domingo, 21 de julio de 2013

De los pequeños actos al impacto económico


Por Héctor Farina Ojeda (*)
 
Los actos cotidianos, por pequeños y aceptados que parezcan, tienen un enorme poder en cuanto a la construcción de la economía en una sociedad. En un curioso libro llamado “Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México”, del sociólogo Fernando Escalante Gonzalbo, hay una descripción sobre la peculiar forma de relacionamiento social que se da en la sociedad mexicana, que se define como la teoría del muégano (un dulce pegajoso), que consiste en una cadena de favores basados en lazos familiares, compadrazgo, amiguismo o simple complicidad entre dos partes interesadas en beneficiarse mutuamente por encima de las normas o reglas establecidas.
 
Cuando los actos, que pueden considerarse como “folclóricos”, “culturales” o como parte de un comportamiento cotidiano visto como normal suman sus efectos, el impacto en la economía es muy significativo. De pequeñas aberraciones, excepciones, favores o vivezas se llega a conformar un sistema que limita, condiciona y corroe a las estructuras económicas. Lo podemos ver en el mercado laboral, cuando mediante un pequeño favor se premia con un cargo a un amigo o un pariente, poniendo la relación personal por encima de la capacidad o la idoneidad para una determinada función. Lo vemos todos los días en los puestos de la administración pública, en donde en forma estéril se busca explicar los motivos por los cuales alguien no apto termina siendo la máxima autoridad de un ente, mientras que en la realidad la explicación se encuentra detrás de una cadena de favores y costumbres tan inverosímiles como perniciosas.
 
Pasa en las esferas políticas, en donde más vale uno malo “pero de los nuestros” que uno bueno que no sea del grupo, facción, movimiento o partido. La aberración se disfraza de picardía bajo expresiones cínicas como “chancho de nuestro chiquero” para dar a entender que las normas no sirven para acatarse sino para relativizarse en beneficio de pocos y perjuicio de qué importa cuántos. Pequeños actos o pequeñas omisiones se vuelven costumbre y sistema, a tal punto que no importa el origen sino que “así se hacen las cosas”.
 
Ocurre lo mismo en las universidades, cuando se invoca la costumbre de llegar tarde como excusa para no cumplir como estudiante, como maestro o funcionario. “Hora paraguaya”, decimos en Paraguay, y “hora tapatía” me dicen en Guadalajara, para justificar una pequeña falta que se ha instaurado como norma. Relativizar la norma se vuelve la norma (para pasar por encima de la norma), como cuando un estudiante solicita de “favor” que se le conceda una mayor calificación, en tanto el maestro “reparte” calificaciones altas para quedar bien con los estudiantes, los que a su vez lo evalúan bien y hacen que –de paso- la universidad pueda presumir indicadores que den cuenta de la “excelencia” en el proceso de enseñanza-aprendizaje, en donde todos aparecen como contentos.
 
La relativización de la norma en pequeños actos nos ha llevado a ver como “normales” las propinas para acelerar trámites, las coimas para no pagar la multa, el estacionar en lugares prohibidos “sólo por cinco minutos” o en convertir a las universidades en un requisito para obtener un título y no en una instancia de formación. Cuando con un “atajo”, “arreglo” o cualquier sistema de cadena de favores premiamos al que no sabe, al corrupto, al inepto y al arribista, en realidad estamos castigando a la economía, la que se ve socavada y permeada por vicios difíciles de erradicar.
 
El resultado de estos “pequeños vicios” es un fuerte daño a la competitividad, lo que se refleja en por qué países como Paraguay siempre aparecen como rezagados en los estudios a nivel mundial; se nota en la baja productividad de un país que trabaja mucho pero produce poco, precisamente porque no se premia al que sabe ni al que se instruye, sino al que se valió de un favor para ocupar un espacio que no merece. El daño se nota en un país que no tiene capacidad de innovación, pues al frente de la economía, de las empresas o las instituciones no se encuentran los que están preparados sino los acomodados. Por eso tenemos economías precarias, cansinas, poco productivas, sin capacidad de innovación y sin visión.
 
Cuando alguien les diga que deben hacer algo indebido porque “así es como todo funciona”, deberían responder que en realidad “así es como todo funciona mal”, por lo cual en lugar de destruir economías con pequeños actos, debemos construir con los actos correctos.
 
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

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