domingo, 16 de septiembre de 2012

Ecuador, dependencia y competitividad


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre los muchos factores que constituyen una economía, la convergencia de ellos en el caso de Ecuador muestra un patrón común latinoamericano que hace que este país tenga oportunidades y problemas similares a otros países de la región. Con mucha riqueza natural, con un buen potencial de crecimiento y con urgentes necesidades para minimizar la pobreza, la situación ecuatoriana es digna de análisis.

Por un lado, tenemos una economía que ha crecido en los últimos años: 3,8% en 2010 y 7,8% en 2011, en tanto para este año las proyecciones son de entre 3,3% -según el Banco Mundial- y 4,8% -según el Gobierno-. Al igual que los países sudamericanos, Ecuador tiene pronósticos favorables amenazados por la incertidumbre de la economía de Estados Unidos y la crisis europea. Precisamente, uno de los aspectos preocupantes es la dependencia de las exportaciones del petróleo, que representan el 40% del total exportado, así como la estrecha relación con el mercado norteamericano, que es el destino de alrededor del 45% de todo lo que se vende al exterior.

Además del petróleo, exportan banano, flores, harina de pescado, jugos y conservas y tabaco, los cuales mantienen precios oscilantes en el mercado internacional y que a menudo se ven afectados por una coyuntura no favorable. Tenemos así una economía con riqueza, con exportaciones pero con un problema de fondo: bajos niveles de competitividad. De acuerdo al Ranking de Competitividad del Foro Económico Mundial, Ecuador ocupa la posición 101 de un total de 142 economías evaluadas. En otras palabras, falta un dinamismo propio más sólido que les permita a los ecuatorianos mayor seguridad económica y menor dependencia de ingresos externos.

Y como contrapeso, las necesidades de la población ecuatoriana se traducen en niveles de pobreza de 28,6% (según cifras oficiales), en tanto alrededor del 16% se encuentra en pobreza extrema. En cuanto al trabajo, las tasas de desempleo no son elevadas (5%), pero el subempleo es alto (44,2%), lo que indica que si bien hay puestos laborales no son suficientes para generar los ingresos que necesita la población, pues faltan empleos de tiempo completo.

Y como reflejo de los latinoamericanos, los indicadores de inversión educativa e inversión en ciencia y tecnología muestran el rezago característico de las economías emergentes. Aunque las cifras oficiales indican una inversión actual de 5,3% del Producto Interno Bruto (PIB) en materia educativa, todavía hace falta mucho para lograr una calidad educativa que permita mejorar la competitividad de la economía. Y a esto hay que sumarle una casi nula inversión en ciencia y tecnología del 0,47% del PIB, que refleja el atraso en el campo de la investigación y la generación del conocimiento.

Cuando vemos el caso de Ecuador no podemos dejar de pensar en una América Latina que ha repetido un patrón común desde hace mucho tiempo: dependencia de ciertos rubros, explotación primaria de recursos naturales, poca competitividad, niveles bajos de educación y atraso en ciencia y tecnología. Los demás resultados vienen por añadidura: desigualdad en la distribución de la riqueza, pobreza y desarrollo insuficiente para hacerle frente a las necesidades de la gente.

Ya casi es redundante decir que necesitamos mejorar los niveles educativos e invertir más en ciencia y tecnología, puesto que es una fórmula conocida, por lo que deberíamos preguntarnos qué es lo que nos falta para dar el paso inicial y girar nuestras economías subdesarrolladas hacia una economía del conocimiento.

Es evidente que no se trata sólo de riqueza ni de condiciones, sino que hay algo más que nos hace falta. Quizá nos falte esa conciencia aleccionadora que nos indique que ir hacia la economía del conocimiento no es sólo una cuestión de modelos económicos sino de supervivencia. Mientras países que antaño eran pobres, como Singapur o Corea del Sur, ahora han logrado niveles elevados de desarrollo gracias a la inversión en su gente, en América Latina seguimos en el discurso, en la reproducción de la pobreza, en el apego a viejos modelos que no funcionan y vicios que nos mantienen en el atraso. La gran pregunta es cómo romper el molde y dar el paso fundamental. Eso siempre queda pendiente.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay,

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