domingo, 31 de agosto de 2008

De la literatura al cine, un Viaje al centro de la tierra


La novela Viaje al centro de la tierra, publicada en 1864 por el visionario escritor francés Julio Verne (1828-1905), es una muestra de la prodigiosa imaginación que, moldeada por el conocimiento científico, nos permite viajar a un mundo perdido, oculto en el entrañas del planeta. Más allá de lo visto, lo conocido y lo considerado como posible, la expedición novelesca nos devuelve a la prehistoria, a los eslabones de la vida considerados extintos, a la visión de un planeta que no conocemos porque se oculta dentro de sí mismo.

La historia de Verne empieza cuando el profesor Otto Lidenbrock encuentra un escrito enigmático de un sabio islandés, en donde unas raras inscripciones despiertan la curiosidad del profesor. Estas anotaciones –luego de ser descifradas- indican que el islandés había llegado al centro de la tierra. Desde luego, esto despierta el espíritu científico y aventurero de Lidenbrock, que decide repetir la hazaña y realizar la excursión, pese a la oposición inicial de su sobrino Axel, que considera la empresa como una locura.

El viaje sobre la superficie los lleva hasta Islandia, en donde se encuentra el volcán Sneffels, por donde iniciarán el viaje subterráneo. Lidenbrock, Axel y un guía contratado, llamado Hans, equipados con víveres, armas e instrumentos diversos, se embarcan en un descenso dificultoso hasta tocar terreno firme. A partir de ahí, se inicia una aventura llena de descubrimientos, angustias y sorpresas.

La falta de agua, el aumento constante de la temperatura, el extravío de Axel en medio de cavernas, el descubrimiento de hongos y restos de animales desaparecidos, van matizando una narración que se mueve entre la angustia y la alegría, entre la desesperanza y la euforia de descubrir.

La aventura los lleva a navegar en una balsa por un mar subterráneo, a luchar por la sobrevivencia en una tempestad, a descubrir un misterioso bosque con plantas antiguas, además de una especie de hombre prehistórico que custodiaba una manada de animales gigantes.

En un final angustiante, los aventureros regresan a la superficie empujados por la erupción de un volcán, que para sorpresa de todos los arroja en Stromboli, Italia, a miles de kilómetros de donde habían iniciado su aventura al ingresar al volcán Sneffels.

Esta obra nos pinta una de las pocas hazañas previstas por Verne que hasta ahora no se han cumplido. En ella el francés hace uso de su imaginación para trazar las líneas de un viaje extraordinario, al mismo tiempo que por medio de la ciencia le da el toque de realidad que nos lleva a creer en que todo puede ser cierto o volverse real.

La historia en la pantalla grande

En la película recientemente estrenada -titulada Viaje al centro de la tierra al igual que el libro de Verne- vemos una historia similar a la literaria, pero pensada desde la actualidad, con ingredientes modernos. Ya no son los personajes de Verne, sino personas del siglo XXI que por una serie de iniciativas y casualidades terminan por repetir el maravilloso viaje que ya conocemos.

Trevor Anderson (Brendan Fraser) es un científico que descubre un movimiento sísmico inusual en Islandia y decide viajar a ese lugar en busca de su hermano, desaparecido hace 10 años, siguiendo las pistas del centro de la tierra, según creen. Trevor, su sobrino Sean (Josh Hutcherson) y su guía de montaña Hannah (Anita Briem), viajan al punto en donde detectaron el movimiento sísmico, pero una tormenta los deja atrapados dentro de una cueva. Eso los obliga a buscar otra salida y los lleva a adentrarse en el centro de la Tierra.

La película nos lleva por sitios similares a los descritos en el libro, pero con el agregado de la imagen, con la presentación concreta de los lugares y situaciones que durante años fueron patrimonio de la imaginación acicateada por las letras vernianas. Esto le da el toque de espectacularidad que tanto le gusta al cine, pues podemos ver a los animales primitivos, las plantas gigantes, las cuevas y los misterios de lo inexplorado.

Los viajeros encuentran evidencias de que el hermano de Trevor estuvo en el centro de la tierra, así como otros materiales que los hacen suponer que el profesor Lidenbrock existió en realidad y que el viaje descrito por Verne fue una realidad y no solo el fruto de una narración ficticia.

La película tiene hasta el toque del absurdo, cuando Sean recibe una llamada a su celular, en el preciso momento en que eran atacados por peces carnívoros en el mar subterráneo.

Si bien existe una buena distancia entre el libro y la película, ambas formas de presentación de la aventura se complementan, sin agotarse con una o con otra. Sin lugar a dudas lo recomendable es leer primero la versión de Verne, para comprender y valorar en su justa medida lo que se presenta en el cine. Esto permitirá conocer con detalle los fundamentos imaginarios y científicos esbozados en el siglo XIX por uno de los autores más representativos de la ciencia ficción, para luego adentrarse en la visión del cine de los inicios del siglo XXI.

Lo cierto es que la magia y el misterio de las aventuras de Verne se mantienen vivas, sobre todo en esta historia que jamás ha sido concretada como las otras historias de este visionario.

Héctor Farina

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