lunes, 22 de septiembre de 2008

El conformismo, un cáncer extirpable

Por Héctor Farina (*)

El conformismo es quizás una de las peores enfermedades de una sociedad. Es una forma de fatalidad que nos condena a vivir enfermos, como si se tratara de un cáncer engañoso que tiende a mantener la agonía sin permitir la mejoría ni terminar de dar el golpe de gracia. Es un mal que nos lleva a tolerar los males como si fueran algo natural, como si tuviéramos siempre que aceptar las limitaciones, las aberraciones y las penurias sin hacer el esfuerzo por cambiar el orden de cosas. Ese conformismo está representado en la cultura paraguaya por frases como “así nomás luego es” o “así nomás luego tiene que ser”, como si ya estuvieran escritos el presente y el futuro.

Las décadas de la dictadura interminable y los incontables años de represión causaron un enorme daño a la sociedad paraguaya, que se acostumbró a no protestar, a no exigir sus justos derechos y a no involucrarse en actividades que pudieran ser mal vistas por los represores. La costumbre de callar, de no participar y de renunciar a la acción, al tiempo que se dejaba todo en manos del Estado -el ogro filantrópico- se convirtió en un legado perverso de conformismo que todavía hoy se manifiesta en muchos espacios de la vida pública.

Una forma de conformismo es la de esperar que el Gobierno solucione todos los problemas de la gente mientras uno no cumple con su responsabilidad como ciudadano. Es fácil esperar que las autoridades terminen con la corrupción mientras se siguen pagando coimas o dando “propinas” para agilizar un trámite. El entendimiento torcido de que el sistema “únicamente funciona así” lleva a la resignación ante la corrupción, a la sumisión ante el saqueo y el empobrecimiento que todo esto genera.

La tolerancia conformista se nota en temas como el transporte público, cuando la gente sigue soportando que los ómnibus viajen con las puertas abiertas, que no se detengan completamente para subir o bajar pasajeros, que no se respeten las señales de tránsito y que se maneje con brusquedad. Es intolerable que los mismos usuarios, los clientes que pagan por un servicio, hayan perdido la capacidad de asombro y ya no reclamen cuando hay una maniobra indebida, cuando se pone en riesgo la vida de las personas al no cerrar las puertas del vehículo o al permitir que se viaje en las estriberas. Es una pena que se vea como normal que la gente viaje colgada del pasamanos, rozando la muerte.

El conformismo en la educación es una fatalidad, pues si se considera que la función de educar depende sólo de la escuela y de los maestros, y no de uno mismo, se tiene como resultado la mediocridad, la misma que se percibe en los analfabetos funcionales que pasaron por un aula pero que no se tomaron el esfuerzo de aprender como corresponde. Tolerar un sistema educativo deficiente y sobre todo seguir siendo cómplice del olvido al que las autoridades condenaron a la educación, equivale a conformarse a vivir en una sociedad que seguirá produciendo personas sin la capacidad necesaria para mejorar el país.

Si bien ya se ha roto el conformismo del silencio, pues ahora se protesta y se reclama más, el gran desafío de los paraguayos es asumir una actitud más contundente frente a numerosos hechos que pueden ser corregidos. La lucha contra el conformismo debe ir más allá de las expresiones de deseo, de la retórica y de los lamentos. Si queremos extirpar este cáncer que nos mantiene en agonía, tenemos que asumir una actitud más crítica y constructiva, menos tolerante con las aberraciones cotidianas y más abierta al replanteamiento de nuestras costumbres. La batalla contra el conformismo debe llevarnos a ser más conscientes de nuestras responsabilidades como ciudadanos, más firmes en nuestros reclamos a las autoridades y más decididos en nuestra apuesta por la educación y la honestidad. La construcción de un nuevo país depende de la actitud que asumamos como individuos y como sociedad.

(*) Periodista
www.vivaparaguay.com

No hay comentarios: