domingo, 24 de junio de 2007

El Mercosur y sus injusticias de siempre

Por Héctor Farina (*)

La nueva Cumbre del Mercosur sorprende al Paraguay en una situación ya habitual desde que se inició el funcionamiento del bloque comercial: los acuerdos no se cumplen y continúan las eternas trabas para la exportación de los productos nacionales. Desde que se consolidó la alianza regional de países con la firma del Tratado de Asunción, en 1991, la suerte del Paraguay definitivamente no ha sido la mejor: mientras los países grandes se enriquecen y gozan de los beneficios del bloque, los países pequeños como el nuestro tienen que lidiar con miles de trabas injustas que agudizan las asimetrías y aumentan las desventajas.

El libre tránsito de los productos -uno de los supuestos logros en el Mercosur- se cumple sólo cuando los productos brasileños invaden el Paraguay, cuando el contrabando se adueña libremente del mercado nacional o cuando se permite el ingreso legal de los productos para respetar los acuerdos. Se cumple cuando la mercadería argentina ingresa sin obstáculos, cuando nadie dice nada porque pasan libremente vinos, aceite y otros productos de dudosa procedencia.

Pero el libre tránsito se termina cuando a nosotros nos toca exportar, cuando en nuestra ingenuidad creemos que los acuerdos se cumplen para todos, en igualdad de condiciones. El libre tránsito se vuelve relativo cuando un producto paraguayo tiene competitividad y puede hacerle frente a la producción del Brasil o la Argentina. El libre tránsito existe cuando podemos exportar materia prima para que ellos abastezcan sus industrias, pero se vuelve relativo cuando queremos exportar productos con valor agregado: entonces nunca se dan las condiciones porque siempre surgen “requisitos” nuevos (trabas) que no se pueden cumplir.

El Mercosur “funciona” cuando la industria metalúrgica brasileña invade el mercado paraguayo con sus productos terminados, cuando se lleva toda la materia prima y deja desabastecida a la industria paraguaya, cuando sus empresas pueden operar libremente en el territorio nacional. Pero curiosamente no funciona cuando los metalúrgicos paraguayos quieren exportar productos elaborados o hacer obras de ingeniería, montar tanques o tan siquiera vender clavos.

Tampoco funcionan los acuerdos cuando la industria plástica nacional les gana en competitividad y quiere vender sus productos. O cuando los ensambladores de motocicletas quieren aprovechar las ventajas de un mercado común. El resultado es el mismo: el libre tránsito de los productos está sometido a la decisión de los socios mayores, Brasil y Argentina, que pasan por encima de las reglas establecidas para imponer las propias, o para amoldar las reglas a su conveniencia.

Los resultados están a la vista: las empresas y los productores paraguayos no han mejorado gracias al bloque y continúan sufriendo la injusticia de la opresión de los “socios”. Si las autoridades paraguayas siguen manteniendo una política exterior pusilánime y entreguista, las cosas no cambiarán y seguirán proliferando las injusticias comerciales y las “Cumbres” que no sirven más que para fotos que ya nadie quiere ver.

A 16 años de la fundación del Mercosur, y ante una situación de empobrecimiento e injusticia, ya no se puede tolerar que todo siga bien en los acuerdos y mal en la realidad. Se requiere de posturas firmes y no sobornables, de actitudes contundentes, como por ejemplo no volver a negociar acuerdos que no se cumplirán, ni hacer concesiones en tanto los países grandes no respeten los derechos que legítimamente tenemos como socios del bloque.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

domingo, 17 de junio de 2007

Los "logros" macroeconómicos

Por Héctor Farina (*)

Los empresarios, por medio de sus respectivos gremios, hicieron público su reclamo al Gobierno paraguayo de “mantener intactos” los logros macroeconómicos obtenidos hasta ahora, de manera que no sean destruidos por el electoralismo que está en boga con miras a las elecciones presidenciales del año próximo. Puesto que se ha desatado la “guerra” de proselitismo, populismo y despilfarro, tanto en el interior como en el exterior de los partidos y movimientos, los empresarios temen que el carnaval político se lleve la relativa estabilidad de los grandes números de la economía.

El temor de los empresarios está justificado, porque la experiencia nos dice que -como cumpliendo la profecía del eterno retorno- cíclicamente volvemos al punto en el cual los gobiernos de turno toman al Estado como botín para financiar las millonarias campañas que les permitirán permanecer unidos al poder, o ante la pérdida inminente de dicho poder buscan exprimir al máximo las ya empobrecidas arcas de un país rico. No es raro que se desvíen recursos sociales hacia el proselitismo, que priven de medicamentos a los hospitales para regalarlos en seccionales, ni que se meta mano a las reservas o a cualquier “lata” de donde puedan sacar fondos para sus campañas.

