domingo, 4 de septiembre de 2011

El costo de la informalidad

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía es el fiel reflejo de la gente que la compone, de sus costumbres, virtudes y vicios. En sociedades informales, donde el cumplimiento de cualquier norma o pauta de conducta es relativo, los resultados que se ven en la economía no pueden ser distintos: mercados informales, poca seriedad, credibilidad baja y niveles de confianza insuficientes. Todo esto es un coctel que hace que nos vean con desconfianza para invertir, proyectar y emprender.

Relativizamos las reglas, incumplimos acuerdos, nos creemos muy vivos cuando evadimos una norma y hasta hacemos alarde de genialidad cuando burlamos algún esquema que busca ordenar el caos. Cuando quieren cobrar peaje para reparar una carretera, le encontramos la vuelta para eludir el puesto de pago, de la misma manera que los empresarios buscan la vuelta para no cumplir su parte, tal como lo hace el empleado que sabe hacer la vista gorda cuando le conviene o el funcionario fiscalizador que está presto a no hacer su trabajo si es que lo persuaden con un aporte. Cada uno se cree el listo de la historia, cada quien cree engañar al otro, todos se creen ganadores. Pero el costo es vivir en sociedades empobrecidas, poco creíbles y poco confiables.

Como en un cambalache moderno, se cambia una informalidad por otra, un truco por otro más artero, y hasta adaptamos la ley de la oferta y la demanda a la medida de la poca seriedad. A todo emprendimiento serio se le crea un camino informal, toda iniciativa tiene su interpretación relativista y toda regulación puede ser omitida conforme a las necesidades del cliente, el compadre o el amigo.

Informales hasta la médula, desde el paso por el sistema educativo, en donde todo se relativiza, en donde se puede cambiar un proceso de enseñanza-aprendizaje por un paso esporádico por un aula, en donde algún profesor finge seguir la regla para no respetarla a conveniencia. Profesionales de fachada y hasta de título, pero negligentes por oficio. Poco competitivos en resultados, pero tentadores en la oferta: pseudomédicos que ofrecen curas milagrosas a bajo costo, que terminan traspasando la culpa a los incautos que se dejan tentar bajo las reglas de la falta de reglas. Todo se vuelve informal, todos se echan la culpa, pero hasta eso puede relativizarse. Hasta en eso se encuentra el atajo, el camino chueco, el engaño y la finta.

La informalidad se ha incrustado en nuestro comportamiento, como si fuera un rasgo cultural, a tal punto que la exhibimos hasta con cinismo e impudicia. Como el letrero que vi en un restaurante de México: “En caso de que quiera factura, se le cobrará el IVA”. Es decir, la misma gente asume que la oferta informal es más barata porque evade impuestos, porque no garantiza calidad o porque sencillamente es la forma de burlar esquemas de control.

Ser informales, ser incapaces de ser serios nos implica un costo demasiado elevado. Vivimos en sociedades que han perdido la visión y la planificación a largo plazo, porque sencillamente lo planificado no será cumplido y terminaremos encontrando la manera de evadir responsabilidades por medio de un arreglo, un camino más corto, un truco o una artimaña que nos ahorre esfuerzo.

En una América Latina impregnada por lo informal, no es raro que nos quejemos de que no haya servicios eficientes, una educación de calidad y atención sanitaria para todos. Pero, curiosamente, somos poco serios a la hora de contribuir, de pagar impuestos, de exigir y dar el ejemplo… de la misma manera que los que administran los recursos son poco serios para cumplir, para transparentar, y terminan malversando nuestras oportunidades y nuestro destino.

Pagamos el costo de la informalidad cuando no llegan inversiones, cuando no confían en nuestro sistema torcido de reglas a la hora de emprender o cuando terminamos escamoteando cada proyecto que parecía beneficioso. Pero luego nos quejamos de la falta de trabajo, del poco profesionalismo con el que nos tratan los funcionarios y de la increíble falta de respeto que nos tienen como consumidores. Jugadores de un ajedrez de reglas nominales pero manipulables, sólo nos ofendemos cuando nos sentimos en jaque, pero minimizamos los males cuando atacamos y destruimos cualquier intento de seriedad.

La transformación de una sociedad empieza por los cimientos, aquellos que configuran la esencia de la gente: su educación y su actitud ante los problemas cotidianos. Esa transformación hacia un modelo menos informal y más serio es la que tiene a Chile como su principal ejemplo en América Latina. Con una economía planificada, con una visión de futuro, con una fuerte inversión en la educación y con un respeto a las normas, este país avanza firme contra la pobreza y el atraso.

Combatir nuestra propia informalidad y promover una actitud de más compromiso y responsabilidad, son fundamentales a la hora de pensar en un país planificado, serio y con un rumbo definido. La economía lo agradecería y nosotros nos agradeceríamos al ver los resultados económicos que podemos obtener dejando de lado la costumbre de torcerlo todo, relativizarlo todo y reducir lo serio a lo informal.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento especializado en economía y negocios "Estrategia", del Diario La Nación, de Paraguay.

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