viernes, 30 de diciembre de 2011

La economía mexicana en 2011: crecimiento insuficiente para revertir viejos males

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía mexicana cerrará este año con un crecimiento aproximado de 3.9%, lo que representa que por segundo año consecutivo tendrá un incremento, pues en 2010 el repunte fue de 5.5%, mientras que en 2009 se había tenido la peor caída en 70 años: 6.5% de contracción.

El crecimiento económico de México es relativamente bueno: por un lado, mantiene una tendencia de recuperación –que se prolongará hasta 2012- pero por el otro lado, esto es totalmente insuficiente para revertir viejos males, como la pobreza, el desempleo y la desigualdad.

En cuanto al empleo, los datos oficiales dicen que se crearon 811 mil empleos (sin contar los que ya se perdieron, porque eran temporales), los cuales fueron insuficientes para cubrir la necesidad laboral de los mexicanos, pues se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año para hacerle frente a la demanda generada por los jóvenes que se incorporan al mercado laboral. Esto hizo que la tasa de desempleo no haya variado mucho: se mantuvo siempre por encima del 5%, aunque hubo una leve reducción en los últimos dos meses, pero esto se debe más bien a empleos temporales creados en el sector comercial por las fiestas de fin de año.

El problema de fondo es que los empleos creados son de bajos salarios y en condiciones precarias. Esto se nota en un incremento de la informalidad, pues como no hay empleos formales, la gente busca ocupaciones informales: 13.5 millones de personas (28.7% de los ocupados a septiembre de este año), se emplearon en la informalidad, en tanto el año pasado la cifra fue de 12.9 millones de personas. Esto representó un incremento de 534 mil trabajadores en el mercado informal.

Cuando la economía no genera empleos formales, y cuando la gente debe buscar ocupaciones precarias para sobrevivir, el resultado es la reproducción de la pobreza.

Y precisamente –hablando de pobres- los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) revelan que la pobreza en México aumentó de 48.8 millones de personas a 52 millones, es decir, 3.2 millones de “nuevos pobres”.

Otro dato muy importante que debemos tener en cuenta es el de la inflación, o sea, del aumento del nivel general de los precios de los productos de la canasta básica. Si bien la inflación terminará alrededor de 3.4% -cercana al objetivo de 3%- y que es una cifra baja frente a países como Venezuela, que ronda el 25%, sin embargo sigue representando un duro golpe para los mexicanos porque los salarios no han mejorado y el poder adquisitivo de la gente se mantiene bajo.

Y como si fuera poco, en el último año hubo aumentos importantes en productos que son básicos, como el frijol (30%), la tortilla de maíz (14%), el huevo, el arroz, la carne, entre otros.

En resumen: el crecimiento económico no sólo es insuficiente, sino que no ha permeado hacia los sectores más necesitados. La pobreza sigue creciendo, no hay suficientes empleos y esto hace que la gente trabaje en la informalidad, con lo cual es casi seguro que no habrá disminución de la cantidad de pobres.

Se requiere de un crecimiento económico superior al que se tiene y de una mejor distribución de los ingresos. Para ello se necesita reactivar el mercado interno y generar empleos con mejores salarios, para lo cual es imperioso capacitar a la gente y darle la oportunidad de conseguir trabajos con mayor remuneración.

(*)Periodista y profesor universitario.
Comentario económico para el noticiero de Red Radio Universidad de Guadalajara en Ocotlán, Jalisco, México.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

India, la potencia emergente


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las imágenes con las que evocamos a la India pueden ser muy contradictorias a la luz de las proyecciones económicas de este país. Es fácil imaginar a los famélicos, los sistemas de castas, las ostentaciones principescas rodeadas de miseria, la pobreza y el atraso de un país que en la primera mitad del siglo pasado seguía siendo una colonia. Pero los datos que hoy presenta India nos hablan de una realidad cambiante: con un crecimiento económico promedio superior al 8% en los últimos años, con una población de 1300 millones de habitantes, con un fuerte desarrollo en materia tecnológica, apunta a convertirse -posiblemente en la próxima década- en la tercera potencia económica mundial, solo detrás de Estados Unidos y China.

