Por Héctor Farina (*)
El discurso de los políticos paraguayos y latinoamericanos mantiene un efecto llamativo más allá de las acciones concretas, más allá de los mensajes vacíos y de las promesas repetidas e incumplidas. Parece no importar que los discursos en realidad no digan nada, que las declaraciones no pasen de una retórica populista e insulsa y que los hechos prometidos no aparezcan sino en frases deshilachadas que se saben falsas, añejadas y de aparición recurrente en las campañas proselitistas.
Y ese efecto llamativo se percibe en que las palabras convencen a mucha gente, a los seguidores de discursos, que no ven más allá de las palabras y no sienten la necesidad de la corroboración ni aceptan otras palabras que riñan con lo que desean creer. Basta con hacer ruido y esgrimir argumentos que la gente quiere escuchar para que los seguidores de discursos tomen partido, para que repitan los mismos argumentos ante otra gente y tomen las declaraciones como ciertas, sin pensar siquiera en una posible dislexia o ruptura entre lo que se dice y la realidad. Para ellos el discurso es lo real, su fuente de información a partir de la cual construyen su propia realidad.
¿Cómo puede ser que haya gente que todavía escucha y hasta cree en las promesas del presidente Duarte Frutos, cuando los resultados de más de cuatro años de gestión lo desmienten? ¿Cómo es posible creer que Blanca Ovelar o Luis Castiglioni pueden cambiar algo en el país, si ambos fueron parte del mismo Gobierno que no hizo más que prometer y dejar de cumplir? Ni la una, ex ministra de Educación ahora apuntalada por el presidente, ni el otro, ahora divorciado de su papel de “segundo” del mismo presidente, tienen sustento para que creamos en una eventual mejoría, pero sus discursos siguen rimbombantes en busca de prosélitos.
Bastó que Oviedo salga de la cárcel y repita su ya conocido discurso populista para que la gente olvide sus años de prisión, los procesos en su contra, su huida tras la caída de Cubas y su llamativo enriquecimiento. Ahora lo siguen como si en sus palabras encontraran la luz, sin recordar el oscuro pasado que vivió el país cuando el ex general operaba como el “poder detrás del poder”. Y también bastó que Lugo gestara su discurso a partir del descontento contra el Gobierno para lograr adeptos en su causa, aunque a diferencia de los otros no tuvo todavía un espacio en el poder que lo pudiera desmentir. Pero esto no es garantía de que sus palabras algún día se conviertan en hechos beneficiosos para el país.
Los seguidores de discursos todavía se dejan engatusar por la verborragia de Chávez, que se desgañita en contra de Estados Unidos pero sigue dependiendo del petróleo que le vende a ese país, al tiempo de usar los petrodólares para intervenir en otros países usando la misma estrategia imperialista que dice combatir. Todavía creen en su retórica contra la pobreza, sin analizar por qué pese a que los ingresos por la venta del petróleo han aumentado de manera exponencial, la mencionada pobreza no ha mermado y existe un fuerte descontento social. Y véanlo al presidente boliviano, apadrinado por el mismo discurso populista, que ahora se enfrenta a protestas masivas en su contra e iniciativas separatistas de varias regiones de su país.
Es preciso que se aprenda a pensar y actuar más allá de los discursos, más allá de las promesas que concuerden con los deseos y las ideologías que se tienen. Hay que analizar los actos y los resultados de los actos, los antecedentes y las probabilidades de que se concreten las promesas. Si queremos mejorar, no bastará con seguir creyendo en los discursos, con esperar el cumplimiento de promesas o con pensar que el cambio viene de la mano del uno o del otro. Es hora de cambiar discursos por trabajo, y aprender a construir con acciones individuales y colectivas.
(*) Periodista
www.vivaparaguay.com
domingo, 16 de diciembre de 2007
domingo, 9 de diciembre de 2007
Las trampas del mercado abierto
Héctor Farina (*)
La apertura de un mercado amplio, con millones de potenciales consumidores y con la posibilidad del libre tránsito para exportar, con ventajas arancelarias y con facilidades para el comercio, fue uno de los espejos más seductores para el ingreso del Paraguay al Mercosur, pues se veía en el bloque comercial una posibilidad fuerte de crecimiento económico, de aumento de la producción nacional y por consiguiente de generación de empleos para los paraguayos. Pero más allá de los acuerdos y las negociaciones, el mercado amplio no pasó de ser una tentación, una posibilidad que se concreta en muy pocos casos, cuando se superan todas las trampas de los países grandes del bloque.
Los mercados de Brasil y Argentina realmente nunca fueron abiertos a la producción paraguaya, pues al tiempo de invocar el libre mercado y los acuerdos de fraternidad fueron imponiendo sistemáticas trabas bajo cualquier disfraz. Ya se trate de medidas “sanitarias”, de etiquetado, de clasificación, de nomenclatura, color, raza o religión, siempre hay algún requerimiento que no se puede cumplir para el ingreso de productos paraguayos. Y estas trabas aparecen para frenar el ingreso de productos con valor agregado, de productos competitivos que pueden hacer frente a la producción brasileña y argentina.
Cuando se trata de materia prima que necesitan para sus industrias no existen las trabas y se puede disfrutar del mercado amplio, pero cuando los productos paraguayos se vuelven competitivos cambian de estrategia e invocan cualquier pretexto para bloquear el ingreso a sus mercados. Los ejemplos sobran, como la industria plástica que pese a ser competitiva sufre en exceso para enviar sus productos; la industria metalúrgica que no puede venderle ni clavos al Brasil, mientras los brasileños invaden el mercado paraguayo; la industria farmacéutica, que a pesar de tener productos con calidad y precio es frenada por medio de la burocracia, por citar sólo algunos casos.
