Por Héctor Farina Ojeda (*)
Hace 60 años era un país en guerra, escindido, con mucha pobreza e ingentes necesidades. Sin embargo, Corea del Sur logró emerger de una situación histórica complicada para posicionarse hoy como una de las economías más sólidas, innovadoras y con perspectivas de futuro. Lejos de ser un milagro, el desarrollo surcoreano se basa en fórmulas conocidas: educación, desarrollo tecnológico y competitividad. El proceso de industrialización se basó en la mano de obra altamente capacitada, que tuvo la competitividad necesaria para ganar mercados internacionales y hacer crecer la economía hacia afuera.
Con una política pública bien orientada hacia la capacitación de su gente, los resultados se empezaron a cosechar en la década del 60, cuando el país logró un crecimiento económico agresivo que se sostendría en el tiempo, para que hoy Corea del Sur sea una potencia exportadora, con un nivel de ingresos de los más altos del mundo y con índices de desarrollo humano muy elevados. Gran parte de los logros que hoy presume este país asiático se basa en el desarrollo tecnológico y en la enorme capacidad de innovación que se incuba en una sólida formación educativa.
Con un territorio pequeño –es cuatro veces menor que Paraguay-, y con una inversión en educación relativamente baja (4.6% del PIB), ha logrado beneficios muy superiores a países que destinan más recursos a lo educativo: Corea del Sur ocupa el tercer lugar en cantidad de patentes registradas a nivel mundial, es líder en innovación y es el gran proveedor mundial de televisores, pantallas de plasma, equipos de audio y electrodomésticos en general. Todo esto nos habla de una planificación minuciosa del destino de las inversiones, de la austeridad, la eficiencia y el sacrificio que se aplica a cada emprendimiento.
Cuando miramos los resultados de los estudios internacionales, no deja de sorprender el hecho de que los surcoreanos sobresalgan nítidamente en educación tecnológica, por encima de grandes potencias como Estados Unidos, Japón o China. Fueron los primeros a nivel mundial en dotar de conexiones rápidas de Internet por banda ancha a todas las escuelas primarias y secundarias, en tanto desarrollaron aulas para clases interactivas, en donde se aprovecha toda la tecnología para producir conocimiento.
Y con esa visión innovadora que los caracteriza, han implementado los “libros de textos digitales”, mediante los cuales los estudiantes pueden leer, escribir y trabajar sobre una tableta (computadora portátil con pantalla táctil). El plan de los surcoreanos en este sentido es muy ambicioso: invertirán 2 mil millones de dólares para el desarrollo de libros digitales, así como para la compra de los equipos informáticos necesarios para que todo estudiante pueda leer e interactuar desde una tableta. Con esto no sólo pretenden dejar atrás el uso del papel, sino que buscan comprometer a sus estudiantes con la educación tecnológica, con el desarrollo del potencial innovador y, sobre todo, buscan que todos tengan acceso a una base de datos universal, en donde se encuentren los conocimientos que se requieren para lograr competitividad, progreso y crecimiento.
Las lecciones surcoreanas son contundentes en varios aspectos: nos dicen claramente que no necesitamos destinar presupuestos millonarios a los sistemas educativos sino saber ser eficientes y claros con el destino de cada moneda invertida. Con este esquema, en América Latina podríamos hacer una revolución invirtiendo prácticamente lo mismo que ahora, pero con una visión más estratégica. Si del presupuesto que tenemos para la educación gastáramos menos en mantener sindicatos o cotos de poder de unos pocos, al tiempo que empezamos a invertir en desarrollo tecnológico, mejoramiento de la capacidad docente y en escuelas mejor equipadas, posiblemente con los mismos recursos que hoy tenemos podríamos lograr otro tipo de resultado.
Nos falta aprender a innovar y a utilizar mejor lo que tenemos, con miras a sentar las bases para un crecimiento económico sostenido y sostenible. Debemos dejar de lado las políticas erráticas, sin planificación, que no buscan más que explotar una coyuntura para lograr objetivos electorales que se difuminan en el tiempo.
Si un país que era pobre, que sufría los azotes de la guerra entre compatriotas y que encima tenía que convivir con la invasión de fuerzas extranjeras, pudo sobreponerse para convertirse hoy en una de las grandes potencias económicas y en un referente en materia tecnológica, es claro que los países latinoamericanos, con abundantes recursos naturales, con mucha gente joven y con un enorme potencial, pueden no sólo imitar el ejemplo sino lograr mejores resultados. Inversiones inteligentes, políticas públicas bien planificadas y ciudadanos conscientes de la urgencia educativa: con estos elementos podemos construir economías mejores que las que tenemos ahora.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México
Publicado en el suplemento “Estrategia”, una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Corea del Sur, innovación, tecnología y progreso
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