domingo, 4 de noviembre de 2012

La confianza perdida y la riqueza encontrada


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Entre las grandes diferencias que podemos encontrar entre los países desarrollados y las economías emergentes, el régimen de confianza es, sin lugar a dudas, uno de los más significativos para la promoción de los emprendimientos, las inversiones y las innovaciones. Cuando una sociedad genera confianza, el resultado se nota en el incentivo que existe para invertir, generar empleos, asumir riesgos y buscar impulsar proyectos. En cambio, cuando la sociedad no genera confianza y, al contrario, se mueve entre la incertidumbre y el poco respeto a las normas, la sensación nos lleva a la cautela, al temor a invertir, a promover o simplemente a arriesgarse.

El régimen de confianza es fundamental para generar una ciudadanía activa, que crea en sus instituciones y tenga la convicción de que iniciar un proyecto vale la pena. Esto lo podemos ver cuando observamos a Noruega, un país que tiene una presión tributaria que llega al 60% y que tiene una elevada aceptación por parte de los ciudadanos que pagan impuestos. Los noruegos son conscientes de que pagar impuestos es necesario, puesto que ven los resultados en su vida cotidiana: acceso a uno de los mejores sistemas educativos del mundo, sistemas de salud altamente eficientes, seguridades sociales garantizadas, estabilidad, progreso y prácticamente todo lo necesario para el ciudadano está asegurado. De esta manera, pagar impuestos en un contexto de confianza es una garantía de calidad de vida para los contribuyentes.

En las antípodas, la presión tributaria de América Latina es baja frente a Noruega y los países nórdicos. Con niveles de entre el 10 y el 20% como máximo, con una gran informalidad, los contribuyentes no sólo no quieren seguir pagando impuestos –porque desconfían con justa razón del destino de su dinero-, sino que se sienten estafados e indignados cada vez que algún gobierno requiere dinero e incrementa impuestos. No existe la confianza necesaria entre los gobernantes y los gobernados, entre autoridades y ciudadanos, entre mandatarios y mandantes. La corrupción es una mediadora de dichas relaciones, por lo que la desconfianza hacia cualquier tipo de iniciativa es casi un síntoma reflejo. Esto genera sociedades que no quieren contribuir, que prefieren la informalidad, y que son reacias a cualquier tipo de inversión que implique una contraparte del sistema, el mismo que se encuentra inficionado por la corrupción y que seguramente se robará lo que recaude.

La confianza que genera un país como Suecia, que posee una ley de transparencia desde hace más de 200 años, parece utópica si nos ubicamos en algunos países de América Latina, en los que el secretismo, la falta de respeto a la norma, la inseguridad jurídica o la inestabilidad política hacen que exista temor para cada cambio, para cada intento por hacer algo diferente. La transparencia al estilo sueco genera confianza y promueve ciudadanos seguros de las reglas, de las instituciones y de que las condiciones de juego no se torcerán en forma imprevista para perjudicar a unos y beneficiar a otros.

Los latinoamericanos todavía estamos lejos de un país como Israel, en donde se incentivan los emprendimientos a tal punto que aquellos que se equivocan o fracasan en alguna iniciativa son respetados y reconocidos por la misma sociedad. En cambio, la falta de confianza en nuestros países hace que no sólo sea temerario emprender, sino que además el sistema excluye a los que fracasan. Esto hace que emprender sea una aventura sin un destino cierto, sin reglas claras y sin seguridades. Todavía nos falta aprender de la seguridad de los nórdicos, del incentivo de los israelitas y de las garantías de países asiáticos.

