lunes, 21 de diciembre de 2015

La desigualdad más allá del ingreso

Por Héctor Farina Ojeda 

La profunda desigualdad en México es uno de los problemas más graves a la hora de pensar en la construcción de un futuro económico. Pero no se trata sólo de una desigualdad de ingresos, con datos que periódicamente presentan los estudios realizados por diferentes organismos, sino de una sociedad desigual en donde los privilegios y las exclusiones han trascendido a esferas de la vida que no deberían verse afectadas por un mayor o menor ingreso monetario. Desde la oportunidad de recibir una buena educación o una buena salud, hasta los empleos y los salarios están marcados por una matriz de desigualdad que cierra puertas y abre abismos entre ricos y pobres.

Hace unos días, un estudio denominado “Desigualdad Extrema en México: Concentración del Poder Económico y Político”, presentado por Oxfam México, dio cuenta de que el país se encuentra dentro del 25 por ciento de los países que tienen la mayor desigualdad en el mundo. Menos del 1 por ciento de la población mexicana concentra el 43 por ciento de la riqueza, en tanto el 10 por ciento de los trabajadores mejores pagados gana 30 veces más que el 10 por ciento que menos percibe. Y como muestra del abismo que divide a un país: la riqueza de 4 multimillonarios equivale al 9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), en tanto hay 61 millones de personas que viven en la pobreza. 

Más allá de los números y de la cuestión del ingreso, la desigualdad se agudiza en cuanto a oportunidades laborales, acceso a la educación, salud y calidad de vida. De la desigualdad de ingresos que condena a gran parte de la población en una economía de mercado se ha trascendido a las marcadas diferencias sociales en lo que el filósofo Michael Sandel denomina “una sociedad de mercado”, en donde hay cosas que el dinero compra y que no debería comprar. De la diferencia de ingresos salen desigualdades en cuanto a la aplicación de la ley, al derecho a la salud o simplemente a la necesidad de gozar de un buen entretenimiento. En sociedades desiguales en las que todo se vende y se compra, ir al hospital, a una buena función de teatro o exigir el derecho laboral pueden ser una utopía para quienes no pueden pagar.

Además de vivir en condiciones desiguales, la imposición de reglas de juego que propician más desigualdad es un serio riesgo para el futuro económico: mientras las oportunidades de acceso a un buen empleo o a una buena educación se basen en un sistema de privilegios que premia a los que pueden pagar, corromper o ser apadrinados a cambio de “favores”, difícilmente se podría aspirar a una sociedad menos desigual. El futuro económico no puede construirse sobre la base de la exclusión, la marginación y el ensanchamiento escandaloso de la brecha entre las condiciones de vida de unos pocos ricos y millones de personas que sobreviven en la pobreza.

¿Qué futuro económico nos espera si seguimos inflando la desigualdad en la sociedad? Seguramente, ninguno bueno. O simplemente ninguno. Si queremos un buen futuro, en lugar de excluir, hay que darle oportunidades a la gente.

Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio “Economía empática” de la sección Negocios. Ver original aquí:

domingo, 18 de octubre de 2015

Empleos de calidad

Por Héctor Farina Ojeda 

Conseguir un empleo ya no es solo una oportunidad sino un desafío. La generación de empleos en las últimas décadas ha sido insuficiente, en consonancia con el crecimiento económico mediocre, pero no sólo hay un problema de cantidad sino fundamentalmente de calidad: hay una marcada tendencia hacia la precarización del trabajo, con salarios bajos que no sólo no garantizan ingresos suficientes sino que casi aseguran la permanencia en la condición de pobreza. Sin prestaciones, sin posibilidades reales de crecimiento y bajo la amenaza latente de que el despido podría ser mucho peor que un mal trabajo, una buena parte de la ciudadanía debe conformarse con encontrar un espacio de sobrevivencia dentro del mercado laboral. 

A la dificultad de conseguir un empleo debemos añadirle que los salarios en México son de los más bajos de América Latina, según datos del Banco Mundial. En otras palabras, para un país que tiene a cerca de la mitad de la población en situación de pobreza, el empleo no es una alternativa suficiente, pues los bajos ingresos que perciben los trabajadores no alcanzan para que mejoren su condición de vida. Como si los indicadores se hubieran puesto de acuerdo para sellar una unidad viciosa, el crecimiento no alcanza, los empleos son insuficientes, la pobreza se mantiene y los salarios se devalúan.  

Si bien ha habido un auge importante en varios sectores, como las maquiladoras, las ensambladoras de autos, la industria electrónica o el turismo, los beneficios no alcanzan a revertir los indicadores de pobreza. Como alternativa a un mercado laboral formal sobrepasado, la informalidad se ha convertido en el principal destino de las personas que buscan empleo. Y en un mercado informal, lo último que se podría hacer es buscar es seguridad o estabilidad. Todo es efímero y precario, dependiente y arriesgado. 

Hay dos momentos en los que debemos pensar con miras a atender el problema del empleo: la situación actual, en la que urgen los puestos de calidad para atender las necesidades de una población empobrecida; y el mediano y largo plazo, lo que implica repensar la forma en que vemos el trabajo y las formas tradicionales que teníamos de prepararnos.

Para atender el problema actual se debe facilitar la creación de empresas, lo cual puede incentivarse mediante una reducción de la burocracia y de los impuestos, así como con un sistema de créditos que premie a los emprendedores y los innovadores, sobre todo cuando son pequeños empresarios. Debemos incentivar a los que emprenden y no condenarlos a quedar en la informalidad, a merced de la usura y la precariedad.

Pero para el mediano y largo plazo hay que revolucionar desde las bases, desde la formación innovadora. Si el problema de hoy es conseguir un empleo bueno, el problema de mañana será inventar un empleo bueno. Estamos ante la decadencia de un mercado que nos ofrecía trabajo y ante la emergencia de uno que nos pregunta qué trabajo le ofreceremos. La reinvención del empleo es una necesidad demasiado importante como para sentarnos a esperar que el mercado se haga cargo. Es cosa nuestra.


sábado, 17 de octubre de 2015

Las industrias del futuro

Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los sectores con más auge y con más proyección en la economía mexicana es el de la industria aeroespacial. Con un incremento del 15 por ciento anual en las exportaciones de 2006 a 2014, con la generación de 45 mil empleos especializados en el sector y con un enorme poder de atracción para las inversiones extranjeras, esta industria está marcando pauta de cómo crecer e innovar en medio de una economía estancada. Solamente en 2014 el monto de las exportaciones fue de 6.3 mil millones de dólares, en tanto se espera que en 2015 la cifra supere los 7 mil millones de dólares, según datos de la Federación Mexicana de la Industria Aeroespacial (FEMIA). 

Los buenos resultados en el sector son referenciales, a tal punto que en Chihuahua lo consideran como un caso de éxito nacional: inversiones millonarias, radicación de importantes empresas aeroespaciales, más de 45 plantas de manufactura y más de 15 mil empleos directos en este estado hablan claramente del crecimiento de la industria. Las inversiones fluyen, las exportaciones se incrementan y se generan empleos especializados directos e indirectos. Esto es lo que se espera de cualquier sector económico, aunque en el contexto actual lo aeroespacial es un ejemplo de contracorriente. 

Pero no sólo es un ejemplo interno sino que los logros trascienden al gran mercado: las exportaciones de productos aeronáuticos de México a Estados Unidos superan a países como Brasil, China e Israel. En tanto, de acuerdo con la FEMIA, el ritmo de crecimiento de las exportaciones mexicanas es superior a países como Singapur e India. Sólo este último dato basta para pintar la magnitud de la industria: por encima de los grandes referentes de la innovación, de la ciencia y la tecnología, que no sólo cuentan con empresas de vanguardia sino que invierten mucho más en la generación y aplicación de conocimiento. 

Los números de la industria aeroespacial de México representan una provocación para todos los sectores que se han estancado y requieren un cambio. Estamos ante un giro obligado hacia la economía del conocimiento y hacia las industrias innovadoras basadas en ideas y conocimiento aplicado, por lo que tenemos que pensar rápido y actuar con precisión para construir una economía más visionaria y más justa. Las industrias del futuro dependen de las buenas ideas, la buena preparación y la capacidad de aplicar conocimiento para proponer soluciones originales. 

Y algo que debe quedarnos claro es que innovar e inventar no son una cuestión de genios aislados en algún laboratorio, sino que el trabajo colaborativo, compartir ideas y experimentos están revolucionando muchos sectores de la industria y los servicios. La ética hacker y la revolución informática, el movimiento maker y las impresoras 3D, los drones comerciales, las aplicaciones que facilitan la vida desde un teléfono y el impresionante futuro que nos espera con “el Internet de las cosas” son ejemplos de que más allá de la crisis de la economía tradicional, hay mucho auge, mucha riqueza y mucho mundo por construir.

