sábado, 29 de junio de 2013

Luces de advertencia y factores externos


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
La fuerte dependencia de factores externos, de un rubro o un determinado sector siempre representa un riesgo para cualquier economía, pues cuando ese factor del que tanto se depende se tambalea, arrastra consigo una buena parte de los indicadores. No es una novedad que las economías latinoamericanas tienen marcadas dependencias y que tienen como materia pendiente el desarrollo de sectores competitivos que permitan una mayor capacidad de maniobra para crecer y enfrentar las eventualidades. O es el petróleo o el cobre, los productos agrícolas o los ganaderos, el gas, el café o la economía del país vecino: nuestros países se acostumbraron a tener economías que oscilan demasiado según algún buen momento del clima o los precios del mercado en algún rubro específico.
 
En estos días el toque de alerta lo recibió la economía de México: en el primer trimestre de este año el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) fue de apenas 0,8%, lo que implica una desaceleración, es decir que la economía está creciendo a un ritmo más lento del que se esperaba. Esto hizo que el Gobierno, por medio de la Secretaría de Hacienda, revisara las proyecciones para este año y recorte su pronóstico: ahora se estima que la economía crecerá solo 3,1% en 2013 y no 3,5% como se tenía previsto anteriormente.
 
A estos datos, tenemos que añadirle otros que igualmente generan mucha preocupación: tanto las ventas mayoristas como las ventas minoristas están disminuyendo. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el mes de marzo las ventas mayoristas disminuyeron 9,9% a tasa anual –es el quinto mes consecutivo de caída-, en tanto las ventas minoristas se redujeron en 2,4% en el pasado mes de marzo. Esto nos habla de una conjunción que puede traducirse como una advertencia: la economía se está desacelerando y esto se empieza a notar en el comercio. Y todavía hay que sumarle el problema de la generación de empleos, la disminución de las remesas (México es el principal destino de remesas en América Latina) y la progresiva suba de precios de productos básicos.     
 
El toque de alerta para la economía mexicana tiene una clara justificación: una fuerte dependencia de la economía de Estados Unidos que afecta a las principales fuentes de ingresos del país azteca: la venta de petróleo, las exportaciones, las remesas y el turismo. Como razón de fondo tenemos que la economía norteamericana sigue en un proceso excesivamente lento de recuperación –tras la crisis iniciada en 2007- y se estima que este año apenas crecerá 2%. En otras palabras, la fuerte dependencia mexicana hacia su vecino del norte hace que sienta todos los efectos negativos en forma directa. Si Estados Unidos no mejora rápido…no mejorarán las exportaciones ni las remesas ni el turismo…y eso no es bueno para un país que tiene enormes necesidades sociales que atender.  
 
Precisamente ante una coyuntura favorable para los latinoamericanos, resulta oportuno pensar en cómo hacer para que nuestras economías dependientes y con poca capacidad de reacción e innovación se vuelvan competitivas, diversificadas y dinámicas por sí mismas. Mientras en Paraguay se espera una década de auge económico que convierte al país en una tierra de grandes oportunidades, deberíamos pensar cómo fortalecer sectores como el de servicios y cómo invertir los recursos estratégicamente para no estar a merced de que el mal clima, alguna sequía o algún movimiento inesperado afecte a la producción agropecuaria y termine por escamotear las bondades de una década promisoria.
 