India forma parte de los países denominados “BRIC”, junto con Brasil, Rusia y China, que apuntan a transformarse en los principales motores de la economía mundial en 2050, por su población, su territorio, sus riquezas naturales y su PIB en conjunto. Y presenta algunos resultados que son más que interesantes: su crecimiento económico promedio es muy cercano al de China, y duplica el promedio de América Latina; ha logrado sacar de la pobreza a 100 millones de personas en los últimos quince años, ha cuadruplicado su clase media y ha convertido ciudades pobres en emporios de desarrollo tecnológico.

Aunque tengamos la visión de la India como la de un país en donde el contraste entre la opulencia y los “intocables” es uno de los más radicales, lo cierto es que hay un trabajo constante que ha venido disminuyendo las diferencias. Y la apuesta que hace India para lograrlo es el potencial humano, enfocado desde la necesidad del conocimiento tecnológico. Desde hace más de medio siglo, los indios se dedicaron a formar recursos humanos competentes en cuanto a tecnología, conscientes de que para progresar requieren estar a la vanguardia en materia de innovaciones. Hoy tenemos como resultado que hay una producción masiva de cerebros que pueden liderar los proyectos de desarrollo que ayuden a revertir la pobreza: ingenieros, programadores y profesionales vinculados a la informática ingresan todos los años al mercado laboral, con nuevas ideas y con un alto nivel de competitividad.

Algunos de los datos que avalan esta avalancha de conocimiento al mercado laboral son impresionantes: hay 300 mil ingenieros graduados por año, y el 25% de la población india con el más alto coeficiente intelectual es superior a toda la población de Estados Unidos. Esto nos habla de un verdadero ejército de cerebros dispuestos a barrer con la competencia de otros países en cuanto a tecnología informática. El objetivo es claro: liderar todos los procesos de desarrollo tecnológico y convertir a la India en el cerebro mundial.

Detrás de estos avances, en medio de enormes contradicciones que llevan a formar ciudades tecnológicas rodeadas de miseria, hay cuestiones culturales que sirven para explicar cómo han logrado este cambio: lo primero es la conciencia de las necesidades. Los indios se adelantaron al prever que habría una enorme necesidad de profesionales competitivos en tecnología, por lo que apostaron a la formación de élites mucho antes que naciones más avanzadas. Igualmente, a diferencia de nuestros países latinoamericanos, no esperaron que los gobiernos solucionen el problema educativo. Mientras la inversión en educación de India es inferior a países como Chile, México, Brasil o Argentina, hay una cultura de fondo que corrige esta aparente carencia: los indios ahorran toda su vida para financiar la educación de sus hijos, en las mejores universidades del mundo, por lo que no dependen de una política de Estado sino de sus propios esfuerzos.

Con gobiernos constantes en el seguimiento de un plan país, con gente consciente de la necesidad de la formación y, sobre todo, con una planificación orientada a adelantarse a los tiempos, no resulta raro pensar en la India como la gran potencia económica global dentro de unas cuantas décadas.

El ejemplo y el desafío que se presentan a partir de la experiencia india son grandes para economías acostumbradas a vivir de la explotación de sus recursos naturales. América Latina no ha sabido hacer la transición desde economías primarias, dependientes de los precios de las materias primas, hacia economías del conocimiento, en donde el capital más cotizado es lo que la gente sabe.

Países pequeños como el Paraguay deberían aprender a planificar y adelantarse a los tiempos –como hacen en India- para formar élites de profesionales competitivos, repatriar a los cerebros y priorizar la educación de la gente por encima de la cría de ganado o la sobreexplotación de la tierra para producir soja. El potencial de crecimiento y equidad no se encuentra en los recursos naturales, sino en el conocimiento que la gente tiene para producir, fabricar oportunidades y disminuir las injusticias.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Corea del Sur, innovación, tecnología y progreso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Hace 60 años era un país en guerra, escindido, con mucha pobreza e ingentes necesidades. Sin embargo, Corea del Sur logró emerger de una situación histórica complicada para posicionarse hoy como una de las economías más sólidas, innovadoras y con perspectivas de futuro. Lejos de ser un milagro, el desarrollo surcoreano se basa en fórmulas conocidas: educación, desarrollo tecnológico y competitividad. El proceso de industrialización se basó en la mano de obra altamente capacitada, que tuvo la competitividad necesaria para ganar mercados internacionales y hacer crecer la economía hacia afuera.