La urgencia del cambio económico

Por Héctor Farina Ojeda 

El interminable vaivén de la economía mexicana nos ha acostumbrado a que los números se repitan, que las tendencias se mantengan o que no importen los cambios coyunturales, pues la situación siempre vuelve a pintar un panorama en el que cerca de la mitad de la población se mantienen en situación de pobreza, con empleos insuficientes y salarios deficientes, y con esa sensación de que algo estamos haciendo mal para no encontrar el punto de inflexión en esta historia. Con décadas de crecimiento mediocre, con profundas deudas sociales y con la eterna  promesa del cambio, ¿qué se necesita realmente para pasar de la crisis a la tierra de oportunidades?

En la década pasada, tras analizar por qué la economía mexicana hacía bien los deberes pero obtenía resultados mediocres en comparación con otros países, el resultado fue que la baja calidad educativa anclaba las posibilidades de cambio al no dar la oportunidad de innovar y de ajustarse a los requerimientos de un mundo competitivo. Ahora, mientras las estimaciones de organismos nacionales e internacionales advierten que la economía se está frenando, y al mismo tiempo en que la desconfianza se encuentra en un punto crítico, los informes nos muestran un panorama ya conocido: con una educación primaria reprobada y con un sistema educativo que mantiene graves carencias. En otras palabras, es normal que no haya cambios en la economía de la gente si no hay cambios en la formación de la gente. 

Si sabemos que el crecimiento es insuficiente, los empleos no alcanzan, los salarios son bajos, la educación falla, la corrupción nos empobrece y todo ello es un freno para mejorar la calidad de vida, ¿qué debemos hacer para pasar de una situación endémica a una situación de renovación, de mejoría? La pregunta parece general pero no lo es: el caso mexicano es curioso y quizás irrepetible, por lo que las ideas deben pensarse en función de particularidades y excepciones. México es, seguramente, el país latinoamericano que más ha diagnosticado y más conoce la pobreza, desde todos los ángulos y dimensiones, pero parece no saber cómo aplicar una solución efectiva, de las tantas que se recitan. 

Hay ejemplos impresionantes de países que emergieron de la pobreza para convertirse en ricos. Singapur lo hizo mediante la educación, Finlandia gracias a la ciencia y la tecnología; Noruega usó la riqueza del petróleo para educar a su gente, Taiwán repatrió a sus mejores cerebros, en tanto Israel y Corea del Sur -entre otros- se basan en la invención y en el avance de la ciencia y la tecnología. En tiempos de conocimiento, los recursos naturales de los que dependen casi todos los países latinoamericanos ya no son suficientes para generar riqueza y prosperidad. Entonces, ¿cuál debe ser la estrategia mexicana y qué condiciones se requieren para implementarla?

Ya no es una novedad que la economía debe cambiar, pero falta definir qué se requiere para marcar un punto de cambio y dejar atrás todo lo que no sirve. ¿Qué hacemos para prepararnos y para dar el gran salto?  


Del trabajo a la productividad

Por Héctor Farina Ojeda 

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) puso el dedo en la llaga en uno de los graves problemas de la economía mexicana: la productividad. De los 34 países que forman parte de este organismo, México tiene el nivel de productividad laboral más bajo, debido a dos problemas de los que se ha hablado mucho pero se ha resuelto poco: la mala preparación de los trabajadores y la baja calidad educativa. Mientras que México obtuvo un puntaje de 20 en una escala de 100, el promedio de los países miembros de la OCDE es más del doble: 50 puntos. 

Los datos del estudio son contundentes: sólo el 18 por ciento de la población mexicana tiene estudios superiores frente al 32 por ciento del promedio de los demás países de la OCDE. Esto nos habla de trabajadores con bajo nivel de competencia, sin la preparación adecuada y que por lo tanto no alcanzan los niveles de productividad y eficiencia de trabajadores de países como Luxemburgo, Noruega, Bélgica o Estados Unidos, que ocupan los primeros lugares. Además, en muchos de los casos los trabajadores no ocupan los empleos para los cuales tienen estudios, sino que trabajan en lo que encuentran. 

Esta situación no es casualidad. No podemos esperar otra cosa si recordamos que hace apenas unas semanas el Foro Económico Mundial señaló que la educación primaria mexicana tiene muy poca calidad, lo que nos dice que el descuido hacia los recursos humanos es de origen. Hasta parece una gran ironía que los mexicanos trabajen más que los europeos, pero produzcan menos, ganen menos y vivan a merced de la precariedad y la pobreza. 

A los problemas de la educación y la escasa inversión en los recursos humanos hay que sumarle el divorcio entre la formación universitaria y el mercado laboral, así como la situación peculiar de un sistema de privilegios en donde no se contrata al más idóneo sino al amigo, compadre o al que simplemente hizo un “favor” que será recompensado con un puesto de trabajo en el que no sólo no será productivo sino será perjudicial. En un contexto en el que no se forma ni se contrata sobre la base de la idoneidad, no debería sorprendernos que tengamos baja productividad laboral, salarios injustos y mucha gente que trabaja en exceso pero no gana lo suficiente.    

El problema es bastante complejo pero hay ideas que podemos implementar en busca de soluciones. Deberíamos preguntarnos cuáles son las competencias y habilidades que necesitamos con miras a incorporarnos a la economía del conocimiento, así como pensar cómo innovar, cómo emprender y cómo evitar repetir el modelo en el que se pasa de ser desempleado a tener un trabajo mal pagado y con pocas expectativas de mejoría.

El economista Jeremy Rifkin dice que para hacerle frente a un mercado laboral tan inestable y cambiante tenemos que desarrollar más habilidades y más conocimientos. Si el problema está en los recursos humanos. ¿qué esperan para invertir en ellos y prepararlos como se debe? 


Mentes creativas

Por Héctor Farina Ojeda 

Como nunca antes, vivimos en tiempos de ideas, de innovación y de revoluciones tecnológicas que rompen paradigmas y modelos. En forma acelerada, los inventos, los avances de la ciencia, la tecnología y los descubrimientos en campos tan diversos como la medicina o la robótica dan cuenta de que estamos ante una nueva era en la que debemos aprender a reinventar nuestra economía, nuestra formación y nuestra manera de comprender el mundo. Pero frente a esta ventana visionaria, el atraso y los problemas endémicos nos enrostran una realidad que no hemos podido cambiar: hay 134 millones de pobres en América Latina y 200 millones de personas en condición de vulnerabilidad. 

El buen momento de la producción de materias primas y el crecimiento económico no han logrado revertir los niveles de pobreza ni crear los empleos que tanto demandamos. Es más: ante el declive de las condiciones que permitieron reducir la pobreza, existe un fundamentado temor de un nuevo retroceso. Lo dijo claramente George Gray, economista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): se debe calificar a la gente para nuevos empleos, así como a las empresas para desarrollar nuevos productos, con una mayor calidad, si se pretende continuar con la reducción de la pobreza. 

Hoy, en la economía del conocimiento, hay muchos factores esperanzadores para sociedades jóvenes. En su libro “¡Crear o morir!”, el periodista Andrés Oppenheimer presenta una serie de casos curiosos de emprendedores y creadores que están revolucionando la economía y la forma de pensar en los empleos. Más que sobrevivir en el mercado tradicional, hay un pensamiento que va hacia el trabajo colaborativo -la filosofía hacker-, el desarrollo de ideas, la experimentación y un intento constante por innovar. Se trata de mentes creativas, inquietas, que comparten ideas para desarrollar una tecnología, una aplicación o un nuevo modelo de negocios. Y están generando pequeñas revoluciones que terminarán en un cambio notable en menos tiempo del que se cree. 

Jordi Muñoz es uno de los ejemplos claros de que la innovación cambia realidades: en pocos años pasó de ser un desempleado sin título universitario a convertirse en el presidente de una empresa de drones que está revolucionando la industria aeroespacial. De Tijuana, se fue a Estados Unidos agobiado por la falta de recursos y gracias a sus ideas innovadoras ahora es un referente de los drones comerciales a nivel mundial. Y como Jordi Muñoz hay numerosos ejemplos en el campo de las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, las impresoras 3D e incluso la cocina. Los factores comunes : la creatividad y el trabajo colaborativo. 

