curiosamente la palabra competitividad aparece en iniciativas aisladas, en discursos empresariales o en promesas electorales de cumplimiento improbable. Así, los productores trabajan por su cuenta, las instituciones no funcionan sino conforme a sus propios intereses, las políticas públicas son inconstantes o a la deriva, mientras que la educación casi olvidada genera un país poco productivo, que puede trabajar mucho pero no producir lo necesario ni con la suficiente calidad. 

Vivimos en una época competitiva y globalizada. Lo que hacemos, lo que producimos y lo que generamos necesita ser de calidad, porque de lo contrario, sencillamente, el mundo prefiere otra cosa. Es una tiranía del mercado en donde nos evalúan todos los días, por lo que tener competitividad no es un lujo sino una urgencia. Y este contexto nos condiciona como economía y como país, a tal punto que seguir con nuestros viejos modelos de producción agropastoril o los recitados sobre la industrialización en momentos en los que lo actual es la economía del conocimiento, parece no sólo poco útil sino hasta cínico, pues se habla del futuro al mismo tiempo que se anclan los pies en el pasado. 

Y aunque los grandes números de la economía nos han otorgado bonanza en los últimos años, la planificación de un modelo económico para el país sigue siendo materia pendiente, al igual que la competitividad sigue postergada bajo la administración de un empresario que dicen exitoso. No se ve el nuevo rumbo ni se ven las ideas que detonarán una revolución que nos lleve a revertir los niveles de pobreza y desigualdad. No hay un norte definido, sino acaso sólo una brújula a la deriva que apunta hacia cualquier lugar y hacia ninguno, quizás con el objetivo único de no hundir el barco y seguir a flote aprovechando algún viento ocasional. Así la economía, así la visión del gobierno. 

Hablar, discutir y planificar sobre la economía del país y sobre la competitividad es una necesidad imperiosa. No se puede seguir remando contra burocracias enredadas y costosas, contra sistemas educativos ineficientes, instituciones poco creíbles y contra la corrupción que le pone el palo en la rueda a cada emprendimiento y a cada buena idea. Y debemos entender que no habrá mejoría económica para los sectores necesitados si no se realiza un trabajo planificado que apunte al mediano y largo plazo, que se base en la calidad educativa, en la inversión en infraestructura de comunicaciones, en ciencia y tecnología, y en un mejor aprovechamiento de los recursos que tenemos. 

La competitividad no se logra con iniciativas aisladas ni compartimentos estancos. Es visión de conjunto, con proyección en el tiempo y con una planificación minuciosa. 

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el Diario 5 días, el periódico económico de Paraguay 

martes, 18 de marzo de 2014

Deserción escolar y falta de vocación profesional

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La formación de recursos humanos con miras al mercado laboral y a enfrentar los desafíos que implica vivir en sociedades modernas es una necesidad imperiosa en un mundo globalizado en el que la economía depende del conocimiento de la gente más que de los productos tangibles o los recursos naturales. Hay una relación directa entre la calidad de los recursos humanos y la calidad de la economía, pues esta se construye a partir de lo que lo sabe hacer la gente. 

En este contexto, una mirada a la situación de la deserción, de los problemas de los estudiantes a la hora de elegir carrera y de la calidad de la formación seguramente nos permitirá comprender algunas de las características de la economía. Tomando como  referencia a México, este país no se encuentra bien en cuanto a deserción escolar: ocupa el primer lugar entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico  (OCDE) en cuanto al nivel de deserción de jóvenes de entre 15 y 19 años, así como sus jóvenes tienen muy baja expectativa de terminar el bachillerato y la universidad, según los informes de la OCDE. Los datos de este organismo internacional dicen que se pierde el 40% de los jóvenes en la transición desde la educación media superior a la superior. Es decir, cuatro de cada seis mexicanos que están en el bachillerato no llegan a la universidad. Y de esta cantidad, sólo 12 de cada 100 mexicanos de entre 20 a 29 años se dedican a estudiar.

En cambio, los ninis -los que no estudian ni trabajan- alcanzan el 24% de los jóvenes de entre 15 y 29 años, es decir que hay más de 7 millones de ninis. Esto representa una verdadera tragedia para la economía mexicana, pues se trata de un desperdicio del bono demográfico, de la pérdida de oportunidades en el mercado laboral y seguramente de un porcentaje de gente condenada al desempleo o a los malos empleos, con salarios bajos y con mucha precariedad, lo que no ayuda en lo más mínimo a mejorar la economía del país y las condiciones de vida de la gente. 

