sábado, 27 de octubre de 2012

Disparidades, desarrollo y atraso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las disparidades en la generación y distribución de la riqueza, en el desarrollo y la calidad de vida de las naciones implican un análisis minucioso y amplio en el que se abarquen todos los factores que hacen que unos progresen más que los otros. En una serie de publicaciones sobre la estrategia de las naciones y los modelos de desarrollo, hemos visto algunos factores trascendentales que marcan la diferencia entre economías precarias o emergentes y las de vanguardia. Una breve mirada a algunos aspectos de los países desarrollados nos permitirá comparar qué hemos hecho mal o qué no hemos hecho en América Latina para que hoy tengamos menos oportunidades, mucha pobreza y niveles elevados de desigualdad.

La planificación de Noruega, este país que encontró petróleo en 1969 y que supo no sólo explotar esa riqueza natural sino invertir los ingresos en sectores estratégicos, como la educación, es un ejemplo de cómo con una visión de futuro, con planificación e inteligencia aplicadas al desarrollo se pueden lograr resultados altamente beneficiosos para la gente, a mediano y largo plazo. Y con una presión tributaria del 60%, los noruegos no sólo tienen garantizados una educación de calidad, servicios sanitarios de primer mundo, seguridad y estabilidad, sino que pueden jactarse de vivir en una sociedad con los niveles de calidad de vida más altos del mundo. En cambio, la misma mirada aplicada a Latinoamérica nos nuestra un panorama muy diferente: mientras países como Venezuela, México, Ecuador y Bolivia poseen riquezas petroleras que representan ingresos millonarios, sus resultados en aspectos sociales son alarmantes: la pobreza afecta a gran parte de la población, hay un notable rezago educativo que limita el progreso, la desigualdad entre ricos y pobres es abismal, y los sistemas de salud son ineficientes. Pero, pese a que los ingresos por recursos naturales siguen florecientes, el impacto en la gente es escaso y se mantiene el divorcio entre lo que se gana y la inversión necesaria.

La transparencia, la eficiencia y la seriedad en el manejo de los recursos públicos es otra gran diferencia. Basta con mirar a Suecia, un modelo de transparencia en donde los ciudadanos cuentan con una ley de acceso a la información desde 1766. Esto marca una larga tradición de control, fiscalización y participación ciudadana en cuanto al manejo de recursos y las decisiones que son convenientes para la gente, por lo que uno de sus resultados más notables es haber minimizado la corrupción. En contrapartida, el secretismo, el manejo poco claro de las finanzas públicas, la falta de responsabilidad y la corrupción enquistada en nuestros sistemas latinoamericanos son ejemplos del malestar que nos impide planificar seriamente y construir democracias con una mayor perspectiva de beneficio social. Con sistemas altamente corrompidos y corrompibles, es más probable que se favorezcan el saqueo y el despilfarro, antes que una inversión provechosa para todos.

Por otro lado, es bueno analizar a qué le apuestan y en qué invierten los países de vanguardia en comparación con los emergentes. Israel, Corea del Sur, Singapur, India, Taiwán y Finlandia son países que basan su progreso en la innovación y en la explotación de la verdadera riqueza de los tiempos modernos: el conocimiento. La inversión en ciencia, tecnología e innovación en estos países es muy superior a la raquítica inversión de los latinoamericanos, y los resultados son muy claros: unos progresan, mejoran la calidad de vida y gozan de mucha riqueza, mientras los otros -nosotros- se mantienen en el atraso, la precariedad y la dependencia. Precisamente cuando dos terceras partes de la generación de riqueza dependen del sector de servicios y del conocimiento, nosotros seguimos dependiendo de la exportación de materia prima, de industrializaciones endebles y de la importación de aquello que no somos capaces de producir.

Un capítulo aparte es el educativo, una asignatura en la que estamos reprobados por nuestro propio desinterés, por haber priorizado a la burocracia y la corrupción en lugar de la apuesta por la gente. "La educación de Occidente se fue el diablo" me dijo un filósofo, haciendo énfasis en que la politización de lo educativo -que se volvió un discurso populista o una excusa para destinar fondos a la corrupción- quizá sea el motivo por el cual hemos quedado muy rezagados frente a aquellos que hoy enarbolan sus logros traducidos en beneficios sociales.

Hay mucho por hacer si queremos combatir los males endémicos con los que convivimos: desde planificar, innovar e invertir en lo productivo, hasta lograr una optimización del uso de los recursos que poseemos. Romper esa visión conservadora de que "así somos" y aprender a ver más allá de nuestras fronteras sería un paso importante en busca de acciones más innovadoras, beneficiosas y efectivas.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

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