Recuperar el régimen de confianza debe ser una de las grandes causas en América Latina. Y más aun en países altamente necesitados como Paraguay, en el que se han perdido muchas inversiones, muchos proyectos y muchas buenas iniciativas por la falta de confianza en los gobiernos, en las leyes o en las condiciones de juego. Hace falta un país más serio en el que emprender no sea una aventura alocada y solitaria. Y nos hace falta aprender a consolidar instituciones creíbles, con sistemas de formación que garanticen que aquellos que asumen un cargo estén preparados para ello. Hay que dejar de ser un país inestable, inseguro y poco serio, para pasar a uno en el que sea creíble invertir, emprender, proyectar y vivir.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

sábado, 3 de noviembre de 2012

El abismo marcado por la investigación


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Investigar, conocer, inventar, innovar. Estas palabras se han vuelto claves en los últimos tiempos, cuando la economía dejó de depender de la producción primaria y los recursos naturales para basarse en el conocimiento. Hoy las economías que más progresan son las que saben cómo explotar el conocimiento y se posicionan en el sector de servicios, en donde se concentran dos terceras partes de la riqueza que se produce. Y en este contexto, existe un abismo entre los países desarrollados, que invierten en ciencia y tecnología, y los países atrasados, que todavía no comprenden la necesidad de cambiar los esquemas tradicionales de producción primaria para pasar a la economía del conocimiento.

Como decíamos ayer, la inversión en ciencia y tecnología es un factor que ha permitido dar el gran salto a países como Finlandia, Singapur, Corea del Sur y Taiwán. Mientras países con grandes territorios y riquezas naturales todavía se debaten entre el atraso y el hambre, un país pequeño, rodeado de conflictos, como Israel, posee la mayor inversión en innovación a nivel mundial, en tanto su nivel de investigación científica hace que siempre estén en busca de algún invento que los siga manteniendo a la vanguardia. La investigación es vista en este país como una cuestión de sobrevivencia. O veamos el caso de India, que está invirtiendo mucho en el desarrollo de la tecnología, por lo que en algunos años podría convertirse en el gran referente mundial de la economía basada en lo tecnológico.

Mientras Qatar busca poseer un sistema de trenes de levitación magnética, Israel quiere ser el mayor productor de autos eléctricos, Corea del Sur, Taiwán, Japón y Singapur se pelean por el liderazgo en cuanto a tecnología informática, los países de América Latina siguen anclados en sus sistemas de producción basados en la explotación de la tierra, la exportación de materia prima o el simple suministro de algún recurso natural finito. El contraste es contundente y los resultados dolientes: los primeros progresan y los segundos están rezagados, cada vez más dependientes de la producción ajena, y ostentan escandalosos niveles de pobreza, marginalidad y carencias.

Los latinoamericanos todavía no han tomado en serio el problema de la ciencia y la tecnología. Basta con decir que el país que más invierte actualmente en ciencia y tecnología es Brasil, que destina el 1,1% de su Producto Interno Bruto (PIB) a este campo. Pero, esta cifra -la más alentadora que tenemos- se encuentra todavía muy lejos de lo que invierte Finlandia: 4% del PIB. En tanto, la mayoría de los países latinoamericanos no llega al 1%: Venezuela, Bolivia, Ecuador o Paraguay presentan inversiones casi inexistentes, en tanto una economía grande como la de México apenas le dedica un 0,4%, es decir la décima parte de lo recomendable.

No invertir como se debe en la ciencia y la tecnología equivale a seguir anclados en modelos productivos obsoletos, a vender petróleo sin refinar o gas en estado natural; equivale a depender de la compra de inventos ajenos, a no saber aprovechar la riqueza energética o a seguir manteniendo economías poco competitivas que no son capaces de reinventarse para generar mejores ingresos, mejores empleos y más oportunidades.

La riqueza natural finita no alcanza para lograr sociedades que progresan. La riqueza de hoy está en investigar, innovar, saber, emprender y desarrollar. Los niveles de competencia hacen que cuanto más nos atrasemos, más pobres seamos y más indefensos quedemos ante los que sí avanzan.

El Paraguay es un ejemplo del desinterés manifiesto hacia la ciencia y la tecnología, pues no se apuesta por la investigación, la inversión es inferior al 0,1% del PIB, y prácticamente no hay formación de investigadores en las universidades. Y este desinterés nos vuelve antípodas de los países del primer mundo y de todos sus resultados en materia de crecimiento, progreso y desarrollo.