Se ha hablado mucho de la dependencia que se tiene de la agricultura y la ganadería, pero quizás muy pocas veces hemos tenido una coyuntura tan favorable no sólo para mejorar los niveles de productividad de estos rubros, sino para apuntalar otros sectores que permitan un crecimiento más estable, una mejor distribución de las fuentes de ingresos, y sobre todo mayor dinamismo que permita reaccionar a tiempo para aprovechar los buenos momentos y resistir a los malos. Es el momento de Paraguay, ahora que tenemos los factores externos a favor. Es la hora de invertir y mejorar desde dentro.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México


domingo, 23 de junio de 2013

Lejos de la ciencia


Por Héctor Farina Ojeda (*)
No es una sorpresa que la investigación científica sea una materia reprobada y pendiente en América Latina. Por ello no debe sorprendernos -aunque sí escandalizarnos- el hecho de que ninguna ciudad latinoamericana aparezca entre las 100 primeras ciudades productoras de conocimiento a nivel mundial, según los datos de un estudio publicado en la revista Nature Scientific Reports. A partir de un análisis de más de 450 mil artículos científicos publicados en los últimos 50 años, se concluye que la mayoría de las ciudades científicas se encuentran en Estados Unidos (56%), Europa (33%) y Asia (11%). Y a la luz del nivel de nuestras universidades, de la escasa inversión en investigación y de la despreocupación generalizada de los gobiernos latinoamericanos en cuanto a la producción del conocimiento, no podemos aspirar a algo diferente a lo que tenemos.

Así como ocurre con las ciudades científicas, periódicamente nos informan que las universidades latinoamericanas no figuran entre las 100 mejores a nivel mundial. Ni tenemos preponderancia en el registro de patentes ni en las invenciones, y mucho menos aparecemos como los lugares en donde se generan más conocimientos o innovaciones. Lejos de la vanguardia en ciencia y tecnología, con presupuestos todavía anclados en estructuras burocráticas obsoletas y prebendarias, los resultados del atraso se traducen en una América Latina que sigue rehuyendo a la economía del conocimiento. Como dice el ex rector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry, en su libro “La tragedia educativa”, parece que estamos formando una “sociedad contra el conocimiento”.

La señal que nos da el estudio sobre las ciudades científicas es una más de tantas que ya hemos recibido e ignorado. Nos lo dicen siempre los indicadores de pobreza, de exclusión, marginalidad, violencia e inseguridad que golpean a nuestras ciudades. Hay una relación directa entre lo que dejamos de hacer por la ciencia y por el conocimiento, y lo que padecemos como consecuencia. Basta con ver los números en el presupuesto de los gobiernos latinoamericanos para ver cómo la educación no ocupa un sitio de preponderancia ni alcanza los niveles mínimos de inversión que se requieren para formar sociedades preparadas. Y, en contrapartida, se destacan logros de países asiáticos o europeos en cuanto a su calidad de vida, sin alcanzar a entender que lo único que han hecho bien es lo que nosotros no hacemos: invertir en el conocimiento.

Tanto los informes de competitividad global, de inversión social, de desarrollo tecnológico o de producción científica nos han venido enrostrando la dura realidad de que estamos haciendo mal los deberes al formar sociedades. Y por eso hay educación precaria, por eso recursos humanos no aptos para la competencia, y por eso tan poca innovación y visión de futuro. En América Latina sólo Brasil y Chile invierten por lo menos 1% de su PIB en ciencia y tecnología, mientras los demás países latinoamericanos aún siguen ajenos a la necesidad de invertir en conocimiento. Pero todavía las cifras son muy lejanas a los países de primer mundo que invierten 4 o 5 veces más.

El hecho de que las ciudades latinoamericanas no figuren en el mapa de la producción científica debería obligarnos a replantear nuestra estrategia con miras a la educación: desde cuánto invertimos hasta cómo concebimos nuestras universidades. Porque si algo nos debe quedar claro en la economía del conocimiento es que menos conocimiento equivale a más pobreza.

Recuperar la calidad de las universidades, la buena enseñanza, y potenciar la investigación en ciencia y tecnología deberían ser prioridades de los gobiernos. De no hacerlo, se seguirá incrementando la brecha entre los países ricos –que generan conocimiento- y los países pobres –que viven contra el conocimiento-. Vivir lejos de la educación, la investigación y la ciencia hoy en día es sinónimo de vivir cerca de la pobreza, la corrupción y los males propios del atraso.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.  

