domingo, 21 de julio de 2013

El petróleo y la traducción en riqueza


Por Héctor Farina Ojeda (*)
La riqueza proveniente de la explotación del petróleo ha impulsado, sin lugar a dudas, el desarrollo de muchas naciones, aunque también ha dejado la sensación de que nadar en la abundancia no significa minimizar la pobreza ni generar una mejoría colectiva a partir de ingresos extraordinarios. De la planificación de Noruega, un país petrolero que construyó su riqueza a partir de la inversión estratégica de los ingresos petroleros, hasta los resultados muy distintos en México, Venezuela o Bolivia, en donde las elevadas cifras de pobreza contrastan fuertemente con las millonarias cifras generadas por la bondad de tener combustible en territorio propio, hay un abismo. Al parecer tenemos una ecuación curiosa: el petróleo es riqueza pero no significa –necesariamente- menos pobreza.
El tema del petróleo y de los combustibles significa hoy una enorme preocupación para México, que tiene en este rubro a una de sus principales fuentes de ingreso. No sólo hay preocupación por la dependencia de los ingresos de esta fuente sino porque se sabe, a ciencia cierta, que la extracción de petróleo tiene su tiempo contado y que no se ha sabido aprovechar las bondades de haber recibido quizá más dinero que el que se dedicó a la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Y en los últimos años, el enojo de los consumidores por las subas constantes en el precio del combustible –en un país petrolero-, genera un escenario complejo en el cual se requiere sincerar el precio del combustible pero tratando, en la medida de lo posible, de no generar una espiral inflacionaria ni afectar a una ciudadanía que tiene problemas de ingresos.
En los últimos años, México ha adoptado la fórmula de pequeños incrementos periódicos en el costo del combustible, con el fin de no aplicar subas de golpe y porrazo, pero aunque esto parece moderado, el fondo del problema sigue siendo el mismo: no hay una mejoría en los ingresos de la gente, por lo que el ciudadano no tiene forma de hacerle frente a las subas, por más dosificadas que estas sean. Y, como doble fondo, parece que los ingresos petroleros no son suficientes porque no se reflejan en mejores condiciones sociales. Así lo podemos ver en Venezuela y Bolivia, naciones de contrastes entre ingresos y resultados.
Los casos mencionados deberían llevarnos a pensar no sólo en el potencial de ingresos que tenemos por la producción y venta de energía –no solo en petróleo- sino en la necesidad de tener administraciones más planificadoras y estrategas. Como hace cuatrocientos años nos dijera Don Quijote, la riqueza que fácil viene, fácil se va. Parece que no hemos entendido eso los latinoamericanos, que seguimos inundados de riqueza que no sabemos traducir en beneficios colectivos que acaben con la marginalidad y la exclusión. Tenemos el extraño talento de hacer llover solo en ciertos sectores al mismo tiempo que castigamos con sequía a los otros. Aunque esto no es un accidente, sino el resultado de cómo vivimos: en la informalidad, la carencia de planificación, y muy poca visión de futuro.
Cuando no tenemos una buena administración ni una estrategia clara de desarrollo, la riqueza natural se pierde en malos manejos, en negligencia o en la corrupción. Es por eso que aunque un país pequeño y necesitado como Paraguay pueda “bañarse en petróleo” en 2014, como lo afirmó en forma alegre el presidente Federico Franco, ello no representa ninguna certeza en cuanto a la reducción de la pobreza, la minimización de la marginalidad o una distribución medianamente justa de los ingresos. Más que pensar en la riqueza natural, hay que pensar en la riqueza de la capacidad de hacer y de producir competitivamente.
Paraguay necesita aprender a traducir su riqueza energética en riqueza para la gente: aprovechar -de una vez por todas- la extraordinaria producción de energía eléctrica para dinamizar toda la economía, sobre todo favoreciendo el sistema de transporte y comunicaciones. Mientras los países petroleros se preocupan por el fin de este recurso, en Paraguay no hemos sabido aprovechar la electricidad que nos sobra. No importa que se trate de petróleo, electricidad, gas, titanio u oro: más ingresos para administraciones sin estrategia ni planificación equivale a despilfarro y robo de oportunidades. Ojalá que alguna vez el gobierno electo presente un plan serio para el mejor aprovechamiento de los recursos que sobran, de manera que comencemos a traducir riqueza natural en riqueza para la gente.
(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en "Estrategia", suplemento especializado en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay. 

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