O revertimos ese desinterés hacia la investigación y empezamos a invertir y trabajar como se debe, o nos resignamos a ser cada vez más atrasados, más indefensos y dependientes, y más lejanos a los estadios de progreso y bienestar. Evidentemente, la segunda opción no es viable, aunque algunos se sientan cómodos con ella.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México.

domingo, 28 de octubre de 2012

La competitividad, un síntoma del malestar


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Una de las grandes urgencias que nos ha impuesto la globalización es la necesidad de tener economías competitivas. Y cuando hablamos de competitividad sale a relucir uno de los grandes temas pendientes para el fortalecimiento de los países latinoamericanos. Mientras los países desarrollados hacen gala de su eficiencia de gestión, el ambiente de negocios favorable, la calidad educativa y la innovación, la productividad y el aprovechamiento estratégico de sus ventajas comparativas, en América Latina mantenemos estándares bajos de competitividad, mucha informalidad y poca planificación.

Lejos de los países más competitivos, Suiza, Singapur, Finlandia y Suecia, el primer país latinoamericano que aparece es Chile, ubicado en el lugar número 33, de acuerdo al Índice de Competitividad Global 2012-2013, elaborado por el Foro Económico Mundial. Más atrás vienen Panamá (40) Brasil (48), México (53), Costa Rica (57), Perú (61) Colombia (69), Uruguay (74), Guatemala (83), Ecuador (86), Honduras (90), Argentina (94), El Salvador (101), Bolivia (104), República Dominicana (105), Nicaragua (108), Paraguay (116) y Venezuela (126). Todo esto, dentro de un ranking que abarca a 144 países.

Las diferencias son muchas y se traducen en resultados para la gente: Suiza es un país ordenado, confiable y estratégico; Singapur es el país que ha dado uno de los saltos más extraordinarios de la historia, al pasar de la pobreza extrema a la riqueza abundante, gracias a su fuerte inversión educativa; Finlandia tiene a los mejores maestros del mundo y siempre ocupa los primeros lugares en rendimiento académico de los estudiantes; Suecia es un modelo de transparencia y eficiencia. En estos países la pobreza es casi inexistente, la calidad de vida es elevada y los niveles de crecimiento económico se traducen en importantes logros sociales.

En cambio, la poca competitividad latinoamericana se refleja en un país como Venezuela, que tiene tanto petróleo que debería ser una tierra sin pobres, pero sigue aferrado a la marginalidad y a la violencia que ubican a Caracas como la ciudad con la mayor tasa de homicidios del mundo. Con escasa inversión educativa, con poco apoyo a la investigación, la economía es la menos competitiva de Latinoamérica pese a los millonarios ingresos petroleros. O el caso de México, el país que pese a hacer bien los deberes y mantener los indicadores macroeconómicos bien controlados no ha logrado más que un crecimiento raquítico en los últimos años, insuficiente para atender sus grandes necesidades sociales. El factor de fondo: mala calidad educativa, poca inversión en ciencia y tecnología, lo que en su conjunto deriva en que no haya capacidad de innovar y ajustarse rápidamente a los requerimientos de la economía globalizada. Resultado: la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país rico.

La mala competitividad de nuestras economías debería llamarnos a una revolución que pase por planificar mejor, aprender a explotar los recursos naturales, invertir en educación, ciencia y tecnología, y sobre todo, buscar dar el salto de economías primarias a las del conocimiento, que es donde hoy se encuentra la mayor parte de la riqueza que necesitan nuestros pueblos. Con instituciones poco creíbles y poco sólidas, con inseguridad jurídica y física, con escaso nivel educativo y con gobiernos errantes, incapaces de construir con miras al futuro, será muy difícil que logremos los niveles de desarrollo y de beneficios sociales de los que hoy gozan los que saben cómo volverse competitivos.

La competitividad es un tema demasiado serio como para que países con grandes urgencias, como Paraguay, continúen sin atenderla como se debe. Hay que trabajar en construir instituciones más eficientes que garanticen mayores seguridades, al tiempo que se busca que los recursos humanos sean más competitivos y que la innovación tecnológica sea vista como parte esencial de la economía. Debemos volvernos competitivos, eficientes, serios y visionarios. Nuestras economías y nuestra gente lo agradecerán.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

sábado, 27 de octubre de 2012

La tecnología como factor para el desarrollo. Entrevista en el noticiero de Unicanal

La tecnología se ha incorporado a nuestra vida en forma constante y cada vez dependemos más de ella. En una entrevista en el noticiero de Unicanal, Paraguay, Héctor Farina Ojeda, habla con el periodista Juan Carlos Bareiro sobre tecnología, educación y necesidades de inversión. La entrevista fue realizada en agosto de 2011.



