domingo, 25 de septiembre de 2011

La economía a merced de la carne

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El notable éxito que han tenido la producción y la exportación de carne en los últimos años nos habla claramente de la enorme potencialidad que se tiene en el país para competir, ganar mercados y generar empleos y riqueza. Cuando se trabaja en forma seria, competitiva y planificada, los resultados pueden verse en materia de calidad de lo que producimos y en cuanto a los beneficios generados en la población. Sin embargo, como una curiosidad recurrente, los paraguayos nos hemos acostumbrado a vivir de rubros exitosos específicos, aunque tengan un lapso de brillo marcado por una coyuntura que se acabará inexorablemente.

La mala noticia de la detección de casos de fiebre aftosa, además de representar un duro golpe para toda la economía nacional, nos devuelve a una realidad que no hemos terminado de enfrentar: la poca planificación económica y la falta de una proyección a largo plazo nos mantienen en una dependencia de ciertos rubros que, al sufrir algún tropiezo, ponen en jaque la estabilidad de la oferta de empleos, de la generación de ingresos y el bienestar de muchas familias. Convertimos a la carne en un rubro exitoso e hicimos de las exportaciones la segunda fuente de ingresos del país –sólo por debajo de la soja- pero ante un problema grave como el cierre de mercados debido a la aftosa, se perciben con más fuerza la falta de competitividad en muchos otros sectores que deberían aportar más a la economía.

Pasó lo mismo con el periodo de efervescencia por la construcción de Itaipú, hasta que con el fin de las obras se empezó a resentir el ambiente económico, con la disminución de los empleos y el menor dinamismo propio. El algodón es otro ejemplo, mediante el cual se acostumbró al ingreso periódico de dinero a través de un rubro, al tiempo que se sufría la carestía cuando había una mala cosecha. Como heredera de la tradición, la soja se volvió el producto estrella, con los consuetudinarios bajones a la economía con cada sequía, con cada mala cosecha o con la disminución de los precios de las materias primas en el mercado internacional.

Basta una mirada a nuestra tradición económica para comprender que tenemos graves carencias en cuanto a factores vitales para competir en un mundo globalizado: nos falta una planificación seria que nos lleve a formar generaciones de personas capacitadas y competitivas, que abonen a desarrollo de la competitividad en diferentes sectores de la sociedad. La riqueza de las naciones se sustenta sobre la capacidad de su gente y sobre la capacidad innovadora que se tiene para hacerle frente a las necesidades de adaptarse a las exigencias de los mercados.

Esa falta de planificación y competitividad ha hecho que desarrollemos una dependencia excesiva hacia ciertos rubros, por lo que basta con el cierre de algún mercado, con alguna traba comercial o con un mal año para el campo, para que terminemos sintiendo efectos nocivos en cuanto al crecimiento de la economía, los ingresos, los empleos y los salarios. Todo esto nos vuelve demasiado vulnerables a los factores externos, que no podemos controlar pero que son parte del tablero de la economía global.

Las enormes pérdidas que se avizoran debido al cierre de mercados para la carne, así como los toques de alerta que siempre se perciben ante una amenaza climática, deberían ser suficientes para que replanteemos todo el concepto que tenemos de la economía de un país.

Lo primero que debemos hacer es invertir en la competitividad del país, lo que quiere decir construir una base sólida a partir de un mejoramiento de la educación y de la formación de profesionales en distintos ámbitos. Con la capacidad de innovar, de planificar y emprender, podemos iniciar un proceso de diversificación de la producción y de los empleos, para no depender siempre de los mismos rubros.

En este mundo tan globalizado y competitivo, hay que seguir las ideas del economista Jeremy Rifkin, quien dice que ante un mercado tan inestable hay que desarrollar más habilidades y más conocimientos para poder maniobrar y hacerle frente a los cambios constantes que limitan el desarrollo de los que sólo saben hacer una cosa.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay,

martes, 20 de septiembre de 2011

Ecos: el desafío de contar historias para la gente










Por Héctor Farina Ojeda (*)

Siempre es bueno comunicarse. Escribir, hablar, comprender e interpretar. Parece algo básico y elemental, pero en un mundo tan comunicado, como una paradoja en medio de tanta tecnología, parece que hemos perdido una buena parte de nuestra capacidad expresiva y la comunicación con el otro. Nos enviamos más mensajes, vemos más televisión y nos conectamos más por medio de una computadora con Internet, pero compartimos menos. Y ante este mundo paradójico, recuperar la palabra y la capacidad de contar historias de la gente y para la gente se vuelve una necesidad y un enorme compromiso.