El empresariado tiene razón en su temor, pero su postura es muy endeble, cuestionable y pusilánime. El tenor tibio de la defensa se pierde en medio de los tantos discursos que caracterizan a las campañas proselitistas. Los políticos ni siquiera tomarán en cuenta las declaraciones coyunturales de los líderes empresariales, porque saben que al final estos mismos empresarios irán mansitos a ponerse de acuerdo con el gobierno al que le toque el turno de llevar las riendas del país.

Los empresarios piden ahora que se mantengan los “logros macroeconómicos”, pero no tuvieron el coraje de plantarse, exigir y trabajar para que esos logros se conviertan en mejoras reales para los ciudadanos comunes. Se quedaron conformes viendo que los grandes números los beneficiaban, en tanto nunca esa mejoría llegó a la microeconomía, es decir a los consumidores minoristas, a la gente. Apoyaron la ley de “impuestazo”, que impuso nuevos gravámenes a la población, ya que en ese momento mantenían un romance con el gobierno porque sus empresas facturaban entre 30% y 40% más. Mientras ellos ganaban dinero, poco les importó que el poder de compra de los consumidores sea cada vez menor, que los pequeños comercios, como los almacenes, vayan desapareciendo y que el ciudadano no sienta en su bolsillo las mejoras que ellos tanto defienden. No quisieron comprender que tener un consumidor empobrecido, a la larga sería lo peor para todos.

Si bien los números de la macroeconomía (inflación, tasas de desempleo, interés, ingresos, etc) son importantes para un país, por sí solos no garantizan una mejoría para sus habitantes. Recuerden el caso de México, que en 1994, al momento de ingresar al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA en inglés), tenía los mejores indicadores macroeconómicos, como la mayor captación de inversión extranjera directa del mundo, pero estos logros hicieron que, por otro lado, más de la mitad de la población mexicana, que ya era pobre, se empobreciera todavía más. Y poco tiempo después, pese a los “logros”, la economía mexicana se derrumbó (efecto tequila) y este país tuvo que quedar atado a los créditos internacionales para cubrir su déficit.

Si los empresarios paraguayos quieren logros para el país, deben exigir mucho más que un “mantenimiento” de la macroeconomía. Deben tomar actitudes desarrollistas que generen crecimiento para todos y no sólo hacer tibias declaraciones que serán olvidadas cuando el Gobierno los llame a negociar. El empresariado no tiene posturas firmes, pues basta con unas promesas oficiales para que se queden conformes y apoyen medidas que no benefician sino a unos pocos. No existe un destino de desarrollo claro, una política seria de los empresarios para el crecimiento del país, sino posturas tibias que se van cambiando y acomodando conforme a los intereses de turno y los beneficios de coyuntura.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

domingo, 10 de junio de 2007

Los de afuera

Por Héctor Farina (*)

El crecimiento de las comunidades paraguayas en el exterior, sobre todo en Argentina, España y Estados Unidos, parece una cruel ironía para un país como el Paraguay, que requiere de mucho trabajo y sacrificio para salir adelante, pero se desangra por la fuga de sus ciudadanos. Se requiere de mucha educación, de talento y honestidad para reconstruir el país, pero los paraguayos que no encuentran oportunidades terminan exiliados y aportando sus capacidades para el enriquecimiento de otros países.

El contraste de las oportunidades es muy duro para los paraguayos: hay una enorme necesidad de tener ciudadanos más preparados, pero las oportunidades de una educación de calidad son escasas; se requieren profesionales de primer nivel, pero no se los recompensa con empleos y remuneraciones acordes, ni con oportunidades de crecimiento; hay millones de necesidades internas que urgen soluciones en el país, pero en cambio los ciudadanos tienen que emigrar para cubrir sus necesidades básicas particulares.

¿Por qué no podemos exigir y lograr mejores condiciones para que nuestros compatriotas no tengan que salir del país en busca de empleo y educación? ¿Por qué no se plantean acciones concretas para repatriar a los ciudadanos preparados y trabajadores que tanto necesitamos como sociedad?

Queda claro que como nación no hemos aprendido a valorar la educación en su justa medida. Y eso afecta a la creación de oportunidades de empleos dignos, a nuestra superación como personas y como sociedad, a nuestro futuro como país. Eso incrementa la sangría, pues no sólo se fugan los que no tienen muchas opciones por su escasa preparación, sino aquellos que tienen elevados niveles de formación.

Mientras los países desarrollados conocen el valor fundamental de la educación, saben que es la base de su riqueza, invierten mucho en ella, la reconocen, la fomentan, la cuidan y la premian, en un país tan necesitado como el nuestro se sigue permitiendo que se imponga la corrupción y se menosprecie la educación, con lo que se incrementa la pobreza.

