domingo, 24 de febrero de 2008

La crítica bajo control

Por Héctor Farina (*)

La actitud crítica y la capacidad de cuestionar son fundamentales en el ejercicio cotidiano del periodismo, así como constituyen uno de los elementos necesarios para ejercer la libertad de expresión y funcionar como contrapeso en los sistemas democráticos. Los periodistas y los medios de comunicación no deben limitarse a informar, sino a indagar, cuestionar, a formar una opinión pública crítica y garantizar a la ciudadanía informaciones veraces sobre los temas de importancia para la sociedad. Es así que una prensa buena es molestosa con el poder, es ácida y difícil de controlar, es indagadora y no tiene tapujos en hacer público lo que los poderosos quieren ocultar.

En el ejercicio diario del periodismo, los periodistas tienen una interacción constante con el sector de las relaciones públicas, con el que comparten el interés de informar pero discrepan en qué y cómo hay que informar. Los relacionistas públicos buscan construir una imagen positiva de sus clientes –empresas, políticos, etc.-, por lo que trazan estrategias para comunicar sus bondades y ganarse al público, en tanto los periodistas buscan noticias, hechos llamativos y de interés general, sin preocuparse porque tal empresa o tales políticos queden bien parados. Al contrario de lo que buscan las relaciones públicas, las malas noticias son las que tienden a ganar mayor preponderancia en los espacios informativos de la prensa.

En este sentido, en un reciente seminario sobre las Relaciones Públicas en la comunicación estratégica, realizado en la Universidad de Guadalajara (México), y dictado por el investigador Andreas Schwarz, del Institute of Media and Communication Science, Technische Universitat de Ilmenau (Alemania), se presentó la hipótesis de que las relaciones públicas controlan a la prensa. Esta hipótesis de Bárbara Baerns (1985), basada en estudios que demuestran que la mayoría de las informaciones publicadas provienen de comunicados de empresas y organizaciones, no dista mucho de la realidad que soporta la prensa en general, en donde se nota cada día más la preponderancia de informaciones menos críticas y más favorables a ciertos sectores.

La hipótesis puede aplicarse muy bien –demasiado quizás- al caso de la prensa paraguaya, en donde ya es común ver publicados boletines empresariales como si fueran noticias, avisos publicitarios disfrazados de información y gacetillas con informaciones que se publican casi sin cuestionamientos, todo con tal de llenar los espacios. Es ya una tendencia demasiado fuerte que se construyan las noticias a partir de boletines o gacetillas que llegan a los medios, que sean los mismos interesados los que manipulen y le den el tono que quieran a la materia prima de las noticias, que baste un simple comunicado para que los periodistas tengan material para publicar, mientras las fuentes evitan el contacto directo con la prensa. De esta manera, los periodistas le hacen el juego a los sectores interesados, o más bien dejan que los relacionistas públicos hagan el trabajo que debería ser de la prensa.

Es muy fácil y cómodo para los periodistas construir noticias a partir de los comunicados que llegan directamente a sus correos o a su fax, sin tomarse la molestia de buscar y cuestionar a las fuentes directas. La periodista Wendy Marton, en una entrevista de hace algunos meses, me decía que con esta situación no sólo ya no se cuestiona -pues el periodista no necesita estar en el lugar de los hechos- sino que se pierde la posibilidad de profundizar y obtener datos importantes para la ciudadanía. Es más, algunos medios utilizan los comunicados y boletines como una forma de suplir el trabajo de los periodistas, con lo que se ahorra en salarios aunque a costa de difundir información interesada y de dudosa calidad.

