domingo, 18 de octubre de 2015

Empleos de calidad

Por Héctor Farina Ojeda 

Conseguir un empleo ya no es solo una oportunidad sino un desafío. La generación de empleos en las últimas décadas ha sido insuficiente, en consonancia con el crecimiento económico mediocre, pero no sólo hay un problema de cantidad sino fundamentalmente de calidad: hay una marcada tendencia hacia la precarización del trabajo, con salarios bajos que no sólo no garantizan ingresos suficientes sino que casi aseguran la permanencia en la condición de pobreza. Sin prestaciones, sin posibilidades reales de crecimiento y bajo la amenaza latente de que el despido podría ser mucho peor que un mal trabajo, una buena parte de la ciudadanía debe conformarse con encontrar un espacio de sobrevivencia dentro del mercado laboral. 

A la dificultad de conseguir un empleo debemos añadirle que los salarios en México son de los más bajos de América Latina, según datos del Banco Mundial. En otras palabras, para un país que tiene a cerca de la mitad de la población en situación de pobreza, el empleo no es una alternativa suficiente, pues los bajos ingresos que perciben los trabajadores no alcanzan para que mejoren su condición de vida. Como si los indicadores se hubieran puesto de acuerdo para sellar una unidad viciosa, el crecimiento no alcanza, los empleos son insuficientes, la pobreza se mantiene y los salarios se devalúan.  

Si bien ha habido un auge importante en varios sectores, como las maquiladoras, las ensambladoras de autos, la industria electrónica o el turismo, los beneficios no alcanzan a revertir los indicadores de pobreza. Como alternativa a un mercado laboral formal sobrepasado, la informalidad se ha convertido en el principal destino de las personas que buscan empleo. Y en un mercado informal, lo último que se podría hacer es buscar es seguridad o estabilidad. Todo es efímero y precario, dependiente y arriesgado. 

Hay dos momentos en los que debemos pensar con miras a atender el problema del empleo: la situación actual, en la que urgen los puestos de calidad para atender las necesidades de una población empobrecida; y el mediano y largo plazo, lo que implica repensar la forma en que vemos el trabajo y las formas tradicionales que teníamos de prepararnos.

Para atender el problema actual se debe facilitar la creación de empresas, lo cual puede incentivarse mediante una reducción de la burocracia y de los impuestos, así como con un sistema de créditos que premie a los emprendedores y los innovadores, sobre todo cuando son pequeños empresarios. Debemos incentivar a los que emprenden y no condenarlos a quedar en la informalidad, a merced de la usura y la precariedad.

Pero para el mediano y largo plazo hay que revolucionar desde las bases, desde la formación innovadora. Si el problema de hoy es conseguir un empleo bueno, el problema de mañana será inventar un empleo bueno. Estamos ante la decadencia de un mercado que nos ofrecía trabajo y ante la emergencia de uno que nos pregunta qué trabajo le ofreceremos. La reinvención del empleo es una necesidad demasiado importante como para sentarnos a esperar que el mercado se haga cargo. Es cosa nuestra.


sábado, 17 de octubre de 2015

Las industrias del futuro

Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los sectores con más auge y con más proyección en la economía mexicana es el de la industria aeroespacial. Con un incremento del 15 por ciento anual en las exportaciones de 2006 a 2014, con la generación de 45 mil empleos especializados en el sector y con un enorme poder de atracción para las inversiones extranjeras, esta industria está marcando pauta de cómo crecer e innovar en medio de una economía estancada. Solamente en 2014 el monto de las exportaciones fue de 6.3 mil millones de dólares, en tanto se espera que en 2015 la cifra supere los 7 mil millones de dólares, según datos de la Federación Mexicana de la Industria Aeroespacial (FEMIA). 

Los buenos resultados en el sector son referenciales, a tal punto que en Chihuahua lo consideran como un caso de éxito nacional: inversiones millonarias, radicación de importantes empresas aeroespaciales, más de 45 plantas de manufactura y más de 15 mil empleos directos en este estado hablan claramente del crecimiento de la industria. Las inversiones fluyen, las exportaciones se incrementan y se generan empleos especializados directos e indirectos. Esto es lo que se espera de cualquier sector económico, aunque en el contexto actual lo aeroespacial es un ejemplo de contracorriente. 

Pero no sólo es un ejemplo interno sino que los logros trascienden al gran mercado: las exportaciones de productos aeronáuticos de México a Estados Unidos superan a países como Brasil, China e Israel. En tanto, de acuerdo con la FEMIA, el ritmo de crecimiento de las exportaciones mexicanas es superior a países como Singapur e India. Sólo este último dato basta para pintar la magnitud de la industria: por encima de los grandes referentes de la innovación, de la ciencia y la tecnología, que no sólo cuentan con empresas de vanguardia sino que invierten mucho más en la generación y aplicación de conocimiento. 