Dice Oppenheimer que el gran secreto de las mentes creativas para inventar e innovar es rodearse de otros creativos. La pregunta es qué estamos haciendo para incentivar a nuestros talentos, nuestros innovadores y creativos para que sus ideas puedan revolucionar la economía. La creatividad y la innovación son una gran oportunidad frente a nuestros males económicos. ¿Estamos listos para aprovecharlas?


sábado, 18 de julio de 2015

De la escuela primaria a los talentos del futuro

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El sociólogo Neil Postman decía que los niños son mensajes vivientes que enviamos a un tiempo que no habremos de ver. A la luz de esta idea, deberíamos reflexionar profundamente sobre qué tipo de futuro nos espera si los niños están en un sistema educativo de poca calidad que no incentiva la formación de talentos ni sienta las bases suficientes para ingresar a la economía del conocimiento. Los datos son contundentes y alarmantes: la educación primaria en México se ubica en el lugar 102 de un total de 124 países estudiados, lo que representa que su calidad no sólo es muy baja sino que está muy alejada de los países de vanguardia, de acuerdo al Reporte de Capital Humano 2015, realizado por el Foro Económico Mundial.

En el estudio se hace referencia a que México ocupa el lugar 58 en cuanto a la capacidad de fomentar el talento, las habilidades y las capacidades de los estudiantes. Y aunque este resultado parece mejor al de la calidad educativa de la primaria, lo cierto es que nos encontramos ante un problema cuyo impacto puede tener magnitudes tremendas: muy lejos de las economías que basan su potencial en la formación de sus talentos, como Finlandia, Noruega, Suiza, Canadá, Japón, Suecia o Dinamarca -que ocupan los primeros lugares en promoción de talentos-, México está rezagado y hasta incubando el atraso al no resolver el problema de la calidad educativa desde sus orígenes. 

Cómo formar y retener talentos, cómo incentivar la innovación, cómo formar cuadros de élite que orienten y construyan economías competitivas basadas en el conocimiento: estas son las preocupaciones que concentran la atención de las naciones desarrolladas. Los recursos humanos se encuentran en el punto clave de la discusión, pues son el fundamento de las economías exitosas. En la era del conocimiento, la construcción de oportunidades se basa en los sistemas educativos, en la formación de la gente y en la capacidad de inventar y reinventar en forma permanente para ajustarse a un mundo en constante cambio. 

Con esta perspectiva, descuidar la calidad de la educación primaria equivale casi a un sabotaje del futuro. Con instrucción precaria, la debilidad puede transformarse en una juventud desorientada, sin vocación y sin la preparación suficiente para acceder a buenos empleos, para emprender o innovar. No debería sorprendernos que en una década haya una proliferación de ninis y que nos encontremos ante una generación que nos reclame por el descuido con el que fueron educados cuando más lo necesitaban. El riesgo no es pequeño: el mensaje que enviamos al futuro puede ser el de una generación perdida y de un bono demográfico desperdiciado. 

Si los países desarrollados promueven y cuidan a sus talentos, México no puede darse el lujo de descuidarlos desde la primaria. Este es un país de talentos, de gente creativa y gran potencial en recursos humanos. Lo que falta es mejorar la calidad de la educación e incentivar el desarrollo de iniciativas, ideas y capacidades.


lunes, 11 de mayo de 2015

Hacia la diversificación y los resultados

Por Héctor Farina Ojeda 

Diversificar la economía mexicana y romper con la peligrosa dependencia del petróleo: este fue uno de los aspectos destacados recientemente por Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, quien se mostró optimista en cuanto a los resultados que podrían traer las reformas en México. El economista no sólo confía en que las reformas estructurales impulsarán la competitividad del país sino que vislumbra la disminución de la desigualdad social, debido a que se logrará reducir los costos de los servicios públicos, incrementar las inversiones y a partir de ello generar empleos y mejorar salarios. 

En este contexto de optimismo, Stiglitz ve en la reforma educativa el factor fundamental para impulsar el crecimiento económico, aunque los resultados se verán en el mediano y largo plazo. Con esta reforma, no sólo vendría una economía más competitiva y diversificada, sino que seguramente una mayor equidad en la distribución de la riqueza al facilitar el acceso de la gente a los mejores empleos. Sin embargo, no es la primera vez que se habla del problema educativo como ancla de la economía, pues aunque abundan los diagnósticos y son conocidas las soluciones, el problema sigue vigente y los buenos resultados en espera.

Detrás del optimismo por la diversificación y de la urgente necesidad de reducir la desigualdad social, hay una serie de trabas y anclas que frenan, limitan y hasta escamotean las buenas intenciones. La informalidad, la burocracia, la corrupción, la inseguridad y la poca transparencia han levantado un muro que parece una frontera entre lo que esperamos mejorar con los esfuerzos económicos y lo que realmente resulta. Como si todas las iniciativas, las reformas o los cambios tuvieran en ese muro su límite, la gran pregunta que deberíamos hacernos es cómo lograr romper con los impedimentos para posicionar ideas y cambiar realidades.

La reinvención de la economía no es sólo una necesidad postergada sino que es una urgencia para atender las desigualdades sociales, para revertir los oprobiosos niveles de pobreza y para pensar en que -¿ahora sí?- los buenos resultados serán equitativos para la gente y no un monopolio de algunos grupos. Y aunque el optimismo de Stiglitz resulte esperanzador, no hay que olvidar que los latinoamericanos somos expertos en sepultar teorías, por lo que no basta con trazar el rumbo y pensar en el destino, sino que hay que prestar especial atención a los obstáculos    del camino. 

Romper con la dependencia del petróleo y buscar una economía más diversa y dinámica es una buena señal. Ahora el reto es construir opciones que contribuyan a reducir la pobreza, tener mejores empleos y distribuir en forma más justa la riqueza. Si vemos a los países que progresan, podemos pensar en la economía del conocimiento, la innovación, la calidad educativa, la tecnología o la ciencia. Lo cierto es que hay que reinventar lo económico en busca de resultados para la gente y no sólo para el poder o los poderosos de turno.

lunes, 4 de mayo de 2015

Inseguridad y amenazas a la economía

Por Héctor Farina Ojeda 

Hay mucho por mejorar en la economía mexicana. En medio de una recuperación que ya parece interminable y de una menor expectativa de crecimiento para este año, la sensación de que estamos ante una escena conocida es poderosa. Desaceleración, falta de dinamismo propio y la necesidad de empleos de calidad: como una evocación del eterno retorno, vuelven una y otra vez a los informativos para pintar problemas conocidos, urgencias postergadas y crucigramas no resueltos. Estamos ante una economía que necesita emerger con aires revolucionarios pero que sigue limitada por lastres y amenazas, como la corrupción y la inseguridad, tal como periódicamente lo podemos leer en algún estudio o informe.

En este contexto, el problema de la inseguridad ha llegado a extremos de gravedad, como lo ocurrido en Jalisco hace unos días. No sólo estamos ante una amenaza a la seguridad de las personas, sino hacia las actividades económicas de la gente: las productivas, comerciales, los servicios, etc. La violencia y el miedo limitan el trabajo normal, afectan las rutinas laborales y ahuyentan inversiones y posibilidades de empleo. En un contexto de inseguridad, es menos probable el emprendimiento y hay mucha cautela a la hora de invertir, de planificar y de construir proyectos a mediano y largo plazo.

En este sentido, el estudio titulado “Una aproximación a los costos de la violencia en México”, realizado en 2014 por el Instituto para la Seguridad y Democracia (INSYDE), presenta como una de sus conclusiones que en México los ciudadanos y las comunidades tuvieron que cambiar sus hábitos cotidianos y su actividad de desarrollo con miras a evitar ser víctimas del delito, lo que ha ha restringido sus libertades individuales, sociales y económicas. El estudio señala que la inseguridad tiene consecuencias significativas para la sociedad, con elevados costos en cuanto a la generación de riqueza, el gasto público, el desarrollo económico y las actividades laborales y educativas.

Esto es un solo un punto de referencia para pensar en todas las afectaciones que puede traer la inseguridad en el campo económico: desde la merma en las inversiones y el desincentivo para emprender, hasta la disminución del turismo, lo cual sería un golpe tremendo para Jalisco y para México, pues se trata no sólo de una las principales fuentes de ingreso sino que, posiblemente, sea la forma más justa de repartir la riqueza. Y no hay que pensar sólo en los grandes números sino en la necesidad cotidiana de la gente, en los empleos que se requieren y en las oportunidades que se pierden por culpa del miedo y la incertidumbre. 

