sábado, 13 de enero de 2007

Un país en fuga

Por Héctor C. Farina
Periodista

Don Augusto Roa Bastos, el representante más universal de las letras paraguayas, decía que el peor castigo que se le puede imponer al paraguayo es el exilio, el obligarlo a vivir lejos de su terruño, de su gente y de sus costumbres. El techaga'u o nostalgia tiene una connotación tan peculiar en el ser del paraguayo, que podríamos decir que su concepción va más allá de una situación marcada por la distancia.

Pues bien, curiosamente, esa misma tierra a la que tanto amamos se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en un mar de desesperanza: el desempleo, la falta de oportunidades, la pobreza, la inseguridad y la corrupción, entre otros factores, han hecho que el país sea visto por muchos compatriotas como un barco del que hay que saltar, en busca de nuevos rumbos.

Cada día aumenta la cantidad de paraguayos que huyen, con sus pocos ahorros transformados en boletos que vuelven a abrir -aunque sea de manera efímera- la puerta de la esperanza. Ya no importa que se trate de un país lejano, hostil, que no haya oportunidades de trabajo ciertas, que uno tenga que hacer tareas que le desagradan o que tenga que soportar muchas otras condiciones adversas.

A los desesperanzados los asusta más el statu quo, el quedarse en el mismo lugar, donde no ven la posibilidad de cambios positivos, donde ya no creen en que las cosas puedan mejorar...

Resulta irónico que el Gobierno encabezado por Duarte Frutos hable de las exportaciones como la salvación del Paraguay. Quizá sea por eso que los paraguayos se hayan convertido en el principal producto de exportación: se van a donde sea, a España, Argentina, Estados Unidos o cualquier lugar en donde puedan obtener aquello que su propio país les niega, es decir, la oportunidad de mejorar su condición de vida y de poder mantener con dignidad a los suyos.

¿Cómo puede ser que el Gobierno siga hablando de mejoras en la economía, cuando la fuga masiva de los ciudadanos y la miseria de los que se quedan, pintan otra realidad? ¿Cómo podemos seguir soportando una situación marcada por la falta de oportunidades?

La desesperanza de la gente es tan palpable, que las opciones laborales del exterior se han convertido en un tema casi obligado en las conversaciones cotidianas. Hablan de cómo sobrevivir lejos, de cómo llegar, de dónde necesitan trabajadores, de dónde pagan bien...

Lamentablemente, hoy debemos vivir una realidad marcada por familias fragmentadas, por hijos que buscan afuera lo que no tienen en casa, por sueños que se construyen lejos de la tierra que queremos, por una patria cada día más dividida...

El primer paso será recuperar la autoestima, la confianza en el trabajo honesto, en la capacidad de cambiar, de romper barreras. Hay que evitar que la falta de convicción nos siga abrumando y empujando hacia derroteros inciertos.

Es hora de que la gente comprenda que tiene derecho a trabajar en su país, a exigir a las autoridades que cumplan con sus obligaciones y a tratar de crear, sobre todo, mejores condiciones de empleo, educación y salud, para no tener que salir huyendo luego, para no tener que dejar que la desesperanza se lleve parte de nuestra vida.

Es tiempo de exigir a la clase empresarial más firmeza, más apuesta al desarrollo del país y menos especulación, porque si de algo deben estar seguros es que en la medida en el ciudadano común siga perdiendo su poder de consumo, las empresas también tendrán menos compradores para sus productos y menos ingresos.

No todo el panorama es negro, hay sectores que han sabido crecer en medio de la crisis: la industria cárnica, las maquiladoras, las ensambladoras de motos, la industria farmacéutica, entre otras, son apenas una nuestra.

Sin embargo, no son una panacea: son apenas soluciones de alcance limitado, que en este caso no bastan para cubrir las necesidades de un país que ha sufrido años de recesión.

Empecemos por recuperar la confianza, por tratar de crear oportunidades, por exigir aquello que nos corresponde desde siempre: el derecho a una vida digna, a oportunidades de vivir honradamente. Aprendamos a dejar las promesas de lado y a hacer las cosas ahora.

No dejemos que nos roben la esperanza, que nos sigan vendiendo espejitos de colores. Mejor aprendamos a construir, a exigir cambios, a proponer y cuestionar proyectos, a construir una opinión pública fuerte que haga valer los derechos de la ciudadanía.

Un país se construye desde todos los frentes, no sólo desde la política. En la medida en que cada uno pueda aportar acciones de cambio, desde donde cada quien se encuentre, podemos ir pensando en reconfigurar el país -nuestra patria- y no tener que vivir en la nostalgia de la lejanía, con precariedades que no nos corresponden.


Publicado en Paraguay News
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