Un hecho que me ha llamado la atención es que la deserción en la universidad se da no sólo por motivos económicos como podría pensarse, sino mayormente por falta de vocación y entusiasmo: muchos jóvenes no saben lo que quieren. Como coordinador de la carrera de Periodismo en la Universidad de Guadalajara recibo solicitudes de estudiantes que quieren darse de baja de la carrera. Y cuando les pregunto el motivo, las respuestas son diversas y sorprendentes: "Porque la carrera no es lo mío", "porque como que no me gustó", "no sé...no era lo que esperaba...", o "voy a probar en otra carrera a ver qué hay". Y cuando les pregunto qué esperan de una carrera o de una formación profesional, no alcanzan a atinar respuestas coherentes, por lo que parece que sólo están experimentando para ver si alguna carrera u oficio les gusta. Se nota la falta de vocación y de planificación a largo plazo, tal como dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.

Lo grave es que la deserción, la falta de vocación y la mala formación afectan directamente a la economía mexicana y a las expectativas de calidad de vida de la gente: se tiene un país menos competitivo, con poca capacidad de innovación, con una productividad baja (los mexicanos trabajan más que los europeos pero producen menos y ganan menos), y con empleos precarios y mal pagados. No se puede construir una economía sólida sobre la base de recursos humanos no preparados ni muchos menos de ninis.

El ejemplo mexicano debería llevarnos a pensar si en Paraguay estamos haciendo bien los deberes para disminuir la deserción escolar, para trabajar en la orientación vocacional de los jóvenes y para que la educación sea de calidad. Por los efectos en la economía lo sabremos. 

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México
@hfarinaojeda 

Publicado en el diario 5 días, de Paraguay. 

domingo, 2 de marzo de 2014

Estrenan plan de estudios en Licenciatura en Periodismo

La reforma al plan, un trabajo colegiado para tener un periodista más culto.

Ante la convergencia de medios que imponen los cambios tecnológicos que están modificando por completo los procesos de acceso, elaboración y difusión de la información, los centros universitarios de la Ciénega (CUCiénega) y del Sur (CUSur), de la Universidad de Guadalajara, reciben a los alumnos de nuevo ingreso de la licenciatura en Periodismo con un nuevo plan de estudios, luego de que el Consejo General Universitario aprobara la reforma curricular del programa.

El doctor Héctor Claudio Farina Ojeda, coordinador de la licenciatura en Periodismo en el CUCiénega, dijo que la reforma al plan de estudios es uno de los grandes desafíos para la carrera; con ello, los alumnos recibirán una formación acorde con las necesidades que tienen los periodistas en la actualidad, estar preparados para el uso de las nuevas herramientas tecnológicas, para hacer periodismo digital y dominar las diferentes plataformas.

“Vamos a formar estudiantes con miras a un mercado profesional exigente y demandante, lo que nos dará ventaja frente a cualquier otro plan de estudios similar. El periodismo digital es un fenómeno reciente a nivel mundial. Se incorporan materias que tienen que ver con periodismo multimedia, con redacción de reportajes para medios audiovisuales, herramientas digitales para periodistas y un conocimiento trasversal del uso de las tecnologías”, detalló el coordinador.

La licenciatura en Periodismo, a partir de este ciclo 2014-A, tendrá una duración de ocho semestres, en la cual se incluyen las prácticas profesionales de manera obligatoria, además de materias como: Economía, Sistema judicial mexicano, Sistema político mexicano, Sociedad de la información, Sociedad red y Cobertura de temas sociales contemporáneos, entre otras.

“Es uno de los planes de estudios más actualizados de todos los que se revisaron de América Latina; primero, hay pocas licenciaturas en Periodismo. La nuestra es una licenciatura especializada, que en específico forma periodistas. Coloca no solo a la Universidad de Guadalajara, sino al programa de periodismo, a la vanguardia en su tipo, adelantándose a los tiempos para enseñar cosas que el mercado empieza a demandar, como la parte tecnológica y la enseñanza del inglés, que es muy necesario”, expresó Farina Ojeda.

Con el nuevo plan de estudios, los alumnos de la licenciatura en Periodismo del CUCiénega, en Ocotlán y CUSur, en Ciudad Guzmán, egresarán con los conocimientos necesarios para elaborar proyectos de sitios web, revista digital, conocimientos de edición en audio y video para generar contenidos multimedia, diseñar su propio medio y tener su propio empleo. Gestionar su empresa, dirigirla y que los productos de comunicación sirvan para generar empleos.

