domingo, 4 de noviembre de 2012

La confianza perdida y la riqueza encontrada


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre las grandes diferencias que podemos encontrar entre los países desarrollados y las economías emergentes, el régimen de confianza es, sin lugar a dudas, uno de los más significativos para la promoción de los emprendimientos, las inversiones y las innovaciones. Cuando una sociedad genera confianza, el resultado se nota en el incentivo que existe para invertir, generar empleos, asumir riesgos y buscar impulsar proyectos. En cambio, cuando la sociedad no genera confianza y, al contrario, se mueve entre la incertidumbre y el poco respeto a las normas, la sensación nos lleva a la cautela, al temor a invertir, a promover o simplemente a arriesgarse.

El régimen de confianza es fundamental para generar una ciudadanía activa, que crea en sus instituciones y tenga la convicción de que iniciar un proyecto vale la pena. Esto lo podemos ver cuando observamos a Noruega, un país que tiene una presión tributaria que llega al 60% y que tiene una elevada aceptación por parte de los ciudadanos que pagan impuestos. Los noruegos son conscientes de que pagar impuestos es necesario, puesto que ven los resultados en su vida cotidiana: acceso a uno de los mejores sistemas educativos del mundo, sistemas de salud altamente eficientes, seguridades sociales garantizadas, estabilidad, progreso y prácticamente todo lo necesario para el ciudadano está asegurado. De esta manera, pagar impuestos en un contexto de confianza es una garantía de calidad de vida para los contribuyentes.

En las antípodas, la presión tributaria de América Latina es baja frente a Noruega y los países nórdicos. Con niveles de entre el 10 y el 20% como máximo, con una gran informalidad, los contribuyentes no sólo no quieren seguir pagando impuestos –porque desconfían con justa razón del destino de su dinero-, sino que se sienten estafados e indignados cada vez que algún gobierno requiere dinero e incrementa impuestos. No existe la confianza necesaria entre los gobernantes y los gobernados, entre autoridades y ciudadanos, entre mandatarios y mandantes. La corrupción es una mediadora de dichas relaciones, por lo que la desconfianza hacia cualquier tipo de iniciativa es casi un síntoma reflejo. Esto genera sociedades que no quieren contribuir, que prefieren la informalidad, y que son reacias a cualquier tipo de inversión que implique una contraparte del sistema, el mismo que se encuentra inficionado por la corrupción y que seguramente se robará lo que recaude.

La confianza que genera un país como Suecia, que posee una ley de transparencia desde hace más de 200 años, parece utópica si nos ubicamos en algunos países de América Latina, en los que el secretismo, la falta de respeto a la norma, la inseguridad jurídica o la inestabilidad política hacen que exista temor para cada cambio, para cada intento por hacer algo diferente. La transparencia al estilo sueco genera confianza y promueve ciudadanos seguros de las reglas, de las instituciones y de que las condiciones de juego no se torcerán en forma imprevista para perjudicar a unos y beneficiar a otros.

Los latinoamericanos todavía estamos lejos de un país como Israel, en donde se incentivan los emprendimientos a tal punto que aquellos que se equivocan o fracasan en alguna iniciativa son respetados y reconocidos por la misma sociedad. En cambio, la falta de confianza en nuestros países hace que no sólo sea temerario emprender, sino que además el sistema excluye a los que fracasan. Esto hace que emprender sea una aventura sin un destino cierto, sin reglas claras y sin seguridades. Todavía nos falta aprender de la seguridad de los nórdicos, del incentivo de los israelitas y de las garantías de países asiáticos.

Recuperar el régimen de confianza debe ser una de las grandes causas en América Latina. Y más aun en países altamente necesitados como Paraguay, en el que se han perdido muchas inversiones, muchos proyectos y muchas buenas iniciativas por la falta de confianza en los gobiernos, en las leyes o en las condiciones de juego. Hace falta un país más serio en el que emprender no sea una aventura alocada y solitaria. Y nos hace falta aprender a consolidar instituciones creíbles, con sistemas de formación que garanticen que aquellos que asumen un cargo estén preparados para ello. Hay que dejar de ser un país inestable, inseguro y poco serio, para pasar a uno en el que sea creíble invertir, emprender, proyectar y vivir.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

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