Se habla del mercado amplio y de que somos “socios” comerciales, pero los países grandes frenan el desarrollo de los pequeños, le imponen trabas y le asignan cupos, mientras se aprovechan de la apertura de los mercados de esas economías pequeñas a las que no permiten crecer. Siempre se valieron de excusas para violar los acuerdos, como cuando mantuvieron trabas a la exportación de cubiertas remanufacturadas violando una decisión del Tribunal Arbitral del Mercosur, y como ahora que invocando una decisión de la OMC, el Brasil no permitirá el ingreso de las cubiertas. Es decir, no valen los acuerdos y basta invocar cualquier excusa, interna o externa, para bloquear el comercio y hacer que las industrias paraguayas cierren. E increíblemente en un mercado “abierto”, basta que un agente externo les diga algo para que perjudiquen gratuitamente al “socio”, el mismo al que supuestamente le deberían abrir el mercado…
Creo que ante estas trampas y deslealtades, la salida es volver competitiva a la producción paraguaya, pues un producto con calidad y buen precio siempre se abre camino hacia el consumidor, a pesar de las trabas, mientras que si el producto no vale la pena no se le venderá a nadie. Y creo que si los socios del bloque siguen trabando las exportaciones paraguayas, el Paraguay debe plantarse y no volver a negociar nuevos acuerdos hasta que se respeten los vigentes, así como no se puede mantener la inequidad de abrir nuestro mercado mientras ellos nos cierran los suyos. No estaría mal seguir el ejemplo de Uruguay, que ante las permanentes injusticias del Mercosur está analizando la posibilidad de establecer acuerdos comerciales fuera del bloque y buscar nuevos mercados para su producción.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
La apertura de un mercado amplio, con millones de potenciales consumidores y con la posibilidad del libre tránsito para exportar, con ventajas arancelarias y con facilidades para el comercio, fue uno de los espejos más seductores para el ingreso del Paraguay al Mercosur, pues se veía en el bloque comercial una posibilidad fuerte de crecimiento económico, de aumento de la producción nacional y por consiguiente de generación de empleos para los paraguayos. Pero más allá de los acuerdos y las negociaciones, el mercado amplio no pasó de ser una tentación, una posibilidad que se concreta en muy pocos casos, cuando se superan todas las trampas de los países grandes del bloque.
Los mercados de Brasil y Argentina realmente nunca fueron abiertos a la producción paraguaya, pues al tiempo de invocar el libre mercado y los acuerdos de fraternidad fueron imponiendo sistemáticas trabas bajo cualquier disfraz. Ya se trate de medidas “sanitarias”, de etiquetado, de clasificación, de nomenclatura, color, raza o religión, siempre hay algún requerimiento que no se puede cumplir para el ingreso de productos paraguayos. Y estas trabas aparecen para frenar el ingreso de productos con valor agregado, de productos competitivos que pueden hacer frente a la producción brasileña y argentina.
Cuando se trata de materia prima que necesitan para sus industrias no existen las trabas y se puede disfrutar del mercado amplio, pero cuando los productos paraguayos se vuelven competitivos cambian de estrategia e invocan cualquier pretexto para bloquear el ingreso a sus mercados. Los ejemplos sobran, como la industria plástica que pese a ser competitiva sufre en exceso para enviar sus productos; la industria metalúrgica que no puede venderle ni clavos al Brasil, mientras los brasileños invaden el mercado paraguayo; la industria farmacéutica, que a pesar de tener productos con calidad y precio es frenada por medio de la burocracia, por citar sólo algunos casos.
Se habla del mercado amplio y de que somos “socios” comerciales, pero los países grandes frenan el desarrollo de los pequeños, le imponen trabas y le asignan cupos, mientras se aprovechan de la apertura de los mercados de esas economías pequeñas a las que no permiten crecer. Siempre se valieron de excusas para violar los acuerdos, como cuando mantuvieron trabas a la exportación de cubiertas remanufacturadas violando una decisión del Tribunal Arbitral del Mercosur, y como ahora que invocando una decisión de la OMC, el Brasil no permitirá el ingreso de las cubiertas. Es decir, no valen los acuerdos y basta invocar cualquier excusa, interna o externa, para bloquear el comercio y hacer que las industrias paraguayas cierren. E increíblemente en un mercado “abierto”, basta que un agente externo les diga algo para que perjudiquen gratuitamente al “socio”, el mismo al que supuestamente le deberían abrir el mercado…
Creo que ante estas trampas y deslealtades, la salida es volver competitiva a la producción paraguaya, pues un producto con calidad y buen precio siempre se abre camino hacia el consumidor, a pesar de las trabas, mientras que si el producto no vale la pena no se le venderá a nadie. Y creo que si los socios del bloque siguen trabando las exportaciones paraguayas, el Paraguay debe plantarse y no volver a negociar nuevos acuerdos hasta que se respeten los vigentes, así como no se puede mantener la inequidad de abrir nuestro mercado mientras ellos nos cierran los suyos. No estaría mal seguir el ejemplo de Uruguay, que ante las permanentes injusticias del Mercosur está analizando la posibilidad de establecer acuerdos comerciales fuera del bloque y buscar nuevos mercados para su producción.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
domingo, 2 de diciembre de 2007
En busca de una política industrial
Por Héctor Farina (*)
Los problemas derivados de la falta de desarrollo de las empresas e industrias en el país, sobre todo en lo referente a la generación de empleos, hasta ahora no han sido atendidos correctamente, en tanto se repiten los reclamos y los intentos de cubrir con parches las fallas estructurales que requieren soluciones de fondo. Se suceden los ministros y viceministros de Industria, se lanzan y relanzan proyectos, se crean nuevos organismos, se reparten fondos en mesas, comisiones e iniciativas, pero no se ataca un problema central: la falta de una política industrial.