La violencia y la inseguridad no sólo son amenazas para la gente sino para su forma de vida, para sus actividades, necesidades y expectativas. Si queremos construir economías más justas, debemos construir sociedades más seguras. Resolver el problema de la inseguridad es una urgencia, pues sus costos en la sociedad podrían ser impagables. 


lunes, 27 de abril de 2015

Desde la pobreza hasta el cielo

Por Héctor Farina Ojeda

Vivir en medio del contraste, la antípoda, la desigualdad y hasta en la contradicción económica permanente parece ser un mal endémico latinoamericano. A la ostentación de las riquezas naturales se contraponen la precariedad y la miseria en que vive una parte de la gente, así como a las grandes oportunidades de futuro se contraponen el atraso y la exclusión. Esta semana no pude dejar de verlo en las noticias: mientras en México no ha disminuido la pobreza en los últimos 20 años, por otro lado se anuncia un futuro prometedor para la industria aeronáutica. Como en una metáfora de escritor resignado, la pobreza se ancla en más de 61 millones de personas al tiempo que una industria despega hacia la abundancia. 

Hay muchos divorcios que se dan en la economía mexicana: entre el crecimiento económico y la disminución de la pobreza -como lo señala el Banco Mundial en un reciente informe-, entre la formación profesional y el mercado laboral, o entre los discursos de combate a la pobreza y la realidad de la mitad de la población que no deja de ser pobre. La preocupación por el crecimiento y por los indicadores grandes no refleja las necesidades de la gente, pues en un contexto de marcada desigualdad la riqueza genera -paradójicamente- más pobreza: mejoran pocos, empeoran muchos. 

Como si mundos opuestos conformaran el mismo cuadro, parece no bastar con tener la universidad más grande y prestigiosa de Latinoamérica sino que en contraste hay 32 millones de personas con rezago educativo. Ante la urgencia de entrar a la economía del conocimiento se parapetan la escasa inversión en ciencia y tecnología, y los males propios de una educación de calidad insuficiente. De luces que generan sombras, con ingresos millonarios por las exportaciones del petróleo, se tiene que las zonas más pobres son las petroleras, en tanto una distribución más justa de la riqueza se da con el resultado del trabajo de los que se fueron del país porque, precisamente, no encontraban trabajos acordes a sus necesidades. 

Un gran problema es ver que ni las recetas tradicionales ni el auge de sectores industriales o de servicios se han traducido en una disminución de la pobreza. Como si un divorcio indisoluble -por decirlo así- marcara un abismo entre el desarrollo y las oportunidades, entre la riqueza de un país y la calidad de vida de su gente. Grandes programas, grandes empresas, incontables inversiones, mucha riqueza y la sensación de estar en la puerta grande del mundo, pero los pobres siguen alejados y confinados en su realidad. 


La situación nos exige buscar fórmulas para reconciliar al desarrollo y el auge económico con la gente, de forma que los resultados se perciban en una disminución de la pobreza y en una sociedad en la que todos tengan la oportunidad de mejorar. Más que acercar industrias, hay que acercar a la gente hacia la formación, la innovación, el conocimiento y los buenos empleos, para que en adelante el despegue de un sector como el aeronáutico no contraste con el alejamiento de los que se hunden en la pobreza.     

lunes, 20 de abril de 2015

Apoyar iniciativas para fortalecer la economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Una de las necesidades permanentemente invocadas en la economía mexicana es la consolidación de un mercado interno que pueda hacerle frente a los vaivenes externos. Para no ser tan vulnerables a los efectos de los precios internacionales, de la coyuntura o de las crisis ajenas, hace falta un dinamismo propio que incentive la generación de riqueza, empleos y oportunidades. Y en este sentido, las micro, pequeñas y medianas empresas representan un sector fundamental no solo para el crecimiento económico en general sino para la diversificación de las opciones de empleo y el fortalecimiento interno.

Mientras 7 de cada 10 empleos formales son generados por las pequeñas y medianas empresas, el 70 por ciento de estas empresas cierra antes de los 5 años y solo el 11% sobrevive durante un periodo de 20 años, según datos de Coparmex. Esto pone de manifiesto una situación curiosa y difícil: las empresas que generan la mayor cantidad de empleos no tienen certeza de mantenerse en el mercado, lo que nos hace pensar en una economía que necesita fortaleza y dinamismo pero que no puede hacer que sus emprendimientos sean sostenibles en el tiempo. Es decir, nacen y crean empleos pero no alcanzan la madurez suficiente para transformar la economía. 

La poca proyección en el tiempo de las pequeñas empresas se parece a la precariedad que se tiene con los grandes ingresos: con una buena coyuntura en el precio del petróleo o en las exportaciones se puede lograr un crecimiento importante, pero no deja de ser un efecto efímero que se agota cuando se acaba el buen momento. Si las iniciativas y emprendimientos traen beneficios, lo ideal es que se mantengan e incrementen y no que en poco tiempo desaparezcan y se pierdan las oportunidades que generaron. 

Hay muchos problemas por revisar para que los emprendimientos sean rentables y se consoliden más allá de periodos fugaces: desde trabajar en la planificación hasta revisar los sistemas de financiamiento y apoyo. Las complicaciones para crear empresas formales también son una limitación para el fortalecimiento del sector: en México la tasa de impuestos que debe pagar una empresa respecto a sus ganancias es de 51 por ciento, casi el doble que en el caso chileno. Si a esto le sumamos las complicaciones burocráticas para abrir un negocio, no debería sorprendernos que la informalidad y la precariedad sean el destino de muchas empresas. Y la informalidad es parte del problema a resolver.

La necesidad de hoy no pasa solo por atender los problemas tradicionales que limitan el desarrollo de pequeñas empresas sino aprender a pensar en forma visionaria, a mediano y largo plazo, sobre la base de la innovación tecnológica y los cambios necesarios para que las iniciativas puedan ser sostenibles en el tiempo y logren una transformación de la economía.  Así como hizo Finlandia con la telefonía celular, desde las universidades deberíamos incentivar el pensamiento estratégico e impulsar ideas innovadoras que se concreten en proyectos, empleos, riqueza y oportunidades. 


lunes, 13 de abril de 2015

Debilidad económica


Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los aspectos más preocupantes de la actual situación de la economía mexicana es el bajo poder adquisitivo de la gente, que se refleja en una capacidad de consumo limitada. Lo advirtió nuevamente el Banco de México: el consumo sigue débil, la confianza del consumidor disminuye y esto amenaza al crecimiento económico. Y a esta preocupación hay que sumarle el anuncio hecho por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que redujo la expectativa de crecimiento de 3.2 a 3 por ciento para este año. Es decir, no solo hay una proyección general a la baja sino que desde el interior de la economía hay una amenaza latente. 

No debería sorprender que no haya una recuperación del consumo en el contexto de décadas de crecimiento económico mediocre, de una disminución del poder adquisitivo y en un mercado laboral que no solo no logra generar los empleos necesarios sino que además los que genera son de mala calidad, precarios y con salarios bajos. Con cerca de la mitad de la población en situación  de pobreza y con una distribución injusta de la riqueza, es difícil pensar en la recuperación del consumo interno y en que esto conceda la fortaleza necesaria para que la economía crezca en proporciones importantes. 

La dependencia de los grandes indicadores parece haber generado un divorcio con los números que tienen que ver con la gente. Mientras hubo momentos en los que se presumieron los ingresos por el petróleo, por las exportaciones, la inversión extranjera directa y hasta cifras récord por remesas, hasta ahora siguen pendientes la disminución de la pobreza, la mejoría de los salarios y la reducción de la escandalosa brecha que existe entre ricos y pobres. 

Algo que deberíamos tener bien claro es que no se puede construir una economía sólida sobre la base de la informalidad, la precariedad, la escasez de oportunidades y la postergación de las necesidades básicas de la población. La desigualdad y la injusticia no son una buena base para el despegue económico. Al contrario, como lo muestran los ejemplos de la mayoría de los países latinoamericanos, los grandes potenciales en riquezas naturales que debieron convertirnos en un subcontinente rico no han sido aprovechados correctamente, por lo que hoy tenemos la mayor desigualdad del mundo, con millones de pobres.

Para contrarrestar la debilidad económica necesitamos ir más allá de atender grandes indicadores. Hace falta recuperar el poder adquisitivo de la gente. Y para ello hay que buscar estrategias para fortalecer a la clase media y para que los sectores más vulnerables tengan la oportunidad de salir de la pobreza y no solo mantenerse en ella gracias a dádivas o políticas mendicantes. 


Si la mayor riqueza está en la gente, no es posible que se sigan postergando medidas de fondo para generar empleos de calidad, para recuperar los buenos salarios y para que esa capacidad de consumo que tanto preocupa no sea un privilegio de unos pocos sino una realidad para millones de personas. Si queremos una economía fuerte, hay que invertir en la gente. Lo demás vendrá por añadidura. 

lunes, 6 de abril de 2015

El afán por el atraso


Por Héctor Farina Ojeda

Una de las formas de saber hacia dónde va una economía es mirar los presupuestos. Ver en qué invierten, en qué gastan y a qué le apuestan con miras al corto, mediano y largo plazo. Pensar en el futuro económico implica no sólo resolver los conflictos del presente sino establecer las bases para que el día de mañana tengamos algo mejor de lo que tenemos hoy. Y en un mundo de revoluciones y cambios constantes, más que nunca necesitamos planificar qué vamos a hacer para no quedar rezagados y para buscar alternativas que permitan mejorar las condiciones de vida de la gente.