Crecimiento económico y distribución


Por Héctor Farina Ojeda (*)
Paraguay ha sido noticia a nivel internacional en los últimos meses debido a los excelentes pronósticos de crecimiento económico que se tienen para los siguientes años. Hace algunos días, el último informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ubicó a Paraguay como el país que más crecimiento lograría este año entre las economías latinoamericanas, con un 10%. En tanto, los informes del gobierno paraguayo indican que el repunte podría ser del 13% en 2013, cifra que no sólo representa una mejoría notable a nivel macro sino que es una esperanza de que los ingresos que se generen alcancen a sectores necesitados, sobre todo al pensar en que el 49% de la población se encuentra en situación de pobreza, según CEPAL.

Ante los buenos indicadores que nos hacen vislumbrar un panorama favorable para la economía en general, la gran pregunta que salta es cómo lograr que esta coyuntura sea aprovechada para atender las urgentes necesidades de un país que tiene a la mitad de su gente en la precariedad, la pobreza y la escasez de oportunidades para mejorar su condición de vida. En este sentido, el crecimiento previsto para los siguientes años se debe a los buenos precios de los productos agrícolas en el mercado internacional, así como al auge en las exportaciones de carne. Igualmente, se espera un movimiento interno importante gracias al sector de la construcción, en donde se espera que no solo se genere dinamismo sino puestos de empleo en diferentes puntos del país. Ergo, de fondo hay dos cuestiones importantes: el aprovechamiento del momento para lograr un crecimiento sostenido y a largo plazo, y la distribución de la riqueza hacia sectores necesitados, de manera que la bonanza no sea concentrada en pocas manos ni termine por ahondar diferencias ya muy profundas.

Lo primero que se impone es una inversión adecuada de los recursos en los sectores que realmente construyen futuro. Así como hicieron los noruegos cuando descubrieron petróleo y lo destinaron a la educación, los paraguayos ya deberíamos tener un proyecto a largo plazo para que la riqueza momentánea que tenemos se convierta en una fuente constante de generación de bienestar. Para ello hay que atender los aspectos sociales, fundamentalmente educación y salud. Con esto no solo se impulsa una economía, sino que se logra mejorar la capacidad de la gente para acceder a oportunidades y mejorar sus ingresos, por lo que el resultado es una disminución de la pobreza y de la brecha entre ricos y pobres. Con una sociedad mejor atendida en cuestiones sociales, seguramente habrá menos marginalidad, menos exclusión y menos desigualdad en ingresos.

Para lograr que el beneficio económico llegue a todos no basta con lograr repuntes de dos dígitos sobre la base de un par de sectores, sino que hay que impulsar proyectos en donde se tenga una mayor distribución de beneficios. Invertir en infraestructura podría generar empleos, pero sobre todo hay que buscar el desarrollo del turismo, que es una de las actividades de mayor equidad distributiva de la riqueza. Al incentivar el turismo, no sólo se podrían generar millones de dólares en ingresos al país, sino que podría lograrse que los beneficios alcancen a más ciudades, más familias, más sectores y más rubros. Con una riqueza mejor distribuida, seguramente mejorará el consumo y con ello podremos aspirar a un dinamismo económico propio, que no sea tan vulnerable a los vaivenes del contexto internacional.

Con buenos pronósticos de crecimiento económico, con el bono demográfico y con un augurio de bonanza en cuanto a los precios internacionales de los productos que exportamos, Paraguay debe dar el gran salto desde la pobreza y el atraso hacia la proyección a una economía sólida y futurista. Hay que fortalecer todo lo vinculado a la ciencia y la tecnología, para que el país se posicione en el sector de servicios y pueda desarrollar una economía del conocimiento acorde con los tiempos actuales.