No hay una planificación clara de qué es lo que se quiere para el sector industrial, de cómo hacer que las industrias prosperen y generen empleos y riqueza. Hay quizás tantas iniciativas y proyectos como reclamos, pero esto se parece a un cambalache en el que se intercambian protestas por parches, promesas por reclamos y limosnas por trabajo, cuando lo que se requiere es una política de desarrollo que marque claramente la línea hacia el crecimiento.
Dentro de este caos, hay casos emblemáticos como los de la industria confeccionista y la industria calzadista. Ambos sectores vienen haciendo los mismos reclamos desde principios de los años 90’ , mientras el Gobierno no atina a reaccionar con tino y deja que el contrabando, la informalidad y la falta de competitividad se lleven miles de puestos de trabajo que los paraguayos necesitan. Tanto confeccionistas como calzadistas fueron literalmente arrasados por la competencia asiática: las prendas de vestir y los calzados ingresan de contrabando y se venden a precios irrisorios con los que la industria nacional no puede competir.
Como respuesta, el Gobierno, que no tiene una política industrial, ensayó sus recetas de manual que nunca funcionaron, como aplicar aranceles a la importación sin lograr que se cumplan, hacer “comisiones” y “operativos” anticontrabando, y alguna que otra redada contra comerciantes minoristas -a fin de captar la atención de los medios-, mientras las industrias seguían cerrando por no poder competir. A pesar de los años, de los gobiernos y los proyectos, la situación no ha cambiado mucho, aunque hay algunos signos alentadores como las crecientes exportaciones de los confeccionistas.
Estos ejemplos deberían ser más que claros para que el Gobierno y los industriales trabajen en la planificación de una política industrial que permita mejorar la competitividad de los productos nacionales y se puedan superar males endémicos como el contrabando y la pérdida de mercados. Lo fundamental es tener una planificación que permita a las industrias crecer y generar empleos, competir y exportar, de manera tal a que se generen empleos y oportunidades para el desarrollo.
Una política industrial debe incentivar el desarrollo y generar las condiciones para ello. Se requieren sistemas de financiamiento concretos, incentivar la inversión en tecnología y la capacitación de los trabajadores, un sistema tributario que favorezca la producción y fomente las exportaciones, rutas en buen estado y facilidades para el transporte, todo esto dentro de una campaña agresiva que fomente la competitividad de la producción paraguaya. Igualmente, se tiene que resolver el problema de las injusticias del Mercosur, pues mientras brasileños y argentinos traban las exportaciones paraguayas, el mercado paraguayo sufre por la invasión de productos extranjeros ilegales.
El gran desafío es articular en forma planificada todas las necesidades y potencialidades del sector industrial, para poder solucionar los problemas de fondo que frenan el desarrollo y no seguir dependiendo de reclamos, llantos, parches y promesas que no sirven más que para prolongar la agonía.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
Los problemas derivados de la falta de desarrollo de las empresas e industrias en el país, sobre todo en lo referente a la generación de empleos, hasta ahora no han sido atendidos correctamente, en tanto se repiten los reclamos y los intentos de cubrir con parches las fallas estructurales que requieren soluciones de fondo. Se suceden los ministros y viceministros de Industria, se lanzan y relanzan proyectos, se crean nuevos organismos, se reparten fondos en mesas, comisiones e iniciativas, pero no se ataca un problema central: la falta de una política industrial.
No hay una planificación clara de qué es lo que se quiere para el sector industrial, de cómo hacer que las industrias prosperen y generen empleos y riqueza. Hay quizás tantas iniciativas y proyectos como reclamos, pero esto se parece a un cambalache en el que se intercambian protestas por parches, promesas por reclamos y limosnas por trabajo, cuando lo que se requiere es una política de desarrollo que marque claramente la línea hacia el crecimiento.
Dentro de este caos, hay casos emblemáticos como los de la industria confeccionista y la industria calzadista. Ambos sectores vienen haciendo los mismos reclamos desde principios de los años 90’ , mientras el Gobierno no atina a reaccionar con tino y deja que el contrabando, la informalidad y la falta de competitividad se lleven miles de puestos de trabajo que los paraguayos necesitan. Tanto confeccionistas como calzadistas fueron literalmente arrasados por la competencia asiática: las prendas de vestir y los calzados ingresan de contrabando y se venden a precios irrisorios con los que la industria nacional no puede competir.
Como respuesta, el Gobierno, que no tiene una política industrial, ensayó sus recetas de manual que nunca funcionaron, como aplicar aranceles a la importación sin lograr que se cumplan, hacer “comisiones” y “operativos” anticontrabando, y alguna que otra redada contra comerciantes minoristas -a fin de captar la atención de los medios-, mientras las industrias seguían cerrando por no poder competir. A pesar de los años, de los gobiernos y los proyectos, la situación no ha cambiado mucho, aunque hay algunos signos alentadores como las crecientes exportaciones de los confeccionistas.
Estos ejemplos deberían ser más que claros para que el Gobierno y los industriales trabajen en la planificación de una política industrial que permita mejorar la competitividad de los productos nacionales y se puedan superar males endémicos como el contrabando y la pérdida de mercados. Lo fundamental es tener una planificación que permita a las industrias crecer y generar empleos, competir y exportar, de manera tal a que se generen empleos y oportunidades para el desarrollo.
Una política industrial debe incentivar el desarrollo y generar las condiciones para ello. Se requieren sistemas de financiamiento concretos, incentivar la inversión en tecnología y la capacitación de los trabajadores, un sistema tributario que favorezca la producción y fomente las exportaciones, rutas en buen estado y facilidades para el transporte, todo esto dentro de una campaña agresiva que fomente la competitividad de la producción paraguaya. Igualmente, se tiene que resolver el problema de las injusticias del Mercosur, pues mientras brasileños y argentinos traban las exportaciones paraguayas, el mercado paraguayo sufre por la invasión de productos extranjeros ilegales.