En este sentido, el problema de la caída del precio del petróleo no deja de ser una ironía de la visión económica: anclados en una riqueza natural que se agotará inexorablemente y que en sus oscilaciones golpea presupuestos y proyecciones, pareciera que la visión nostálgica está en el agotamiento  y no en el futuro marcado por la riqueza más importante de los tiempos actuales: el conocimiento. En lugar de que del petróleo hayan salido fondos especiales para invertir en la gente, como hicieron los noruegos, de su bajo precio emergen los recortes a la educación que seguramente significarán que millones de personas no puedan salir de la condición de pobreza y de escasas oportunidades en las que se encuentran. En la riqueza del petróleo, la amenaza de pobreza.

Mientras un estudio revela que más de la mitad de la población mexicana no puede pagar el costo de la canasta básica, la posibilidad del recorte del presupuesto a la educación para 2016 parece decir que no se busca mejorar la productividad, que es, precisamente, lo que hace falta para mejorar los salarios, para recuperar poder adquisitivo y así cubrir necesidades como la canasta básica. Y no es cuestión de México sino es casi un afán latinoamericano en tiempos de crisis: ver el problema y dar el paso atrás en lugar de aprovechar la oportunidad e invertir en el futuro. 

Seguir con la dependencia de las riquezas naturales, del crecimiento económico del vecino, de las remesas o de los precios internacionales de materias primas no traerá el “milagro económico” tan esperado. Al contrario, lo que se requiere es romper la dependencia, dinamizar el mercado interno y que más que un milagro lo que se logre sea una recuperación propiciada por la gente. Y para ello el cambio debe pasar por depender menos de las riquezas naturales y apostar más por el conocimiento, por la formación de la riqueza más codiciada. 

Es el conocimiento el que hoy representa las dos terceras partes de la riqueza que se produce en el mundo. Por ello, el afán debería ser invertir en la construcción de un presente y un futuro más prometedores, vinculados a la posibilidad de posicionarnos en una economía del conocimiento, incentivar la innovación, la ciencia y la tecnología, y darle a la gente la posibilidad de fabricarse sus propias oportunidades y no seguir a expensas de milagros que nunca llegan e injusticias que oprimen, que marginan y que rezagan.

Talento, creatividad y economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Incentivar la creatividad, la innovación y el desarrollo de talentos: eso es lo que hoy hacen las naciones desarrolladas. Lo dice claramente Andrés Oppenheimer en su libro "Crear o morir": la cuestión ya no pasa por decidir entre el socialismo y el capitalismo, sino por saber cómo inventar e innovar para no quedar en el atraso. Los países latinoamericanos se enfrentan hoy al extraordinario desafío de apostar por su gente para entrar a la economía del conocimiento y abandonar los viejos sistemas de privilegios y exclusiones que nos exhiben como el subcontinente con la mayor desigualdad del mundo. 

Más allá de la explotación de recursos naturales y de la dependencia de pocos rubros, la economía de hoy nos exige que apostemos por el capital más valioso que tenemos: la gente. Y apostar por la gente como motor del cambio implica repensar nuestros viejos modelos educativos para pasar a uno que incentive el talento, la creación, la innovación y la capacidad de inventar salidas en un mundo que se abre para los que saben y se cierra para los que pretenden saber y se conforman con que todo sea igual.

Desarrollar talentos, sobre todo de los jóvenes, es una necesidad económica de primer orden. Del talento de jóvenes emprendedores salieron las empresas tecnológicas más referenciadas a nivel mundial, en tanto los grandes avances en campos tan diversos como la medicina y la robótica se deben a mentes inquietas, incentivadas y con apoyo para experimentar ideas que pueden derivar en notables transformaciones.

Ante este escenario cambiante en el que las estrellas son los innovadores y los que experimentan, debemos pensar si estamos generando ambientes adecuados para incentivar y desarrollar talentos, o si los estamos empujando hacia sistemas de privilegios que matan la creatividad y premian al que no sabe, al que puede ocupar lugares que no merece gracias a acuerdos torcidos. 

La economía del conocimiento exige cambio de ideas y una renovación de los mecanismos de generación de riqueza, por lo que no basta con un cambio de personas para mantener el mismo sistema dependiente de materias primas y de favores políticos. Más que nunca, se necesita desarrollar el talento de la gente y para ello debemos replantear la educación, la burocracia, el apoyo económico y todo lo vinculado al entorno de los emprendedores, de los que necesitan respaldo para proponer, crear y cambiar. 

Si en México hay tanto talento, y si en Jalisco tenemos extraordinarias condiciones para la innovación tecnológica, no solo podemos pensar en una "pequeña Silicon Valley" sino en convertir a la región en un centro de innovadores que generen riqueza y den el paso decisivo hacia la nueva economía. Es cuestión de incentivar y apoyar: a la educación, a las universidades, a los emprendedores, a los talentos, a la gente. 

Dejemos de promocionar modelos del atraso y pasemos, de una vez por todas, a apostar por lo que realmente rige a los tiempos actuales: la gente, con sus talentos, sus ideas y sus revoluciones.


Innovar, un paso urgente


Por Héctor Farina Ojeda 

No es casualidad que una economía como la mexicana sea pesada, lenta, dependiente y con una deuda creciente hacia las necesidades sociales. No es casualidad si vemos economías florecientes a nivel mundial que se basan en su capacidad de innovar y crear, de inventar y buscar siempre ubicarse un paso adelante de los demás. Porque, precisamente, la apuesta por la innovación marca una enorme diferencia entre esas naciones que hoy son ricas y las que se debaten entre el atraso y el estancamiento, como en el caso mexicano. 

La diferencia es tan grande que hace 30 años Corea del Sur y México tenían situaciones similares, pero ahora los coreanos son una potencia mundial en cuanto a innovación, invenciones, patentes y avances tecnológicos, lo que se traduce en una enorme generación de riqueza que beneficia a su gente. En tanto, en el lado mexicano se mantienen los mismos problemas de pobreza, desempleo, informalidad y se sigue postergando la ciencia y la tecnología, que apenas merecen el 0.5 por ciento del PIB en inversión.  

Todos los años, el informe del Foro Económico Mundial sobre la competitividad de las naciones nos recuerda que los problemas de corrupción, inseguridad, baja calidad educativa y falta de innovación limitan el desarrollo competitivo del país. Y desde hace años se tienen diagnósticos suficientes para entender que detrás de una economía lenta y pesada hay un problema de falta de competitividad en los recursos humanos, lo cual limita la capacidad de innovar y ajustarse a un mundo económico demasiado cambiante. 

La cuestión de innovar no es algo menor, sino un gran desafío que puede marcar un paso trascendental: hacia el desarrollo o hacia el atraso o el estancamiento. Hay muchas preguntas detrás de la innovación que no hemos respondido con suficiencia: ¿realmente hay un interés por incentivar la innovación o sólo intenciones discursivas que jamás se concretarán? ¿Qué tipo de apoyos reales se les dan a los que quieren innovar? O incluso podemos ir más allá: ¿nos interesa innovar? 

Una mirada a los semilleros de la innovación, las universidades, seguramente nos revelará qué tan interesados estamos. Mientras hay una enorme fábrica de profesionales para las carreras tradicionales, todavía no hay suficiente formación de ingenieros para un mercado que requiere ingenieros. Pareciera que seguimos pensando que el mejor camino es la formación para espacios que se resisten al cambio, como si la apuesta fuera por asegurar un cargo mágico que provea recursos de manera infinita. Pero en tiempos de cambio, apostar por no cambiar equivale a perder.


Desde la formación, desde el apoyo económico, desde las facilidades burocráticas y fiscales, la innovación debería ser incentivada como parte de una política económica que busque elevar la competitividad y la capacidad de hacer de la gente. Las universidades, los gobiernos y el sector privado deberían incentivar las innovaciones, ya sea como un compromiso con el país o por la codicia de saber que se trata de un buen negocio. 


La economía, fundamental y poco destacada en los medios

Por Héctor Farina Ojeda 

La economía es uno de los temas fundamentales para la vida de las personas, pero parece no serlo para los medios de comunicación que informan cada vez menos sobre hechos económicos. Basta con ver los informativos de Jalisco para darnos una idea de lo empobrecidos que están en cuanto a noticias sobre economía que ayuden a la gente a tener una noción certera de lo que ocurre en el entorno. Pero no sólo es un fenómeno local sino que las limitaciones de la información económica alcanzan a la prensa en general, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. 

Los informativos televisivos dedican casi nada a la economía, en tanto se ensalzan con notas morbosas sobre violencia, sin más intención que llamar la atención desde la perspectiva de lo escandaloso y no de lo reflexivo. Y apenas, con mucha suerte, cuentan con un espacio económico en el que más que informar y educar a la gente, recitan indicadores y cifras que aportan más confusión que claridad a la audiencia. Con un tratamiento casi marginal y con una pobre capacidad explicativa, es normal que las audiencias dejen de ver los espacios económicos y prefieran información de otro tipo. 

Una mirada a los periódicos en Jalisco nos pinta un panorama grave: a la limitación de espacio para las noticias económicas, hay que sumarle la superficialidad de las notas -muchas de ellas replicadas directamente de las agencias- y el escaso análisis. A tal punto llega el desinterés, que en algunos medios impresos la sección económica es inexistente o casi no hay periodistas destinados a la fuente. Esto nos genera la sensación de que los temas económicos, pese a su importancia fundamental para la gente, no son considerados relevantes para la cobertura y la publicación. Es más, si nos guiamos por las noticias, pareciera que en Jalisco los problemas serios sólo tienen que ver con la violencia y nada con la economía. 

¿Dónde están las investigaciones sobre los presupuestos, el uso de los recursos públicos, las inversiones en educación, las campañas para mitigar la pobreza? ¿Por qué tan poco espacio para hablar del empleo, las opciones laborales, la formación de la gente, la informalidad o la marginalidad? Si mediante el estudio de los fundamentos económicos podemos saber lo que harán los gobernantes con nuestra educación, nuestra salud, nuestra seguridad y nuestra vida…¿por qué no darle importancia en la cobertura diaria?

Una prensa que no estudia, no investiga ni documenta la situación económica es una prensa responsable de que gran parte de la ciudadanía no valore los temas económicos ni tenga conciencia de las cuestiones fundamentales que tienen que ver la sociedad. Y en este caso, no se trata simplemente de publicar periódicamente indicadores sobre el crecimiento del Producto Interno Bruto, las inversiones o la inflación. El objetivo es informar sobre hechos que afectan directamente a la gente y hacer que estos hechos sean asimilados y generen conciencia colectiva. Desde el uso adecuado de recursos que pueden servir para mejorar los servicios en una colonia hasta la malversación o el despilfarro que pueden equivaler a no tener un hospital en buenas condiciones, a perder vidas por falta de medicamentos o a expulsar del sistema educativo a niños porque no pueden cubrir el costo: la economía forma parte de nuestra vida y debe ser informada y contextualizada como tal. 

La poca presencia de la información económica en los medios hace que los temas económicos no estén en discusión permanente, lo que es perjudicial para la gente y muy conveniente para el poder. Desconocer los hechos económicos trascendentes para el funcionamiento de la sociedad tiene como resultado una ciudadanía poco crítica, sin el poder de cuestionar ni controlar. Es por esto que el rol de los periodistas y los medios de comunicación para informar con calidad sobre economía adquiere un valor vital, sobre todo en un país con la mitad de la población en situación de pobreza y con urgentes necesidades.

Hasta podríamos ver con ironía los informativos en los que resulta más importante el robo de una cartera con 500 pesos antes que el robo del presupuesto o el endeudamiento de una nación que puede condenar a generaciones completas a pagar durante años por algo que no hicieron. 

Desafíos para el periodismo

Hay dos aspectos que representan un claro desafío para el periodismo en temas de economía. El primero de ellos tiene que ver con la capacidad de estudiar, analizar y escudriñar lo que se hace con la economía, ya sea desde lo público o lo privado. Esto implica investigar los presupuestos, el uso de los recursos, las inversiones, las prioridades en el gasto, los proyectos y las obras, las políticas de desarrollo y la planificación a mediano y largo plazo. Y para ello no sólo hay que especializar a los periodistas, sino que hay que recuperar los espacios para los temas económicos en los medios de comunicación. 

Pero en este caso no basta con informar o simplemente transferir los datos, sino que se debe formar audiencias: enseñar y explicar en la medida en que se da a conocer un hecho. Hay que lograr que la ciudadanía se sienta involucrada con la información que, al final de cuentas, es relevante para su vida cotidiana. 

En este contexto, la investigación es fundamental y decisiva para hacer un periodismo de calidad que le sirva a la gente y recupere la función de la prensa como contrapoder. 

Por otro lado, el segundo desafío tiene como ver con la urgencia de recuperar el periodismo de servicios y contar buenas historias para la gente: desde las oportunidades de negocios en un mercado hasta las necesidades de formación profesional conforme a las demandas de empleo. Los precios de los productos de la canasta básica, las quejas por los malos servicios, los productos innovadores, las opciones para el autoempleo o las posibilidades de emprender un negocio con éxito, deben volver a ocupar un lugar importante en la cobertura diaria. 

Hay que recuperar a la audiencia mediante información útil y relevante, así como por la calidad narrativa de las historias. La gente no quiere encontrarse con números que no entiende, sino con una buena nota, una buena crónica o un buen reportaje que expliquen la economía en función de la vida misma, de las necesidades y expectativas. 

Un paso importante para este desafío sería hablar más con la gente y dejar de publicar boletines institucionales. Salgan a la calle a preguntar por el empleo, por los salarios, por el costo de vida, por las necesidades de educación o salud, por todo lo básico que se requiere para vivir con dignidad. 

En lugar de publicar tanta frivolidad, tanta viralización sin sentido y tanta farándula, sería bueno volver a la economía y a las urgentes necesidades de la gente.  



Desigualdad, pobreza y educación


Por Héctor Farina Ojeda

La desigualdad es un mal endémico de los países latinoamericanos. Y México no es una excepción. Además de los indicadores de pobreza y la aberrante distribución de la riqueza, detrás de todo hay una injusticia incubada en sistemas que promueven las desigualdades. En este sentido, el reciente Índice de Desarrollo Humano (IDH) presentado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) establece que la principal carencia y el factor de mayor desigualdad en México es la educación.

Por la mala calidad de la educación, la poca y mala inversión educativa, hoy tenemos tremendos problemas para el desarrollo humano, lo que no sólo se pone de manifiesto en la pobreza y la desigualdad sino en las limitadas oportunidades que se tienen para cambiar esta situación. El informe mismo lo dice: Chihuahua podría tardar 200 años en alcanzar el IDH del Distrito Federal. Esto nos indica que no se trata solo de una desigualdad actual en cuanto a la distribución de la riqueza y la generación de empleos, sino que es una desigualdad incubada que representa una grave dificultad por atender en forma urgente y que, de no hacerlo, amenaza con ahondar todavía más la diferencia entre comunidades y regiones.

En el México de la desigualdad, en el que 39 familias controlan casi el 14 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), en donde la mitad de la población vive en la pobreza, y una quinta parte en la pobreza extrema, y en donde el sistema de privilegios funciona como un mecanismo de exclusión para que la gente acceda a las oportunidades que requiere, la advertencia del PNUD debería obligar no solo a revisar minuciosamente cuánto se invierte en la educación sino cómo y para qué. No atender esta urgencia en el origen equivale a tener fábricas de desigualdad y pobreza, lo cual a su vez significa seguir en una situación que conocemos bien: atraso.

En tiempos de la economía del conocimiento, los buenos resultados económicos dependen de la capacidad y la formación de los recursos humanos. Por eso, en un país que tiene 32 millones de personas con rezago educativo es normal que haya niveles indignantes de desigualdad y pobreza. Y es por eso que los anuncios periódicos de bonanza, de crecimiento económico y de incremento de inversiones no alcanzan a minimizar el problema y se terminan evaporando. Cuando el problema es estructural como en el caso mexicano, no bastan los empleos coyunturales ni las lluvias esporádicas de riqueza: hay que corregir los errores desde el origen y ello implica trabajar más con la gente desde su formación inicial hasta la universitaria.

Para combatir la desigualdad y la exclusión hay que darle poder a la gente, lo que implica que tengan educación de calidad para aspirar a buenos empleos, para emprender e innovar. Los países menos desiguales son los más educados, los que valoran a su gente como la principal riqueza que tienen. Si queremos un país con menos injusticia, hay que comenzar por mejorar la calidad educativa y extenderla a todos.


Otro golpe al empleo

Por Héctor Farina Ojeda 
@hfarinaojeda 

El anuncio hecho por el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, fue duro y directo: se dejarán de crear unos 250 mil empleos debido al recorte presupuestario por parte del gobierno. Y aunque el funcionario dijo también que esto se podría compensar con el crecimiento económico y con un dinamismo en otros sectores, lo cierto es que el golpe al empleo afecta a una gran parte de la población mexicana. 