La gran misión del siguiente gobierno será planificar estratégicamente en qué se invertirán los recursos obtenidos del buen momento económico para lograr que los resultados se reflejen en un crecimiento sostenido y en una distribución de oportunidades y riquezas que alcance a minimizar la pobreza, la marginalidad y la exclusión. Es tiempo de invertir estratégicamente, porque difícilmente se vuelva a repetir una convergencia tan bondadosa de condiciones ideales para dar el gran salto.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", un suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 9 de junio de 2013

El empleo, la precarización y la capacitación


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
La generación de empleos de calidad, que contribuyan efectivamente al mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, es una de las cuestiones centrales que debe atender cualquier sociedad. Como fuente generadora de ingresos y como base para el desarrollo, el trabajo no sólo es una necesidad fundamental sino un compromiso que tenemos con nosotros mismos, con los nuestros y con el entorno. Somos nosotros los que hacemos, construimos e impulsamos la sociedad que queremos. Por eso es tan importante que el tema del trabajo no sea visto como una cuestión populista, prebendaria, de padrinazgo o compadrazgo, ni mucho menos como un sistema en el cual algunos se aprovechan de los demás.
 
Uno de los grandes desafíos que tienen todos los países latinoamericanos apunta no solo a la generación de puestos de trabajo, sino a que los empleos sean lo suficientemente buenos como para paliar y revertir duros indicadores que exhiben nuestras precariedades: pobreza, marginalidad, inseguridad, paupérrima educación y cobertura sanitaria deficiente e insuficiente. Todavía sufrimos mucho por la confusión dolosa que privilegia a los cómplices en puestos de trabajo del Estado, cuando son la capacitación, la idoneidad, el talento y los méritos los que deberían definir a quienes se hacen cargo de llevar adelante la administración de lo público. Y todavía falta atacar el problema de fondo, el de la capacitación de los recursos humanos, para mejorar los niveles de competitividad y, sobre todo, para asegurar empleos de más calidad e ingresos más acordes a las ingentes necesidades sociales.
 
Resulta contradictorio que países ricos, como Paraguay, tengan serios problemas de empleo precisamente en momentos de auge económico y de bonanza por el bono demográfico. Mientras existen 900 mil compatriotas subocupados o desempleados, y alrededor del 60% de los trabajadores no cuenta con seguro social, también debemos contemplar la precarización laboral que se traduce en salarios bajos, informalidad, inseguridad y limitada capacidad de aporte para la construcción de proyectos de vida. Hay mucha deficiencia en la formación de los recursos humanos, lo que nos habla de los problemas educativos desde el ciclo inicial hasta el superior, por lo que los resultados se traducen en una economía poco competitiva, con empleos mal pagados y la consiguiente mala distribución de la riqueza.
 
La precarización del trabajo no es algo particular de un país sino un fenómeno globalizado, como lo explica el sociólogo Ulrich Beck en su libro “Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la globalización”, en el que da cuenta del proceso progresivo de degradación de la calidad de los empleos, que ahora son fugaces, poco seguros, informales e inciertos. Y esta tendencia converge con la transición de la generación de la riqueza desde los sectores primarios y secundarios hacia los terciarios, es decir hacia la prestación de servicios, que dependen directamente del conocimiento de la gente.  
 
Ante este contexto, Paraguay debería aprovechar las buenas proyecciones económicas para generar empleos que apunten al desarrollo del país y a la distribución de los ingresos hacia la gente que lo necesita: en cinco años se puede lograr un gran avance en la construcción de obras de infraestructura que permitan incrementar el tráfico, bajar los costos de transporte y de paso beneficiar con trabajo a muchas comunidades. Con una buena planificación y las inversiones correctas, habrá empleos directos e indirectos en carreteras, puentes, edificios y otros sectores que serán beneficiados.
 
Para atender los problemas de empleo de Paraguay hay que mejorar notablemente la capacidad de los recursos humanos, pues de lo contrario no importará que haya trabajo en abundancia, ya que el mercado los excluirá, los maltratará o los limitará a aceptar lo que puedan. El problema del empleo es una cuestión educativa, pues la riqueza está en el conocimiento.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.  