El gran desafío es articular en forma planificada todas las necesidades y potencialidades del sector industrial, para poder solucionar los problemas de fondo que frenan el desarrollo y no seguir dependiendo de reclamos, llantos, parches y promesas que no sirven más que para prolongar la agonía.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
domingo, 25 de noviembre de 2007
Los desafíos económicos
Por Héctor Farina (*)
Los problemas que afectan al desarrollo del Paraguay ya han sido harto debatidos, desde la falta de educación hasta la falta de crecimiento económico, pero todavía no se ha logrado traducir las discusiones y los discursos en hechos. Todavía se apunta a la mejoría pero se siguen manteniendo los mismos vicios y la misma estructura nefasta. Y todavía se cree que con un cambio de personas o de nombres se podrá mejorar, cuando la actitud sigue siendo la misma y no se desarrollan ni se cumplen políticas en busca de la tan mentada mejoría.
En el caso de la economía, ¿qué es aquello que falta hacer y que debemos exigir para que los resultados se reflejen en la sociedad? ¿Por dónde pasa el camino que nos llevará a disminuir la pobreza y crear más oportunidades de crecimiento y desarrollo? El primer paso, sin lugar a dudas, es el del saneamiento: no habrá probabilidades de mejorar nuestra economía si el país sigue dependiendo de una estructura corrompida y putrefacta, de un Gobierno saqueador que no busca el desarrollo sino el provecho personal de unos pocos sinvergüenzas.
La competitividad de las empresas y de la producción paraguaya es fundamental para aspirar a un crecimiento económico. En un mundo globalizado ya no se puede depender de una producción que no puede competir en precio y calidad con productos extranjeros, ya no se puede esperar que una medida estatal solucione la ineficacia y el atraso de las industrias, sino más bien el desafío está en lograr que lo que el Paraguay produzca sea de calidad y que pueda competir en el mercado internacional. Para ello se debe fomentar la competitividad y el Gobierno debe crear las condiciones para ello: promover la educación especializada, disminuir las cargas tributarias para los productores, construir rutas para facilitar la distribución, fomentar la inversión en tecnología y dar garantías jurídicas a los que quieren trabajar y generar empleos.
Y dentro de la necesidad de crecer y producir mejor, hay varios temas macro que nunca han sido atacados como se debe y que son fundamentales para tener condiciones de crecimiento. Uno de ellos es el tema energético: Paraguay es uno de los mayores productores de electricidad del mundo, pero esto no es aprovechado, al mismo tiempo que se sufre por la importación de combustibles derivados del petróleo. Un Gobierno serio debe tratar de renegociar el tema eléctrico con el Brasil, para lograr que el precio que se paga por la energía paraguaya que se “vende” sea justo y no una burla, así como se debe usar el potencial eléctrico del país para que las industrias paraguayas puedan tener energía a menor costo.
Y, desde luego, otro tema fundamental es el de negociar con firmeza la posición paraguaya dentro del Mercosur, ya que mientras sigamos siendo los convidados de piedra en un bloque regional donde Brasil traba las exportaciones paraguayas y asfixia nuestro comercio, donde la Argentina impide el paso e inventa impuestos para sacar del mercado a productos paraguayos, y donde sólo somos una parte nominal de un acuerdo que no nos beneficia, no podremos aspirar a atraer inversiones ni sacar provecho de un “mercado ampliado”. El Paraguay debe dejar en claro que si no respetan los acuerdos y los países grandes siguen ganando a costa de los pequeños, no se puede seguir negociando con el bloque y se debe buscar otro camino.
Si como país queremos mejorar, no podemos tolerar a ningún Gobierno que no se proponga atender en serio estos temas económicos, con políticas claras y planificaciones específicas. Se requiere de mucho trabajo, de capacitación y superación, de competitividad y de creación de oportunidades, pero ello debe ir acompañado de una exigencia firme a los gobernantes, para que generen las condiciones para el desarrollo.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
Los problemas que afectan al desarrollo del Paraguay ya han sido harto debatidos, desde la falta de educación hasta la falta de crecimiento económico, pero todavía no se ha logrado traducir las discusiones y los discursos en hechos. Todavía se apunta a la mejoría pero se siguen manteniendo los mismos vicios y la misma estructura nefasta. Y todavía se cree que con un cambio de personas o de nombres se podrá mejorar, cuando la actitud sigue siendo la misma y no se desarrollan ni se cumplen políticas en busca de la tan mentada mejoría.
En el caso de la economía, ¿qué es aquello que falta hacer y que debemos exigir para que los resultados se reflejen en la sociedad? ¿Por dónde pasa el camino que nos llevará a disminuir la pobreza y crear más oportunidades de crecimiento y desarrollo? El primer paso, sin lugar a dudas, es el del saneamiento: no habrá probabilidades de mejorar nuestra economía si el país sigue dependiendo de una estructura corrompida y putrefacta, de un Gobierno saqueador que no busca el desarrollo sino el provecho personal de unos pocos sinvergüenzas.
La competitividad de las empresas y de la producción paraguaya es fundamental para aspirar a un crecimiento económico. En un mundo globalizado ya no se puede depender de una producción que no puede competir en precio y calidad con productos extranjeros, ya no se puede esperar que una medida estatal solucione la ineficacia y el atraso de las industrias, sino más bien el desafío está en lograr que lo que el Paraguay produzca sea de calidad y que pueda competir en el mercado internacional. Para ello se debe fomentar la competitividad y el Gobierno debe crear las condiciones para ello: promover la educación especializada, disminuir las cargas tributarias para los productores, construir rutas para facilitar la distribución, fomentar la inversión en tecnología y dar garantías jurídicas a los que quieren trabajar y generar empleos.