Es así que como un compromiso y una necesidad surgió la Revista Ecos, con el objetivo de convertirse en una voz en el interior del Paraguay. En un esfuerzo conjunto por contar historias y compartir conocimientos para mejorar nuestra sociedad, las plumas fueron trazando líneas que llegaron desde distintas figuras y diversos lugares. Desde el interior del Paraguay o de la capital, desde Argentina o Brasil, desde México o desde cualquier lugar en donde se tenga algo que decir para compartir, el conocimiento se ha plasmado en las páginas de esta iniciativa que busca acercar a la gente y mostrar un camino en el que todo se puede construir con nuestro esfuerzo.

Pasaron ya tres años desde que Ecos recorre los rincones del Paraguay. Primero fue en soporte impreso en papel, distribuyendo ejemplares por el territorio paraguayo, hasta llegar a las escuelas de Brasil y Argentina. Y ahora, con la trascendencia de lo digital, llega a todo aquel que quiera leer, sin importar en qué sitio se encuentre. Las voces se han vuelto conjuntas, atemporales y de alcance global, pero siempre están fluyendo con sus historias.

Teniendo siempre presente las vivencias de Roa Bastos y su escritura desde la lejanía, no he dejado de escribir sobre el Paraguay: ubicado en México, comparto mis pensamientos escritos en la Universidad, en mi casa, en algún café, un aeropuerto o desde un camión que me ayuda a reflexionar mirando el paisaje pasar. No importa la distancia cuando la palabra puede unirnos, puede hacer que compartamos ideas y pensemos en los que nos falta para construir una comunidad menos injusta y más equitativa.

La oportunidad de compartir desde la distancia, sintiendo la esencia paraguaya con cada comentario y cada respuesta, es un aliciente para saber que siempre es posible construir una nación mejor desde cualquier punto. Lo importante es colaborar, reflexionar, sumar ideas y buscar la manera de concretar proyectos que apunten a revertir males como la pobreza, el analfabetismo o el conformismo.

Me siento agradecido con Ecos, por permitirme ser parte de esta iniciativa. Propongo hacer de las ideas y la reflexión una fuente de incentivo para el mejoramiento de la educación: con aportes, propuestas y con mucha comunicación, se pueden construir los cimientos de una formación educativa que nos permita mayores oportunidades en un mundo que nos exige mucho conocimiento. Hay mucho por aprender, por compartir y apropiar. Y para estos fines, una buena lectura, una buena idea y un buen intercambio de conocimientos son fundamentales.
Tenemos que hablar más con la gente, contar historias de la gente y hacer que sea precisamente la gente la que pueda imaginar una sociedad mejor para todos. Ese es el reto.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en la Revista Ecos, de Paraguay, en el marco del tercer aniversario de esta publicación.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Remesas y generación de riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La crisis en la economía europea, que golpea al euro, así como la crisis de Estados Unidos, en donde hay una desaceleración y una incapacidad de generar empleos para cubrir las necesidades, constituyen toques de alerta para los países latinoamericanos, no sólo por los potenciales efectos de contagio generalizado sino por el golpe a sectores específicos de los que se depende mucho. Un caso representativo es el de las remesas, que en los últimos años se han erigido como una fuente de ingresos importante para alimentar a las economías.

Las remesas son el fruto del esfuerzo y el trabajo de las personas que tuvieron que emigrar en busca de oportunidades laborales que ayuden a mejorar o mantener su nivel de vida. Detrás de cada dólar o cada euro que llega desde el exterior, hay historias de mucho sacrificio, de nostalgia, de familias fragmentadas y de condiciones laborales difíciles en países ajenos. Y cada moneda que llega implica un reconocimiento del esfuerzo de los migrantes y un cuestionamiento fuerte hacia la responsabilidad de los gobiernos en cuanto a la generación de condiciones para que las personas puedan acceder a empleos y sobreponerse a males endémicos como la pobreza y la exclusión.