Los números de la industria aeroespacial de México representan una provocación para todos los sectores que se han estancado y requieren un cambio. Estamos ante un giro obligado hacia la economía del conocimiento y hacia las industrias innovadoras basadas en ideas y conocimiento aplicado, por lo que tenemos que pensar rápido y actuar con precisión para construir una economía más visionaria y más justa. Las industrias del futuro dependen de las buenas ideas, la buena preparación y la capacidad de aplicar conocimiento para proponer soluciones originales. 

Y algo que debe quedarnos claro es que innovar e inventar no son una cuestión de genios aislados en algún laboratorio, sino que el trabajo colaborativo, compartir ideas y experimentos están revolucionando muchos sectores de la industria y los servicios. La ética hacker y la revolución informática, el movimiento maker y las impresoras 3D, los drones comerciales, las aplicaciones que facilitan la vida desde un teléfono y el impresionante futuro que nos espera con “el Internet de las cosas” son ejemplos de que más allá de la crisis de la economía tradicional, hay mucho auge, mucha riqueza y mucho mundo por construir.

La urgencia del cambio económico

Por Héctor Farina Ojeda 

El interminable vaivén de la economía mexicana nos ha acostumbrado a que los números se repitan, que las tendencias se mantengan o que no importen los cambios coyunturales, pues la situación siempre vuelve a pintar un panorama en el que cerca de la mitad de la población se mantienen en situación de pobreza, con empleos insuficientes y salarios deficientes, y con esa sensación de que algo estamos haciendo mal para no encontrar el punto de inflexión en esta historia. Con décadas de crecimiento mediocre, con profundas deudas sociales y con la eterna  promesa del cambio, ¿qué se necesita realmente para pasar de la crisis a la tierra de oportunidades?

En la década pasada, tras analizar por qué la economía mexicana hacía bien los deberes pero obtenía resultados mediocres en comparación con otros países, el resultado fue que la baja calidad educativa anclaba las posibilidades de cambio al no dar la oportunidad de innovar y de ajustarse a los requerimientos de un mundo competitivo. Ahora, mientras las estimaciones de organismos nacionales e internacionales advierten que la economía se está frenando, y al mismo tiempo en que la desconfianza se encuentra en un punto crítico, los informes nos muestran un panorama ya conocido: con una educación primaria reprobada y con un sistema educativo que mantiene graves carencias. En otras palabras, es normal que no haya cambios en la economía de la gente si no hay cambios en la formación de la gente. 

Si sabemos que el crecimiento es insuficiente, los empleos no alcanzan, los salarios son bajos, la educación falla, la corrupción nos empobrece y todo ello es un freno para mejorar la calidad de vida, ¿qué debemos hacer para pasar de una situación endémica a una situación de renovación, de mejoría? La pregunta parece general pero no lo es: el caso mexicano es curioso y quizás irrepetible, por lo que las ideas deben pensarse en función de particularidades y excepciones. México es, seguramente, el país latinoamericano que más ha diagnosticado y más conoce la pobreza, desde todos los ángulos y dimensiones, pero parece no saber cómo aplicar una solución efectiva, de las tantas que se recitan. 

Hay ejemplos impresionantes de países que emergieron de la pobreza para convertirse en ricos. Singapur lo hizo mediante la educación, Finlandia gracias a la ciencia y la tecnología; Noruega usó la riqueza del petróleo para educar a su gente, Taiwán repatrió a sus mejores cerebros, en tanto Israel y Corea del Sur -entre otros- se basan en la invención y en el avance de la ciencia y la tecnología. En tiempos de conocimiento, los recursos naturales de los que dependen casi todos los países latinoamericanos ya no son suficientes para generar riqueza y prosperidad. Entonces, ¿cuál debe ser la estrategia mexicana y qué condiciones se requieren para implementarla?

Ya no es una novedad que la economía debe cambiar, pero falta definir qué se requiere para marcar un punto de cambio y dejar atrás todo lo que no sirve. ¿Qué hacemos para prepararnos y para dar el gran salto?  


Del trabajo a la productividad

Por Héctor Farina Ojeda 

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) puso el dedo en la llaga en uno de los graves problemas de la economía mexicana: la productividad. De los 34 países que forman parte de este organismo, México tiene el nivel de productividad laboral más bajo, debido a dos problemas de los que se ha hablado mucho pero se ha resuelto poco: la mala preparación de los trabajadores y la baja calidad educativa. Mientras que México obtuvo un puntaje de 20 en una escala de 100, el promedio de los países miembros de la OCDE es más del doble: 50 puntos. 

Los datos del estudio son contundentes: sólo el 18 por ciento de la población mexicana tiene estudios superiores frente al 32 por ciento del promedio de los demás países de la OCDE. Esto nos habla de trabajadores con bajo nivel de competencia, sin la preparación adecuada y que por lo tanto no alcanzan los niveles de productividad y eficiencia de trabajadores de países como Luxemburgo, Noruega, Bélgica o Estados Unidos, que ocupan los primeros lugares. Además, en muchos de los casos los trabajadores no ocupan los empleos para los cuales tienen estudios, sino que trabajan en lo que encuentran. 

