lunes, 27 de julio de 2009

Los postergados del Mercosur

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las postergaciones diplomáticas y efectivas de los temas importantes en las cumbres del Mercosur tienen como destinatarios favoritos a los dos países más pequeños del bloque: Uruguay y Paraguay. Ya es algo frecuente que se firmen comunicados conjuntos, que se realicen promesas de cooperación y apoyo, que se fijen metas futuras y que se asuman compromisos discursivos, pero siempre queda la sensación de que en realidad no se ha avanzado mucho porque en la práctica serán Brasil y Argentina los que impongan las verdaderas reglas del juego, que distan mucho de las que se acuerdan oficialmente.

El tema de las asimetrías es uno de los eternos reclamos de los países de menor desarrollo relativo del bloque, pero hasta ahora no se han establecido mecanismos justos y las condiciones de inequidad continúan a favor de las economías grandes y en perjuicio de las economías pequeñas. Brasil y Argentina siguen poniendo trabas a las exportaciones de productos paraguayos y uruguayos para proteger sus mercados, en tanto invocan los mismos acuerdos que no cumplen para evitar que los demás les apliquen las mismas trabas. Cuando los países grandes quieren exportar esgrimen los acuerdos, pero se olvidan de ellos cuando a los países pequeños les toca vender.

En ese sentido, la protesta de los industriales paraguayos es más que justificada: mientras los productos brasileños invaden el mercado paraguayo –ya sea en forma legal o ilegal-, los productos nacionales con valor agregado tienen que enfrentar una cantidad interminable de trabas paraarancelarias, que en la práctica hacen inviables las exportaciones. Las grandes compañías brasileñas pueden trabajar libremente y vender sus productos en Paraguay, pero los industriales metalúrgicos paraguayos no pueden ni siquiera exportar clavos al mercado brasileño sin pasar por todas las trampas que se ponen para evitar el libre comercio.

El discurso del libre tránsito de personas y mercaderías dentro del bloque no concuerda con los operativos militares que realiza el Brasil en la frontera, ya que con ello no sólo se busca asfixiar el comercio en Ciudad del Este sino que se desincentiva el turismo hacia el territorio paraguayo. Las trabas comerciales, los “controles” militares para asustar a los turistas, el incumplimiento de los acuerdos y las postergaciones de los reclamos de los socios menores, no forman parte del “espíritu” de integración que se preconiza en cada cumbre.

La reparación de las injusticias en el Mercosur ya no puede ser postergada. Paraguay debe hacer causa común con el Uruguay en la idea de negociar acuerdos comerciales con otros países, ya que no podemos permanecer atados a un bloque que cierra las fronteras a nuestros productos y que solo beneficia a los países grandes mientras empobrece a los más pequeños. No se puede seguir a merced de un esquema en el que las grandes industrias brasileñas se desarrollan libremente, en tanto las industrias paraguayas son perjudicadas y terminan empobrecidas o quebradas.

El histórico acuerdo alcanzado en el tema de Itaipú –que todavía falta que se cumpla-es una prueba de que es posible conseguir que se atiendan los reclamos paraguayos y de que se debe seguir una política firme para hacer respetar los derechos de la nación. Como país socio con plenos derechos en el Mercosur, tenemos que dejar claro que los acuerdos deben cumplirse y que no se tolerará que la economía paraguaya siga siendo perjudicada por culpa de las injusticias de los socios. El bloque no puede seguir funcionando como hasta ahora: si no se corrigen las aberraciones, se debe buscar otro camino, uno en el que haya más equidad y menos engaño.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.

www.vivaparaguay.com

martes, 21 de julio de 2009

Lo que leemos en la sociedad

Por Héctor Farina Ojeda (*)

A la gravedad de tener un bajo nivel de lectura y a la poca comprensión de lo que se lee en los libros, tenemos que sumarle un hecho igual o más preocupante: los niños y jóvenes quizás no comprendan bien lo que leen en los textos pero comprenden muy bien lo que leen en la sociedad. Esta es una de las cuestiones fundamentales que debemos analizar si queremos construir una sociedad para el conocimiento, de acuerdo a lo que propone Guillermo Jaim Etcheverry en su libro La tragedia educativa (1999), en el que pinta con ejemplos las contradicciones de los sistemas educativos y de las políticas orientadas a formar personas preparadas.

Jaim Etcheverry, ex rector de la Universidad de Buenos Aires, dice que en realidad fallamos en la educación porque predicamos lo contrario a lo que hacemos: mientras por un lado en las escuelas se habla de la importancia de la lectura y del conocimiento, por el otro lado vivimos rodeados de ejemplos que indican un claro desprecio hacia estos valores. En nuestras sociedades se privilegia el dinero fácil, lo superficial y lo material. Se endiosa la figura del avivado, del oportunista que saber hacer dinero a costa de algún golpe de suerte o del engaño, en tanto se denigra a los que promueven el conocimiento. Los politiqueros y los corruptos gozan de “prosperidad” económica, mientras que los maestros son la muestra de que el sacrificio a favor de la educación no equivale a una recompensa justa.

