viernes, 21 de diciembre de 2012

El desencanto y las intermitencias políticas


Por Héctor Farina Ojeda (*)

El reciente cambio de gobierno en México, en donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -que gobernó al país entre 1929 y 2000- vuelve al poder tras doce años de alternancia, nos presenta un escenario complejo pero repetitivo en América Latina: con un descontento social de gran parte de la población, con ingentes problemas económicos que mantienen a casi la mitad de la gente en condiciones de pobreza, con un descreimiento hacia la política y los políticos, y con la urgencia de solucionar el conflicto de la inseguridad y la violencia, el giro brusco del timón se vuelve una imperiosa e impostergable necesidad con miras a recuperar la esperanza y la confianza de la gente.

Que un nuevo gobierno se inicie en medio de las protestas, el descontento, las manifestaciones y la represión no es una buena señal. Esto nos dice que no sólo hay poco entusiasmo en la democracia sino que la credibilidad en los procesos y la administración de los gobiernos se encuentra en un momento crítico. Las plataformas y los actores políticos no logran reunir a la ciudadanía en torno a un proyecto de nación, por lo que las divisiones, la desconfianza, las peleas y hasta las trabas constantes a ideas ajenas se vuelven una rutina en el funcionamiento de las administraciones. Ante un escenario como este, construir consensos parece una proeza mayor al paso entre Escila y Caribdis.

La falta de planificación y de un proyecto que motive a la gente se notan en las intermitencias de la economía y la administración de los gobiernos: oscilaciones marcadas en el crecimiento económico y en la generación de empleos, proyectos políticos que se hacen y se deshacen en virtud de alianzas o conveniencias coyunturales, trabajos que se inician una y otra vez y que acaban donde mismo, como Sísifo al subir la roca por la cuesta de la montaña. Basta con ver todo el tiempo y el trabajo que se pierden con un cambio de gobierno, cuando todo se reinicia, todo se olvida y todo debe ser "diferente" al anterior, aunque ello implique no concretar proyectos, no cerrar iniciativas ni avanzar en un mismo sentido. Como émulos de Penélope al tejer y destejer el sudario, nuestros gobiernos se encargan de hacer y deshacer pero no sólo proyectos, sino ideas, esperanzas y confianzas.

A diferencia de naciones marcadas por el optimismo y el entusiasmo, como Polonia, el país que crece en medio de la crisis europea, en Latinoamérica hay países en donde se está imponiendo el pesimismo en cuanto a la política. Paraguay es un ejemplo del pesimismo creciente en materia política, pues las ilusiones que se dieron con la caída del Partido Colorado en 2008 se desvanecieron con una administración tibia y dubitativa, que finalmente fue cambiada -juicio político mediante- por otra de "corte" liberal que tampoco genera muchas buenas esperanzas. Y todavía es más grave si pensamos que en las actuales propuestas no hay alguna que nos hable con claridad de un proyecto a futuro y que todas se escudan en discursos que no logran entusiasmar a una población harta de promesas vacías y recurrentes.

Nos hace falta recuperar el valor de la palabra y el sentido de la acción. Que las propuestas se traduzcan en plataformas con visión a mediano y largo plazo, y que dejen de ser ese recurso discursivo que ya ha carcomido los cimientos de la sociedad. Nos hacen falta acciones para volver a creer y para cambiar esa visión cortoplacista que nos embauca una y otra vez con obras efímeras que se olvidan pronto.

Para recuperar el entusiasmo de la gente no podemos seguir viviendo de intermitencias económicas o políticas, sino que nos urge trabajar sobre las bases de la sociedad en forma constante y austera. Ya no podemos creer en populistas, aprovechados y oportunistas que sólo esperan el momento propicio para prometer aquello que no cumplirán.

Hay que aprender a exigir proyectos estructurales que entusiasmen y que sirvan para redefinir nuestra situación como sociedad: educación competitiva, el desarrollo de un modelo económico o la formación de generaciones. Hay que dejar de lado lo efímero y cambiarlo por lo duradero.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del diario La Nación, de Paraguay.

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