Desde hace un tiempo, la historia de América Latina es la historia de la dependencia económica a factores externos que no podemos controlar: ante la incapacidad de consolidar economías dinámicas y autónomas, ha emergido el modelo de expulsión de mano de obra hacia países en donde hay más oportunidades laborales. Pero, curiosamente, en lugar de cuestionarnos y de proponer soluciones de fondo para fortalecer nuestros países, ha crecido la dependencia de esa riqueza que llega de la mano de aquellos que tuvieron que irse. Hoy, las remesas son demasiado importantes y hasta se las considera un factor contra la pobreza, en un cínico desvío de responsabilidades de parte de los gobiernos, que deberían priorizar la formación de su gente y no la dependencia de ingresos ajenos.

Países como México o los centroamericanos se ven amenazados por la crisis que soporta Estados Unidos, pues hay un freno en la economía y se están perdiendo empleos en sectores estratégicos para los migrantes, como en la industria de la construcción. En tanto en Sudamérica hay preocupación por la crisis española y los efectos nocivos de la economía europea, pues esto implica una directa disminución de las remesas. Estamos ante una dependencia que debería escandalizarnos y hacer que nos replanteemos qué tipo de economía debemos construir para no vivir a merced de lo que escapa a nuestros manos.

En este contexto de globalización, de economías competitivas y de urgencia del conocimiento, un país pequeño como el Paraguay no puede quedarse anclado en el modelo de dependencia de remesas y de expulsión de mano de obra. Esto no implica renunciar a las remesas, sino hacer una planificación que nos lleve a lograr una economía dinámica, generadora de empleos y riqueza, y, sobre todo, en crecimiento sostenido y equitativo. Y para esto hay cosas que se pueden hacer desde el ámbito en el que nos encontremos: direccionar los ingresos de remesas hacia la educación, para pasar de una generación de mano de obra poco capacitada hacia una generación de profesionales que sepan crear riqueza a partir de su propio conocimiento.
Las remesas deben utilizarse como factor para el desarrollo y no para el mantenimiento de la pobreza y la exclusión. Seguir percibiendo ingresos como si fueran dádivas que serán despilfarradas sólo hará que la gente siga emigrando para mantener el mismo círculo de sobrevivencia. Pero, si aprendiéramos a valorar el esfuerzo de los migrantes y hacer que sus ingresos se conviertan en proyectos productivos, en una inversión estratégica en la educación o el desarrollo de microempresas que generen empleos, podríamos romper el ciclo de la dependencia y en un futuro no lejano ya no tendríamos la necesidad de salir en busca de trabajo en países lejanos y bajo condiciones hostiles.

Que la irresponsabilidad de los gobiernos al depender de remesas para disimular la ineficiencia de atender a la gente no nos contagie. Desde nuestra pequeña economía familiar podemos aprender a redirigir los recursos hacia la construcción de un futuro económico menos dependiente: invertir en nuestra gente, en nuestra educación y desarrollar emprendimientos propios son una urgencia. No sólo necesitamos más trabajo, sino más inteligencia para aprovechar los resultados del esfuerzo y el sacrificio que hacemos todos los días.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios “Estrategia”, del Diario La Nación, de Paraguay.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La independencia económica


Por Héctor Farina Ojeda (*)

En un mundo globalizado, de economías interrelacionadas y de mucha dependencia de factores externos, lograr la independencia económica de un país representa una ventaja enorme para las aspiraciones en cuanto al progreso, el desarrollo y el aseguramiento de las condiciones de vida de la gente. Y para una economía pequeña, como la paraguaya, tener independencia, capacidad de autogestión y dinamismo propio, se convierte en una necesidad imperiosa para hacerle frente a los riesgos en el mercado global.