La proyección para 2015 indicaba una generación de más de 700 mil empleos, pero la reciente noticia le resta prácticamente un tercio, por lo que debemos esperar (con buena suerte) cerca de 500 mil nuevos empleos para este año. Resulta preocupante que nuevamente se reduzcan las oportunidades laborales que tanto requiere la gente, en tanto se apunta a que haya un repunte concentrado en algunos sectores. En otras palabras, este es el anuncio de algo que conocemos muy bien: la riqueza irá a las manos de los que ya la tienen, en tanto los más vulnerables tendrán que sobrevivir con lo que puedan. 

Pero más allá de los datos poco alentadores, nos encontramos ante una situación repetida que debemos enfrentar con propuestas diferentes: el mercado laboral tradicional no está generando ni generará los empleos que necesita la gente, por lo que nos urge encontrar alternativas. Podemos pensar en emigrar, en emprender, en la informalidad…pero la respuesta ya no es patrimonio del mercado laboral sino de la propia capacidad de hacer. La pregunta que debemos hacernos es ¿qué tanta formación tenemos para hacerle frente a un mercado que requiere innovación?

En México hay cerca de 32 millones de personas con rezago educativo, es decir una cuarta parte de la población, por lo que se trata de un sector vulnerable, que necesita empleo pero que seguramente no podrá conseguir uno de calidad. Con esta limitación educativa, para este sector es casi imposible innovar o entrar a la economía del conocimiento, por lo que el apoyo real que deben recibir es la educación, la única herramienta que les permitirá tener oportunidades diferentes a las que ahora tienen. 

Lo curioso es que a pesar de saber que son sectores vulnerables, que serán afectados por la falta de empleo y que necesitan educación, los recortes anunciados afectarán también a…la educación. Con este círculo vicioso, podemos prever que persistirán los problemas de empleo, de rezago, de oportunidades insuficientes y de pobreza. Las perspectivas de crecimiento económico y de dinamismo no llegarán a los sectores necesitados y habrá que pensar cómo hacer para romper con este juego en el que ganan siempre los mismos y pierden casi todos. 

Una idea interesante es pasar del trabajo al trabajador: dejar de esperar que el mercado genere los empleos que hacen falta, para darle la atención a la gente con miras a que pueda emprender, generar, idear, innovar y emplearse. Sólo con recursos humanos capacitados podemos aspirar a romper la dependencia de la actual oferta laboral. Hay que educar y formar, desde los mandos medios hasta los líderes visionarios. 


lunes, 2 de marzo de 2015

Privilegios que excluyen

Por Héctor Farina Ojeda 

La situación de vulnerabilidad de los jóvenes ante el mercado laboral no es una novedad. Por escasas oportunidades de empleo, por falta de preparación o por herencia de un sistema de privilegios que excluye y margina, la juventud se ha mantenido como una esperanza de cambio dentro de un contexto que se niega a cambiar. Es decir, las ventajas de contar con una población joven, en condiciones de producir, innovar y revolucionar la economía parecen no hacer mella en un mercado acostumbrado al clientelismo y a un enredado mecanismo de selección que no se basa en la capacidad. 

En México hay 12.2 millones de jóvenes que tienen problemas para conseguir un empleo decente, con seguro, salarios dignos y reconocimiento laboral. Esto lo dijo Leonard Mertens, representante de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), quien añadió que el 70 por ciento de los jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad. En este contexto, hay que considerar que el desempleo juvenil es de 9.5 por ciento, el doble que el desempleo general, y que además de las dificultades para conseguir trabajo tenemos que considerar la precariedad, la inestabilidad y, en muchas ocasiones, la carencia de una formación adecuada para acceder a los puestos mejor remunerados. 

Detrás de los problemas de empleo de la juventud hay una larga lista de factores desatendidos, como la educación de calidad, el desajuste entre la formación universitaria y los requerimientos del mercado laboral, los problemas vocacionales, así como la falta de planificación estratégica del futuro de la economía. Pero también hay un sistema de privilegios que funge como puerta de entrada al mercado laboral: el clientelismo, el amiguismo, nepotismo, compadrazgo o, como diría Fernando Escalante Gonzalbo, “el muégano”, son mecanismos perversos que condicionan el empleo a algo diferente a la idoneidad. 

En su libro “Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México”, este sociólogo esboza la “teoría del muégano” como una forma en la que cual todo se basa en un sistema de favores, privilegios y acuerdos irregulares para los amigos, los conocidos, los cómplices. Esto implica dejar de lado la idoneidad y priorizar los favores, la lealtad y la capacidad de romper las reglas para beneficiar a alguien que luego, seguramente, hará lo mismo para devolver el favor. Si pensamos en este pegajoso mecanismo del muégano que afecta a toda la sociedad, no debe extrañarnos que los jóvenes se confundan y pierdan el sentido de la educación, de la formación profesional, la ética y la idoneidad. 


Mantener un sistema de privilegios no sólo equivale a excluir a una gran parte de la población, sino que carcome los fundamentos de la economía al hacerla menos competitiva, menos justa y con menores probabilidades de resolver graves conflictos como la pobreza. Las economías exitosas se construyen sobre la base de la gente idónea, preparada y comprometida, por lo que tenemos que devolverle a los jóvenes la posibilidad de cambiar a partir de su propia capacidad.

viernes, 27 de febrero de 2015

La precariedad laboral en tiempos difíciles

Por Héctor Farina Ojeda 

El empleo es uno de los grandes problemas de la economía mexicana. No se han generado suficientes puestos de trabajo en los últimos años, en tanto ha habido un incremento de la informalidad laboral y, sobre todo, de la precariedad. En una sociedad que necesita imperiosamente empleos de calidad para mejorar los ingresos de su gente, cada vez hay más empleos precarios, informales, sin prestaciones, con salarios bajos y con una notable inestabilidad que hace que sea muy difícil encontrar trabajos que aguanten el mediano y largo plazo. 

No es un problema exclusivo de México sino que es un fenómeno de proporciones mundiales: como diría el sociólogo alemán Ulrich Beck, nos encontramos ante una precarización del trabajo que hace que cada vez haya más fugacidad en las contrataciones, con beneficios menos consistentes para los trabajadores. Pero en el caso mexicano esto es más grave porque se trata de una economía que tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza y que no ha logrado un crecimiento importante en las últimas tres décadas. De ahí que la precariedad del empleo sea un agravante en tiempos de urgencia por conseguir trabajo. 

Si bien los datos indican una disminución de la informalidad laboral en 2014 -con 400 mil informales menos-, lo cierto es que la cifra de 28,9 millones de trabajadores informales es 2.5 veces superior a la de los formales, de acuerdo a los datos del Inegi. Esto nos habla de que ante la ausencia de oportunidades formales de empleo, se opta por el mercado informal, con todas las precariedades y carencias que esto implica. Si cada año se requieren 1.2 millones de puestos nuevos y sólo se genera la mitad, es normal que la gente busque cualquier forma de ingreso para atender sus necesidades.   

La precariedad laboral no solo es un problema de quien busca trabajo, sino de toda la economía en su conjunto. Un trabajador mal pagado, sin seguro y sin estabilidad, es alguien que no sólo no puede atender sus necesidades básicas y seguramente seguirá en la pobreza, sino que no incentiva el consumo y genera debilidad del mercado interno. Millones de empleados precarios viven con enormes limitaciones y no pueden darse el lujo de ahorrar ni, mucho menos, de invertir en un nuevo emprendimiento. Todo esto hace que la economía mexicana sea vea afectada en su crecimiento, ese mismo crecimiento que tanto se invoca como una panacea para la generación de empleos y riqueza. 


Mejorar las condiciones de trabajo y hacer que las oportunidades laborales sean de mayor calidad representan un problema complejo que debe ser atendido desde todos los sectores involucrados. Hay que facilitar la formalización de los empleos y disminuir la burocracia -que termina siendo un incentivo para la corrupción-, así como se debe incrementar la competitividad y la productividad de los trabajadores mediante una formación más sólida que vaya conforme a los requerimientos de la economía. Dar mejores condiciones de empleo no es una pérdida para los empresarios ni el gobierno, sino que al contrario: podría ayudar a proteger toda la economía. 

La generación pendiente

Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

Los resultados de la economía paraguaya en los últimos años dan cuenta de que la falta de una visión a mediano y largo plazo sigue condicionando el desarrollo. Por momentos, la bonanza de los elevados precios para la producción agrícola, el auge de las exportaciones de carne y el empuje de una buena coyuntura en la región hicieron que la economía tenga un crecimiento importante, en algunos casos hasta con cifras inéditas que nos ubicaron en los primeros lugares a nivel mundial. Pero fueron y son momentos de una economía que sigue apostando sus fichas a pocos sectores y que depende en gran medida de factores que no puede controlar, como el régimen de lluvias y los precios en el mercado internacional. 