Disparidades, desarrollo y atraso

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Las disparidades en la generación y distribución de la riqueza, en el desarrollo y la calidad de vida de las naciones implican un análisis minucioso y amplio en el que se abarquen todos los factores que hacen que unos progresen más que los otros. En una serie de publicaciones sobre la estrategia de las naciones y los modelos de desarrollo, hemos visto algunos factores trascendentales que marcan la diferencia entre economías precarias o emergentes y las de vanguardia. Una breve mirada a algunos aspectos de los países desarrollados nos permitirá comparar qué hemos hecho mal o qué no hemos hecho en América Latina para que hoy tengamos menos oportunidades, mucha pobreza y niveles elevados de desigualdad.

La planificación de Noruega, este país que encontró petróleo en 1969 y que supo no sólo explotar esa riqueza natural sino invertir los ingresos en sectores estratégicos, como la educación, es un ejemplo de cómo con una visión de futuro, con planificación e inteligencia aplicadas al desarrollo se pueden lograr resultados altamente beneficiosos para la gente, a mediano y largo plazo. Y con una presión tributaria del 60%, los noruegos no sólo tienen garantizados una educación de calidad, servicios sanitarios de primer mundo, seguridad y estabilidad, sino que pueden jactarse de vivir en una sociedad con los niveles de calidad de vida más altos del mundo. En cambio, la misma mirada aplicada a Latinoamérica nos nuestra un panorama muy diferente: mientras países como Venezuela, México, Ecuador y Bolivia poseen riquezas petroleras que representan ingresos millonarios, sus resultados en aspectos sociales son alarmantes: la pobreza afecta a gran parte de la población, hay un notable rezago educativo que limita el progreso, la desigualdad entre ricos y pobres es abismal, y los sistemas de salud son ineficientes. Pero, pese a que los ingresos por recursos naturales siguen florecientes, el impacto en la gente es escaso y se mantiene el divorcio entre lo que se gana y la inversión necesaria.

La transparencia, la eficiencia y la seriedad en el manejo de los recursos públicos es otra gran diferencia. Basta con mirar a Suecia, un modelo de transparencia en donde los ciudadanos cuentan con una ley de acceso a la información desde 1766. Esto marca una larga tradición de control, fiscalización y participación ciudadana en cuanto al manejo de recursos y las decisiones que son convenientes para la gente, por lo que uno de sus resultados más notables es haber minimizado la corrupción. En contrapartida, el secretismo, el manejo poco claro de las finanzas públicas, la falta de responsabilidad y la corrupción enquistada en nuestros sistemas latinoamericanos son ejemplos del malestar que nos impide planificar seriamente y construir democracias con una mayor perspectiva de beneficio social. Con sistemas altamente corrompidos y corrompibles, es más probable que se favorezcan el saqueo y el despilfarro, antes que una inversión provechosa para todos.

Por otro lado, es bueno analizar a qué le apuestan y en qué invierten los países de vanguardia en comparación con los emergentes. Israel, Corea del Sur, Singapur, India, Taiwán y Finlandia son países que basan su progreso en la innovación y en la explotación de la verdadera riqueza de los tiempos modernos: el conocimiento. La inversión en ciencia, tecnología e innovación en estos países es muy superior a la raquítica inversión de los latinoamericanos, y los resultados son muy claros: unos progresan, mejoran la calidad de vida y gozan de mucha riqueza, mientras los otros -nosotros- se mantienen en el atraso, la precariedad y la dependencia. Precisamente cuando dos terceras partes de la generación de riqueza dependen del sector de servicios y del conocimiento, nosotros seguimos dependiendo de la exportación de materia prima, de industrializaciones endebles y de la importación de aquello que no somos capaces de producir.