Cuando un país tiene competitividad, cuando reúne condiciones favorables para producir con calidad, con buenos precios y para posicionarse en los mercados, entonces tiene más libertad que aquellos que no reúnen estos factores. Un país se vuelve independiente cuando su gente se siente independiente, cuando las personas se sienten capaces de producir competitivamente, de construir, diseñar y de trabajar profesionalmente en todo aquello que será beneficioso.

En América Latina nos acostumbramos a vivir dependiendo de factores externos, como las compras del petróleo, las limitaciones a las exportaciones de materia prima o la importación de la tecnología que no somos capaces de producir. En un país de una economía gigantesca como México, resulta crítico que la dependencia de Estados Unidos sea demasiado elevada: el 80% de las exportaciones mexicanas van al mercado norteamericano, en tanto los ingresos por petróleo, las remesas y el turismo dependen de la situación de los estadounidenses. Esto hace que, paradójicamente, teniendo tanto potencial, México viva atado a las coyunturas de su vecino del norte.

La necesidad nos exige hoy pensar en fortalecer nuestras economías y hacer que sean sólidas, autosuficientes y dinámicas, en lugar de volátiles y dependientes. En el Paraguay tuvimos una época de independencia económica y podemos recuperarla ahora, sobre la base de una planificación con miras al futuro.

Lograr romper el aislamiento de la mediterraneidad por medio del fortalecimiento del tráfico aéreo, mejorar la competitividad de los productos para ganar mercados y diversificar los destinos de exportación –para romper la dependencia del Mercosur-, así como aprender a explotar mejor la riqueza natural que tenemos, son sólo algunos pasos que debemos dar para iniciar nuestra independencia.

No podemos seguir dependiendo de las minucias que paga Brasil por consumir la energía eléctrica que nos corresponde, sino que debemos aprovechar este potencial energético para la instalación de industrias electrointensivas, para el fortalecimiento de las empresas paraguayas y para el desarrollo de sistemas de transporte menos contaminantes, más rentables y más eficientes. Nos urge potenciar la capacidad productiva de nuestros agriculturores, ganaderos y microempresarios, para que puedan sacar provecho de los recursos naturales y de las enormes oportunidades que tenemos en una economía del conocimiento, de manera que no queden a merced de oportunistas que hacen dinero a costa de nuestra ignorancia.

Para lograr una independencia económica necesitamos primero reforzar nuestra propia capacidad de hacer, de planificar, administrar y emprender. Y eso sólo se logra con una fuerte inversión en materia educativa, que nos ubique en un mejor lugar en el contexto de la economía del conocimiento, en donde la generación de riqueza ya no depende de la fuerza de la mano de obra, sino, precisamente, del conocimiento.

El dinamismo propio de la economía hoy depende del conocimiento de la gente, de la preparación y la visión de oportunidades en un mundo globalizado. Para independizar la economía y lograr ser autónomos, primero debemos lograr la independencia del pensamiento, para ser libres de prejuicios a la hora de planificar el destino del país. Si hoy iniciáramos la tarea de planificar y construir una economía independiente sobre la base de la inversión en la capacitación de la gente, posiblemente en una década ya veríamos grandes resultados y dejaríamos de lado muchos de los males que nos aquejan.

(*) Periodista y profesor universitario.
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay

domingo, 4 de septiembre de 2011

El costo de la informalidad

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía es el fiel reflejo de la gente que la compone, de sus costumbres, virtudes y vicios. En sociedades informales, donde el cumplimiento de cualquier norma o pauta de conducta es relativo, los resultados que se ven en la economía no pueden ser distintos: mercados informales, poca seriedad, credibilidad baja y niveles de confianza insuficientes. Todo esto es un coctel que hace que nos vean con desconfianza para invertir, proyectar y emprender.

Relativizamos las reglas, incumplimos acuerdos, nos creemos muy vivos cuando evadimos una norma y hasta hacemos alarde de genialidad cuando burlamos algún esquema que busca ordenar el caos. Cuando quieren cobrar peaje para reparar una carretera, le encontramos la vuelta para eludir el puesto de pago, de la misma manera que los empresarios buscan la vuelta para no cumplir su parte, tal como lo hace el empleado que sabe hacer la vista gorda cuando le conviene o el funcionario fiscalizador que está presto a no hacer su trabajo si es que lo persuaden con un aporte. Cada uno se cree el listo de la historia, cada quien cree engañar al otro, todos se creen ganadores. Pero el costo es vivir en sociedades empobrecidas, poco creíbles y poco confiables.