Desde esta perspectiva, podemos pensar que nuestra educación falla porque los contenidos educativos que pretendemos inculcar son retóricos y ajenos a la realidad, en tanto los ejemplos cotidianos que vemos en la sociedad indican que el camino es otro y que no pasa precisamente por aquello que se declama en las escuelas. Cuando vemos que un político inculto ostenta un cargo de senador y hace gala grosera de su poder, sin el más mínimo pudor ni respeto hacia los ciudadanos, como sociedad estamos enviando el mensaje de que no hace falta ser educado y que no se necesita del sacrificio para llegar a ocupar puestos de importancia. Cuando se arregla todo por medio de coimas, cuando se recurre al compadre o al padrino para conseguir algún beneficio al margen de la ley o algún cargo sin tener la preparación adecuada, se enseña que el camino fácil es el torcido y que lo que se enseña en las escuelas no deja de ser un requisito que luego se ha de olvidar.

Los ejemplos que damos como sociedad son fundamentales para establecer qué tipo de enseñanza les damos a los niños y jóvenes. De nada servirá repartir libros y hacer declaraciones retóricas en las escuelas, si con nuestra forma de actuar terminamos desmintiendo todo lo bueno que se pretende enseñar. En una sociedad en la que predominan el escándalo, el ruido y el espectáculo grotesco; en un ambiente en el que se privilegia el amiguismo, el nepotismo y el compadrazgo antes que la calidad profesional de las personas, no podemos pretender enseñar algo diferente de lo que mostramos todos los días.

Será difícil convencer a los niños y jóvenes de que la educación es el camino correcto si seguimos viendo que la televisión idolatra el insulto, el escándalo, el chisme y lo chabacano en detrimento de la inteligencia y la seriedad. Si para ser famoso o para tener un cargo público de relevancia no se necesita otra cosa que hacer ruido, vivir en el bochorno o ser servil en un sistema corrupto, no podemos esperar que las nuevas generaciones tomen un camino distinto al que conocen por medio de los ejemplos.

Para revertir la situación de pobreza educativa tenemos que empezar por recuperar los valores que pretendemos inculcar, para tener los elementos necesarios con los cuales construir un país mejor. Tenemos que ser más exigentes con nuestros actos, con nuestros gobernantes y con la forma en que queremos vivir. Si no asumimos el compromiso de enseñar con el ejemplo y seguimos dejando a los niños y jóvenes a merced de la influencia de lo frívolo, lo mediocre y lo corrupto, el resultado será la repetición del mismo modelo de miseria y atraso que venimos arrastrando desde hace años.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales
www.vivaparaguay.com

domingo, 5 de julio de 2009

Delfín Chamorro y el tesoro perdido

Por Héctor Farina Ojeda (*)

La situación de pobreza educativa en el Paraguay y las eternas quejas de la mala calidad de los sistemas de enseñanza parecen no corresponder al futuro de un pasado en el que tuvimos a una de las figuras más extraordinarias de la cultura paraguaya: Delfín Chamorro (1863-1931). Este docente, periodista y notable gramático es uno de los referentes más importantes de la educación en Paraguay. Oriundo de Caaguazú, inició sus estudios en la ciudad de Villarrica -entonces asolada por los efectos de la Guerra Grande- y pese a las precariedades de su familia y del país, logró avanzar para terminar constituyéndose en uno de los maestros más reconocidos de nuestra historia.

El profesor Chamorro recibió una formación básica del sistema educativo pero su enorme vocación autodidacta y su gran pasión por la lectura lo convirtieron en un erudito. Apoyado por otro gran maestro como Ramón Indalecio Cardozo, Chamorro supo hacer de la docencia un arte y desarrollar métodos más efectivos de enseñanza, como el famoso “método Chamorro” mediante el cual simplificó y mejoró la forma de enseñar gramática. Con un trabajo incansable, con vocación y con ejemplos, nos enseñó una lección que los paraguayos parece que hemos olvidado: la educación es fundamental para nuestro desarrollo como sociedad y como ciudadanos.

El ejemplo de Chamorro y otros notables intelectuales de la época, que convirtieron a Villarrica en la capital cultural del país y en el mejor lugar para educarse, es una muestra clara de que a pesar de las adversidades podemos formar ciudadanos preparados y conscientes que sepan guiar al país hacia un destino diferente al que hoy tenemos por culpa de la mediocridad. La politización de la educación quizá sea una de las causas por las cuales abandonamos la tradición de tener grandes educadores para dar paso a los acomodados, los politiqueros y los oportunistas al amparo de los gobiernos de turno. No solo invertimos poco en la educación, sino que la mayoría de los recursos se pierde para sustentar un sistema clientelista en el cual se premia a los mediocres y se castiga a generaciones de paraguayos con una pésima enseñanza.