Y dentro de la necesidad de crecer y producir mejor, hay varios temas macro que nunca han sido atacados como se debe y que son fundamentales para tener condiciones de crecimiento. Uno de ellos es el tema energético: Paraguay es uno de los mayores productores de electricidad del mundo, pero esto no es aprovechado, al mismo tiempo que se sufre por la importación de combustibles derivados del petróleo. Un Gobierno serio debe tratar de renegociar el tema eléctrico con el Brasil, para lograr que el precio que se paga por la energía paraguaya que se “vende” sea justo y no una burla, así como se debe usar el potencial eléctrico del país para que las industrias paraguayas puedan tener energía a menor costo.
Y, desde luego, otro tema fundamental es el de negociar con firmeza la posición paraguaya dentro del Mercosur, ya que mientras sigamos siendo los convidados de piedra en un bloque regional donde Brasil traba las exportaciones paraguayas y asfixia nuestro comercio, donde la Argentina impide el paso e inventa impuestos para sacar del mercado a productos paraguayos, y donde sólo somos una parte nominal de un acuerdo que no nos beneficia, no podremos aspirar a atraer inversiones ni sacar provecho de un “mercado ampliado”. El Paraguay debe dejar en claro que si no respetan los acuerdos y los países grandes siguen ganando a costa de los pequeños, no se puede seguir negociando con el bloque y se debe buscar otro camino.
Si como país queremos mejorar, no podemos tolerar a ningún Gobierno que no se proponga atender en serio estos temas económicos, con políticas claras y planificaciones específicas. Se requiere de mucho trabajo, de capacitación y superación, de competitividad y de creación de oportunidades, pero ello debe ir acompañado de una exigencia firme a los gobernantes, para que generen las condiciones para el desarrollo.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
domingo, 18 de noviembre de 2007
La tiranía de la ignorancia
Por Héctor Farina (*)
Como decíamos ayer, los lazos de la tiranía todavía perviven en el espíritu del Paraguay, más allá de la caída del tiranosaurio hace ya 18 años. Estas ataduras mantienen la opresión de un pueblo que no termina de sacudirse de los males que lo limitan y lo sumen en la pobreza y el atraso. Y dentro de estos lazos perversos, la ignorancia es la que condena con más fuerza, sin pudor ni piedad, a una sociedad que no consigue o no termina de comprender que la educación es el camino para romper el cerco de la miseria y el sometimiento.
“Únicamente se liberan los libres”, sentenciaba Félix en El Fiscal (1993), la novela de Roa Bastos, en alusión a la necesidad de liberar al pueblo paraguayo sometido por el tiranosaurio. Queda claro que los libres no son los que no tienen educación, los que viven colgados del clientelismo, los que esperan que opriman a otros para sacar algún rédito, los que siguen avalando corruptos y esperando cambios mientras no hacen nada, los que prefieren una cerveza a un libro con el cual educar o educarse. Estos son quienes mantienen en el atraso a todo un país creyendo que mejoran.
La tiranía de la ignorancia se manifiesta en ese desinterés por la educación, desde la misma actitud individual del que no quiere leer hasta la actitud pasiva de la sociedad que no reacciona mientras los gobiernos de turno despilfarran recursos en proselitismo y corrupción antes de invertir en programas educativos. Esta tiranía se nota en el conformismo de la gente, que se resigna a esperar el cumplimiento de promesas de una mejor educación y no toma la iniciativa de protestar y exigir, de intentar superarse a pesar de las adversidades. Ya sea desde el sistema o desde el individuo, el no enseñar y el no querer aprender nos condenan con la misma crueldad.
Si la educación es el camino, y si tenemos que educar y educarnos para ser libres, no podemos tolerar ya a ningún gobierno que destine menos del 6% del PIB a la educación. Es intolerable que haya más de 10.000 maestros que trabajan sin percibir honorarios, así como que haya escuelas sin bancos ni libros mientras los recursos del Estado son saqueados por inescrupulosos. Y es más nefasto todavía el hecho de que además de no facilitar la educación, no se creen oportunidades dignas para los que se educan.
El Paraguay urge que, de una vez por todas, se tome una actitud radical y se inicie una campaña sin precedentes a favor de la educación: hay que exigir que se duplique la inversión actual en educación, que se paguen salarios dignos a los maestros y que se los capacite, que se promuevan becas para estudiantes e investigadores, que se renueven y actualicen las bibliotecas públicas, que haya computadoras con Internet disponibles en las escuelas, colegios y universidades, y que se promueva el acceso de la ciudadanía a materiales educativos de bajo costo.
Para romper con la tiranía de la ignorancia primero tenemos que romper con la actitud conformista y la pasividad del resignado: hay que capacitarse y capacitar a los demás con voluntad de poder, al tiempo que se exige que se generen las condiciones propicias para el desarrollo de una educación integral para toda la sociedad.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
Como decíamos ayer, los lazos de la tiranía todavía perviven en el espíritu del Paraguay, más allá de la caída del tiranosaurio hace ya 18 años. Estas ataduras mantienen la opresión de un pueblo que no termina de sacudirse de los males que lo limitan y lo sumen en la pobreza y el atraso. Y dentro de estos lazos perversos, la ignorancia es la que condena con más fuerza, sin pudor ni piedad, a una sociedad que no consigue o no termina de comprender que la educación es el camino para romper el cerco de la miseria y el sometimiento.