Rotación de cerebros y visión económica

 
Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
Una de las características fundamentales de la economía actual es que la generación de la riqueza se concentra en los sectores vinculados directamente al conocimiento, por lo que la capacitación de los recursos humanos de una nación se convierte en algo fundamental para el desarrollo. De ahí que las universidades, los centros de formación, los institutos tecnológicos y la educación de calidad en general se hayan vuelto tan determinantes a la hora de construir una economía competitiva. Y en este contexto, los especialistas, los expertos o los “cerebros” juegan un papel fundamental para hacer que la economía sea competitiva, innovadora y visionaria.
 
La fuga de cerebros ha sido desde hace décadas uno de los problemas complejos en América Latina, puesto que debido a la falta de promoción de nuestros talentos y de oportunidades laborales acordes con la formación, estos terminan emigrando a países más desarrollados, de manera que contribuyen al desarrollo de economías ajenas. Esto lo entendieron los taiwaneses a mediados del siglo pasado, cuando iniciaron un proceso de repatriación de sus cerebros con miras a potenciar la investigación y el desarrollo en el campo de la tecnología, lo que derivó en una economía sólida y de crecimiento constante.
 
Y aunque hoy en día ya no podemos pensar en la fuga de cerebros en la forma tradicional como se hacía antes, pues en un mundo intercomunicado y globalizado existen mecanismos de aprovechamiento de los recursos humanos asentados en otras latitudes, debemos asumir que nos encontramos en un proceso de atracción de talentos: países como Estados Unidos, Canadá, Singapur, India, Brasil o Chile compiten para atraer a ingenieros, científicos o talentos vinculados fundamentalmente a la tecnología. Esto nos habla de facilidades para la expedición de documentos, buenos salarios, potencial de crecimiento y muchos incentivos para asegurar que los que saben trabajen en proyectos que beneficien a una determinada nación.
 
Como contrapartida, los latinoamericanos seguimos invirtiendo muy poco en la educación, en ciencia y tecnología, y para colmo no hemos consolidado buenos ambientes de negocios para el campo de la innovación y la tecnología, por lo que los países más desarrollados tienen una gran ventaja para atraer y retener a los cerebros. Las iniciativas de Brasil y sobre todo de Chile en cuanto a ciencia y tecnología son muy interesantes para la región, pero todavía se encuentran muy lejos de países como Singapur, Corea del Sur o India. En tanto países como México, Venezuela, Colombia, Ecuador y Paraguay tienen no sólo una casi inexistente inversión en ciencia y tecnología, sino que han creado muy pocos campos para que los científicos se queden y puedan aplicar sus conocimientos.
 
En este contexto de difícil competencia por la atracción de los cerebros, más que en la fuga debemos pensar en la rotación de cerebros, es decir en el aprovechamiento de las oportunidades que generan los recursos humanos que van a estudiar o a trabajar a otros países más avanzados. En la era de la información y la economía del conocimiento, la distancia física ya no es una barrera para compartir experiencias y trabajar en la formación de generaciones más competitivas.
En el caso de Paraguay, la buena perspectiva económica para la siguiente década debería servir para financiar proyectos de formación de cerebros en las mejores universidades del mundo, así como el aprovechamiento de quienes hoy se encuentran en el exterior. Con una buena planificación a mediano y largo plazo se puede lograr que cerebros paraguayos en el exterior contribuyan a la formación de nuevas generaciones, así como a lograr que expertos  extranjeros vayan a Paraguay para trabajar en las universidades en la enseñanza de ciencia y tecnología.  
 
El momento económico es ideal para el inicio de un proceso de formación de los cerebros en el exterior, de aprovechamiento de los que están fuera, y de atracción de los profesionales que podrían contribuir a renovar la dirección económica, política y social del país.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", un suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.