A T E N TA M E N T E
“Piensa y Trabaja”
“Año del Centenario de la Escuela Preparatoria de Jalisco”
Guadalajara, Jal., 4 de febrero 2014

Texto y fotografía: CUCIénega

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Fuente: http://www.udg.mx/noticias/estrenan-plan-estudios-licenciatura-periodismo

viernes, 28 de febrero de 2014

La marca país y los desafíos pendientes


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El valor intangible de lo que se conoce como marca país es algo que hasta ahora los latinoamericanos no hemos sabido trabajar ni aprovechar en su justa medida. Cuando se habla de cualquier país latinoamericano se lo puede asociar con el turismo, con las playas, con la hospitalidad de la gente o con lo negativo, la violencia, la inseguridad, la corrupción...o lo desconocido. En algunos casos ni siquiera se establece una relación entre el nombre del país y el mismo país, por el desconocimiento a nivel internacional, por la falta de construcción de una imagen. O sino vean el caso de Paraguay, que a menudo es confundido con Uruguay, sin que exista más argumento que el nombre que suena parecido. 

Tras varios años de vivir en México, estoy acostumbrado a dar explicaciones a los ingenuos que nos siguen confundiendo. Hace un par de días un amigo taxista me contó que había sido invitado a un restaurante "paraguayo", en donde probó extraordinarios cortes de carne como no recordaba y en donde había sido tratado con una calidez "muy sudamericana". En muy poco tiempo supe que en realidad se trataba de un local uruguayo, pues con el nombre "Candombe" no podía quedar mucha duda. Y aunque la anécdota pueda parecer pequeña o poco representativa, me dejó pensando en qué es aquello que nos representa y que no permite que nos confundan. 

Cuando a nivel internacional se habla del Paraguay hay pocas referencias realmente sólidas que nos distinguen y marcan la diferencia: la carne que exportamos o los futbolistas que se posicionan en algún equipo competitivo de las grandes ligas. Pero las referencias son limitadas y esto nos vuelve poco conocidos para el turismo o para que busquen hacer negocios con nosotros. Al hablar de Brasil se establece una relación directa con las playas, el carnaval y el fútbol y no con la violencia que representa cerca de 50 mil homicidios al año. La gente piensa en conocer Brasil y disfrutar de sus bondades porque relaciona al país con lo bueno. O cuando hablamos de Colombia y se piensa en café: hay una referencia, una idea instalada en el pensamiento de la gente. Pero eso pasa poco con Paraguay. 

La pregunta que debemos hacernos es en qué somos realmente buenos los paraguayos. ¿Qué sabemos hacer mejor que nadie y que nos diferencie del resto del mundo? Con tantas bondades en recursos naturales, con tanta energía eléctrica y con un gigantesco potencial en materia de bono demográfico, resulta llamativo que no hayamos podido construir una marca país poderosa y atractiva. Siendo el país de la energía eléctrica ya deberíamos ser el centro de formación de los mejores ingenieros y técnicos especializados en la construcción y manejo de represas, o en los pioneros en la fabricación de autos eléctricos que reemplacen al parque automotor movido a gasolina. O ya deberíamos ser el país de los expertos en agua, aprovechando la riqueza de contar con el Acuífero Guaraní. 

Sin embargo, seguimos lejos de formar a nuestras élites y de construir nuestra marca. Por eso cuando leemos alguna etiqueta que diga "industria paraguaya" realmente no la asociamos con una calidad superior al resto de las industrias, salvo, quizás, contadas excepciones. Si fabricáramos teléfonos inteligentes y le pusiéramos "made in Paraguay" seguramente los consumidores los mirarían con desconfianza porque sospecharían que algo raro hay detrás de la fabricación, algo diferente al profesionalismo y el talento de los fabricantes. Y esto no debería pasar porque tenemos a la gente, tenemos el talento y tenemos la capacidad. Nos falta profesionalizarnos y aprender a sacar provecho de todo el potencial de los recursos humanos. 

Un gran desafío es hacer que nos identifiquen con la calidad, con el profesionalismo y con lo innovador. Nuestras universidades deberían pensar que su reputación depende de la calidad de la gente a la que forman y que los resultados deben percibirse en cada ámbito del conocimiento en donde se desempeñan. Mejores profesionales, mejores empresas y mejores proyectos, seguramente derivarán en una mejor imagen y en una mayor presencia.  

(*) Periodista y profesor universitario 
Desde Guadalajara, Jalisco, México.
@hfarinaojeda 

Publicado en el periódico 5 días, de Paraguay.