“Únicamente se liberan los libres”, sentenciaba Félix en El Fiscal (1993), la novela de Roa Bastos, en alusión a la necesidad de liberar al pueblo paraguayo sometido por el tiranosaurio. Queda claro que los libres no son los que no tienen educación, los que viven colgados del clientelismo, los que esperan que opriman a otros para sacar algún rédito, los que siguen avalando corruptos y esperando cambios mientras no hacen nada, los que prefieren una cerveza a un libro con el cual educar o educarse. Estos son quienes mantienen en el atraso a todo un país creyendo que mejoran.
La tiranía de la ignorancia se manifiesta en ese desinterés por la educación, desde la misma actitud individual del que no quiere leer hasta la actitud pasiva de la sociedad que no reacciona mientras los gobiernos de turno despilfarran recursos en proselitismo y corrupción antes de invertir en programas educativos. Esta tiranía se nota en el conformismo de la gente, que se resigna a esperar el cumplimiento de promesas de una mejor educación y no toma la iniciativa de protestar y exigir, de intentar superarse a pesar de las adversidades. Ya sea desde el sistema o desde el individuo, el no enseñar y el no querer aprender nos condenan con la misma crueldad.
Si la educación es el camino, y si tenemos que educar y educarnos para ser libres, no podemos tolerar ya a ningún gobierno que destine menos del 6% del PIB a la educación. Es intolerable que haya más de 10.000 maestros que trabajan sin percibir honorarios, así como que haya escuelas sin bancos ni libros mientras los recursos del Estado son saqueados por inescrupulosos. Y es más nefasto todavía el hecho de que además de no facilitar la educación, no se creen oportunidades dignas para los que se educan.
El Paraguay urge que, de una vez por todas, se tome una actitud radical y se inicie una campaña sin precedentes a favor de la educación: hay que exigir que se duplique la inversión actual en educación, que se paguen salarios dignos a los maestros y que se los capacite, que se promuevan becas para estudiantes e investigadores, que se renueven y actualicen las bibliotecas públicas, que haya computadoras con Internet disponibles en las escuelas, colegios y universidades, y que se promueva el acceso de la ciudadanía a materiales educativos de bajo costo.
Para romper con la tiranía de la ignorancia primero tenemos que romper con la actitud conformista y la pasividad del resignado: hay que capacitarse y capacitar a los demás con voluntad de poder, al tiempo que se exige que se generen las condiciones propicias para el desarrollo de una educación integral para toda la sociedad.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
domingo, 11 de noviembre de 2007
Los lazos de la tiranía
Por Héctor Farina (*)
“Yo digo ‘voy a matar al tirano para liberar a mi pueblo’. Pero es una frase vacía, desprovista de historia, de sentido común. Porque ¿quién puede liberar a un pueblo que no quiere ser libre, que ama ser esclavizado? Únicamente se liberan los libres…”. Así reflexionaba Félix, el personaje de El Fiscal (1993), la novela de Roa Bastos con la que completa la trilogía sobre el monoteísmo del poder, junto a Hijo de Hombre (1959) y Yo, el Supremo (1974).
En El Fiscal se mezclan las experiencias de Roa Bastos como exiliado, sus reflexiones contra la tiranía y el realismo ficticio que envuelve con perversión la opresión de los pueblos. La historia va más allá de Casiano y Natí huyendo de la esclavitud de los yerbales, y más allá del poder absoluto de El Supremo: ahora se trata de la ilusión de liberar a un pueblo sometido por el tiranosaurio.
Cuando Félix volvía clandestinamente al Paraguay, oculto tras una identidad falsa, tras años de exilio forzado, y con la misión de acabar con el tiranosaurio, se sumergía en profundas reflexiones sobre el absolutismo opresivo del poder: “Sólo se liberan los libres…”. Aquí vemos que la libertad está en contradicción con la resignación, con la complicidad y la aceptación de la tiranía, de sus lazos, mecanismos y esquemas de sometimiento. Y, en mi óptica, no se trata sólo de la tiranía representada por un dictador en el poder, sino de la que asfixia por medio de otros factores, como la ignorancia y la falta de oportunidades de desarrollo.
El Paraguay hace ya 18 años que ha salido de la opresión del tiranosaurio Stroessner, ya vive la mayoría de edad de la democracia, aunque disimulada bajo el ropaje de “transición” para tratar de justificar sus vicios de antaño y su novel torpeza. Los paraguayos ya no se preocupan por acabar con algún tirano empotrado en el poder, pero tampoco se dan cuenta o fingen no enterarse de que los lazos de la tiranía siguen vivos y tensos, amarrando y azotando a un pueblo que se confió al ganar la libertad de la palabra y tener la posibilidad de elegir. Ya no es un dictador el que fustiga, sino que nos seguimos golpeando con los rescoldos de los latigazos que persisten, como la falta de educación, la corrupción y la falta de oportunidades.
Ahora ya podemos protestar, gritar y armar escándalos, pero no hemos podido traducir esta mayor libertad en mayores exigencias a los gobernantes, en menor corrupción, en más educación y mayor compromiso con el desarrollo. Los paraguayos se aferran a los lazos de la tiranía y siguen votando a los corruptos, a los mentirosos de siempre, siguen permitiendo que se malverse la riqueza del país y se postergue la educación. Y no sólo se tolera que los sinvergüenzas sean candidatos a cargos públicos, sino que se los ensalza y se les regalan votos a cambio de un soborno, una remera, una cerveza o un puesto cómplice en alguna dependencia pública.
Parece no importar que los resultados hundan aun más a un ya empobrecido pueblo, como si los paraguayos no pudieran comprender que entregan un país a cambio de las migajas de los corruptos, como si no se tuviera memoria de la miseria que trajeron los avivados, oportunistas y populistas a los que se les dio apoyo. Stroessner también prometió el cambio cuando llegó el poder, y hasta ahora hay gente que cree en aquello de “paz y progreso”, cuando la realidad muestra que dejó un país huérfano de ideas y de educación, pobre y atrasado.
