domingo, 11 de noviembre de 2007

Los lazos de la tiranía

Por Héctor Farina (*)

“Yo digo ‘voy a matar al tirano para liberar a mi pueblo’. Pero es una frase vacía, desprovista de historia, de sentido común. Porque ¿quién puede liberar a un pueblo que no quiere ser libre, que ama ser esclavizado? Únicamente se liberan los libres…”. Así reflexionaba Félix, el personaje de El Fiscal (1993), la novela de Roa Bastos con la que completa la trilogía sobre el monoteísmo del poder, junto a Hijo de Hombre (1959) y Yo, el Supremo (1974).

En El Fiscal se mezclan las experiencias de Roa Bastos como exiliado, sus reflexiones contra la tiranía y el realismo ficticio que envuelve con perversión la opresión de los pueblos. La historia va más allá de Casiano y Natí huyendo de la esclavitud de los yerbales, y más allá del poder absoluto de El Supremo: ahora se trata de la ilusión de liberar a un pueblo sometido por el tiranosaurio.

Cuando Félix volvía clandestinamente al Paraguay, oculto tras una identidad falsa, tras años de exilio forzado, y con la misión de acabar con el tiranosaurio, se sumergía en profundas reflexiones sobre el absolutismo opresivo del poder: “Sólo se liberan los libres…”. Aquí vemos que la libertad está en contradicción con la resignación, con la complicidad y la aceptación de la tiranía, de sus lazos, mecanismos y esquemas de sometimiento. Y, en mi óptica, no se trata sólo de la tiranía representada por un dictador en el poder, sino de la que asfixia por medio de otros factores, como la ignorancia y la falta de oportunidades de desarrollo.

El Paraguay hace ya 18 años que ha salido de la opresión del tiranosaurio Stroessner, ya vive la mayoría de edad de la democracia, aunque disimulada bajo el ropaje de “transición” para tratar de justificar sus vicios de antaño y su novel torpeza. Los paraguayos ya no se preocupan por acabar con algún tirano empotrado en el poder, pero tampoco se dan cuenta o fingen no enterarse de que los lazos de la tiranía siguen vivos y tensos, amarrando y azotando a un pueblo que se confió al ganar la libertad de la palabra y tener la posibilidad de elegir. Ya no es un dictador el que fustiga, sino que nos seguimos golpeando con los rescoldos de los latigazos que persisten, como la falta de educación, la corrupción y la falta de oportunidades.

Ahora ya podemos protestar, gritar y armar escándalos, pero no hemos podido traducir esta mayor libertad en mayores exigencias a los gobernantes, en menor corrupción, en más educación y mayor compromiso con el desarrollo. Los paraguayos se aferran a los lazos de la tiranía y siguen votando a los corruptos, a los mentirosos de siempre, siguen permitiendo que se malverse la riqueza del país y se postergue la educación. Y no sólo se tolera que los sinvergüenzas sean candidatos a cargos públicos, sino que se los ensalza y se les regalan votos a cambio de un soborno, una remera, una cerveza o un puesto cómplice en alguna dependencia pública.

Parece no importar que los resultados hundan aun más a un ya empobrecido pueblo, como si los paraguayos no pudieran comprender que entregan un país a cambio de las migajas de los corruptos, como si no se tuviera memoria de la miseria que trajeron los avivados, oportunistas y populistas a los que se les dio apoyo. Stroessner también prometió el cambio cuando llegó el poder, y hasta ahora hay gente que cree en aquello de “paz y progreso”, cuando la realidad muestra que dejó un país huérfano de ideas y de educación, pobre y atrasado.

Creo que el mayor lazo de la tiranía que aun persiste es la ignorancia, la falta de educación que hace que la gente siga viviendo con escasas oportunidades, que siga confiando en ladrones y siga manteniendo los sistemas de corrupción que debimos haber tumbado cuando cayó el tiranosaurio. El camino para romper con esta tiranía es la educación. Lo demás vendrá por añadidura.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

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