Un capítulo aparte es el educativo, una asignatura en la que estamos reprobados por nuestro propio desinterés, por haber priorizado a la burocracia y la corrupción en lugar de la apuesta por la gente. "La educación de Occidente se fue el diablo" me dijo un filósofo, haciendo énfasis en que la politización de lo educativo -que se volvió un discurso populista o una excusa para destinar fondos a la corrupción- quizá sea el motivo por el cual hemos quedado muy rezagados frente a aquellos que hoy enarbolan sus logros traducidos en beneficios sociales.

Hay mucho por hacer si queremos combatir los males endémicos con los que convivimos: desde planificar, innovar e invertir en lo productivo, hasta lograr una optimización del uso de los recursos que poseemos. Romper esa visión conservadora de que "así somos" y aprender a ver más allá de nuestras fronteras sería un paso importante en busca de acciones más innovadoras, beneficiosas y efectivas.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

domingo, 14 de octubre de 2012

Bolivia, economía primaria con grandes desafíos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Como uno de esos representantes significativos de que la riqueza natural no es sinónimo de riqueza para la gente, el caso boliviano emerge como un país cuya economía se basa en la explotación y exportación de materias primas. Cuenta con la segunda mayor reserva de gas natural de Sudamérica y la exportación de este producto se constituye en la principal fuente de ingresos. Además, posee una riqueza mineral que lo convierte en un gran exportador de estaño, plata, cobre, entre otros. A todo esto hay que sumarle la producción de soja y otros rubros agrícolas, que en su conjunto demuestran el gran potencial en materia de recursos naturales que posee esta nación.

La economía boliviana ha venido creciendo en los últimos años, con datos que son muy interesantes: el año pasado tuvo un incremento de 5,2% en su Producto Interno Bruto (PIB), en tanto para este al año el pronóstico oficial es que el crecimiento será de 5,5%. Esta recuperación ha significado una reducción del 12% de la pobreza, y del 9% de la pobreza extrema en los últimos seis años, de acuerdo a los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). No obstante, la pobreza sigue afectando al 49% de los bolivianos y la pobreza extrema alcanza al 25,4% de la población. Bolivia sigue teniendo una de las rentas per cápita más bajas de América Latina: 2.232 dólares, según los datos oficiales.

La cifras nos hablan de un país que está en un proceso interesante de mejoría, pero que tiene demasiado atraso y demasiadas carencias que atender. Sigue siendo uno de los países más atrasados de América Latina, con un porcentaje alto de pobres y con factores que hacen temer que los buenos números coyunturales se vayan pronto: mala calidad educativa, escasa inversión en ciencia y tecnología, y un modelo económico lejano a la economía del conocimiento que hoy se requiere. Al respecto, los datos de UNICEF son contundentes: 83.000 niños en edad de recibir educación primaria no asisten a la escuela, 63.000 abandonaron los estudios y hay muchos niños en riesgo de dejar las aulas. El principal motivo de deserción es la pobreza, la misma a la que, curiosamente, se condenan los que no pueden ir a la escuela.

Aunque se perciban mejorías, sobre todo en los aspectos macroeconómicos, hay todavía cambios más profundos que siguen pendientes, como romper la dependencia de las exportaciones de materia prima e iniciar un proceso de aplicación del conocimiento a la producción, para mejorar la productividad, la competitividad y lograr sacarle mayor provecho a la enorme riqueza del territorio boliviano. Y, como un contrasentido, la inversión que se ha duplicado en la última década no es la educativa sino la militar, en tanto el gasto social por habitante se mantiene por debajo de los 300 dólares, una cifra muy baja para atender las grandes necesidades de la gente.

Los resultados de un modelo económico basado en la simple extracción y exportación de materia prima deben medirse frente a aquellas economías que apuestan por el conocimiento. Mientras un país como Bolivia tiene suficientes recursos para ser rico, sin embargo se mantiene en el atraso. Como caso contrario, un país sin recursos naturales, con un territorio pequeño pero con una apuesta decidida por la educación logró convertirse en una de las principales potencias comerciales a nivel mundial: Singapur.

La transición de la riqueza, desde las economías primarias a las del conocimiento, hoy nos obliga a pensar en una nueva forma de producir, sobre la base de la educación, la ciencia y la tecnología. Sin estos factores, las economías son precarias, poco competitivas e incapaces de erradicar males prácticamente endémicos, como la pobreza y la desigualdad.

Lo más interesante de todo es que hay suficiente riqueza para iniciar una revolución educativa, pero quizá nos falte esa chispa que detone todo el potencial que tenemos. ¿Resulta tan complicado aplicar ideas de éxito conocido? Aparentemente, sí.

(*) Periodista y profesor universitario
Desde Guadalajara, Jalisco, México

Publicado en el suplemento "Estrategia", una publicación especializada en economía y negocios, del Diario La Nación, de Paraguay.

lunes, 8 de octubre de 2012

Twitter para ciudadanos: los tapatíos suben de nivel



Redes sociales se convierten en herramienta para emergencias

Tuiteros tapatíos difunden información de utilidad pública en situaciones de crisis, pero aún hay un largo camino por recorrer hasta que la ciudad aproveche correctamente esta herramienta

GUADALAJARA, JALISCO (06/CT/2012).- Sismos, inundaciones, choques, tráfico, balaceras, bloqueos, detonaciones. Si alguna de estas contingencias pareciera haber ocurrido en cualquier parte de la ciudad, ya se comentó en Twitter antes que en cualquier otro medio: la inmediatez de esta red social es su principal atributo y hasta ahora luce insuperable. Pero, según los especialistas, la utilidad pública de esta red social, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, aún se encuentra en fase de experimentación.

Basta con recordar episodios de alto impacto ocurridos en la ciudad, como los bloqueos con autos incendiados en distintas arterias de la urbe. La confusión de los usuarios fue tal que algunos replicaban información poco confiable, falsa o exagerada, que sólo contribuyó a propagar el caos, pese a los buenos intentos por mantener la calma a la espera de versiones de fuentes fiables.

Sin embargo, confirmar los acontecimientos lleva su tiempo y, mientras eso ocurre, los usuarios —ávidos de estar enterados— consumen información de pobre calidad. Se trata de un arma de doble filo, pues el empoderamiento de los ciudadanos sobre la inmediatez de la red puede utilizarse para cualquier fin, pero, si se acuerdan criterios de calidad informativa, el ejercicio de convertirse en un reportero ocasional puede resultar de gran ayuda.

En Guadalajara han surgido numerosas cuentas de iniciativa ciudadana, sin fines de lucro, para abastecer de información en casos de contingencias o simplemente para hacer más sencilla la vida cotidiana. Un ejemplo es @Trafico_ZMG, que se ha popularizado por la atención que presta a reportes sobre vialidades enviados por tapatíos.

“(La práctica de los tuiteros) ha ido evolucionando con un toque de civismo: toman su papel y una iniciativa de responsabilidad de informar. Más allá de utilizar esta red de Twitter como un chismógrafo, aquí en Guadalajara sirve mucho para encontrar nuevos contenidos con un toque de utilidad”, comenta Sergio Vélez, fundador de la cuenta, que registra poco más de 43 mil seguidores. “Es como si tuviéramos 40 mil reporteros: ellos nos alertan de todo y nosotros lo corroboramos para retuitearlo”, agrega Gina García, quien se encarga del manejo de la cuenta.


La prueba de los bloqueos


La primera llamada sobre los bloqueos viales con vehículos incendiados que comenzaron el sábado 25 de agosto por la tarde la dieron los tuiteros, pero al mismo tiempo los puso a prueba.

“Estamos en una fase de experimentación en redes sociales; nos falta todavía esa conciencia que deberíamos tener (principalmente) los comunicadores y aplicarle rigor periodístico”, diagnostica Héctor Farina Ojeda (@hfarinaojeda), académico de la UdeG y estudioso de las redes sociales.

Con ello coincide la community manager Elizabeth Rivero (@bethriver01), pues asegura que falta mayor coordinación en la homologación de etiquetas o hashtags (#Ejemplo) en determinados casos de crisis para facilitar la búsqueda de información en momentos clave, y eso es tarea de las cuentas con mayor influencia. “Falta un manual SOS sobre qué hacer en casos de contingencia, terremotos, tener a la mano los teléfonos de emergencia para compartir”.