Como consecuencia, el crecimiento y la riqueza se han concentrado en pocos sectores, en tanto no se ha logrado que los beneficios se extiendan a las urgentes necesidades sociales. Es así que seguimos teniendo un sistema educativo poco eficiente y poco acorde a las exigencias de la economía del conocimiento, así como la pobreza sigue condicionando a gran parte de la población. Tenemos un país en el que la gente sigue como materia pendiente, en tanto la falta de planificación hacia lo social hace suponer que la riqueza que viene, tal como vino se irá sin dejar más que la sensación de que algo mejor pudimos haber hecho. 

En este contexto, resulta una tragedia que hoy se hable de que tenemos una generación pérdida como resultado del fracaso de la reforma educativa. Es decir, precisamente en tiempos en los que el conocimiento es el capital más valioso, la reforma educativa se encargó de formar una generación contra el conocimiento. Después de la Guerra Grande no hemos logrado formar una generación que se encargue de hacer del país un espacio de justicia y desarrollo para todos. Acaso ha habido excepciones, como Eligio Ayala, el presidente austero que decía que tenía el mejor gobierno porque estaba rodeado de los hombres más ilustrados del país.

En un mundo competitivo en el que los países más visionarios ya emprendieron una carrera desenfrenada por conquistar la economía del conocimiento, no podemos esperar que un país atrasado logre algo importante sobre la base de postergar las necesidades de la gente, de no invertir como se debe en la educación o de relegar al olvido la ciencia y la tecnología. Es urgente trabajar en la formación de generaciones de ciudadanos capacitados, que tengan el conocimiento suficiente para innovar y reinventar nuestra vieja economía. Ya no sirve continuar con el modelo agropastoril o seguir a expensas de que la coyuntura nos regale buenos precios o buenas lluvias. 

La visión que deberíamos tener no es la del corto plazo sino la de mediano y largo plazo. Si empezamos ahora, tardaremos por lo menos dos décadas en comenzar el cambio generacional que nos pueda dar resultados distintos a los que tenemos hoy. Y para hacer esto necesitamos una planificación que priorice a la gente y sobre a todo a los jóvenes como eje central del cambio. Tenemos un país favorecido con el bono demográfico, con 60% de la población con menos de 30 años de edad, por lo que es el momento ideal para hacer que la revolución sea generacional, a partir de la capacidad, el conocimiento y el talento de nuestra gente. No es algo imposible pero requiere de esfuerzo, inteligencia y compromiso. La pregunta es si realmente queremos hacerlo.

(*) Periodista y profesor universitario

Desde Guadalajara, Jalisco, México

lunes, 16 de febrero de 2015

Pobres y estancados

Por Héctor Farina Ojeda

Una noticia que debería escandalizarnos parece haber pasado desapercibida hace unos días. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) advirtió que se estancó la reducción de la pobreza en Latinoamérica, y esto afecta particularmente a México, en donde no ha habido avances importantes. En otras palabras, el organismo nos dice algo que sabíamos: los pobres siguen pobres y estancados, pese al crecimiento económico y los programas de apoyo a los sectores necesitados. Los datos indican que la pobreza multidimensional (que no sólo incluye ingresos monetarios, sino problemas de empleo, protección social y rezago educativo), en México fue del 41 por ciento de la población en 2012 (no hay datos actualizados).

Detrás de estos datos, hay problemas de fondo no resueltos, como los bajos salarios y la inequidad en la distribución de la riqueza. Por eso, aunque la economía mexicana logre recuperar índices de crecimiento importantes, seguramente no sólo no servirá para disminuir la pobreza sino que ahondará la brecha entre ricos y pobres. México es un ejemplo de que el crecimiento de la economía en su conjunto no equivale a menos pobres, pues la riqueza que se genera termina en pocas manos. Y tenemos muchos ejemplos de ello, como el hecho de que tras la crisis de 2009 los primeros en recuperarse fueron los ricos, en 2011, en tanto los pobres no se han recuperado ni parece que vayan a hacerlo en 2015 o 2016.

Mientras organismos nacionales e internacionales -como la misma Cepal- confían en que este año la economía mexicana crecerá 3 por ciento, el optimismo se pierde al pensar en la gran pregunta sin respuesta: ¿cómo hacer para que la mejoría llegue a los pobres? Ciertamente, las noticias dan cuenta de la recuperación mexicana, de la bonanza que generará el buen momento estadounidense y de proyecciones importantes, pero esto sigue sonando lejano para cerca de la mitad de la población que, bajo mediciones de toda índole, sigue en la pobreza. 

Una prioridad que deberíamos asumir todos es centrar la mirada en las políticas sociales y buscar soluciones que vayan más allá de esperar una derrama económica o conceder paliativos en forma de asistencia o ayuda esporádica. La gente necesita educación de calidad, salud y la posibilidad de tener un empleo que asegure un ingreso digno, porque sin esto no importará cuánto se incremente el PIB o cuántas inversiones lleguen al país. 


La urgencia de la economía mexicana no son los indicadores sino trabajar con la gente, devolverle la oportunidad de salir de la pobreza y el atraso. No es tolerable que la pobreza afecte sobre todo a los jóvenes, así como que el desempleo juvenil sea el doble que el desempleo general. Esto es una advertencia en color rojo intenso: hay que construir una juventud y una ciudadanía que tenga condiciones de generar riqueza y hacer una distribución más justa, o de lo contrario seguirán los escandalosos niveles de exclusión e injusticia que periódicamente se representan con diagnósticos y mediciones de la pobreza. 

El pesimismo del consumidor

Por Héctor Farina Ojeda 

Los buenos augurios para el crecimiento de la economía mexicana, sobre todo de parte del Gobierno que estima un repunte de entre 3.2 y 4.2 por ciento, contrastan con el pesimismo de los consumidores, quienes siguen poco confiados en el futuro económico. Así lo establecen los recientes datos del Inegi que indican que la confianza de los consumidores disminuyó 1 por ciento en enero, con lo que se tiene una caída por segundo mes consecutivo. 

Pero el pesimismo en la economía de parte de los ciudadanos no es algo anormal sino que es lógico en el contexto en el que se vive: no se ha recuperado el poder adquisitivo de la gente, los salarios siguen siendo bajos, el empleo es insuficiente y no se ha logrado que el repunte económico se traduzca en mejores oportunidades para todos. Es normal que el ciudadano no confíe en que su situación mejorará con el anuncio del incremento del PIB, pues habitualmente la riqueza generada no llega a los bolsillos de la gente sino que se queda en pocas manos. 

Con una economía mayormente informal, con una situación de pobreza que afecta a cerca de la mitad de la población y con una pérdida de credibilidad en las instituciones, resulta difícil esperar que los consumidores se sientan confiados con el futuro económico cercano. La dependencia de grandes sectores, la concentración de la riqueza, y la debilidad en el campo educativo que limita las oportunidades laborales de la gente, tienen efectos negativos que se notan en la falta de confianza. 

Y a todo esto hay que sumarle que mientras se habla de crecimiento económico y de blindaje para evitar el daño por la caída de los ingresos petroleros, se anuncian recortes al gasto público que afectarán a la educación, la ciencia y la tecnología, y los programas de apoyo a emprendedores. Esto genera confusión y desconfianza, pues los hechos van en sentido contrario a los discursos, aunque sabemos que esto es también percibido como normal por la gente. 

La confianza de los consumidores no se recupera en el campo discursivo sino por la fuerza de los hechos. Mientras siga la situación de precariedad laboral, de bajos salarios y escasas oportunidades, así como la limitación educativa que impide al trabajador obtener mejores ingresos, será casi normal que exista esa desconfianza hacia los buenos pronósticos. No sólo hay que buscar que los empleos lleguen a la gente, sino que la gente construya sus propios empleos, que innove y emprenda para romper la dependencia de un mercado laboral tradicional que ya no puede cubrir las ingentes necesidades. 


Un consumidor desconfiado y empobrecido no es conveniente para nadie. Ni siquiera para los ricos que viven en burbujas ajenas a la realidad. La necesidad de devolverle a la gente su poder adquisitivo y la oportunidad de mejorar su calidad de vida no es una cuestión de indicadores sino de sobrevivencia para la toda la economía. Mientras una parte de la población siga marginada, en la pobreza y con limitadas oportunidades de mejorar, seguirá la desconfianza hacia una economía que dicen que mejora, pero no para todos.