Creo que el mayor lazo de la tiranía que aun persiste es la ignorancia, la falta de educación que hace que la gente siga viviendo con escasas oportunidades, que siga confiando en ladrones y siga manteniendo los sistemas de corrupción que debimos haber tumbado cuando cayó el tiranosaurio. El camino para romper con esta tiranía es la educación. Lo demás vendrá por añadidura.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
“Yo digo ‘voy a matar al tirano para liberar a mi pueblo’. Pero es una frase vacía, desprovista de historia, de sentido común. Porque ¿quién puede liberar a un pueblo que no quiere ser libre, que ama ser esclavizado? Únicamente se liberan los libres…”. Así reflexionaba Félix, el personaje de El Fiscal (1993), la novela de Roa Bastos con la que completa la trilogía sobre el monoteísmo del poder, junto a Hijo de Hombre (1959) y Yo, el Supremo (1974).
En El Fiscal se mezclan las experiencias de Roa Bastos como exiliado, sus reflexiones contra la tiranía y el realismo ficticio que envuelve con perversión la opresión de los pueblos. La historia va más allá de Casiano y Natí huyendo de la esclavitud de los yerbales, y más allá del poder absoluto de El Supremo: ahora se trata de la ilusión de liberar a un pueblo sometido por el tiranosaurio.
Cuando Félix volvía clandestinamente al Paraguay, oculto tras una identidad falsa, tras años de exilio forzado, y con la misión de acabar con el tiranosaurio, se sumergía en profundas reflexiones sobre el absolutismo opresivo del poder: “Sólo se liberan los libres…”. Aquí vemos que la libertad está en contradicción con la resignación, con la complicidad y la aceptación de la tiranía, de sus lazos, mecanismos y esquemas de sometimiento. Y, en mi óptica, no se trata sólo de la tiranía representada por un dictador en el poder, sino de la que asfixia por medio de otros factores, como la ignorancia y la falta de oportunidades de desarrollo.
El Paraguay hace ya 18 años que ha salido de la opresión del tiranosaurio Stroessner, ya vive la mayoría de edad de la democracia, aunque disimulada bajo el ropaje de “transición” para tratar de justificar sus vicios de antaño y su novel torpeza. Los paraguayos ya no se preocupan por acabar con algún tirano empotrado en el poder, pero tampoco se dan cuenta o fingen no enterarse de que los lazos de la tiranía siguen vivos y tensos, amarrando y azotando a un pueblo que se confió al ganar la libertad de la palabra y tener la posibilidad de elegir. Ya no es un dictador el que fustiga, sino que nos seguimos golpeando con los rescoldos de los latigazos que persisten, como la falta de educación, la corrupción y la falta de oportunidades.
Ahora ya podemos protestar, gritar y armar escándalos, pero no hemos podido traducir esta mayor libertad en mayores exigencias a los gobernantes, en menor corrupción, en más educación y mayor compromiso con el desarrollo. Los paraguayos se aferran a los lazos de la tiranía y siguen votando a los corruptos, a los mentirosos de siempre, siguen permitiendo que se malverse la riqueza del país y se postergue la educación. Y no sólo se tolera que los sinvergüenzas sean candidatos a cargos públicos, sino que se los ensalza y se les regalan votos a cambio de un soborno, una remera, una cerveza o un puesto cómplice en alguna dependencia pública.
Parece no importar que los resultados hundan aun más a un ya empobrecido pueblo, como si los paraguayos no pudieran comprender que entregan un país a cambio de las migajas de los corruptos, como si no se tuviera memoria de la miseria que trajeron los avivados, oportunistas y populistas a los que se les dio apoyo. Stroessner también prometió el cambio cuando llegó el poder, y hasta ahora hay gente que cree en aquello de “paz y progreso”, cuando la realidad muestra que dejó un país huérfano de ideas y de educación, pobre y atrasado.
Creo que el mayor lazo de la tiranía que aun persiste es la ignorancia, la falta de educación que hace que la gente siga viviendo con escasas oportunidades, que siga confiando en ladrones y siga manteniendo los sistemas de corrupción que debimos haber tumbado cuando cayó el tiranosaurio. El camino para romper con esta tiranía es la educación. Lo demás vendrá por añadidura.
(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/
domingo, 4 de noviembre de 2007
El problema del reconocimiento
Por Héctor Farina (*)
Como ya habíamos señalado, el marcado pesimismo de un país empobrecido, limitado por la falta de oportunidades y la desesperanza, hace que la percepción sobre nuestras verdaderas capacidades sea más negativa y por ello se piensa en el exterior como la forma más rápida de cambio. Pero dentro de nuestras virtudes y defectos, los paraguayos tenemos un problema interno que no hemos sabido resolver hasta ahora: la falta de reconocimiento.
Nos falta reconocer, valorar, promocionar y premiar el esfuerzo de la gente que quiere superarse, de los que luchan por una educación de calidad, por un país honesto y por una sociedad mejor. Falta reconocer con oportunidades, con apoyo, con confianza y convicción a los que trabajan honestamente, a los que estudian y obtienen capacitación, a los que prefieren esforzarse y tomar la iniciativa de cambiar, antes de esperar que algún cambio milagroso caiga del cielo.