Con una política pública bien orientada hacia la capacitación de su gente, los resultados se empezaron a cosechar en la década del 60, cuando el país logró un crecimiento económico agresivo que se sostendría en el tiempo, para que hoy Corea del Sur sea una potencia exportadora, con un nivel de ingresos de los más altos del mundo y con índices de desarrollo humano muy elevados. Gran parte de los logros que hoy presume este país asiático se basa en el desarrollo tecnológico y en la enorme capacidad de innovación que se incuba en una sólida formación educativa.

Con un territorio pequeño –es cuatro veces menor que Paraguay-, y con una inversión en educación relativamente baja (4.6% del PIB), ha logrado beneficios muy superiores a países que destinan más recursos a lo educativo: Corea del Sur ocupa el tercer lugar en cantidad de patentes registradas a nivel mundial, es líder en innovación y es el gran proveedor mundial de televisores, pantallas de plasma, equipos de audio y electrodomésticos en general. Todo esto nos habla de una planificación minuciosa del destino de las inversiones, de la austeridad, la eficiencia y el sacrificio que se aplica a cada emprendimiento.

Cuando miramos los resultados de los estudios internacionales, no deja de sorprender el hecho de que los surcoreanos sobresalgan nítidamente en educación tecnológica, por encima de grandes potencias como Estados Unidos, Japón o China. Fueron los primeros a nivel mundial en dotar de conexiones rápidas de Internet por banda ancha a todas las escuelas primarias y secundarias, en tanto desarrollaron aulas para clases interactivas, en donde se aprovecha toda la tecnología para producir conocimiento.

Y con esa visión innovadora que los caracteriza, han implementado los “libros de textos digitales”, mediante los cuales los estudiantes pueden leer, escribir y trabajar sobre una tableta (computadora portátil con pantalla táctil). El plan de los surcoreanos en este sentido es muy ambicioso: invertirán 2 mil millones de dólares para el desarrollo de libros digitales, así como para la compra de los equipos informáticos necesarios para que todo estudiante pueda leer e interactuar desde una tableta. Con esto no sólo pretenden dejar atrás el uso del papel, sino que buscan comprometer a sus estudiantes con la educación tecnológica, con el desarrollo del potencial innovador y, sobre todo, buscan que todos tengan acceso a una base de datos universal, en donde se encuentren los conocimientos que se requieren para lograr competitividad, progreso y crecimiento.

Las lecciones surcoreanas son contundentes en varios aspectos: nos dicen claramente que no necesitamos destinar presupuestos millonarios a los sistemas educativos sino saber ser eficientes y claros con el destino de cada moneda invertida. Con este esquema, en América Latina podríamos hacer una revolución invirtiendo prácticamente lo mismo que ahora, pero con una visión más estratégica. Si del presupuesto que tenemos para la educación gastáramos menos en mantener sindicatos o cotos de poder de unos pocos, al tiempo que empezamos a invertir en desarrollo tecnológico, mejoramiento de la capacidad docente y en escuelas mejor equipadas, posiblemente con los mismos recursos que hoy tenemos podríamos lograr otro tipo de resultado.

Nos falta aprender a innovar y a utilizar mejor lo que tenemos, con miras a sentar las bases para un crecimiento económico sostenido y sostenible. Debemos dejar de lado las políticas erráticas, sin planificación, que no buscan más que explotar una coyuntura para lograr objetivos electorales que se difuminan en el tiempo.

Si un país que era pobre, que sufría los azotes de la guerra entre compatriotas y que encima tenía que convivir con la invasión de fuerzas extranjeras, pudo sobreponerse para convertirse hoy en una de las grandes potencias económicas y en un referente en materia tecnológica, es claro que los países latinoamericanos, con abundantes recursos naturales, con mucha gente joven y con un enorme potencial, pueden no sólo imitar el ejemplo sino lograr mejores resultados. Inversiones inteligentes, políticas públicas bien planificadas y ciudadanos conscientes de la urgencia educativa: con estos elementos podemos construir economías mejores que las que tenemos ahora.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Suecia, un modelo de transparencia y desarrollo


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de esos países que despiertan la curiosidad por su excelente posición en los informes internacionales sobre calidad de vida y desarrollo humano es Suecia. En medio de la Península Escandinava, junto a Noruega y Finlandia, Suecia se erige como un modelo de desarrollo basado en una economía que ha sabido conciliar el capitalismo y los beneficios sociales. Esto se refleja en un crecimiento económico que permea hacia los diferentes estratos de la sociedad y que tiene efectos directos en cuanto a equidad, oportunidades y proyección.

Una sociedad desarrollada, próspera y equilibrada como la sueca, comprende numerosos factores que la hacen digna de imitación. Con un sistema modelo de transparencia, que garantiza el acceso a la información por parte de los ciudadanos, así como la constante rendición de cuentas por parte de las autoridades, Suecia ha logrado superar muchos de los flagelos que siguen rezagando a los países pobres. Posee un gobierno abierto, acostumbrado a ejercer la libertar de informar, y sobre todo cuenta con un elemento determinante para garantizar la transparencia: una ciudadanía culta y crítica, que ejerce un control constante sobre todas las actividades que se realizan desde las esferas de poder.

La corrupción en Suecia es casi una entelequia. Debido a los controles, la transparencia, la educación y la conciencia social, los actos de corrupción son prácticamente inexistentes. Esto garantiza condiciones ideales para el trabajo, la seguridad y el buen funcionamiento de la economía. Y todo esto no es resultado de la casualidad, sino que proviene de una larga tradición: el acceso a la información es un derecho constitucional que poseen los suecos desde 1766.

Con la transparencia en el uso de recursos, los ciudadanos tienen la seguridad de que vale la pena pagar impuestos: aunque los gravámenes son muy elevados, los resultados se pueden ver en sistemas de salud eficientes, en una educación gratuita y de alta calidad, en seguridad en las calles y en beneficios sociales de diversa índole que apuntan a asegurar la calidad de vida de la gente. El buen uso de la riqueza se nota en los niveles de desigualdad social más bajos del mundo.

Algo siempre notable en los nórdicos es la enorme importancia que le destinan a la formación de su gente. En Suecia, las escuelas son de acceso público y gratuito para todos. Hace más de un siglo ya tenían una base envidiable: todos los niños sabían leer y escribir. Actualmente la educación es obligatoria para todos los niños y adolescentes: de todos los estudiantes que terminan la secundaria, prácticamente todos continuarán con los estudios superiores. De esta manera, no sólo aseguran la formación de una ciudadanía culta y consciente de las necesidades del país, sino que logran generaciones competitivas, capaces de producir, innovar y generar riqueza. Son muy competitivos en cuanto a manufacturas, productos químicos, tecnología y maquinaria.

Cuando miramos los resultados en las sociedades escandinavas y los comparamos con lo que vemos cotidianamente en América Latina, no podemos dejar de escandalizarnos y cuestionarnos profundamente sobre lo que estamos haciendo mal para obtener resultados tan opuestos: tenemos niveles de pobreza vergonzosos, una desigualdad más elevada que África, millones de analfabetos funcionales y muchos marginados que no accederán ni a la riqueza ni al bienestar si no cambiamos radicalmente el contexto en el que vivimos.

Un ejemplo que deberíamos tomar de los suecos es el de la cultura de la transparencia, que seguramente haría que disminuyan en forma rápida los malos manejos de los recursos, la corrupción desde el poder y la irresponsabilidad en la administración de lo ajeno. Como un paso inicial para cambiar nuestras sociedades, tenemos que adquirir un mayor compromiso con nuestro entorno, de forma tal que nos convirtamos en verdaderos contralores y garantes del funcionamiento de nuestros gobiernos.