Lo concreto de todo esto es que cada quien debe asumir el rol que le corresponde. Y los periodistas no pueden mantenerse pasivos y publicar gacetillas para llenar espacios, para quedar bien con los amigos o para beneficiar a intereses particulares. La prensa debe generar sus propias informaciones, construir, indagar, cuestionar y molestar al poder, no dejar que le vendan gato por liebre ni aceptar con sumisión las estrategias de comunicación que buscan imponer las empresas y las organizaciones. Una prensa realmente crítica es fundamental para tener una ciudadanía informada, que viva consciente de la realidad, de los problemas y de las amenazas, y que tenga los elementos necesarios para decidir. Si no se ejerce el poder de crítica, los medios seguirán vendiendo información interesada, manipulada y de dudosa calidad, en tanto los relacionistas públicos gozarán de las bondades de vender “espejitos” a los consumidores por medio de la prensa.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

miércoles, 20 de febrero de 2008

La ciencia ficción de H.G Wells: un salto al futuro


La literatura de ciencia ficción tuvo en H.G.Wells (1866-1946) a uno de sus más emblemáticos representantes. Considerado por muchos como el padre de la moderna ciencia ficción, Wells, al igual que Julio Verne, supo adelantarse a su época por medio de la imaginación y sus conocimientos científicos. Su literatura cumple una función importante para la época: acercar al ciudadano común a los avances de la ciencia, en un tiempo en el que los conocimientos científicos prácticamente eran accesibles sólo a una minoría de gente preparada. Con talento y con visión, este escritor inglés alcanzó la fama con obras como La máquina del tiempo (1895), La isla del Dr Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898), fundamentalmente.

La guerra de los mundos

Este es quizás el libro más famoso de Wells, el que selló definitivamente su consagración en la ficción literaria. La historia ocurre a fines del siglo XIX, cuando repentinamente extraños objetos comienzan a caer del cielo, pero no se trata de meteoritos como al principio se creía: son naves espaciales tripuladas por extraños seres que de a poco inician una marcha amenazante contra la humanidad. En efecto, aunque parezca inverosímil, los marcianos nos han invadido y con su moderna tecnología están arrasando con la vida humana.

Los extraños seres del planeta Marte, con cuerpos que parecen enormes cabezas, producto del desarrollo cerebral, van arrasando todo a su paso, empezando en las cercanías de Londres, amparados en su poderío tecnológico. En tanto los humanos, a pesar de sus intentos de resistencia, van pereciendo impotentes ante las gigantescas máquinas (especies de robots) y otras armas, como un gas venenoso y un rayo calórico. Finalmente, con una humanidad indefensa, los invasores son vencidos por diminutos guerreros: los microorganismos.

Los críticos señalan que la obra tiene un sentido de denuncia contra los abusos del colonialismo británico de la época, que se extendía dominando territorios sin importar a qué pueblos tenía que subyugar. Desde mi óptica (más de un siglo después de su publicación), la novela de Wells constituye una forma interesante de acercamiento a la ciencia y de advertencia sobre el rumbo que puede tomar el "progreso" de la humanidad.

La máquina del tiempo

Sin lugar a dudas, uno de los grandes sueños de los científicos y los aventureros es poder viajar a través del tiempo y conocer épocas que están fuera de nuestra imaginación. En este caso, Wells nos presenta al viajero del tiempo, que construye una extraña máquina y con ella viaja al año 802.701...

El mundo que descubre el viajero está dividido en dos clases: los eloi y los morlocks. Los eloi son seres hermosos, pasivos y alegres que viven en la superficie de la tierra, sin enfermarse y rodeados de amor. En tanto los morlocks son los habitantes subterráneos, seres repugnantes que viven en las tinieblas, cazadores implacables que se alimentan de la carne de los eloi. Wells refleja así una situación que ha afectado a la humanidad desde siempre: la división entre los opresores y oprimidos, entre los que gozan de los placeres y los que sobreviven en la miseria.

Descubrir la ciencia ficción literaria, tanto de Wells como Verne y otros clásicos, nos permite conocer mundos mágicos pintados con inteligencia y visión. Debemos ser justos con Wells y considerar que escribió sus mejores obras a finales del siglo XIX, cuando no se habían inventado las naves espaciales ni se tenía el poder de la imagen que llegaría con el cine y la televisión. Ahora, luego de tanto bombardeo visual, es fácil imaginar a los extraterrestres y pensar en mundos desconocidos, pero a pesar de ello no se ha podido superar el encanto de las creaciones literarias y el prodigio de la imaginación plasmada en letras.