En el Paraguay no se ha podido desterrar tradiciones perversas como el arribismo, el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo. Se mantiene el culto al facilismo, a obtenerlo todo por debajo de la mesa, a ir por el camino torcido, a esperar una oportunidad de “golpe” para mejorar rápidamente a costa de otros, sin que la vergüenza ni el raciocinio sean estorbos para ello. Todavía vive en el aire el espíritu de Perurima, el avivado, el ladino, el que se hace de recursos a costa de los otros, a costa del esfuerzo ajeno. También persisten los émulos de Gilberto Torres, aquel personaje de La Llaga (1963), con el que Gabriel Cassaccia representó al eterno arribista, al que aspira tener una mejoría por medio de un golpe, una conspiración o de una coyuntura política favorable. Torres era un pintor que aspiraba a la gloria, pero no hacía nada para merecerla, al igual que muchos aspiran a mejorar sin empezar a trabajar para ello.
El problema del reconocimiento pasa por estas tradiciones perversas: se reconoce y se premia a los corruptos, los torcidos, los arribistas, correligionarios, cómplices, compadres, parientes y amigos, en tanto se posterga a los que luchan honestamente, a los que estudian, trabajan y se superan sin la necesidad de depender de una estructura corrompida. Como en un cambalache eterno, da lo mismo “un burro un que un gran profesor”, un correligionario corrupto y analfabeto que un técnico especializado, un arribista de pañuelo colorado que un trabajador honesto sin pañuelo…
Los paraguayos honestos debemos hacer un esfuerzo por promocionar a los nuestros, por exigir y crear oportunidades de superación, por comprender de una vez que no hay mejorías gratuitas, sino que estas son el resultado de un proceso de trabajo y sacrificio, de superación permanente, de una lucha constante por tener mayor capacitación y mayor conciencia social. Es intolerable seguir creyendo ingenuamente que tendremos un futuro mejor con tal o cual Gobierno, mientras los paraguayos se fugan al exterior en busca de oportunidades, de trabajo y de un reconocimiento que no encuentran en su país.
El primer paso debe ser asumir una actitud individual de superación y luchar por el reconocimiento de ese esfuerzo, en tanto todos debemos presionar para que se premie a nuestros talentos, a los estudiantes y trabajadores honestos, con una mejor educación, con oportunidades de trabajo y de vida digna. En la lucha por la superación personal y colectiva podemos generar miles de oportunidades, premiar a los verdaderos esfuerzos y aprender a valorar a los que realmente luchan por un país mejor. O de lo contrario, nos espera más de lo mismo, más pobreza y corrupción de la mano de los eternos arribistas.
(*) Periodista
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Como ya habíamos señalado, el marcado pesimismo de un país empobrecido, limitado por la falta de oportunidades y la desesperanza, hace que la percepción sobre nuestras verdaderas capacidades sea más negativa y por ello se piensa en el exterior como la forma más rápida de cambio. Pero dentro de nuestras virtudes y defectos, los paraguayos tenemos un problema interno que no hemos sabido resolver hasta ahora: la falta de reconocimiento.
Nos falta reconocer, valorar, promocionar y premiar el esfuerzo de la gente que quiere superarse, de los que luchan por una educación de calidad, por un país honesto y por una sociedad mejor. Falta reconocer con oportunidades, con apoyo, con confianza y convicción a los que trabajan honestamente, a los que estudian y obtienen capacitación, a los que prefieren esforzarse y tomar la iniciativa de cambiar, antes de esperar que algún cambio milagroso caiga del cielo.
En el Paraguay no se ha podido desterrar tradiciones perversas como el arribismo, el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo. Se mantiene el culto al facilismo, a obtenerlo todo por debajo de la mesa, a ir por el camino torcido, a esperar una oportunidad de “golpe” para mejorar rápidamente a costa de otros, sin que la vergüenza ni el raciocinio sean estorbos para ello. Todavía vive en el aire el espíritu de Perurima, el avivado, el ladino, el que se hace de recursos a costa de los otros, a costa del esfuerzo ajeno. También persisten los émulos de Gilberto Torres, aquel personaje de La Llaga (1963), con el que Gabriel Cassaccia representó al eterno arribista, al que aspira tener una mejoría por medio de un golpe, una conspiración o de una coyuntura política favorable. Torres era un pintor que aspiraba a la gloria, pero no hacía nada para merecerla, al igual que muchos aspiran a mejorar sin empezar a trabajar para ello.
El problema del reconocimiento pasa por estas tradiciones perversas: se reconoce y se premia a los corruptos, los torcidos, los arribistas, correligionarios, cómplices, compadres, parientes y amigos, en tanto se posterga a los que luchan honestamente, a los que estudian, trabajan y se superan sin la necesidad de depender de una estructura corrompida. Como en un cambalache eterno, da lo mismo “un burro un que un gran profesor”, un correligionario corrupto y analfabeto que un técnico especializado, un arribista de pañuelo colorado que un trabajador honesto sin pañuelo…
Los paraguayos honestos debemos hacer un esfuerzo por promocionar a los nuestros, por exigir y crear oportunidades de superación, por comprender de una vez que no hay mejorías gratuitas, sino que estas son el resultado de un proceso de trabajo y sacrificio, de superación permanente, de una lucha constante por tener mayor capacitación y mayor conciencia social. Es intolerable seguir creyendo ingenuamente que tendremos un futuro mejor con tal o cual Gobierno, mientras los paraguayos se fugan al exterior en busca de oportunidades, de trabajo y de un reconocimiento que no encuentran en su país.
El primer paso debe ser asumir una actitud individual de superación y luchar por el reconocimiento de ese esfuerzo, en tanto todos debemos presionar para que se premie a nuestros talentos, a los estudiantes y trabajadores honestos, con una mejor educación, con oportunidades de trabajo y de vida digna. En la lucha por la superación personal y colectiva podemos generar miles de oportunidades, premiar a los verdaderos esfuerzos y aprender a valorar a los que realmente luchan por un país mejor. O de lo contrario, nos espera más de lo mismo, más pobreza y corrupción de la mano de los eternos arribistas.
(*) Periodista
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