Las comunidades comunicadas, educadas, con acceso a la información y que pueden regularse gracias a sistemas de transparencia, hoy son una urgencia para asegurar el progreso y la equidad. Los suecos lo saben y por eso hoy gozan de beneficios que nosotros no hemos podido consolidar.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 5 de diciembre de 2011

China, el gigante del crecimiento económico sostenido



Por Héctor Farina Ojeda (*)

Inventaron la pólvora, el papel y la brújula. Provienen de una civilización milenaria que ha sabido defender su territorio y su cultura. Sobre la base de inventos, batallas y conquistas, China es uno de los países más complejos de explicar y más enigmáticos para nuestra visión. Es una sociedad antigua en sus tradiciones pero pragmática y moderna en sus decisiones, sobre todo en cuanto a la economía: en las últimas tres décadas este país ha tenido un crecimiento económico promedio del 10%, ha renovado su modelo de desarrollo y ha invadido con sus productos de bajo precio a todo el mundo. El fenómeno chino es para muchos un prodigio y para otros una amenaza para las frágiles economías que no tienen posibilidad de resistir un nivel de competencia demasiado elevado.

Resulta muy difícil lograr una explicación completa de este complejo país que tiene más de 1.300 millones de habitantes. Pero más allá de sus peculiaridades ancestrales, el gigante asiático ha logrado un crecimiento económico sin precedentes que lo ha llevado a superar a Japón y a ubicarse como la segunda potencia en generación de riqueza, sólo por debajo de Estados Unidos. Los mercados entran en crisis, las economías emergentes tienen altibajos, las potencias se debilitan, pero China mantiene un paso tan firme que, como una ironía para los países pobres, un incremento del PIB del 8.5% al año… ¡se considera una desaceleración!

Con casi 800 millones de personas en condiciones de trabajar, la mano de obra abundante y barata es un recurso contra el que ningún país puede competir. A esto debemos sumarle la verdadera devoción que tienen los chinos por el trabajo, que hace que puedan dedicarle a cualquier oficio un promedio de tiempo superior a los demás. Esto se refleja en el nivel de productividad más alto del mundo: el volumen de producción en cualquier rubro industrial es sencillamente incomparable.

Ropa, productos electrónicos, juguetes y manufacturas diversas empezaron a invadir, a inicios de los 90´, los mercados latinoamericanos, en los que aprovecharon una convergencia de factores: los bajos costos de los productos chinos eran demasiado atractivos para nuestras poblaciones empobrecidas y con grandes carencias. Es así que se quedaron con más de la mitad del mercado de la ropa, impusieron a la electrónica la etiqueta de “hecho en China” y desplazaron a nuestros productos poco competitivos.

Un hecho llamativo es el viraje que hicieron en su concepción de su modelo en los últimos años: de una dependencia de las inversiones y las exportaciones, han empezado a volcarse hacia el mercado interno, incentivando el consumo. Y aunque todavía tienen al 60% de su población viviendo en zonas rurales, con 150 millones de personas que viven con un dólar al día, el tamaño del mercado interno hace que sea mucho más atractivo que las exportaciones a países relativamente pequeños.

Y detrás de estos indicadores, hay una verdadera fábrica de generadores de riqueza. China tiene niveles de exigencia muy altos en materia educativa, a tal punto que los niños pueden pasar horas y horas estudiando, haciendo de la instrucción su verdadero oficio. Hoy este país tiene 6 millones de graduados por año y empieza a tener problemas para emplear a su gente, lo que genera una competencia feroz y deriva en que cada profesional debe ser muy bueno para poder ocupar un puesto de relevancia.

Aunque no podemos ni siquiera aspirar a imitar el modelo chino (entre otras cosas porque también implicaría adquirir muchos de sus males), hay elementos que podríamos tomar para mejorar nuestras economías. Mientras en América Latina nos cuesta hacer que un estudiante le dedique tiempo a la lectura de una novela o un libro de ciencia, un chino estudia doce horas por día y sabe que su futuro depende de la capacidad que tenga de sobresalir en la universidad.

Tenemos que buscar elementos diferenciales en nuestra manera de encarar la economía. Hay que mejorar la productividad y la calidad de mano obra para diferenciar nuestra producción y poder basarnos en elementos competitivos distintos al volumen y el precio. Apostar por la innovación y la calidad de lo que hacemos sería una buena fórmula ante el avance de lo masivo y barato. Más que nunca, necesitamos talento, visión, inteligencia y educación.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.