jueves, 12 de agosto de 2010

El rebaño sagrado ya tiene su templo mayor


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Como las legendarias tribus precolombinas, los mexicanos les rinden culto a sus templos. Los aztecas tenían su templo mayor en la antigua Tenochtitlán, y hoy todavía esa carga cultural vive en el espíritu mexicano, aunque los rituales hayan mudado sus simbolismos hacia otras pasiones, como el futbol.

Los nuevos ídolos no son dioses ni tienen poderes sobrenaturales, pero saben librar batallas y darle alegría a la gente. Son los “guerreros” que juegan al futbol y que hoy tienen un nuevo recinto: el estadio Omnilife, de las Chivas Rayadas de Guadalajara.

Fue inaugurado el pasado viernes 30 de julio con un partido entre las Chivas y el Manchester United. Es un estadio de primer mundo: con forma de volcán (cerrado por todas partes), su techo de acero le da un aspecto futurista. Sus 45 mil asientos de plástico –todos numerados- no solo significan orden sino que dan la sensación de estar en un cine, un teatro o un concierto.

En efecto, una de las virtudes del nuevo hogar de Chivas es que por la ubicación isóptica de sus asientos, la visibilidad desde cualquier punto del estadio es muy buena. Desde más lejos o más cerca, desde detrás del arco o desde las alturas frente al centro del campo, todos pueden ver el partido sin mayor inconveniente.

El espectáculo previo, en las afueras del estadio, es muy típico de los mexicanos: con ese color popular que caracteriza a las grandes fiestas. Concursos diversos, música, sorteos… promotores que regalan desde una bocina o especie de mini-vuvuzela hasta globos y pulseras con el emblema del rebaño. Aunque, para quien conoce los estadios mexicanos, le falta algo. Faltan los vendedores, la comida con olor a pueblo, el bullicio de la oferta de ingeniosos comerciantes que buscan atraer la atención, y todo lo variopinto y característico de los puestos ambulantes instalados para cada partido. Todo eso se quedó en el estadio Jalisco, junto con décadas de historia que forman parte de los colores de Chivas.

El mexicano disfruta el fútbol: llega vestido con los colores de su equipo, entona canciones y grita improperios para sacar la tensión. Y los tapatíos –así les dicen a los de Guadalajara- no son la excepción, sino un ejemplo de cuánta emoción y expectativa puede generar un partido de su equipo. Basta con mirar a la gente que va llegando al estadio para darse cuenta de que no se trata sólo de asistir a un encuentro deportivo, sino que la presencia de familias convierte un partido en un momento de convivencia en el que participan desde el hijo menor hasta el abuelo que cuenta historias sobre los equipos de antes.

Dentro del estadio se siente la cercanía de los jugadores. Y esa sensación de poder seguir el partido en todo momento es reforzada por dos pantallas gigantes y por monitores en los pasillos y hasta en los baños. Uno puede levantarse e ir a comprar algo sin el temor de perderse algún gol o una jugada polémica, pues en la medida en que camina hacia un puesto de comida o un sanitario sigue viendo lo que acontece dentro del campo.

El show fue completo y esplendoroso, digno del estreno del nuevo escenario: un espectáculo de fuegos artificiales coloridos y casi interminables, una serie de danzas alegóricas –con gigantescos guerreros simbolizando a jugadores de Chivas peleando por su territorio independiente-, la voz de Reyli en una canción conmemorativa, y cientos de niños que son la nueva generación que defenderá los colores del tradicional equipo tapatío.

El partido terminó con una victoria de Chivas por 3 a 2 frente al Manchester. Pero lo vivido va más allá de un resultado en goles. La ganancia está en ver a la gente entusiasmada y con ganas de creer en algo. Es sentir la admiración y el respeto que tienen hacia los suyos, como en el caso de Javier “Chicharito” Hernández, la gran promesa del futbol mexicano que, paradójicamente, anotó el primer gol con la remera de Chivas, para luego jugar el segundo tiempo con su nuevo equipo: el Manchester. Ver la emoción de la gente y el apoyo hacia el nuevo ídolo tiene un enorme valor simbólico: en medio de la violencia que sacude a todo un país, de un descrédito hacia las autoridades y de muchas incertidumbres sobre el futuro, los mexicanos siguen plantando buenas semillas y siguen creyendo que los suyos pueden hacer grandes cosas.

La salida del estadio estuvo envuelta en un caos vehicular, que motivó más de una queja y alguna sonrisa picaresca, porque la informalidad de ciertos aspectos casi forma parte del folclore latinoamericano. Pero, al voltear a ver al volcán del que iban saliendo miles de entusiastas aficionados no pude dejar de recordar la estirpe mexicana. Así como los aztecas tuvieron un gran imperio y ostentaban su templo mayor, ahora el rebaño sagrado ya tiene el suyo: el moderno estadio Omnilife, la nueva casa de las Chivas Rayadas de Guadalajara.

(*) Periodista. Desde Guadalajara, Jalisco, México

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