Por Héctor Farina Ojeda (*)
Una pequeña isla de 692 kilómetros cuadrados nuevamente se ha
posicionado como el mejor lugar del mundo para hacer negocios: Singapur. No
debería sorprendernos que este país asiático que apenas tiene 50 años de
historia haya sido seleccionado por séptimo año consecutivo como la mejor
opción para hacer negocios a nivel mundial, según la encuesta que realiza la
Unidad de Inteligencia de The Economist. En el mismo sentido, el
informe Doing Business 2015: más allá de la eficiencia, elaborado
por el Banco Mundial, también ubica a la isla asiática a la vanguardia como
opción para montar un negocio.
El informe de The Economist destaca que Singapur se
ubica en el primer puesto debido a que tiene una economía eficiente y abierta,
que busca mantener su competitividad y ser un centro de negocios para todo el
mundo. Pero más allá de las consideraciones generales, hay aspectos que
explican por qué tiene preferencia cuando se trata de emprender un negocio: es
una economía competitiva, con una tasa de impuestos relativamente baja, ofrece
seguridad y confianza, y en gran parte ha logrado superar a la corrupción.
Aunque suene utópico, la corrupción es mínima, casi inexistente.
El caso de Singapur siempre es una referencia obligada cuando pensamos
en cómo mejorar la economía y cómo elevar los niveles de calidad de vida. De
ser una isla de piratas, con una pobreza más extrema que la de Haití en 1964,
hoy en día es una de las principales potencias comerciales del mundo,
prácticamente no tiene pobreza y se ha convertido en un centro de innovación a
nivel mundial. El primer secreto: la inversión en educación, ciencia y
tecnología. Por esto no es sorpresa que aparezca como una economía competitiva,
con el mejor ambiente de negocios, con una elevada calidad de vida y con niveles
casi inexistentes de corrupción, inseguridad y pobreza.
Lo curioso es que la receta sea tan conocida y que los países
latinoamericanos sigan en un contexto de informalidad, poca valoración de la
educación, escasa inversión en ciencia y tecnología, y una obsesión por cuidar
indicadores macroeconómicos como si ello fuera el equivalente del éxito. Con la
inseguridad, la falta de respeto a las normas y las leyes, la informalidad, la
corrupción, el clientelismo y el compadrazgo no hemos llegado lejos ni lo vamos
a hacer. Y esto explica por qué países tan ricos en recursos naturales y
humanos, como México, con tantas oportunidades de negocios, no terminan de
encontrar la manera de lograr un crecimiento económico sostenido y disminuir la
desigualdad y la pobreza.
La referencia de Singapur es sólo una entre muchas. Pero nos dice algo
importante: sin invertir en la gente, sin generar confianza y sin buscar la
competitividad y la innovación en todo momento, no lograremos resultados
distintos a los que tenemos. No hay un futuro bueno conviviendo con la
corrupción, el oportunismo y el desorden. Debemos empezar por la planificación,
el orden y la inversión en la gente. De a poco, a largo plazo, pero en forma
constante. Hay que cambiar cosas, muchas cosas.
(*) Periodista y profesor universitario
Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio denominado "Economía empática". Ver original aquí
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