Como en un cambalache moderno, se cambia una informalidad por otra, un truco por otro más artero, y hasta adaptamos la ley de la oferta y la demanda a la medida de la poca seriedad. A todo emprendimiento serio se le crea un camino informal, toda iniciativa tiene su interpretación relativista y toda regulación puede ser omitida conforme a las necesidades del cliente, el compadre o el amigo.

Informales hasta la médula, desde el paso por el sistema educativo, en donde todo se relativiza, en donde se puede cambiar un proceso de enseñanza-aprendizaje por un paso esporádico por un aula, en donde algún profesor finge seguir la regla para no respetarla a conveniencia. Profesionales de fachada y hasta de título, pero negligentes por oficio. Poco competitivos en resultados, pero tentadores en la oferta: pseudomédicos que ofrecen curas milagrosas a bajo costo, que terminan traspasando la culpa a los incautos que se dejan tentar bajo las reglas de la falta de reglas. Todo se vuelve informal, todos se echan la culpa, pero hasta eso puede relativizarse. Hasta en eso se encuentra el atajo, el camino chueco, el engaño y la finta.

La informalidad se ha incrustado en nuestro comportamiento, como si fuera un rasgo cultural, a tal punto que la exhibimos hasta con cinismo e impudicia. Como el letrero que vi en un restaurante de México: “En caso de que quiera factura, se le cobrará el IVA”. Es decir, la misma gente asume que la oferta informal es más barata porque evade impuestos, porque no garantiza calidad o porque sencillamente es la forma de burlar esquemas de control.

Ser informales, ser incapaces de ser serios nos implica un costo demasiado elevado. Vivimos en sociedades que han perdido la visión y la planificación a largo plazo, porque sencillamente lo planificado no será cumplido y terminaremos encontrando la manera de evadir responsabilidades por medio de un arreglo, un camino más corto, un truco o una artimaña que nos ahorre esfuerzo.

En una América Latina impregnada por lo informal, no es raro que nos quejemos de que no haya servicios eficientes, una educación de calidad y atención sanitaria para todos. Pero, curiosamente, somos poco serios a la hora de contribuir, de pagar impuestos, de exigir y dar el ejemplo… de la misma manera que los que administran los recursos son poco serios para cumplir, para transparentar, y terminan malversando nuestras oportunidades y nuestro destino.

Pagamos el costo de la informalidad cuando no llegan inversiones, cuando no confían en nuestro sistema torcido de reglas a la hora de emprender o cuando terminamos escamoteando cada proyecto que parecía beneficioso. Pero luego nos quejamos de la falta de trabajo, del poco profesionalismo con el que nos tratan los funcionarios y de la increíble falta de respeto que nos tienen como consumidores. Jugadores de un ajedrez de reglas nominales pero manipulables, sólo nos ofendemos cuando nos sentimos en jaque, pero minimizamos los males cuando atacamos y destruimos cualquier intento de seriedad.

La transformación de una sociedad empieza por los cimientos, aquellos que configuran la esencia de la gente: su educación y su actitud ante los problemas cotidianos. Esa transformación hacia un modelo menos informal y más serio es la que tiene a Chile como su principal ejemplo en América Latina. Con una economía planificada, con una visión de futuro, con una fuerte inversión en la educación y con un respeto a las normas, este país avanza firme contra la pobreza y el atraso.

Combatir nuestra propia informalidad y promover una actitud de más compromiso y responsabilidad, son fundamentales a la hora de pensar en un país planificado, serio y con un rumbo definido. La economía lo agradecería y nosotros nos agradeceríamos al ver los resultados económicos que podemos obtener dejando de lado la costumbre de torcerlo todo, relativizarlo todo y reducir lo serio a lo informal.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.