Las que no terminan por entrar de lleno en la dinámica de la inmediatez de Twitter y otras redes sociales son las instituciones gubernamentales. Aunque muchas tienen activa una cuenta en estas redes, muy pocas ofrecen información oportuna de su competencia en momentos clave y, al generar estos huecos de información oficial, contribuyen a que los rumores invadan la red.

Durante los bloqueos viales de agosto, por ejemplo, la cuenta de la Secretaría de Vialidad y Transportes (SVyT) se mantuvo inactiva, pues sus operadores no laboran los fines de semana. La Policía de Guadalajara también se abstuvo de orientar, como el resto de las dependencias. La legitimidad de algunos avisos y reportes llegó cuando comenzaron a tuitearlos o retuitearlos funcionarios locales, como los alcaldes y el gobernador, que empezaron a publicar dos horas después de que comenzaron los hechos delictivos.

“A las cuentas gubernamentales les hace falta trabajar en tiempo real. Es muy curioso que, cuando hay una crisis, son las más lentas, justamente por ese temor que tienen de propagar información no confirmada”, apunta Farina Ojeda.

Critica, además, que esas cuentas se dedican a presumir logros institucionales en días cualesquiera, pero en contingencias, cuando los ciudadanos requieren información inmediata, simplemente no están allí, y aparecen después de tres o cuatro horas a ofrecer ruedas de prensa.

“Durante ese tiempo, la gente ya consumió información que no era certera ni de calidad, eso sí es un riesgo. Falta esa apropiación de las redes sociales porque es ahí donde todos corremos a la hora de informarnos”, agrega Farina.

Para Beth Rivero, el reto es trabajar en lo individual como tuiteros para convertirse en una fuente ciudadana confiable y, en un determinado momento, ser referencia útil para otros usuarios en casos de urgencia.

Al final, lo que importa es el mensaje, más allá del medio. Farina remata: “Twitter no es otra cosa más que una herramienta fantástica de comunicación, pero no deja de ser una herramienta; el problema es educativo: lo que deberíamos hacer es enseñarnos a utilizar de manera correcta las redes sociales”.



Guía para usuarios en casos de contingencias
Recomendaciones de los expertos


Retuitear información veraz, de fuentes confiables.

No publicar lo que no se sabe con certeza.

Al tuitear un hecho, incluir la hora de la información.

Publicar ubicación precisa del lugar de los hechos.

Compartir ubicaciones de centros de auxilio cercanos a la contingencia.

Facilitar números de emergencia.

Identificar y seguir información de fuentes conocidas.

Buscar los hashtags más utilizados y seguirlos.

Discernir los acontecimientos y tuitear con calma.

Hashtags con movimiento

Identificados con el signo de número, los hashtag son etiquetas que bautizan temas de forma temporal, pero que permiten localizar información sobre un asunto, aun de tuiteros a los que uno no sigue. En Guadalajara hay varios que funcionan en forma esporádica.

#BalaceraGDL

Tuiteros inventaron este hashtag para avisar de casos en que se reportaran problemas con el crimen organizado. Hubo críticas por usuarios que lanzaban alertas sin verificar.

#LluviaGDL

¿Dónde están las inundaciones? ¿Hay daños en alguna colonia? Los tuiteros suelen emplear este hashtag para este tema.

A quién seguir

Algunas cuentas institucionales:

SVyT @Vialidadjal

Policía de Guadalajara @PoliciaGDL

Conafor @ConaforJalisco

Protección Civil @PCJalisco

Policía de Tlaquepaque @TlaquepaqueGob

SIAPA @SiapaGdl

En redes sociales como Twitter es posible encontrar todo tipo de información, desde lúdica hasta institucional, todo depende de las cuentas a las que el usuario decida seguir y el uso que les dé. Aprender a usarla sólo es cuestión de adentrarse poco a poco, señalan los especialistas, quienes recomiendan tener paciencia: al final, es una red sencilla de manejar.

Fuente: Publicado en el periódico El Informador. Escrito por Violeta Melendez (twitter @viogu). Ver texto original aquí
Foto: archivo de El Informador