Héctor Farina

domingo, 17 de febrero de 2008

La tibieza como respuesta

Por Héctor Farina (*)

La actitud tibia y cansina, como una forma de respuesta a los males que nos aquejan, es quizá uno de los peores signos de mediocridad y conformismo. La tibieza en las sociedades es una condena más cruel que la misma inutilidad, pues evidencia que se puede hacer algo pero no se hace en forma, que se puede construir pero no se pasa de remover y acomodar escombros, que se pueden tomar actitudes de cambio pero no se pasa de las intenciones verbales, de la queja estéril y de la inconformidad recitada.

Pareciera que a todos los males que tienen que soportar los países latinoamericanos, como el Paraguay, hay que sumarle aún la tibieza de la gente como común denominador de los males de los que tanto nos quejamos. Esa tibieza se nota en la falta de reacción y de condena, en la aceptación cíclica de los mismos corruptos y sistemas de empobrecimiento, en la baja inversión en la educación que tanto necesitamos.

Es casi increíble que los paraguayos tengan que seguir soportando males que deberían ser erradicados, como el caso de la fiebre amarilla, una enfermedad que ya no existe en el primer mundo y que hace 30 años había desaparecido del país. La actitud tibia se nota cuando recién se reacciona ante el brote de la epidemia, cuando la gente se enferma y comprende que no hay vacunas, que los hospitales no están preparados y que no se tienen planes certeros para combatir el mal. El calvario, la histeria y las muertes pudieron haberse evitado si se hubiera tenido una actitud más firme de prevención, exigiendo seriedad y planes concretos a las autoridades, si se hubiera aprendido algo de las epidemias de dengue de los últimos años que nos encontraron en la misma situación de imprevisión.

La mediocridad y la tibieza se perciben al tolerar discursos populistas y baratos cuando el país urge medidas sanitarias efectivas, cuando no se generan empleos ni se invierte en educación, cuando no se atina a otra reacción que dejar de escuchar o fingir que no pasa nada. Una actitud tibia es quejarse de lo mal que le va al país pero no pasar de la queja a la acción, de la disidencia estéril a la construcción efectiva de una sociedad mejor, del plagueo a las propuestas de cambio.

Es común escuchar quejas sobre el mal Gobierno de Duarte Frutos, sobre la corrupción y la grosería de empobrecer más a un país ya demasiado esquilmado, pero de todos modos se sigue dando espacios mediáticos a los discursos insultantes, se siguen aceptando las prebendas, haciendo hurras en mítines y saliendo en las fotos sociales con los corruptos.

Todos estamos de acuerdo en que la corrupción es una de las principales causas de la pobreza del país, pero la condena es tibia o inexistente, y contrariamente a lo que correspondería, se siguen aceptando sobornos, prebendas, se mendigan cargos y se soluciona todo con “coimas”, usando el camino corto de la transa, el mismo camino que sabemos que nos lleva a la pobreza de la que tanto nos quejamos.

Uno de los requisitos mínimos para cambiar la situación del país es abandonar la actitud tibia, propia de los mediocres y pusilánimes. Hay que usar las herramientas que tenemos para demostrar nuestra inconformidad, nuestra urgencia de cambio. No votar a los corruptos, no dejarse arrastrar por discursos populistas, ser agentes efectivos en la prevención de enfermedades, promover la educación y exigir resultados concretos a las autoridades, son apenas algunas de las cosas que efectivamente podríamos hacer para salir de la tibieza.

