domingo, 4 de noviembre de 2007

El problema del reconocimiento

Por Héctor Farina (*)

Como ya habíamos señalado, el marcado pesimismo de un país empobrecido, limitado por la falta de oportunidades y la desesperanza, hace que la percepción sobre nuestras verdaderas capacidades sea más negativa y por ello se piensa en el exterior como la forma más rápida de cambio. Pero dentro de nuestras virtudes y defectos, los paraguayos tenemos un problema interno que no hemos sabido resolver hasta ahora: la falta de reconocimiento.

Nos falta reconocer, valorar, promocionar y premiar el esfuerzo de la gente que quiere superarse, de los que luchan por una educación de calidad, por un país honesto y por una sociedad mejor. Falta reconocer con oportunidades, con apoyo, con confianza y convicción a los que trabajan honestamente, a los que estudian y obtienen capacitación, a los que prefieren esforzarse y tomar la iniciativa de cambiar, antes de esperar que algún cambio milagroso caiga del cielo.

En el Paraguay no se ha podido desterrar tradiciones perversas como el arribismo, el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo. Se mantiene el culto al facilismo, a obtenerlo todo por debajo de la mesa, a ir por el camino torcido, a esperar una oportunidad de “golpe” para mejorar rápidamente a costa de otros, sin que la vergüenza ni el raciocinio sean estorbos para ello. Todavía vive en el aire el espíritu de Perurima, el avivado, el ladino, el que se hace de recursos a costa de los otros, a costa del esfuerzo ajeno. También persisten los émulos de Gilberto Torres, aquel personaje de La Llaga (1963), con el que Gabriel Cassaccia representó al eterno arribista, al que aspira tener una mejoría por medio de un golpe, una conspiración o de una coyuntura política favorable. Torres era un pintor que aspiraba a la gloria, pero no hacía nada para merecerla, al igual que muchos aspiran a mejorar sin empezar a trabajar para ello.

El problema del reconocimiento pasa por estas tradiciones perversas: se reconoce y se premia a los corruptos, los torcidos, los arribistas, correligionarios, cómplices, compadres, parientes y amigos, en tanto se posterga a los que luchan honestamente, a los que estudian, trabajan y se superan sin la necesidad de depender de una estructura corrompida. Como en un cambalache eterno, da lo mismo “un burro un que un gran profesor”, un correligionario corrupto y analfabeto que un técnico especializado, un arribista de pañuelo colorado que un trabajador honesto sin pañuelo…

Los paraguayos honestos debemos hacer un esfuerzo por promocionar a los nuestros, por exigir y crear oportunidades de superación, por comprender de una vez que no hay mejorías gratuitas, sino que estas son el resultado de un proceso de trabajo y sacrificio, de superación permanente, de una lucha constante por tener mayor capacitación y mayor conciencia social. Es intolerable seguir creyendo ingenuamente que tendremos un futuro mejor con tal o cual Gobierno, mientras los paraguayos se fugan al exterior en busca de oportunidades, de trabajo y de un reconocimiento que no encuentran en su país.

El primer paso debe ser asumir una actitud individual de superación y luchar por el reconocimiento de ese esfuerzo, en tanto todos debemos presionar para que se premie a nuestros talentos, a los estudiantes y trabajadores honestos, con una mejor educación, con oportunidades de trabajo y de vida digna. En la lucha por la superación personal y colectiva podemos generar miles de oportunidades, premiar a los verdaderos esfuerzos y aprender a valorar a los que realmente luchan por un país mejor. O de lo contrario, nos espera más de lo mismo, más pobreza y corrupción de la mano de los eternos arribistas.

(*) Periodista
http://www.vivaparaguay.com/

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