sábado, 13 de abril de 2013

De ingresos y egresados


Por Héctor Farina Ojeda (*)
@hfarinaojeda

El repunte del ingreso per capita en México en el año 2012 nos presenta un buen ejemplo para reflexionar sobre los problemas del crecimiento económico y la distribución de los ingresos en el contexto de sociedades con grandes necesidades sociales por atender. Los datos indican que el año pasado el ingreso por habitante se incrementó 8,8% en México, lo que equivale a decir que cada mexicano tuvo ingresos por 10.784 dólares en un año, según el informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi). Al hablar de un mayor nivel de ganancias, podríamos pensar en una mejoría importante, aunque cuando ubicamos los datos en su justo contexto la realidad nos dice que apenas se trata de una recuperación luego de la crisis de 2009 y que el crecimiento que se ha tenido en los últimos años ha sido escaso, además de que la concentración de la riqueza es un filtro que afecta a los sectores más necesitados.

Al mirar el caso mexicano, tenemos a una de las economías más curiosas de América Latina: grande, con buenos indicadores macroeconómicos, con ingresos importantes en cuanto a exportación de petróleo, turismo, maquila y remesas, pero con un crecimiento que ha sido demasiado moderado (2,1% anual en el último sexenio) y que no ha podido despuntar pese a que se han tomado medidas que funcionan en otros países. Tenemos entonces una economía caracterizada por una fuerte dependencia del mercado de Estados Unidos, a donde destinan más del 80% de las exportaciones y de donde provienen mayormente los ingresos por turismo y remesas, y que además tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza.

¿Por qué un país que tiene una economía sólida crece poco y tiene una mala distribución de la riqueza? Comencemos por buscar la respuesta en donde los administradores del poder no miran: lejos de los indicadores que tanto cuidan. Por encima del volumen de las exportaciones, de los ingresos por el petróleo, de las reservas o de los movimientos comerciales de las grandes empresas, el verdadero factor diferencial se encuentra en la capacitación de la gente. Así, un país con problemas de competitividad, con baja calidad de la educación que deriva en poca capacidad de innovación, y con 33 millones de ciudadanos con rezago educativo, tiene cimientos endebles que terminan por generar un crecimiento pobre, por un lado, y grandes injusticias en la distribución de ingresos, por otro lado.

Pensemos en dos formas de lograr mejores resultados: un enfoque dice que primero hay que hacer crecer la economía, para luego destinar las ganancias a la inversión en la educación de la gente, lo que elevará los niveles de competitividad y, por ende, hará crecer la economía. Y como la economía crece, se puede seguir invirtiendo en educación, mejorando la competitividad y seguir con el ciclo del crecimiento. El otro enfoque dice que lo primero es invertir en la capacitación de la gente, pues esto por sí sólo representará incremento de la competitividad y hará crecer la economía. Independientemente de la fuente de los ingresos, hay que empezar por la educación de la gente, de forma tal a crecer, generar más oportunidades y, fundamentalmente, lograr una distribución más equitativa de la riqueza.

Si miramos los resultados de México y de otros países como Paraguay, Venezuela o Bolivia, seguramente entenderemos que el primer enfoque es casi una utopía: se han tenido años y décadas de fuerte crecimiento económico, pero estos ingresos no se destinaron a la educación de la gente, por lo que no se ha mejorado el fondo sobre el que se distribuyen los ingresos ni se han formado generaciones competitivas que puedan combatir con éxito los problemas sociales, como la pobreza y el atraso. Los presupuestos y los proyectos económicos deberían dejar de mirar indicadores y apuntar hacia la gente, haciendo un giro en el inicio de la rueda del crecimiento y la equidad. Así, para solucionar el problema de ingresos habría que apuntalar los egresos académicos, es decir lograr que más gente estudie y se forme profesionalmente en nuestras universidades.

Ya no debemos creer en los que se disfrazan con cifras que parchan momentos y que dejan huecos profundos en generaciones que no verán más que pobreza. Cuando alguien prometa crecimiento de la economía y ofrezca bonanza para todos, hay que enrostrarle que se trata de educación, que lo demás viene sólo. No es el ingreso de dinero, es el egreso de la universidad.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

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