Se necesita una respuesta más contundente de la sociedad, como individuos y como país. Urge que se exijan sanciones concretas para los corruptos, que no se tolere la presencia de facinerosos en los puestos públicos, que no se acepten las promesas de los que sabemos que no cumplen, que nos plantemos con firmeza a la hora de exigir educación y de comprobar los resultados. Si no pasamos de la respuesta tibia a los males que hoy agobian al país, no cabe duda de que seguiremos soportando los males de siempre, hasta que aprendamos a ser firmes y responder en forma.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

domingo, 10 de febrero de 2008

El sueño de acercarse a las estrellas

Por Héctor Farina (*)

El sueño de desarrollar la ciencia, de acercarse a las estrellas y de poder crear conocimientos científicos que contribuyan a una sociedad mejor, era la fuente de voluntad de Lorenzo de Tena, el protagonista de la novela La piel del cielo (2001), escrita por la mexicana Elena Poniatowska. La vocación de Lorenzo por la astronomía lo llevó a pasar por miles de peripecias y frustraciones en el tortuoso camino de tratar de desarrollar el conocimiento en medio de condiciones adversas: sin tecnología, sin apoyo, en contra de la ignorancia, la indiferencia y la corrupción.

Por medio de este personaje, Poniatowska parece retratar el sueño de muchos latinoamericanos que quieren estudiar, desarrollar conocimientos y superarse en sus respectivos países, pero que sin embargo deben enfrentar las frustraciones de la falta de infraestructura y de apoyo oficial, la pobreza y la corrupción de los gobernantes, que privilegian el saqueo de las riquezas antes que la inversión en educación. En nuestros países la educación sigue siendo un problema, el atraso tecnológico y científico nos sigue limitando y condenando a vivir atrasados, subordinados a los avances que otros nos venden. Todavía no hemos comprendido la importancia de la educación y la creación de conocimiento, mientras que los países del primer mundo invierten y siguen incrementando la brecha que nos separa, esa franja que divide a los que progresan de los que se estancan.

En la novela de Poniatowska, Lorenzo pelea todos los días para desarrollar la ciencia en México, con un espíritu rebelde, con coraje y con una dedicación incansable. Así llega a estudiar en Harvard, a ser reconocido y ponerse a la vanguardia de la astronomía, con lo que finalmente a duras penas logra apoyo oficial para instalar un observatorio y adquirir equipos de investigación, abriendo una luz de esperanza para los nuevos estudiantes.

Más allá de la novela, en el México de hoy -desde donde escribo-, el tema de la educación sigue siendo una materia pendiente, pero en muchos campos del conocimiento se han logrado avances importantes que ubican a este país a la vanguardia en América Latina. Hoy en día existe una producción científica importante, con universidades prestigiosas y con sistemas de apoyo que permiten el acceso de más gente al conocimiento, a pesar de las carencias y los problemas económicos propios de los latinoamericanos. Muchos sudamericanos, centroamericanos, caribeños y de otras regiones del mundo estudian en este país, favorecidos por convenios y becas, por oportunidades que no siempre tienen en sus respectivos países.

En el Paraguay, en tanto, la educación sigue siendo apenas un recurso retórico en manos de políticos oportunistas, una de esas promesas condenadas al eterno retorno. El desarrollo de la ciencia sigue siendo marginal, con escaso apoyo pero con el impulso de algunos soñadores que luchan contra un ambiente poco propicio. Todavía no se ha logrado un verdadero apoyo a la educación superior, a la formación de profesionales, ni se crean las condiciones para la incorporación de los que tuvieron que irse a otros países en busca de oportunidades

El desafío de llevar el progreso al Paraguay pasa por asumir que la educación es el camino, que se debe invertir mucho más en programas educativos, que se debe optimizar la infraestructura e incorporar tecnología. Faltan sistemas de becas que permitan a los estudiantes dedicarse en forma, así como planes que logren una vinculación efectiva entre los profesionales formados y el mercado laboral. Debemos exigir un Gobierno serio que priorice el tema de la educación y que mejore sustancialmente la calidad educativa de las universidades públicas, así como que facilite el desarrollo de las universidades privadas, porque queda claro que el país requiere mucho más de lo que pueden ofrecer las instituciones estatales.