Esta situación no es casualidad. No podemos esperar otra cosa si recordamos que hace apenas unas semanas el Foro Económico Mundial señaló que la educación primaria mexicana tiene muy poca calidad, lo que nos dice que el descuido hacia los recursos humanos es de origen. Hasta parece una gran ironía que los mexicanos trabajen más que los europeos, pero produzcan menos, ganen menos y vivan a merced de la precariedad y la pobreza. 

A los problemas de la educación y la escasa inversión en los recursos humanos hay que sumarle el divorcio entre la formación universitaria y el mercado laboral, así como la situación peculiar de un sistema de privilegios en donde no se contrata al más idóneo sino al amigo, compadre o al que simplemente hizo un “favor” que será recompensado con un puesto de trabajo en el que no sólo no será productivo sino será perjudicial. En un contexto en el que no se forma ni se contrata sobre la base de la idoneidad, no debería sorprendernos que tengamos baja productividad laboral, salarios injustos y mucha gente que trabaja en exceso pero no gana lo suficiente.    

El problema es bastante complejo pero hay ideas que podemos implementar en busca de soluciones. Deberíamos preguntarnos cuáles son las competencias y habilidades que necesitamos con miras a incorporarnos a la economía del conocimiento, así como pensar cómo innovar, cómo emprender y cómo evitar repetir el modelo en el que se pasa de ser desempleado a tener un trabajo mal pagado y con pocas expectativas de mejoría.

El economista Jeremy Rifkin dice que para hacerle frente a un mercado laboral tan inestable y cambiante tenemos que desarrollar más habilidades y más conocimientos. Si el problema está en los recursos humanos. ¿qué esperan para invertir en ellos y prepararlos como se debe? 


Mentes creativas

Por Héctor Farina Ojeda 

Como nunca antes, vivimos en tiempos de ideas, de innovación y de revoluciones tecnológicas que rompen paradigmas y modelos. En forma acelerada, los inventos, los avances de la ciencia, la tecnología y los descubrimientos en campos tan diversos como la medicina o la robótica dan cuenta de que estamos ante una nueva era en la que debemos aprender a reinventar nuestra economía, nuestra formación y nuestra manera de comprender el mundo. Pero frente a esta ventana visionaria, el atraso y los problemas endémicos nos enrostran una realidad que no hemos podido cambiar: hay 134 millones de pobres en América Latina y 200 millones de personas en condición de vulnerabilidad. 

El buen momento de la producción de materias primas y el crecimiento económico no han logrado revertir los niveles de pobreza ni crear los empleos que tanto demandamos. Es más: ante el declive de las condiciones que permitieron reducir la pobreza, existe un fundamentado temor de un nuevo retroceso. Lo dijo claramente George Gray, economista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): se debe calificar a la gente para nuevos empleos, así como a las empresas para desarrollar nuevos productos, con una mayor calidad, si se pretende continuar con la reducción de la pobreza. 

Hoy, en la economía del conocimiento, hay muchos factores esperanzadores para sociedades jóvenes. En su libro “¡Crear o morir!”, el periodista Andrés Oppenheimer presenta una serie de casos curiosos de emprendedores y creadores que están revolucionando la economía y la forma de pensar en los empleos. Más que sobrevivir en el mercado tradicional, hay un pensamiento que va hacia el trabajo colaborativo -la filosofía hacker-, el desarrollo de ideas, la experimentación y un intento constante por innovar. Se trata de mentes creativas, inquietas, que comparten ideas para desarrollar una tecnología, una aplicación o un nuevo modelo de negocios. Y están generando pequeñas revoluciones que terminarán en un cambio notable en menos tiempo del que se cree. 

Jordi Muñoz es uno de los ejemplos claros de que la innovación cambia realidades: en pocos años pasó de ser un desempleado sin título universitario a convertirse en el presidente de una empresa de drones que está revolucionando la industria aeroespacial. De Tijuana, se fue a Estados Unidos agobiado por la falta de recursos y gracias a sus ideas innovadoras ahora es un referente de los drones comerciales a nivel mundial. Y como Jordi Muñoz hay numerosos ejemplos en el campo de las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, las impresoras 3D e incluso la cocina. Los factores comunes : la creatividad y el trabajo colaborativo. 

Dice Oppenheimer que el gran secreto de las mentes creativas para inventar e innovar es rodearse de otros creativos. La pregunta es qué estamos haciendo para incentivar a nuestros talentos, nuestros innovadores y creativos para que sus ideas puedan revolucionar la economía. La creatividad y la innovación son una gran oportunidad frente a nuestros males económicos. ¿Estamos listos para aprovecharlas?