sábado, 3 de noviembre de 2012

El abismo marcado por la investigación


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Investigar, conocer, inventar, innovar. Estas palabras se han vuelto claves en los últimos tiempos, cuando la economía dejó de depender de la producción primaria y los recursos naturales para basarse en el conocimiento. Hoy las economías que más progresan son las que saben cómo explotar el conocimiento y se posicionan en el sector de servicios, en donde se concentran dos terceras partes de la riqueza que se produce. Y en este contexto, existe un abismo entre los países desarrollados, que invierten en ciencia y tecnología, y los países atrasados, que todavía no comprenden la necesidad de cambiar los esquemas tradicionales de producción primaria para pasar a la economía del conocimiento.

Como decíamos ayer, la inversión en ciencia y tecnología es un factor que ha permitido dar el gran salto a países como Finlandia, Singapur, Corea del Sur y Taiwán. Mientras países con grandes territorios y riquezas naturales todavía se debaten entre el atraso y el hambre, un país pequeño, rodeado de conflictos, como Israel, posee la mayor inversión en innovación a nivel mundial, en tanto su nivel de investigación científica hace que siempre estén en busca de algún invento que los siga manteniendo a la vanguardia. La investigación es vista en este país como una cuestión de sobrevivencia. O veamos el caso de India, que está invirtiendo mucho en el desarrollo de la tecnología, por lo que en algunos años podría convertirse en el gran referente mundial de la economía basada en lo tecnológico.

Mientras Qatar busca poseer un sistema de trenes de levitación magnética, Israel quiere ser el mayor productor de autos eléctricos, Corea del Sur, Taiwán, Japón y Singapur se pelean por el liderazgo en cuanto a tecnología informática, los países de América Latina siguen anclados en sus sistemas de producción basados en la explotación de la tierra, la exportación de materia prima o el simple suministro de algún recurso natural finito. El contraste es contundente y los resultados dolientes: los primeros progresan y los segundos están rezagados, cada vez más dependientes de la producción ajena, y ostentan escandalosos niveles de pobreza, marginalidad y carencias.

Los latinoamericanos todavía no han tomado en serio el problema de la ciencia y la tecnología. Basta con decir que el país que más invierte actualmente en ciencia y tecnología es Brasil, que destina el 1,1% de su Producto Interno Bruto (PIB) a este campo. Pero, esta cifra -la más alentadora que tenemos- se encuentra todavía muy lejos de lo que invierte Finlandia: 4% del PIB. En tanto, la mayoría de los países latinoamericanos no llega al 1%: Venezuela, Bolivia, Ecuador o Paraguay presentan inversiones casi inexistentes, en tanto una economía grande como la de México apenas le dedica un 0,4%, es decir la décima parte de lo recomendable.

No invertir como se debe en la ciencia y la tecnología equivale a seguir anclados en modelos productivos obsoletos, a vender petróleo sin refinar o gas en estado natural; equivale a depender de la compra de inventos ajenos, a no saber aprovechar la riqueza energética o a seguir manteniendo economías poco competitivas que no son capaces de reinventarse para generar mejores ingresos, mejores empleos y más oportunidades.

La riqueza natural finita no alcanza para lograr sociedades que progresan. La riqueza de hoy está en investigar, innovar, saber, emprender y desarrollar. Los niveles de competencia hacen que cuanto más nos atrasemos, más pobres seamos y más indefensos quedemos ante los que sí avanzan.

El Paraguay es un ejemplo del desinterés manifiesto hacia la ciencia y la tecnología, pues no se apuesta por la investigación, la inversión es inferior al 0,1% del PIB, y prácticamente no hay formación de investigadores en las universidades. Y este desinterés nos vuelve antípodas de los países del primer mundo y de todos sus resultados en materia de crecimiento, progreso y desarrollo.

O revertimos ese desinterés hacia la investigación y empezamos a invertir y trabajar como se debe, o nos resignamos a ser cada vez más atrasados, más indefensos y dependientes, y más lejanos a los estadios de progreso y bienestar. Evidentemente, la segunda opción no es viable, aunque algunos se sientan cómodos con ella.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

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