Es hora de tomar una actitud como la de Lorenzo de Tena y trabajar incansablemente por tener una mejor educación, por desarrollar la ciencia y crear conocimientos que contribuyan a una sociedad mejor.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

domingo, 3 de febrero de 2008

Los pasos de la industria del calzado

Por Héctor Farina (*)

El drama de la industria del calzado constituye uno de los casos emblemáticos de la pérdida de los empleos que tanto necesita el país. Este sector ha sido uno de los más golpeados en los últimos años por el contrabando, la invasión de las prendas asiáticas, la ilegalidad y la falta de competitividad y de apoyo. Todo de esto dentro de un contexto económico poco favorable, con la carga de años de recesión y de empobrecimiento de la sociedad.

Desde principios de los años 90’, los síntomas del malestar calzadista no han variado mucho, pero más allá de los diagnósticos y las medicinas, la enfermedad sigue golpeando. Con la invasión de los calzados chinos -ingresados de contrabando o subvalorados mayormente- el mercado local se fue perdiendo debido a que la producción nacional no podía ni puede competir con los bajísimos precios de los productos asiáticos. Lo mismo pasó cuando los zapatos brasileños fueron ganando nuestro mercado amparados en su menor precio. Esto dejó golpeada a la industria nacional, se cerraron fábricas y se perdieron empleos por no poder competir. Y como muestra, entre 1997 y 2005 el 75% de las fábricas dejó de operar, de acuerdo a las estimaciones de los industriales.

Pero el drama no termina con la pérdida del mercado local en manos de productos importados, sino que la industria nacional quedó diezmada por la falta de inversión y renovación tecnológica, por la pérdida de mano de obra calificada y, en general, por el escaso apoyo estatal. El Gobierno ni siquiera logró minimizar el contrabando y la ilegalidad para tener un mercado digno de una competencia sana, sino que estableció medidas de fachada que nunca se cumplieron ni funcionaron, como aquella de prohibir la importación de calzados usados, los mismos que hasta hoy saturan las calles.

No obstante, el sector mantiene ahora una actividad interesante, luego de que en 2005 se haya logrado un repunte tras siete años de caída. Los mismos calzadistas dieron la receta que les funcionó: mejorar la competitividad, lograr mayor calidad y mejores precios para el consumidor. Se capacitó a los trabajadores y se logró un producto más competitivo, con diseños propios que permiten llegar a nichos de mercado. Y ahora, pese que el mercado local no se ha recuperado plenamente ni el Gobierno ayuda mucho, los calzados paraguayos están siendo exportados a mercados altamente competitivos, como el de Estados Unidos. Además, en una buena iniciativa, los calzadistas bajarán el 10% del precio de los calzados al público con miras al inicio del año escolar: así se busca disminuir la brecha de precios con los productos asiáticos y darle la oportunidad al consumidor de que compre productos nacionales de mayor calidad y resistencia.

El diagnóstico es claro: insuficiencia competitiva. Para que la industria calzadista mejore se requiere hacer competitiva la producción, que los calzados tengan buenos precios y mayor calidad. Por un lado, el Gobierno debe tener seriedad y garantizar condiciones sanas para la competencia, que se disminuya el contrabando y que se deje de privilegiar a los ilegales, así como que se promuevan las inversiones y se establezcan medidas que favorezcan a las industrias. Uno de los ejemplos es el de la maquila, que por medio de su menor carga impositiva y otras ventajas puede ayudar en mucho a las exportaciones.

Pero debe quedar claro que la solución no pasa por evitar la competencia, por disminuir el contrabando y por establecer medidas proteccionistas, porque si los productos paraguayos no son competitivos, no se podrá obligar a un consumidor empobrecido a que compre zapatos caros y de mala calidad, sólo porque se prohíben otros mejores. Si no hay una oferta real que se adapte a las necesidades y posibilidades de la gente, de cualquier forma se seguirá comprando zapatos usados, de dudosa calidad o desechados por otros países, sencillamente porque no hay condiciones para adquirir algo mejor.

Si realmente se quiere ayudar a la industria y generar empleos, seamos serios y exijamos un Gobierno serio, que tome medidas que favorezcan la competitividad de la producción nacional, de manera tal a beneficiar a las empresas, los trabajadores, los consumidores y el país.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com