El Paraguay no puede darse el lujo de permitir que los países ricos se enriquezcan más aprovechando el conocimiento, el talento y el trabajo de los paraguayos, mientras está lleno de necesidades y sufre por la falta de creación de conocimiento y de desarrollo. No podemos seguir permitiendo que los paraguayos se fuguen al exterior a entregar su capacidad laboral e intelectual, mientras en el interior tenemos que cubrir esas carencias pagando costosos profesionales extranjeros para que hagan lo que nosotros mismos podemos hacer.

Hay que desarrollar en forma urgente un modelo de desarrollo que permita una formación especializada -por el lado de la educación- y que fomente la creación de oportunidades laborales para los paraguayos que se especializan. Urge comprender que necesitamos fomentar y valorar a nuestros talentos. Tomemos como ejemplo a Taiwán, que inició un proceso de repatriación de sus cerebros y como resultado terminó convirtiéndose en una potencia tecnológica mundial.

Si no tomamos la actitud como país de desarrollar lo nuestro y mejorar las posibilidades de educación y empleo, seguiremos formando profesionales para que terminen yéndose del país, o para que no quieran volver aquellos que tienen la posibilidad de educarse en el exterior. Si no hacemos los deberes en forma, cada día serán más los de afuera y cada día habrá menos oportunidades para los de adentro.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

sábado, 2 de junio de 2007

El país de los libros tristes

Por Héctor Farina (*)

Uno de los capítulos más tristes del libro llamado Paraguay es el que señala que sigue prevaleciendo la falta de una cultura de la lectura. Se trata de un libro que recoge miles de historias todos los días, que marca el camino que seguimos los paraguayos en medio de tropezones y retrocesos, y que, curiosamente, son pocos los que lo leen para comprender hacia dónde vamos y cuáles son los pasos que debemos corregir.

El triste capítulo de la falta de lectura es recordado cada vez que hay que hacer promesas y conseguir apoyo para campañas políticas, pero es condenado al olvido a la hora de tomar medidas verdaderas que favorezcan a una sociedad necesitada de lectura y carente de medios y motivaciones para acceder a los libros. Es un capítulo del que mucho se habla sin haberlo leído e interpretado como corresponde, como si sólo fuera un pasaje retórico del que nunca se le pueden extraer acciones concretas.

La realidad nos indica que los niveles de lectura en el Paraguay siguen siendo muy bajos y que no se ven indicios que señalen que esto vaya cambiando. Los jóvenes, que son la mayoría del país, no ven el atractivo de los libros y prefieren dejarse llevar por la seducción de lo superficial, por el entretemiento sin contenido y por las ofertas vacías de un mundo consumista.

¿Pero cómo podemos incentivar verdaderamente a la lectura, si tenemos una sociedad empobrecida y desesperanzada, si los libros siguen siendo excesivamente caros, si las bibliotecas son escasas y casi no tienen renovación, si los textos siguen siendo desfasados, si la educación sigue sin llegar a todos…?

Por un lado tenemos un problema de falta de acceso a la cultura y por otro tenemos la falta de incentivos reales para tener una sociedad de lectores, una sociedad que se inserte en el mundo del conocimiento global. Lastimosamente, además de la carencia de recursos existe una mala política educativa que enseña a los alumnos a ver a los libros como meras fuentes para trabajos prácticos, para tareas de cualquier tipo, para cumplir con requisitos y no precisamente para aprender o entretenerse.

Con tristeza recuerdo que hace algunos años se hizo una encuesta entre los usuarios de la biblioteca de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, en la que se les preguntó para qué prestaban los libros: el resultado fue que más del 90% lo hacía sólo para cumplir con requisitos como los trabajos prácticos. Y eso que se trata de un porcentaje ínfimo de la población que puede estudiar y llegar a una carrera universitaria.

Un país que no lee es un país sin brújula y sin la capacidad de reconocer sus propias huellas. Mientras que la sociedad de la información exige cada día mayor preparación, más conocimiento y especialización, no podemos seguir dando pasos inciertos, sin visión y sin un rumbo claro como nación. Hay que enseñar como corresponde los valores de la lectura, aprender a exigir más y mejores bibliotecas, y pelear por mejores condiciones educativas y precios más accesibles de los libros.

Pero sobre todo, tenemos que asumir la actitud individual -propia de los que quieren superarse- de leer, aprender y crecer como personas. Todos los días. Se requiere de esfuerzo para reescribir la historia y cambiar este capítulo en el que los libros siguen tristes, porque no se los lee, no se los reconoce y porque pudiendo contribuir a una sociedad mejor, siguen siendo olvidados.

(*) Periodista

http://www.vivaparaguay.com/