Ante el fracaso rotundo de la reforma educativa, que evidencia que no sólo se ha perdido tiempo y dinero sino que se ha postergado la necesidad impostergable de optimizar nuestra educación, deberíamos plantearnos seriamente qué es lo que queremos: si priorizar la calidad e invertir en la gente o seguir gastando para mantener una burocracia ineficiente y parasitaria que hasta ahora no ha traído beneficios más que para unos pocos.

En tiempos en los que el conocimiento es el tesoro más valioso de cualquier sociedad, debemos orientar nuestros esfuerzos hacia la calidad educativa. El profesor Chamorro y sus enseñanzas no deben quedar en el olvido: son un ejemplo de que podemos construir un país mejor, empezando por tener mejores ciudadanos, con más compromiso y responsabilidad. Tenemos que recuperar la tradición de los grandes educadores y darle al maestro el lugar que se merece, para empezar a diseñar un futuro sobre la base del conocimiento. Necesitamos más trabajo y menos excusas, porque si no rectificamos rumbos hoy, el mañana será mucho peor.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales

sábado, 4 de julio de 2009

El poder del lenguaje

Por Héctor Farina (*)

Una de las más irónicas paradojas de nuestros tiempos es la pérdida de la capacidad expresiva del lenguaje, precisamente en momentos en donde las tecnologías de la comunicación hacen posible comunicarse prácticamente a cualquier parte del planeta. Como lo sentenciara en alguna ocasión el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “este mundo comunicadísimo se parece cada vez más a un reino de mudos”. Esto podríamos traducirlo como que en tiempos en los que parecemos estar más comunicados gracias a herramientas tecnológicas, como los teléfonos celulares o Internet, en realidad hemos empobrecido nuestros recursos expresivos para comunicarnos con los demás, debido a que nuestro cultivo del lenguaje se encuentra en crisis.

Las deficiencias en el uso del lenguaje son evidentes en cualquier sistema educativo de América Latina. Los alumnos pasan durante años por las escuelas y las universidades, pero los sistemas de enseñanza no han podido lograr una formación sólida en cuanto a nuestra capacidad de expresión: por ello seguimos teniendo problemas de orden gramatical, por eso la sintaxis y la semántica no son bien vistas, y por eso hay inconvenientes para escribir un texto, para argumentar de manera razonada y para entablar una comunicación verdadera en la que las dos partes entiendan lo que el otro quiere decir. Pero entender al otro no pasa solo por conversar o intercambiar mensajes, sino por captar la expresividad de lo que este quiere comunicar.

Cuando hablamos y no expresamos, caemos en lo que Milan Kundera narra en una de sus novelas, en donde dos personas hablan y hablan pero no se escuchan, de manera que lo que en realidad hacen es ignorar los mensajes del otro para tratar de imponer los propios, con lo que se logra una barrera infranqueable para la comunicación. Cuando nuestra falta de herramientas, de palabras e ideas, para comprender a los demás nos limita la capacidad de decodificar los mensajes ajenos, terminamos creyendo que lo que el otro quiere decir es en realidad lo que nosotros queremos escuchar, lo que queremos entender. Y ese es un grave problema que afecta a la vida cotidiana, a las relaciones humanas y a la comprensión de lo que ocurre en las sociedades.

En Paraguay tenemos una capacidad expresiva notable gracias al bilingüismo que nos permite recurrir tanto al español como al guaraní para pintar con palabras y frases aquello que queremos comunicar. Pero esa riqueza se ve limitada cuando no cultivamos el lenguaje, cuando usamos cada vez menos palabras y cuando nos conformamos con repetir frases que otros usan sin saber a qué se refieren. Ante el deterioro de la capacidad expresiva, tenemos que pensar cómo podemos mejorar nuestra comunicación con los demás, cómo construir sistemas educativos en los que se logre una formación sólida en cuanto a la lengua española y el guaraní, y sobre todo cómo incorporar hábitos que favorezcan un enriquecimiento del lenguaje.

Para enriquecer nuestra capacidad de expresión tenemos que cultivar el hábito de la lectura, del diálogo y la comprensión. En la era de la información es necesario que aumentemos nuestro nivel de lectura, que mejoremos nuestra capacidad de entender a los demás y que incrementemos nuestros recursos expresivos así como la calidad de lo que expresamos. Recuerdo que la profesora de lengua y literatura Emina Nasser de Natalizia decía que era “imperdonable” que en una casa o en un lugar de trabajo no haya un diccionario, porque se trata de una herramienta fundamental para la comprensión de las palabras.

Leer más, aprender más palabras, hablar más con los demás y ejercitar nuestra capacidad de comprensión, son tareas básicas que deberíamos realizar para tratar de comunicarnos mejor y no caer en un mundo absurdo en el que todos dicen algo pero los mensajes se pierden porque nadie escucha ni interpreta.

(*) Periodista. Master en Ciencias Sociales.